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                Las dos hermanas se habían sumergido en su propio mundo de ensueño, Leila con un claro paisaje y dos enormes soles adornando el cielo. Lo contrario a Lena, pues su mundo de ensueño poco a poco se iba desmoronando. La menor lo miraba sin entender, llevaba días con el mismo sueño; ella junto en el arroyo cercano a su casa y un joven que no conocía, pero esa noche era diferente y no sabía el por qué.

               Ahora, frente a sus ojos, lo único que había en ese nuevo sitio era una puerta y una espada. Espada que reconocía a la perfección, dado que era la misma que su padre llevaba en la cintura, la misma con la cual había asesinado a su tío; cuando él quiso jugar un rato más con ambas hermanas. Con algo de miedo, siendo guiada por algo dentro de ella, tomo el arma y empujo la puerta. A paso lento se adentró en el lugar que había al otro lado de aquella estructura. A medida que avanzaba, a lo lejos, a través de la densa niebla que había aparecido sin previo aviso, se dio cuenta de que estaba en un corredor; un corredor oscuro, con un solo rayo de luz como guía. Avanzó por él, apretando la espada con dureza, atenta a cualquier cosa; más nada sucedió. El final de este parecía estar a nada, prácticamente, ante sus ojos, estaba ahí, pero solo era una ilusión óptica provocada por un lugar del cual era difícil escapar.

Clavo la espada en el frío suelo de tierra e intento empujar lo que era invisible a sus ojos. Sus músculos se contrajeron, más allá de donde estaba se podía ver un hermoso paraíso, pero no podía llegar hasta él, a pesar de que estaba usando toda la fuerza que su cuerpo tenía, nada se movía. Su ceño se frunció y decidió dar un paso atrás, pero al hacer tal acción su espalda chocó con un muro. Se giró con rapidez, pero frente a sus ojos lo único que había era niebla; un sinfín de una inmensa y gélida niebla.

Con un delicado pero ágil movimiento miro la espada, la cual no se había movido de su sitio, se acercó a ella y le alzo, causado que sus pies fallaran ante el abrupto cambio de peso. Su cuerpo dio un fuerte y resonante golpe contra la tierra, se quejó en silencio ante el dolor y desistió. Desistió dejando que el objeto quedará a un lado, dejando su mano derecha libre para poder usarla como apoyo. Aunque el intento de usar sus extremidades como impulso para alzarse fue en vano, por el simple y escalofriante hecho de que su cuerpo chocó, nuevamente, con algo que parecía no existir.

Un sonoro gesto de frustración se escapó de sus labios. Lena estaba comenzando a odiar su propio sueño, sueño el cual no podía cambiar por más que lo intentara. Repetidamente intento volver a incorporarse, mas todos terminaron con el mismo e inquietante resultado; ella, tendida en el suelo, con una enorme muesca de frustración.

En un intento desesperado se inclinó hacia la derecha, buscando si había más de aquellas falsas paredes, pero en su lugar sintió el frío taco de una mano. Un grito se ahogó en su garganta y con prisa se movió en la dirección contraria, pero choco con algo, algo frío, suave y huesudo.

Su pecho subía y baja de manera inhumana, quería moverse de ese lugar, pero su cuerpo no realizaba las órdenes que su cerebro dictaba. Internamente comenzó a rezar para despertar, pero por más que cerrara sus ojos con dureza, al abrirlos, su realidad no cambiaba.

Por fin, un grito con un sonido lleno de temor escapo de sus labios; puesto que dos manos de enorme tamaño habían tomado sus brazos. Su cuerpo reacciono ante el miedo de no saber que había en ese lugar y con desesperación comenzó a retorcerse. El recuerdo fugaz de la espada a un lado llego a ella y, con toda la ansiedad del mundo, emprendió la búsqueda.

Su mano si llego al objeto de doble filo, pero otra completamente diferente también lo hizo.

Nuevamente un grito de horror resonó desde el fondo de su garganta. Por reflejo humano intento apartar su mano, pero esa cosa apretaba con firmeza su agarré; impidiendo que esta pudiera siquiera llegar a moverse.

Una nueva extremidad sujeto su cuerpo, causando que este quedara inmóvil. Lena no sabía que era, con exactitud, aquella cosa que sujetaba con fuerza su cuerpo, pero estaba consciente de que quería alejarse, lo más posible, de ella; por siempre y para siempre.

           Unos minutos fueron los suficientes para que las lágrimas llegaran y, con ellas, la impotencia de no poder salir. Su corazón latía de sobremanera, su pecho subía y baja sin pausa alguna, los sollozos estaban comenzando a dejarla sin aire, puesto que no había pausa alguna entre uno y otro. Una de las manos, la cual sostenía con totalidad la extremidad inferior izquierda, aflojo su agarré hasta el punto de dejarla libre. Lena agradeció aquello y pensó que todo estaba por terminar, por el simple hecho de que, a su libre pierna izquierda, se le había sumado la derecha; pero nunca pudo estar más equivocada en su corta vida.

Las manos que habían soltado sus dos extremidades fueron a parar a su cabeza. Una de ellas tomo con delicadeza su cabello, mientras que la otra tocaba con cariño el lado derecho de su cuello. Esos gestos incomprensibles causaron que el llanto naciera, otra vez. Su diafragma se movía con desenfreno dentro de su cuerpo. Nunca, jamás de los jamases, había imaginado aquella situación dentro de un sueño, sueño que se había convertido en pesadilla sin previo aviso.

De repente, el eco de unos pasos llegó hasta sus oídos e internamente agradeció aquello en silencio. Seria libre de, sea lo que sea, la cosa que la mantenía en cautiverio. El suelo, poco a poco y sin pausa, comenzó a vibrar bajo ella; causando que sus cinco sentidos se pusieran alerta.

El tacto de una de las manos golpeo con furia contra la parte derecha de su cuello, causando que su cabeza se torciera con brusquedad hacía la dirección contraria. Un grito de dolor se escapó de sus temblorosos labios, seguido de diversas suplicas ahogadas; pero ninguna era cien por ciento escuchada.

Un gélido aire impacto contra su piel y un jadeo se escurrió por entre sus labios. Su cuerpo entero sucumbió ante el cambio abrupto de temperatura. Ese aliento que no parecía querer irse de encima de su persona, poco a poco, se tornó más violento a tal punto que, cuando una fría y viscosa gota impacto contra su pálida piel, puedo sentir el verdadero deseo de aquel ser sobre su persona.

»"No puedes comerla ahora""Solo una probada""Huele delicioso""Necesitamos más criaturas así por el lugar""Hay que dejar que madure un poco más""Pido esas cosas con muchos palitos""Yo las pedí antes"

Esos y otros miles de comentarios más, fue lo que alcanzo a escuchar de su persona.

No tenía idea de lo que aquellas cosas eran, pero todas deseaban lo mismo. Devorar hasta el último hueso que su cuerpo poseía. Consciente de que no vería un mañana, lloró, lloró hasta secar su alma llena de dolor, lloró hasta que sus ojos comenzaron a arder. Lloró, tanto, que no supo cuando sus ojos se cerraron y sucumbieron ante la oscuridad de aquel sitio.

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