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Solo Garrett y yo llegamos a un pueblo, el cual había escuchado tenía el nombre de Forks, un lugar que, pese a mi recelo, me agradaba. Jamás antes había visto un lugar tan perfecto, tenía un cielo completamente nublado y un clima húmedo el cual le daba a la tierra un olor realmente sensacional. Aquí no había necesidad de esconderse en días soleados. De todos los lugares en el mundo que había recorrido solo este me parecía el lugar ideal para mi especie, a excepción de Alaska, pero la vista tan blanca y monótona no la soportaba.

Aunque ya empezaba a lamentar el haber acompañado a Garrett.

El bosque alrededor de la casa de los Cullen estaba prácticamente a reventar de tanto vampiro que llegaba al hogar en auxilio al clan y yo nunca había estado en compañía de máximo tres de mis congéneres aparte de mi creador, tener a casi una treintena me enervaba. A Garrett le daba gracia que me pusiera a la defensiva por cualquier movimiento. A Liam también le parece divertido, sin embargo a diferencia de mi creador, él me consuela diciéndome que al pasar de los años ese instinto paranoico se apaciguara.

Fue una grata sorpresa encontrar al aquelarre irlandés en el jardín de la casa Cullen, siempre era un placer ver a la pequeña Maggie –una vampira pelirroja con el don de saber cuando alguien mentía–.

Casa. Aun nos parecía raro a Garrett y a mí el ver que los vampiros podían adoptar este estilo de vida. Hace casi una década de mi transformación y nunca se me había cruzado por la cabeza que nuestra especie pudiera convivir pacíficamente, al menos en un número elevado como lo era este grupo de vampiros de ojos topacio. De hecho, Garrett y yo convivíamos la mayoría del tiempo en armonía solo gracias a la naturaleza amable del vampiro.

Lamentablemente yo carecía del don de la paciencia y si ningún vampiro de ojos dorados se dignaba a darnos una explicación del por qué tanto misterio un par de cabezas rodarían. En especial las de los insoportables Amun y Alistair, por que de ninguna forma me metería con los licántropos que merodeaban la casa.

Por un tiempo Garrett se entretiene con un vampiro con una mirada extrañamente alegre llamado Benjamín, que tiene el don de manejar los cuatro elementos a su antojo. Tia, su compañera me distrae a mí y a Peter y Charlotte –amigos nómadas– hablando de Egipto. Un lugar que Garrett y yo nunca habíamos visitado.

La vampira se corta a media frase, todos a nuestro alrededor jadean. Algunos retroceden con temor, soltando siseos de sorpresa. Cinco vampiros de ojos dorados –entre ellos Emmett y Rose– hacen acto de presencia, tres chuchos le siguen de cerca y distingo una melena rizada: la causa de tanto alboroto. La niña humana se aferra detrás de un hombre, un vampiro que rivaliza con Rosalie en belleza. Pómulos altos, una fuerte mandíbula, cejas perfectas, una nariz recta y labios carnosos. Su pelo bronce se ve resaltado por sus ojos color topacio.

Pero no es él quien me quita el aliento, es la niña. Su pequeño rostro era tan absolutamente perfecto que me sorprendió. Tiene las mismas características faciales y el mismo color de cabello que el vampiro que la cubre, pero tiene el cabello rizado y los ojos de un hermoso tono chocolate. Su piel pálida se ve coloreada por un tenue rosado y a diferencia de todos nosotros, su piel brilla levemente como el alabastro y no como diamante bajo los escasos rayos de sol que hay.

Es entonces que caigo en cuenta de que su corazón bombea sangre, con un ritmo más rápido que un corazón humano normal y su aroma era una mezcla interesante: vampiro y humano.

Casi por inercia, como una polilla a la luz, me acerco a ella, soy la única en realidad que se mueve. Garrett esta en un micro segundo a mi lado, cortándome el paso. Los marrones ojos infantiles me observan con interés. A su lado, su protector deja escapar un gruñido de advertencia.