iii. una niña maravillosa
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—Edward —regaña una aterciopelada voz. En mi enajenación por la niña no me había percatado de que cuatro vampiros mas se suman a los cinco ya presentes, todos de ojos dorados. El aquelarre Cullen es más grande de lo que imaginaba y creía posible, ¿nueve miembros? Diablos.
El vampiro que respondía al nombre de Edward nos contemplaba a todos con cierto recelo, con una duda crispada en sus facciones, su dorada mirada se dirigía rápidamente al rostro de cada uno de los vampiros presentes. Su cabello despeinado se movía por el viento que soplaba, y vi como sus manos se cerraban en un puño cuando poso su vista en mí. Pero él no era el único que parecía repentinamente interesado en mí; uno de los recién llegados me evaluaba con interés, de la forma en que se evalúa a un caballo de carreras. Era de estatura baja, fácilmente yo misma le aventajaba diez centímetros. Tenía el pelo color marrón oscuro y su pálida piel contaba con un ligero tono oliva.
Ambos me hicieron removerme incómoda en mi lugar.
—Carlisle —saludó Garrett, salvándome de las penetrantes miradas doradas. Se dirigía hacia el vampiro blondo que había reprendido a Edward con una sonrisa despreocupada que trataba de ocultar cierta intriga en su semblante.
Así que él era el mítico Carlisle. El primer vampiro en iniciar la dieta a base de animales.
—Garrett —dijo el interpelado mientras avanzaba con las manos extendidas hacia delante—, me alegra que hayas venido. Todos, en realidad. Gracias.
—Tienes buenos amigos —respondió burlón Alistair—, amigos que al parecer llevaras a la muerte. Los Vulturi no tardaran en llegar para exterminar a esa... —se detiene, observando con asco a la niña—, monstruosidad.
La pequeña, que antes había salido de detrás de Edward al verme acercar rápidamente vuelve a refugiarse detrás de él.
—Cállate —Me toma un segundo y medio darme cuenta de que el gruñido proviene de mi—. No es una niña inmortal —A mí alrededor, todos me miran como si les hablara en un idioma desconocido para ellos. El aquelarre Cullen sonrío—, mírala. Mira sus mejillas. Escucha su corazón. Es mitad humana.
—¡No puedes esperar que nosotros creamos eso! —grita Amun jalando a su compañera y a Benjamín, instándoles a correr. El vampiro permanece estoico en su lugar a pesar de la sorpresa.
—¿Cómo es posible? —Siobhan fórmula en voz alta la pregunta que ronda por la mente de todos nosotros.
—Bella... Su madre... aún era humana al momento de su concebimiento —respondió Edward, su hermoso rostro se torno solemne.
De repente pareciera que una nube negra se alzo sobre cada integrante del clan Cullen, el ambiente se sentía tenso, lúgubre. El dolor de sus ojos era tan intenso que resultaba angustiante para todos los presentes. Y entonces comprendí, un dolor profundo atravesó mi ya muerto corazón; la pequeña había perdido a su madre. ¿Hace cuantos años habría sido? La semi humana aparentaba unos cortos tres años.
—Fíjense bien. Seguramente notan el parecido con su padre —Por primera vez hablo Rosalie.
Ah. Edward es el padre.
Di un paso para salir de detrás de Garrett, desdeñando su advertencia –mas por Edward que por la niña. A quién seguramente mi creador ya admirará–, y camine con lentitud hasta posarme frente a ellos. Uno de los chuchos se atrevió a gruñirme, pero lo ignoré también. Me incline hasta quedar a la altura del querubín y sin poderlo evitar sonreí.
Ella era, ¿cómo describirlo? Irresistible era quedarse corto.
—Definitivamente veo el parecido. Hola, ma belle fille (1), ¿cuál es tu nombre? Yo soy Katherine —Extendí mi mano, invitándola.
La sonrisa de la pequeña en respuesta fue deslumbrante. Su cuerpecito volvió a salir de detrás de su progenitor y extendió una de sus manitas, en dirección a mi cara e ignorando mi mano.
El vampiro en cuestión suspiro, sonando resignado.
—¿Te importaría que ella te lo muestre? —Su voz aún sonaba tensa—. Tiene un don para explicar las cosas.
Sin esperar mi respuesta la niña coloco su pequeña mano en mi mejilla.
Use todo mi escaso autocontrol para no retroceder ante la sorpresa que me provoco sentirla y verla en mi mente. Mis sentidos seguían intactos, podía ver y oír a los demás. Era como si sus recuerdos formaran parte de mis pensamientos, pero podía diferenciarlos de los míos.
Renesmee, como la había nombrado su madre, me mostró todo. Su lado de la historia. Era maravilloso como tuvo conciencia incluso antes de nacer. Lo rápido que aprendía, que crecía. ¡Solo tenía cuatro meses de edad!
Una niña maravillosa sin duda.
Alrededor mío, mis congéneres esperaban impacientes hasta que Renesmee dejo caer su mano de mi rostro.
—¿Crees lo que te contó? —Me preguntó Edward, con una expresión llena de intensidad.
Volví mi cabeza entre padre e hija, sonriendo al ver a la bebé repentinamente seria, a la espera de mi respuesta. —Sin duda alguna.
(1) Mi hermosa niña, en francés.
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