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Capítulo 2

Mirai terminó de trenzar el cabello de Hikari con una inmensa sonrisa. Se quedó detrás de ella, mirando a su hermanita mientras ambas escuchaban el crugir del fuego de la pequeña chimenea que tenían en su hogar. Todas las tardes tenían la costumbre de aquello.

Hikari siempre había pedido ayuda a su hermana para impresionar al chico del que estaba enamorada. Y aunque sabía que Mirai era aún más inexperta que ella en ese ámbito, solo usaba como excusa querer verse bien para poder pasar algo de tiempo con la atareada castaña. En parte se sentía culpable porque la mayor no tuviera mucho tiempo para vivir, puesto que ella debía trabajar en exceso para poder ayudar a su madre a mantener el hogar desde la muerte del padre de familia.

—¿Escuchaste que hoy en la noche llega el cazador? —inquirió la azabache, buscando con desespero culminar aquel silencio. También le gustaba que la comunicación fluyera entre ellas, pero no era lo suficientemente sincera para contarle a Mirai que la extrañaba más de lo que podía poner en palabras.

—Sí, algo escuché —contestó la castaña, dejando escapar un suspiro. Colocó el cepillo en la pequeña mesita de madera a su lado. Agradecía que Hikari estuviera de espaldas a ella para que no viera su semblante deformado, temeroso y triste.

—Todos en el pueblo se están volviendo locos. Algunos tienen miedo, otros están emocionados porque dicen que exterminará a todos los hombres lobo —recitó, dándose la vuelta sobre su sillita para quedar frente a Mirai. Tenía una sonrisa de lado a lado dibujada—. Yuukine dice que al fin podremos salir a las calles, que se acabarán las noches de orar, que todo volverá a ser como era hace un año.

—¿Todo eso dice Yuu? —cuestionó Mirai, soltando una pequeña risita forzada. Odiaba sobre todo la parte del exterminio de todos los hombres lobo. Acomodó un mechón de cabello del flequillo de su hermana detrás de su oreja y trató por todos los medios de no borrar su expresión falsa.

—Sí... —Hikari ahogó su sonrisa y agachó la cabeza, ocultando la mirada de su mayor. Jugueteó con sus manos sobre sus pies—. También dice que el cazador vengará a papá.

Mirai abrió la boca para tratar de contestar a aquel último alegato, no pudo. Se mordió el labio inferior y sintió como sus ojos se humedecían recordando la —todavía— reciente muerte de Rei. Quería consolar a Hikari porque sabía que estaba afectada, pero ni siquiera podía consolarse a sí misma.

Ella no quería morir, pero sí agradecería al cazador si devolvía la paz a su pueblo. Ninguna familia merecía pasar por lo que estaban pasando ellas.

—¿Sabes? —siguió la azabache, irguiendo su espalda con el objetivo de estar a la altura de Mirai. En ese instante el fuego de la chimenea se apagó por completo, como una señal de mala suerte —. Todavía lo extraño. Sigo esperando que nos despierte con un beso en la frente, que nos haga el desayuno, que sea regañado por mamá. Sé que la venganza no traerá nada más que dolor, pero yo de verdad espero que el cazador tome la cabeza de ese lobo. Te juro que ese día me voy a regocijar en su tumba.

Mirai jaló del brazo a su pequeña hermanita para envolverla contra su pecho en un gesto protector y amoroso. La retuvo por unos largos segundos, consolándola en silencio.

Durante seis meses en esa casa no se había mentado para nada a Rei, simplemente fingían que él nunca había existido, porque así era más fácil. Pero con la llegada del cazador y la latente esperanza que había tatuado en el pecho de muchos, se sentía como el momento exacto para hablar sobre el amoroso padre que murió a manos de un hombre lobo, la misma luna que Mirai y Celeste se transformaron por primera vez.

—No llores más, Hi —susurró Mirai, limpiando con delicadeza las mejillas de su hermana. Dibujó una inmensa sonrisa justo antes de ponerse en pie—. Voy a buscar algo de leña para prender la hoguera de nuevo. Se aproxima una tormenta.

—Vale. ¿Quieres que te acompañe? —preguntó la menor, incorporándose. Tomó el cepillo entre sus manos.

—No, mejor quédate en casa y adelanta la comida.

—Como digas... —dijo, desanimada.

Mirai se mordió el labio por ello.

—Hi, voy a tomarme unos días de descanso. Así que tal vez podamos hacer cosas juntas.

—Ve por ese fuego, Mirai —añadió la pequeña, esbozando una sonrisa. Le dio un pequeño empujoncito a su hermana por el hombro y se dio media vuelta para llevar el cepillo a su cuarto.

Mirai se puso su larga capa justo antes de salir. Pudo ver como todo el pueblo festejaba una llegada que todavía no se deba. Mientras caminaba al bosque muchos la invitaron a unirse a su fiesta, pero ella se negó.

Solo tenía un objeto. Recoger madera suficiente para nutrir su fuego toda la noche y esconderse hasta que el cazador hubiera culminado su trabajo.

Dejó en medio de una buena zona su transporte para la leña, el cual se trataba de un trozo de madera con una soga amarrada a cada extremo. Comenzó su búsqueda por los alrededores y poco a poco fue llenando su carreta improvisada.

Le costaba un poco caminar puesto que sus pies se hundían en la nieve, pero después de dos horas, por fin había recogido lo suficiente. Se había alejado un poco de la zona inicial, pero con un gran bulto de leña en su mano regresó. Se agachó para colocar la madera en el transporte cuando fue interrumpida por una voz.

—Hola.

Mirai dio un respingo en el lugar tan grande que la leña se le escurrió de las manos, provocando que cayera al suelo desordenada. Rápidamente se puso de pie y se volteó a ver de quién se trataba. Su temor solo fue en aumento al vislumbrar a un atractivo hombre rubio, de largos cabellos hasta la altura de los hombros, recogidos en una coleta baja. Tenía unos profundos pero vacíos ojos color azabache, y justo como la noche, pequeños destellos de luz brillaban, como las estrellas iluminando el firmamento. Era de mediana estatura, de facciones atractivas, con una encantadora sonrisa.

Pero lo que más llamó la atención de Mirai fue su larga y roja capa.

—¿Estás bien? —inquirió el joven.

Mirai tembló. Retrocedió varios pasos de espalda, provocando que se tropezara con sus propios pies. Eso no la detuvo, porque inmediatamente se puso en pie y corrió a esconderse detrás de un árbol. Ahí trató de controlar la respiración que había estado contenido.

Si existiera una competencia de mala suerte, seguramente ganaba el primer lugar. Lo primero que le dijo Celeste fue que el cazador no podía saber de su existencia, y ahí estaba.

Se vio obligada a asomar la cabeza cuando sintió al rubio carcajearse.

—Sal de ahí. No voy a hacerte daño —le dijo, esbozando una sonrisa de medio lado.

Mirai negó dos veces con su cabeza.

—Vamos, necesito tu ayuda —añadió, caminando hasta llegar al leña. Se agachó y comenzó a organizar toda la madera sobre... La madera.

Tras presenciar aquello, la protagonista salió corriendo de su escondite. Disminuyó un poco la velocidad cuando se acercó a la escena. Con varias dudas en su interior carcomiéndola, se arrodilló sobre la nieve y comenzó a ayudar al desconocido.

En un movimiento descuidado, ella intentó tomar el último trozo de leña, pero él lo había hecho antes. La cosa terminó con la mano de la joven sobre la del desconocido. De algún modo se sintió extraño, como si ese tacto tan frío que ambos experimentaban se hubiera convertido en algo más cálido que el fuego, como si esas manos ya se hubieran rozado antes. Fue tan perfecto que hasta miedo daba.

Cuando la mirada del chico se posó sobre la de ella, roja como un tomate y apenada a más no poder, Mirai recogió su mano y dejó que fuera él quien se encargara.

—¿Sabes cómo llegar a Bamberg? —cuestionó el varón, arqueando una ceja.

Mira asintió dos veces, con ambas manos sobre sus muslos e inclinada hacia adelante.

Él soltó otra risita. Se inclinó también hasta quedar a algunos centímetros del rostro de la joven.

—¿Sabes hablar? —Dobló su rostro y trazó una atractiva sonrisa.

La chica se sonrojó aún más y se echó hacia atrás velozmente. Tanto que terminó por colocar su mano en una esquina del transporte que ella misma había hecho, cosa que descompensó el peso y volcó la madera nuevamente al suelo.

—No otra vez —farfulló, mirando frustrada la escena.

—Veo que sí puedes hablar... —comentó el rubio, dejando escapar otra risa—. Y que eres muy torpe.

—Y yo veo que usted es muy sincero —dijo ella, haciendo un puchero. Se cruzó de brazos y corrió la mirada.

—No puedo pedir perdón por eso —adviritó él, volviendo a la ardua tarea de devolver todo a su lugar.

—Gracias por ayudarme.

—Solo estoy aprovechando esta oportunidad para demostrarte que no soy malo mientras estás aquí y no... —terminó de colocar la leña y, mientras se ponía en pie, la ayudó a ella a levantarse extendiéndole las dos manos como apoyo—. Allí. —Apuntó con su barbilla detrás del árbol donde se había escondido previamente la dama.

Sin soltarlo o cambiar de posición, Mirai giró su rostro para mirar su refugio con anhelo. Devolvió su vista al frente y descubrió que el hombre la estaba mirando fijamente, sin esconderse o disimular en lo más mínimo. Lo peor era esa horrible sonrisa que tenía, esa que la hacía sonrojarse hasta por gusto.

Se percató de su cercanía y de que todavía mantenía sus manos entrelazadas con las del completo desconocido. Rápidamente se soltó y escondió sus brazos detrás de su espalda. Intentó controlar su pulso y el color de su rostro en ese momento, pero no la ayudaba para nada que el tipo no se conteniera a la hora de sonreír sincero ni apartar la mirada.

—Lo siento —susurró, mordiéndose el labio inferior. Llevó sus orbes al cielo de sus ojos para poder verlo desde la posición encogida que mantenía. Él seguía divisándola desde su punto alto.

—Entonces... —Tomó las sogas del transporte de la leña y comenzó a caminar, mostrando que él lo llevaría. Cuando estuvo frente a Mirai, a algunos pasos de distancia, la miró por encima del hombro con una sonrisa de medio lado, de labios cerrados. Perfecta—. ¿Me llevarás a Bamberg?

La chica pestañeó un par de veces. Nerviosa miró a los lados, como si existiera la posibilidad de que Celeste la estuviera espiando y estuviera presenciando aquello. Cuando se aseguró de que ese no era el caso trotó hasta colocarse junto al cazador.

Él la miró, ella asintió con una cálida sonrisa, una que seguramente podría derretir el invierno. Ambos comenzaron su andar.

—Me llamo Mikey. Soy un cazador —Se presentó, mientras juntaba las sogas en una sola para poder llevarlas con una mano, con la otra se sujetó la mochila de cuero que traía colgada sobre su hombro derecho.

—El cazador de la capa roja... —murmuró la chica, mirándolo de solsayo.

—Sí, algunos me llaman así.

—Yo soy Mirai —dijo, empujando con su mano una rama baja de algún árbol. Se acomodó la capa sobre su cabeza y trató de ocultar su aturdido rostro del joven.

¿Qué demonios estaba haciendo?

Debes pasar desapercibida.

Decía una y otra vez la voz de Celeste en su cabeza. La imaginaba reprendiéndola por darle su nombre al hombre que tenía como misión cazarla.

Pero luego lo veía sonreírle de ese modo despreocupado y amable y se le olvidaba ese pequeño hecho, el hecho de que si él lo supiera, le arrancaría la cabeza ahí mismo.

—Así que Mirai... —Mikey pareció pensalo durante unos instantes—. MiMi.

—¿MiMi? —Ella lo miró con el ceño fruncido, curiosa.

—Así te llamaré.

—Oh, eso es...

—¿Raro? —inquirió entre risas Mikey. Así reaccionaban todos a sus apodos.

—Tierno —corrigió la chica, regalándole una pequeña pero franca sonrisa.

Mikey se vio contagiado por aquella paz que le transmitió con tan solo un gesto esa dama.

Durante lo que restó de camino lo pasaron en silencio. Lo único que se escuchaba entre ellos era el rugir de la brisa contra los árboles, tal vez el trillar de las aves, y si ponías mucho esfuerzo la corriente del agua del río que todavía no se congelaba. Fueron diez minutos de sosiego y armonía absoluta.

De algún modo los dos sintieron que querían seguir hablando. Esa emoción solo aumentó cuando llegaron a Bamberg y, en las afueras del pueblo, él le extendió las sogas a Mirai.

Mikey no era del tipo de hombre de quedarse callado o tener algún tipo de complejo. Él era directo, así que iba a preguntarle algo más.

Pero justo cuando abrió la boca para ello, alguien desde la distancia lo interrumpió.

—¡Miren, es el cazador! —gritó eufórico un niño.

Aquello logró llamar la atención de todo lo que restaba de personas en la calle, las cuales corrieron como si su vida dependiera de ello —cosa que era cierto— hacia el aludido. No habían transcurrido unos minutos cuando ya Mikey estaba rodeado.

El hombre buscó con la mirada a la desconocida mientras luchaba contra la marea de personas que le agradecían su presencia. Pero era en vano, ella se había escabullido de la multitud para, no mucho después, desaparecer. Dejándolo con una curiosidad que solo iba en aumento.


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Palabras del autor:

Feliz cumpleaños Mikey. Te amo. No importa lo que digan los demás, pa mí tu necesitas amor, y pa eso está MiMi.

Bueno, capítulito dos uwu

Espero que les guste leerlo tanto como a mí escribirlo.

La MiMi de este finc tiene una historia un poco turbia. Ya iremos viendo cómo son las cosas más adelante.

Si te está gustando la historia vota y comenta para que llegue a más personas ~(˘▽˘~)(~˘▽˘)~

Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿

~Sora.

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