cuatro.
Let's love the broken ones.
Tras llevarla a aquel barranco, desde el que se veía toda la ciudad, la llevo a un sitio que él pensó que le encantaría.
Y nada más lejos de la realidad.
Aquel lugar era la vieja estación de trenes abandonada, a las afueras de aquella ciudad sin nombre.
Ella caminaba por las baldosas que alguna vez fueron blancas, mirando hasta el ultimo detalle de aquel lugar, desde los trenes oxidados, a las enredaderas que crecían por las paredes, hasta el agujero en la cúpula de cristal, a través de la que se veían decena de estrellas, y una porción de la Luna.
-¿Te gusta? -susurró él, cerca de su oído.
-Mucho -susurró ella, de vuelta, muy bajo, ya que tenía la estúpida idea de que si, hablaba muy fuerte, despertaría a los recuerdos allí dormidos.
Tantas vidas, tantos momentos, tantas llegadas, y partidas. Las estaciones de tren eran mágicas.
-Te conozco mejor de lo que crees -susurró él, pasando sus labios por la curva del cuello de ella.
-Y yo a ti -susurró ella, sin aliento.
-¿Ah, sí? -dijo él, entre beso y beso.
-Sí -dijo ella, mientras sacaba un pequeño bote de su bolsillo, con un líquido con un color parecido al caramelo.
Él lo agarró, lo abrió y olió. Sí, era Bourbon. Se lo bebió de un trago, y sonrió.
-Toma -susurró él, mientras le pasaba una cajetilla de Marlboro Lights.
-Sí que me conoces -Sonrió, a la vez que se daba la vuelta y lo besaba.
Primero, fue un beso normal, apasionado. Pero en algún momento, de tornó desesperado, cómo ambos jóvenes. Estaban desesperados, el uno por el otro, sin a penas saberlo.
Estaban desesperados por amar y ser amados.
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