tres.
If I'm a forest, you're the grass under my feet.
Él tenía preparado varios sitios para llevarla, pero ella sólo le había dado desde las doce de la noche hasta las seis de la mañana, que empezaba a amanecer.
Seis horas para hacer que una chica de la calle se retire. Un reto casi imposible, pero no del todo.
Él fue a recogerla, en su impecable Cadillac descapotable, tan rojo como los labios de la chica. Ella llevaba un ajustado vestido rojo, hasta medio muslo, con una chaqueta de cuero negro, sus tacones rojos y sus labios del mismo color, él, sin embargo, llevaba una camisa blanca, una corbata negra, unos pantalones negros y unos zapatos, cómo no, negros.
-¿Y a dónde vamos, señor "puedo hacerte cambiar de idea"? -dijo ella, con su tono arrogante habitual.
-Espera y verás.
Tras una hora de viaje y la impaciencia de la chica aumentando por minutos, llegaron a algo parecido a la cima de una montaña.
Ella, extrañada, bajó del coche y caminó hacia el borde, y se quedó sin palabras. Desde allí, se podía ver toda la ciudad, con su luces parpadeantes, y sus calles desiertas.
-Esto es precioso -susurró ella, mirando hacia al chico.
-Casi tanto como tú -dijo él, con una sonrisa blanca y sincera.
Ella bufó.
-Qué manera más predecible de ligar tienes.
-La gracia es -Se acercó un poco más a ella-, que no estoy ligando.
Ella rodó los ojos, mientras escuchaba la canción que sonaba en la radio. Cerró los ojos y suspiró.
-Me encanta esa canción.
Él se acercó a ella, y puso sus manos sobre las caderas de la chica, mientras ella se acurrucaba contra el pecho del chico, poniendo las manos en su nuca.
Ambos comenzaron a bailar, fundiéndose con la noche.
Eran almas perdidas, almas de la noche, que se habían reunido con su otra mitad para, al fin, sentirse completos.
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