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Capítulo 11

Mirai debía admitir algo, perdía la noción del tiempo cuando hablaba con Mikey. Podían pasar horas que para ella se resumirían en simples minutos. A pesar de que eran muy distintos de cierta forma se les hacía muy fácil entablar largas y extendidas conversaciones.

Precisamente por eso el corazón se le puso en la boca al divisar a Celeste poner los ojos en el blanco mientras le hacía ceñas exageradas a espaldas de Mikey para que bajara del tejado de una vez. Tuvo que esbozar una sonrisa ladina mientras sentía como el sudor descendía de su frente a pesar del frío.

La reacción de Mirai provocó que el cazador volteara a descubrir que la había distraído de su amena charla. Entonces encontró a la pelirrosa sonriendo de par en par, con ambas manos escondidas en su espalda y balanceándose de un lado a otro. Hasta risa daba, era evidente que estaba haciendo alguna especie de mueca cuando él no estaba mirando.

—Lo siento, me tengo que ir —susurró la castaña, poniéndose en pie rápidamente. El brusco movimiento casi provoca que se caiga, la mano de Mikey impidió una desgracia al atrapar su brazo con agilidad.

—Tienes razón —dijo él, agachándose para saltar con facilidad. Cuando estuvo en el piso abrió sus manos e hizo un gesto para que ella hiciera lo mismo—. Falta menos de una hora para la luna llena y debes resguardarte.

Mirai tragó en seco, pero se negó a lanzarse para que el la atrapara. Se dio la vuelta, se agachó, se agarró de la esquina del tejado y luego fue lanzando lentamente su cuerpo al vacío. Tenía la intención de dejarse colgada sobre el techo y, cuando sus pies estuvieran más cerca de la nieve, soltarse y dar un pequeño salto. Desafortunadamente, en el momento en que todo el peso de su cuerpo estuvo en sus manos, perdió la fuerza y casi se come el suelo.

Mikey soltó una risita con sorna mientras sostenía la cintura de Mirai entre sus dos brazos. Había evitado la tragedia nuevamente, pero la cara de terror de la chica valía todas las riquezas del mundo.

Celeste se golpeó la frente con fuerza al verlos en aquella posición tan romántica en cualquier otra circunstancia pero tan peligrosa en la que ellas estaban.

Mirai se apoyó del pecho de Mikey para darse un leve empujón y separarse al ser consciente de la evidente cercanía que existía entre ellos por sus respiraciones que casi se cortaban entre sí.

—Ve a casa y escóndete, MiMi —soltó al aire Mikey, con una tan ligera sonrisa que casi ni se distinguía. Guardó las manos en los bolsillos de su pantalón y escrutó con la mirada a la joven. En los últimos días había pasado demasiado tiempo con ella, así que haría todo lo posible porque no le ocurriera nada.

La chica, comprendiendo la seriedad del ambiente, asintió en respuesta. Comenzó a trotar hacia Celeste, pero antes de llegar a su amiga se volteó nuevamente a ver a Mikey. Un extraño pesar abrumó su corazón al recordar las palabras que él había dicho el día anterior.

Era evidente que el hombre lobo iría a por él.

—¿Vas a estar bien? Vas a estar bien, ¿verdad? —preguntó y ella misma contestó, llevando una mano a su intranquilo pecho. Sus ojos grisáceos brillaron como dos estrellas al dibujar el contorno de la figura del cazador, su reluciente capa roja, rodeada de nieve, lo hacía verse especial—. Prométeme que estarás bien.

Mikey comenzó a caminar hasta llegar a ella. Sin previo aviso colocó una mano —aún con la otra en el bolsillo— en la nuca de la cabeza de Mirai y la impulsó hacia sí, se agachó ligeramente y terminó por unir sus frentes. Cerró sus ojos ligeramente y dejó que ese aroma a azúcar que últimamente rodeaba a Mirai lo endulzara.

—¿Por quién me tomas, MiMi? —inquirió socarrón él para sacarle peso al ambiente. Esbozó una inmensa sonrisa y dejó que sus orbes encontraran los de la castaña—. Deberías preocuparte más por el hombre lobo que por mí.

La protagonista asintió con pesar. A veces podía ser ingenua, pero solía entender a la perfección los sentimientos de los demás, y entendía perfectamente que Mikey no quería hablar del asunto y mucho menos quería que ella se preocupara innecesariamente. Ya que sería él quien lucharía, Mirai decidió respetar esa decisión por parte de Mikey.

Sujetó la mano que el rubio usaba para sostener su cabeza y comenzó a alejarse lentamente, hasta que su brazo ya no daba más y tuvo que soltarlo. Celeste le acarició la espalda cuando ya no lo estaban mirando.

Fijaron su rumbo con dirección al hogar de Mirai para engañar al cazador, pero cuando estuvieron lo suficientemente lejos para que él no las viera lo cambiaron hacia el bosque. Por supuesto no podían pasar la noche en el pueblo.

Desde que descubrieron que son licántropos, Celeste y Mirai se estuvieron preguntando cómo frenarse en luna llena, cuando su naturaleza salvaje podía más que la humana. La respuesta era muy simple y Mikey la había mencionado antes. Decidieron usar lo que supuestamente era su debilidad como ventaja, amabas se amarraban a escasos pasos del campo de jazmín. La flor tenía un efecto tan poderoso que, estando en masa, evitaba que ellas tuvieran la fuerza necesaria para romper las sogas.

Era una noche de extremo dolor, pero valía la pena abrir los ojos en la mañana sabiendo que no habían asesinado a nadie.

El sol se estaba poniendo en el horizonte, dejando como único recuerdo la vaga luz de sus últimos rayos. A Mirai y Celeste se les había hecho bastante tarde, pero con suerte llegarían a su destino antes de que la luna saliera.

—¿Le dijiste a Yuuki que pasarías la noche conmigo? —inquirió la castaña, apretando el paso para llegar lo antes posible.

—Por supuesto, ya sabe que es tradición —contestó Celeste, aminorando el suyo porque sabía que su mejor amiga no podría seguirle el ritmo—. ¿Tú avisaste a tu madre y a tu hermana?

—Desde ayer.

—Me sorprende que no sospechen de nosotras, teniendo en cuenta que nunca nos ven en luna llena.

Mantener una conversación corriendo no era un problema cuando tenían la resistencia de un lobo.

Estaban cada vez más cerca, pero ambas sentían como lentamente la conciencia se les iba nublando por momentos. Lucharon por mantenerse cuerdas cuando sus sentidos se agudizaron demasiado y el corazón se les puso a mil.

Un sonido especial las hizo a ambas voltear, era varios aullidos.

A Mirai le regresó de un golpe la humanidad al descubrir que, corriendo hacia la aldea no había uno, sino cinco hombres lobos que parecían más entusiasmados que nunca. Uno de ellos la miró por unos instantes, pero parace que él sabía que ambas eran de su misma especie.

—Van a por él —susurró. Un pitido le atrevesó la cabeza y tuvo que llevarse ambas manos a las orejas. Los latidos de su corazón y el de Celeste estaban aplastándole el cerebro.

—¡Rai Rai! —exclamó la pelirrosa a varios metros, ella había seguido corriendo pero al ver que su amiga no, tuvo que voltearse.

A Celeste le afectaba aún más que a Mirai. Comenzaba a tener una ced de sangre abrumadora, tanta era que tuvo que clavarse las uñas en el brazo para poder mantenerse cuerda.

—¡Ve tú! —gritó de vuelta Mirai, apoyándose en los árboles para caminar de regreso al pueblo. Por momentos se caía, pero volvía a levantarse por él—. ¡Debo ir a ayudarlo! ¡Son cinco, no te está preparado para esto!

—¡¿Estás loca?! —espetó Celeste, apretando sus uñas contra su piel, el dolor la hacía aminorar sus ganas de romperle el cuello a alguien—. ¡Acabarás matándolo!

—Cele, tienes que irte... —le advirtió, poniéndose en pie como pudo—. Confía en mí.

La pelirrosa se mordió la lengua. Quiso ir donde Mirai y arrastrarla de los pelos con ella, pero la forma en que su mejor amiga le pidió que confiara en ella la hizo desistir de esa idea. Para Celeste era completamente imposible calmarse y contenerse, pero si había alguien que podía apasiguar su sed de sangre e impedir que su instituto animal la dominara esa era Mirai.

La dulce y tierna Mirai que jamás le haría daño a alguien.

—Más te vale hacer que valga la pena —masculló la de orbes dorados, lanzándose a correr nuevamente en la dirección opuesta a la que iba su mejor amiga.

Mirai perdió la fuerza en sus pies al ver a Celeste partir a regañadientes. Intentó levantarse varias veces pero no podía. Usó sus garras para raspar la nieve y sintió como la cara comenzaba a desfigurársele.

Por un momento cerró sus ojos y respiró profundo. Dejó que en el silencio del bosque las risas de su hermana mayor hicieran eco en su cabeza, aún más que los sonidos ajenos; dejó que el olor a dulces caceros de su madre inundara sus fosas nasales, aún más que el olor a sangre. Y el recuerdo de su padre la ayudó a ponerse en pie.

Recordó los momentos con Mikey, la razón por la que quería salvarlo. Ese primer encuentro que estaba grabado en su mente, esa sonrisa traviesa, sus bromas constantes, su lado oscuro. Mikey le había dado motivaciones más que suficientes para luchar por él.

Así que, ahora transformada en un lobo, Mirai comenzó su carrera rumbo a Bamberg. Fue lo más rápido que pudo, siempre tratando de desviar su demencia hacia otra parte con los recuerdos de las personas importantes para ella.

Ir fue la mejor decisión que pudo haber tomado nunca.

El cazador se encontraba en el centro de un círculo que habían hecho los hombres lobo a su alrededor. No blandía su espada, pero la tenía sujetada con la mirada clavada en los licántropos, esperando el más mínimo movimiento para cortarles la cabeza. Tenía un semblante insípido, como si estar en esa situación no fuera para nada aterrador.

Por un momento el flujo de la sangre de Mikey resonó aún más que las risas de Hikari, y las venas que se le marcaban en las manos y en el cuello se veían muy exquisitas. Pero el ver cómo todos los lobos se abalanzaban sobre él a la vez la hizo despertar de golpe y lanzarse para intervenir con uno.

El rubio, que había logrado esquivar a uno de ellos y estocar a otro con su espada, abrió sus ojos de par en par al contemplar que un sexto licántropo había saltado para enfrentar al lobo que estaba en su espalda.

En quel preciso instante todos se estuvieron quietos, incapaces de creer lo que estaba pasando. El gruñido de Mirai con dirección al lobo que había mordido en el cuello para impedir un ataque sorpresa hacia Mikey los devolvió a la realidad.

Entonces comenzó nuevamente la batalla. Mikey y Mirai se entendían bastante bien a la hora de complementar sus movimientos, entre dos se les hacía bastante fácil contener a los otros cinco.

En un momento de descuido por parte de la muchacha, cuando se giró para segurarse de que Mikey estaba bien, uno de los licántropos aprovechó para lanzarla contra una pared cercana.

Fue con tanta fuerza que Mirai sintió como la madera se rompía contra su espalda y, cuando quiso ponerse en pie para seguir luchando, el instinto animal comenzó a pasarle cuenta. El pitido regresó, su corazón parecía que iba a explotar y por tratar de controlar su ced de sangre no tenía fuerzas para nada.

Divisió con los ojos medio cerrados como el lobo se lanzó hacia ella con la boca tan abierta que se podía ver a la perfección su blanca y pulida dentadura. Pensó que ese sería su final, pero aquella capa tan conocida obstruyó su vista de repente y, cuando cayó al suelo, pudo contemplar a Mikey con el brazo extendido.

El licántropo le había modido la mano y no se la arrancó porque el rubio fue más veloz y terminó por cortarle la cabeza de un cuajo. Él recibió el ataque que le tocaba a ella y creo la oportunidad para acabar con la vida de ese animal.

Los demás lobos divisaron aquella escena y se quedaron tiesos por un momento, hasta que todo el cuerpo de su camarada cayó al suelo y solo quedó colgando del brazo ensangrentado de Mikey su cabeza. Y cuando el joven cazador alzó su vista con los orbes oscuros y más sedientos de sangre que los suyos propios, su instinto de supervivencia los obligó a huir de ahí.

Mirai aprovechó la confusión del momento y también hizo lo mismo. Comenzó a correr lejos de quella escena. De vez en cuando miraba hacia atrás, con el cazador como objetivo.

Él seguía en el mismo lugar, con la misma posición, pero sus ojos estaban clavados sobre ella, entonando una mirada difícil de descifrar para la joven, tenebrosa, distante y sobre todo hambrienta.


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