❎1: Desnudo.
El chasquido ensordecedor de los vasos de cristal chocando continuamente en la mesa del medio caló de pronto en sus vías auditivas, obligándolo a volver el rostro. Divisó a una pandilla de divertidos amigos reír, gritar y, por lo que se notaba a simple vista, pasándosela muy bien. Supuso que era normal; era viernes al fin y al cabo y aquello en realidad era un cuento de nunca acabar en el lugar.
Un tipo ebrio se pasó de listo, acariciando su trasero sin una pizca de cuidado ni pudor y, por más que sintió el estómago revuelto y unas inmensas ganas de encajarle un puñetazo en el rostro, por contrato, debía sonreír y fingir que lo disfrutaba; justo como lo hacía en aquel instante.
—Qué linda eres, pequeña puta... no puedo esperar para meterme entre tus piernas más tarde —susurró, demasiado cerca de los cartílagos de su oreja e inyectándole de lleno su aliento alcoholizado.
Luchó por contener una mueca de asco.
—Te estaré esperando entonces — utilizando sus mejores dotes actorales, coqueteó con el descarado sujeto hasta que finalmente lo dejó en paz.
Suspirando con desgano, se recargó sobre aquella desolada esquina, obteniendo desde allí, el panorama completo de lo que se vivía a diario a puertas cerradas. Algunos de sus compañeros de trabajo desfilaban o danzaban casi desnudos en frente de una muchedumbre de hombres mayores, los cuales en su mayoría se podía adivinar, -dadas algunas sortijas de compromiso delatadoras-, que estaban casados. Rodó los ojos, pues aquellos orbes inundados en el deseo y morbo por ver jovencitos en paños menores era tan repulsivo como sus ánimos de estar ahí.
Los fines de semana era cuando se veía a más chicos entre los dieciséis en adelante deambular por los lados del club y, en efecto, varias mesas yacían ocupadas por éstos, los cuales lucían bastante contentos por estar allí. Y no podía culparlos aunque quisiera: si las cosas fueran al revés, él sin dudas gozaría como nunca de ver a tantos hombres guapos dispuestos a satisfacerlo si se los pedía. Ahora comprendía que no era tan entretenido ser la manzana de la discordia.
Acomodó la bata de seda para que su menudo cuerpo estuviese lo más cubierto posible, a pesar de que la prenda era traslúcida como un papel de calcar. Cruzó sus brazos sobre el pecho y sólo se dedicó a observar mientras la música a tope taladraba cada célula de su sistema en lo que acababa el tiempo libre y comenzaba su verdadero horario de trabajo.
Sorpresivamente, descubrió a un muchacho mirándolo desde una de las mesas ubicadas en el fondo. Su rostro, obstruido por un enorme tapabocas negro y su largo cabello claro, sólo dejaba a la intemperie un par de ojos enormes y profundos, los cuales lo examinaban como si quisieran hacerle un agujero a su frente. Desvió la atención de él de inmediato, pues estaba bastante acostumbrado a recibir ese tipo de miradas que ponían sus vellos de punta. Aunque si tenía que ser sincero, ninguna era tan extraña como aquella.
—¡Hey, Yuu! ¡Es tu turno! —lo llamó uno de los bailarines que bajaba por una de las tarimas.
Una buena cantidad de pares de ojos se lo engulleron con la vista, pero hizo caso omiso a sus ganas de correr y huir lejos de la desagradable sensación que los sugestivos silbidos le provocaban. Subió los escalones hasta posarse sobre la pequeña plataforma y se sujetó del caño, abrió su bata, dejando que la trigueña piel de su torso se viera sin estorbo y comenzó a bailar con la sensualidad que tenía perfectamente ensayada.
Toneladas de dinero llovieron de aquí y allá, pero él no se sentía satisfecho. Aunque si tenía que verle el lado positivo, al menos suponía que con aquellas exageradas cantidades que esos hombres daban por él, tendría suficiente para darle de comer las cuatro comidas del día a su hermano pequeño por la siguiente semana.
Tenía la atención de tantos tipos como pudiese contar con sus dos manos y pies, pero ninguna mirada era tan intensa como la de aquel misterioso sujeto que seguía sin quitarle los ojos de encima. Notó que se había acercado unas mesas hacia adelante para vislumbrar mejor. De paso, fue capaz de ser consciente de esos gigantezcos ojos oscurecidos completamente desencajados, los cuales carecían de movimiento, casi como fundidos en un escalofriante estado catatónico. Decidió ignorar el poderoso pinchazo de mal augurio enchinándole la piel.
Desvió la vista de la figura encorvada y enfundada en prendas tan oscuras como sus orbes y prestó atención a los múltiples rostros devorándolo con deseo. Por primera vez, se sintió protegido por esas miradas que tanto decía odiar. Varias manos se acercaban a querer insertar sus billetes en el dobladillo del ceñido short que traía puesto, así que se los permitió.
—¡Lindo!
—Qué sexy...
—Daré más por ti cuando vaya a follarte, bonito.
Dio un gran esfuerzo por sonreír hacia sus desubicados comentarios y se obligó a reír con gracia en cuanto uno de ellos se atrevió a intentar bajarle la prenda. Las carcajadas reventaron copiosamente y Yuu no pudo sentirse más humillado. De manera fugaz y como si su fisonomía se manejara por sí sola, echó un vistazo en la dirección que tanto trataba de evitar. Él cada vez estaba más y más mesas cerca de su ubicación y al mismo tiempo, cada vez podía apreciar con mayor detalle aquellos ojos desorbitados y carentes de brillo bajo los puntos de luz de neón. Tragó pesado, encontrándose intimidado de repente.
Su tiempo acabó, recibiendo oleadas de aplausos, chiflidos y excesivos halagos obscenos. Tomó su propina y una vez abajo, se encontró con su jefe, el cual estaba comenzando a llamar a los chicos para ocupar sus habitaciones.
—Hyakuya, te toca el red room hoy. Entras en media hora. Ya hay alguien que pagó por ti —anunció para rápidamente desaparecer.
Suspirando, le encomendó su dinero ganado a uno de los encargados del bar con el cual había forjado un fuerte lazo de confianza. Se sentó un momento para tomar un descanso corto y uno que otro trago que aplacase el desgano de ser posteriormente profanado por hombres que luego jamás volvería a ver en su vida.
—¿Jornada pesada? —preguntó él, tendiéndole un martini.
—No tanto como otras, pero aún así ya quiero acabar. En unos minutos me toca ir al cuarto rojo —dijo, dándole un sorbo a la bebida.
—Oh, así que tienes el honor esta noche —sonrió—. ¿Felicidades? ¿Significa eso que te estás ganando el puesto de "chico codiciado"?
—Significa que creo que el jefe me quiere echar a patadas.
Guren carcajeó, negando con la cabeza.
—Yuu, ¿contaste la cantidad de verdes que esos guarros dieron por ti? ¡Por lo menos unos cinco mil, seguro!
Yuu se permitió sonreír de verdad esta vez.
—Mmh, supongo que está bien entonces. ¡Me convertiré en el próximo "chico más codiciado" para que venga el loco del red room a asesinarme!
Su acompañante volvió a reír, moviéndose por su puesto de trabajo para preparar algunas mezclas. En aquel punto de la noche, cuando estaban por dar las tres de la mañana, la gente comenzaba a mermar, todos demasiado atentos por conseguir una habitación con alguno de los empleados nocturnos. Yuu aprovechaba la escasez de tipos intentando manosearlo para beber y comer algo dentro de lo que se le tenía permitido.
—Oye, eso es una leyenda urbana.
Hundió la cabeza entre sus hombros.
—Puede que sí, puede que no... —bromeó con gracia—. Eso no quita que todos los chicos que estuvieron allí, desaparecen como por arte de magia.
—No desaparecen —refutó—. El jefe lo dijo, simplemente se van y ya.
—Si tú lo quieres creer... —rodó los ojos, divertido—. Cambiando de tema, hace un rato había un tipo extraño mirándome.
Guren entregó los pedidos y en cuanto comprobó que nadie más disponía de sus servicios, se sentó a charlar con él.
—¿Un tipo extraño?
Asintió.
—Tenía unos ojos grandes y no parpadeaba —mordió su labio inferior—. Vestía completamente de negro. No le podía ver bien la cara porque la tenía cubierta con un tapabocas y algunos mechones de cabello muy largo. A decir verdad, daba un poco de miedo...
—Mmh, qué raro. No me pareció ver a nadie así como tú describes... —frunció el ceño—. ¿Estás seguro?
—Segurísimo. De hecho... —viró el rostro hacia atrás para buscarlo entre el mar de gente.
No lo halló por ningún rincón del lugar. La última mesa que lo vio ocupar se hallaba vacía. Confundido, continuó barriendo los ojos a diestra y siniestra sin poder lograr su cometido. Parecía como si aquel muchacho se hubiese esfumado en la nada. Arrugó la frente, volviendo a su posición inicial.
—No lo veo por ningún lado...
—¿No te habrá parecido que lo viste?
—Puedo jurarte que sentía esos ojos gigantes mirarme todo el tiempo —susurró.
El barman de cabellos negros sintió un leve escalofrío, pero prefirió no admitirlo para no ponerlo más nervioso de lo que el pobre chico ya estaba. Decidió reír y aligerar el ambiente.
—¡Vamos, hombre! —palmeó su hombro, haciéndolo jadear del susto—. Seguro sólo era un tonto queriéndose hacer el gracioso. ¿Recuerdas cuando a Ken lo acosaba un tipo con una máscara de payaso y resultó ser un niñato con ganas de joder las bolas? ¡Seguro ese debe ser amigo suyo! —convino, haciéndolo reír. Se dio golpecitos de felicitación imaginarias.
—Sí, quizás tengas razón.
El asunto pareció olvidado a partir de los siguientes quince minutos en los que sólo se dedicaron a conversar de sus problemas actuales en sus vidas cotidianas. Guren le relató lo mucho que le estaba costando obtener la custodia de su hija y él le contó acerca de la falta de bienes básicos en su hogar. Con un nudo en la garganta, admitió que su casa se caía a pedazos y ya no sabía cómo salir adelante siendo menor de edad, con un hermano pequeño y el abandono de sus padres. Sus esperanzas de darle un cobijo decente a la única personita que le importaba se desvanecían como partículas de polvo en el aire.
Guren se entristeció al escucharlo tan roto y desolado. Él tenía ya treinta y dos años, había vivido una infancia y adolescencia magnífica hasta que los dilemas de adulto lo golpearan con todas sus fuerzas. Se casó a los veintitrés, dejó embarazada a su ex mujer a los veintisiete, fue un padre y esposo feliz hasta que el amor se acabó y ahora luchaba por obtener el cuidado de su pedazo de sol, la cual muchas veces le confesó, entre lágrimas y de paso, enseñándole sus marcas y heridas, que su madre la maltrataba.
Cuando oía la situación desastrosa de Yuu, a veces pensaba que sus conflictos eran minúsculos en comparación. ¿Podría él, con sólo quince años de edad, dejar de estudiar para prostituirse sin poder hacer más nada, para así asegurar su vida y la de un niño de cuatro años del abandono de sus propios padres? Él creía que no y por eso mismo, muchas veces intentaba ayudarlo en todo lo que podía. Un alma tan pequeña no merecía que le arrebataran la oportunidad de disfrutar su juventud de aquella manera.
—Podrás salir de esta, Yuu —le sonrió con cariño desbordante—. Cualquier cosa, yo estaré aquí o ya sabes dónde queda mi departamento.
Yuu sonrió con melancolía, agradeciendo sus palabras desde el fondo de su corazón. Veía a Guren como una especie de tío carismático que jamás tuvo, pero nunca se lo diría.
—Hyakuya, cinco minutos —irrumpió la voz de su jefe, devolviéndolo a la miserable realidad en la que debía prepararse para recibir en su cuarto y en su cuerpo a cantidades de personas desconocidas.
Este desapareció rumbo a los pasillos del interior y él debía apresurarse también.
—Bueno, a cumplir con las obligaciones —se mofó con desgano, levantándose de su asiento y estirando las piernas.
—Ya sabes la regla: si alguno de esos imbéciles te hace daño, me dices y le pateo el culo.
—Por supuesto —carcajeó.
Caminó en la misma dirección que el otro hombre y se adentró en los pasillos que poseían incontables habitaciones donde ya estaban sus compañeros trabajando.
El red room era un cuarto especial que utilizaba aquel que fuese más apetecible para el público. Yuu había tenido muy buenas jornadas y propinas últimamente y supuso que por ello ahora mismo se encontraba yendo hacia la susodicha habitación que quedaba al final del recorrido y era muchísimo más costosa que cualquier otra; por ello era rara vez solicitada. Por las esquinas de la puerta, fulguraba una luz neón completamente roja que él suponía bañaba todo su interior. Jamás la había visto, nadie tenía permitido entrar ahí, excepto quienes se la habían ganado y para agregar mella al asunto, aquellas personas no volvían a poner un pie en el club nunca más. Yuu no sabía cómo sentirse respecto a eso.
Finalmente la tenía enfrente.
—El cliente pagó por estar aproximadamente dos horas contigo —informó su jefe y él casi se atora con su propia saliva. Pudo imaginar el gordo fajo de dinero que le habría costado eso—. Asegúrate de que pase una buena experiencia. Eres uno de los empleados más jóvenes, te pido que no lo arruines —rogó.
Tragó pesado, ignorando la clara advertencia escondida en su tono de voz.
—Sí, señor.
El hombre le envió una última mirada antes de volver a la zona principal del club.
Yuu respiró hondo, sintiendo el corazón en la garganta. Limpió la sudoración en la palma de sus manos con la dichosa bata de seda que aún traía puesta y posicionó la mano en el picaporte, lo giró y entró en ella a toda velocidad, con los ojos fuertemente cerrados. Una vez dentro, intentó calmarse y echarse porras a sí mismo para animarse a abrirlos. Una bruma de color rojo intenso le dio la bienvenida; cada pequeño espacio de esta yacía inundada por ella. Creyó que la tonalidad carmín serviría para ofrecer un ambiente más pasional y seductor, pero él pensaba que estar allí era como pisar la misma entrada al infierno. Sentía su cabeza dar vueltas.
Había una enorme cama en el centro, una ventana completamente bloqueada por algo que desconocía y cortinas negras adornándola. No había nada de encantador allí, Yuu tenía ganas de salir corriendo y jamás volver. En especial, porque una sombra se movió de entre las cortinas. Jadeó del susto, apegando la espalda en la madera, deseando fundirse allí.
Un hombre. Había un hombre parado justo frente a las cortinas, pero la iluminación era tan pobre que las negras ropas que vestía se camuflaban con ellas a la perfección. Su rostro era irreconocible, pero él sabía que estaba allí. Sus manos retiraron la capucha que tenía impregnada en la cabeza y finalmente lo vió; aquellos ojos enormes lo observaron con tanto ahinco que sintió el alma desnuda.
Por instinto, llevó la mano al picaporte mientras se tragaba un grito de terror. Todo su cuerpo se hallaba paralizado y en completa tensión, pero el corazón galopaba dentro de su pecho a una velocidad dolorosa, hasta casi sentirlo en sus oídos. Sus ojos no se despegaban de los suyos; sentía aquella necesidad de no perderlo de vista, a pesar de que fuese imposible dado el tiempo y espacio.
Un paso.
Dos pasos.
Podía sentir esos globos oculares más cerca y comenzó a desesperarse. Forcejeó con el picaporte para mandar todo al carajo y escapar, pero este no cedía. Lágrimas de puro pánico se escurrieron por su rostro y leves chillidos rotos borbotaron de lo más profundo de su ser, mientras se incrustaba el metal en la palma de sus manos para hacerlo girar, sin éxito. Escuchaba claramente los pies del sujeto caminar en su dirección y se descubrió a sí mismo propinando un alarido al instante en que lo tomó por los hombros para tenerlo frente a frente. Nunca había sentido tanto miedo cuando finalmente tuvo esos saltones ojos a escasos centímetros de su rostro. Se dio cuenta de que sus párpados yacían totalmente despellejados de su sitio y las venas craquelando su esclerótica de un rojo tan furioso que creyó que estas podrían reventar.
Preso del terror, incluso dejó de respirar; sobre todo, cuando aquel tipo lo tumbó en la cama sin una pizca de cuidado y se coló entre sus piernas, derrumbando toda posibilidad de huida en la que pudo haber pensado. Como acto reflejo, pataleó, gritó y golpeó a diestra y siniestra, sintiendo que se ahogaba en sus propias lágrimas, lamentos y sudor.
Una de las manos del sujeto retuvo sus dos brazos con un poder impresionante por encima de su cabeza, frenándolo de toda acción brusca. Esperó a su próximo movimiento, temiendo por lo que fuese a suceder con él en los siguientes minutos. Lo vio levantar su otra mano e inmediatamente cerró los ojos con todas sus fuerzas, temblando y respirando ruidosamente por la nariz. No sintió nada. Aquel tipo no lo tocó, ni intentó hacer algo en su contra, por lo que se dio ánimos para mirar, a pesar de que moría de miedo.
Contó hasta tres y entre agitadas palpitaciones, abrió los párpados. Jadeó, sin poder creerlo.
—M... Mi... —parpadeó atontado—. ¿Mika... Mikaela? —dijo por fin, con la voz quebrada luego de tantos gritos y tensión acumulada.
Los ojos que en primera instancia se veían profundos y apagados, de pronto, brillaron bajo la tenue luminosidad roja que los tenía cautivos.
El tapabocas había sido retirado, permitiendo que las facciones delicadas del chico, ahora bañadas en sangre, se lucieran con orgullo. Yuu no pudo contener su mueca de espanto. Parte de la nariz y labios yacían rotos, como si les hubiesen dado múltiples puñetazos limpios y certeros. Pero luego estudió la única mano que tenía visible y, a juzgar por los nudillos lastimados y empapados en el oscuro líquido, maquinó variadas teorías en un segundo.
—Mika... ¿Qué...?
—Wow... —murmuró sonriente—. Quién diría que encontraría al aplicado Hyakuya Yuichiro en un lugar como este...
Ignorando aquello, se dedicó a cuestionar qué diablos había ocurrido con su callado compañero de clases, el cual pudo reconocer a duras penas. De pronto, los niveles de tensión en su cuerpo bajaron una fracción y sintió una extraña confianza formular preguntas.
—¿Qué pasó contigo? —susurró.
El semblante risueño del chico se endureció de pronto y pudo ser testigo de la furia emanando de sus oscuros ojos azules desencajados.
—Sólo resulta que me harté de tener miedo de los demás —su mano libre se paseó sobre la suave piel de su cara, dejando allí imperceptibles caricias—. Dejaste de ir a la escuela hace unos meses, así que te pondré al día —abriendo su bata correctamente, se dio a la tarea de recorrer toda la extensión de su pecho—. ¿Recuerdas a esos imbéciles que siempre me molestaban? ¿Esos que eran amigos tuyos? —pellizcó uno de sus pezones con la intención de causarle daño y Yuu gimió de dolor. Nuevamente, comenzó a sentir terror de él—. Como tú jamás hiciste nada por detenerlos, más que sentir lástima de mí... —se burló, retorciendo la protuberancia hasta que los quejidos de Yuu fueron imposibles de soportar—... me encargué yo mismo de acabar con todo esto. Ya no soporté que me molesten por el simple hecho de ser malditamente gay. ¿Qué diablos les importa? ¡Jodidos hijos de perra! —de la ira, rasgó la sensible piel del pezón, desprendiéndola de su lugar.
Yuu gritó, sintiendo los cálidos hilos de sangre marcar ríos rubíes por su costado hasta perderse en las sábanas y el dolor extenderse rápidamente. Con su cristalina mirada suplicante, rogó que se detuviera.
—Mika... L-Lo siento... Por f-favor, para... —sollozó.
Su agresor negó con la cabeza, terminando por arrancar de un tirón aquel pedazo de su cuerpo y arrojarlo lejos. El alarido fue tan ensordecedor que recibió un puñetazo en el rostro.
—¡Cierra la boca! —tomando su mandíbula con rudeza, lo obligó a mirarlo a los ojos, importándole poco que este se estuviera retorciendo de puro dolor—. Tú jamás hiciste algo cuando te pedía que me ayudaras o que simplemente le dijeras a tus putos amigos que me dejaran en paz. Pero... ¿Sabes qué es lo mejor? —preguntó, observando cómo la piel del rostro de Yuichiro rápidamente se tintaba de morado—. No volverán a meterse conmigo porque me hice cargo de ellos —sonrió, enseñando su puño lastimado—. Los hijos de puta casi me arrancan los ojos, pero no importa porque igual acabo de matarlos.
La información ni siquiera hizo mella en su víctima, pues parecía demasiado preocupado por encargarse de agonizar de dolor, llorar y pedirle clemencia. Rió como un lunático.
—¿Qué hubieran pensado ellos si se enteraban de que te prostituyes en un club gay? ¿También iban a molestarte? ¿O el desafortunado sólo sería el pobre Mika porque no sabía defenderse?
Liberó por fin los brazos del chico para arrebatarle cada una de las pocas prendas que llevaba puestas. Estas se mancharon de sangre, pero poco le interesaba, ahora sólo quería tener a su compañero completamente desnudo.
Yuu socorrió con su temblorosa mano la herida en su pecho y gimió al sentir el ardiente músculo desprotegido y los pellejos de carne colgando en la aureola.
—No es agradable estar del otro lado, ¿no crees? —acarició cada rincón de su cuerpo con morbo y deseo—. Ser la víctima apesta.
Tomando sus piernas, haciendo caso omiso a Yuu resistiéndose y rogándole entre lamentos que no lo hiciera, las extendió para dejar su entrada al descubierto.
—Yo tenía a alguien que podía hacer algo por mí. Tú no, así que debe ser peor, ¿no es así? —bajó la cremallera de su pantalón y sacó su pene, masturbándolo velozmente para erectarlo—. Aunque ese alguien jamás hizo nada, así que en realidad estamos a mano.
Yuichiro lloró aún más cuando dos dedos se introdujeron con brusquedad en aquella zona íntima de su ser, rasgando el interior y haciendo arder la piel sensible. Fugazmente pidió ayuda a sus padres. Deseó tenerlos allí con él. Juró que les perdonaría el hecho de abandonarlo sólo si lo rescataban de las garras de ese loco. Extrañó a su madre, llamó en voz alta a su padre, pero sólo recibió burlonas risas del chico que muchas veces hizo lo mismo que él en ese instante. Mikaela realmente lo vio, en muchas ocasiones, como la persona que lo podía salvar del sufrimiento y él no hizo nada. No hizo nada porque era un cobarde que no quería tener a esos matones en contra para que le hicieran daño. Y cuánto lo lamentaba. Lloraba por la posibilidad de que aquel adorable chico con hermosa sonrisa hubiese terminado tan psicológicamente herido y él, de alguna forma, pudo haberlo evitado.
Su rostro se sentía entumecido, el lado derecho de su pecho también, y los largos dedos escarbando dolorosamente dentro de su cuerpo, lo tenían bajo una sumisión insana en la que temía pelear por su vida. Ni siquiera en una situación como esa dejaba de ser un cobarde. Sintió tanta pena de sí mismo.
—Podríamos habernos unido contra esos tipos... —musitó, acomodando en posición su largo falo—. Podríamos haber hecho algo, aunque nos hicieran mierda a los dos, pero podríamos haber estado juntos, cariño... —Yuu abrió los ojos desmesuradamente—. Podrías haberles demostrado que a ti no te importaba que yo estuviese enamorado de ti.
El shock que le provocaron sus palabras fue roto por la repentina intromisión que sintió, adentrándose tan profundo y sin cuidado, que fue capaz de distinguir que sus vasos sanguíneos explotaban. Acostarse con tantos hombres en una noche llegaba a doler mucho, pero nada se comparaba a la furia con la que Mika desgarraba cada porción de tejido blando y delicado. Sus dedos se clavaron a cada lado de su cadera para hundirse más y más y a partir de ese momento, no hubo grito, sollozo ni palabra que lo detuviera.
Cada golpe a su interior, era un recordatorio del por qué su vida estaba mal. Cada gemido de placer de su verdugo era la cantidad de veces que él creía haberse equivocado para merecer eso. Las lágrimas no le permitían ver su rostro, sólo era consciente del puro color rojo atosigándolo y las figuras distorsionadas de esos ojos redondos. Ya no le quedaba voz para implorar o quejarse de aquellas manos rasguñar su piel o su boca, mordiendo zonas delicadas hasta hacerlas sangrar profusamente. Nunca había sido testigo de algo así; jamás había conocido a nadie tan fuera de control, al punto de disfrutar de su propia carne y líquido vital en la lengua.
La visión comenzó a fallarle, sus músculos tensos se relajaron como si hubiesen muerto de repente y su respiración agitada se ralentizó. La mano que masturbaba su órgano genial, medio erecto por la adrenalina, jamás se detuvo, al igual que las frenéticas penetraciones. Sus ojos se cerraron, pero una brutal puntada que atacó su costilla hasta romperla lo despertó del trance en el cual había caído, activando todos sus sentidos con los cuales fue capaz de sentir la cuchilla incrustarse a flor de piel.
Gritó.
—¡No te atrevas a desmayarte, pequeña puta! —bramó él en su oído—. Todavía ni siquiera comenzamos con la verdadera diversión... Pagué para tenerte aquí por mucho tiempo, así que al menos has bien tu trabajo.
—P-Por favor... —graznó a duras penas, viendo el filo de una navaja que no supo en qué momento apareció, hundida hasta el mango en su hueso.
Respirar dolía horrores, pero no podía detenerse. Intentó retirar la hoja, pero sus manos fueron enviadas por sobre su cabeza nuevamente. Jadeó.
—Te ves lindo así, indefenso y deshecho en llanto debajo de mi cuerpo —sus largos mechones rubios de cabello se balanceaban al mismo ritmo que él. Su mirada perdida en la lujuria le dio mucho asco, pero no se atrevía a reclamar. Llorar y gritar por ayuda también resultaba inútil si la habitación era insonorizada.
Cantidades de sangre se perdían por la apertura de su costilla y Yuu sintió su vista tornarse oscura por momentos. El sabor metálico de la misma inundaba sus papilas gustativas y ahogaba su garganta de vez en cuando, pero no tenía fuerzas para escupir. Su cuerpo entero se había drenado de energías. Era como un muñeco maleable en las manos de su dueño. Ni siquiera tenía más voz para quejarse por las continuas puñaladas dadas en distintas áreas de su anatomía, o siquiera frenar las agresiones con sus brazos liberados; sólo era consciente del dolor que cada vez era menos perceptible; era como si sus nervios estuviesen tan sobrecargados que yacían anestesiados.
Hundido en un charco de su propia sangre, con un chico dañado mentalmente abusando de su débil cuerpo, Yuu rozó la muerte. Pero en lo único que atinó a pensar, fue en su pequeño hermano que lo estaría esperando en casa. Sus esperanzas por volverlo a ver hasta ese instante eran tan nulas como las raciones de comida que quedaron en las alacenas del hogar. Deseó que la vecina que lo cuidaba en aquel entonces, lo alimentara; pedía por favor, aunque fuese egoísta de su parte, que Guren se hiciera cargo de la única personita que tanto amaba y por la que aún seguía adelante, porque si no iba a sobrevivir a aquella noche, que al menos quedasen evidencias de su lucha, pensó, tomando la navaja que Mika dejó descuidadamente a un costado suyo en la cama.
Tan sumido estaba él en descargarse en su interior, que no vio venir el ataque que, con las poquísimas fuerzas que le quedaban, propinó Yuu a su cuello. El filo se clavó en la carne y finalmente se permitió rendirse a la muerte. Los gritos y la furia que sintió arremeter contra él, no fueron suficientes para espabilarlo de su destino.
—¡Maldita puta asquerosa! —exclamó retirando el arma blanca y viendo correr chorros de su fluido oscuro—. ¡Planeaba mantenerte vivo, pero vas a pagar muy caro tu atrevimiento!
Yuichiro no pudo saber cuál fue su castigo final porque la vida lo abandonó antes de sentirlo. Se fundió a los brazos eternos de Morfeo, los cuales en sus sueños se veían tan rojos y escalofriantes como aquel cuarto que consumió hasta su último respiro. Su cuerpo maltratado a más no poder fue profanado y reventado hasta el cansancio, para ser hallado en forma de cúmulo de masa sanguinolenta pocas horas después por su jefe, quien, poco sorprendido, limpió cada rincón de la habitación hasta dejarla impecable y libre de evidencias.
El red room era una anomalía extraña dentro de aquel club fundado hace muchos años. Era un cuarto rojo que poseía luminosidad por sí sola y estaba escondido al final del prolongado pasillo. Cada persona que pasaba demasiado tiempo allí, se volvía completamente loca al punto de suicidarse o cometer homicidio. Él la utilizaba para recortar personal sin ningún tipo de remordimiento cuando era necesario, y ese niñato, con sus excusas, desplantes y lloriqueos acerca de hacerse cargo de un mocoso, lo tenía hasta la médula y la pérdida de ganancias era demasiada.
Volvió hacia el gran salón principal, repartiendo la paga a sus demás trabajadores hasta que fue el turno de aquel barman de cabellos negros que se acercó hacia él, preocupado.
—Jefe, ¿de casualidad vio a Yuu? Su turno terminó hace bastante, pero no lo vi salir. Tengo aquí su dinero —su semblante inundado de angustia lo obligó a rodar los ojos.
—Tranquilo, Guren. Él está bien, se fue hace rato. Dijo que tenía que llegar a casa lo más pronto posible porque tenía que ocuparse de su hermano y atender una nueva oferta de trabajo que se le presentó —se encogió de hombros—. No volverá, pero puedes darme el dinero y yo se lo alcanzaré.
Sin esperar respuesta, le arrebató el fajo de billetes de las manos, que luego escondió en el bolsillo derecho del traje.
—Ya vamos a cerrar. Vete a casa.
Guren se quedó parado allí adentro sin saber qué pensar hasta que fue corrido del club. Desvió su camino a su hogar, caminando rumbo a aquel barrio que conocía mejor que su propia casa, sin abandonar el entrecejo fruncido y ese nudo de incertidumbre acumulado en su ronco pecho. Yuu siempre recogía su dinero y se despedía de él antes de irse, sin importar qué tan urgente fuera el asunto; le costaba creer que de pronto eso hubiera cambiado y por ello se descubrió a sí mismo corriendo rumbo a esa casa que se caía a pedazos. Golpeó la puerta tal y como lo haría un demente, sintiendo las gotas de sudor empapar su cuerpo. Nadie salía a recibirlo. Ni siquiera se oía un mísero ruido desde adentro de la casa. Continuó machacando la pobre puerta destartalada y llamando a su nombre hasta que su mano picó y las cuerdas vocales dolieron.
Con la respiración agitada y decidido a tumbar la madera, una voz aguda lo detuvo en el acto.
—Guren-aniki.
—¡Shusaku! —exclamó, acercándose a él desesperadamente para tomarlo de los menudos hombros—. Dime, ¿tu hermano volvió a casa?
El pequeño niño negó con la cabeza.
—Él no vino a recogerme de la casa de Krul-nee-san, yo vine solito.
El hombre sacudió sus cabellos con pesadez. No comprendía qué era lo que estaba sucediendo.
—¿Seguro que no lo viste por algún lado?
—Nop, pero un señor con los ojos grandotes me dijo que Yuu-nii-chan estaba aquí adentro, pero no puedo abrirlo —le tendió una pequeña caja forrada de cinta adhesiva, con un diminuto intento de apertura en el extremo.
Extrañado, Guren tomó el paquete entre sus manos, destrozando bruscamente la seguridad. Lo abrió con furia, arrugando la frente en cuanto observó su contenido. Sintió náuseas.
—¿Qué es eso, aniki? ¿Está Yuu-nii-chan ahí adentro? —preguntó el niño con rapidez e inocencia—. Quiero a Yuu-nii-chan...
"Te amo, Yuu. Lo siento.", leyó en un pequeño cartel ubicado en una esquina, justo debajo del dedo meñique cercenado y sangrante de Hyakuya Yuichiro, el cual llevaba el anillo que el mismo Guren una vez le había regalado.
5340 palabras, ay.
Y con esta, iniciamos el especial de horror en el cuarto rojo ~ 🎃
Siguiente: '❎2: Tokyo Dome'
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