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3. Tan lejos, tan cerca

AL DÍA SIGUIENTE

Tenía que estar más pendiente de la carretera, que de ella. Que se hubiera mantenido tan callada durante todo el viaje le preocupaba, pues le había dado por pensar que quizás ella se arrepentía de la decisión que había tomado.

-El paisaje es muy bonito. A pesar de estar tan lejos, me recuerda a los campos que hay alrededor de la masía de mis padres -por fin rompió su silencio, Sara, aunque eso si, sin desviar su atención de la ventanilla para dirigirse a Carlos.

-Bueno, el mediterráneo tiene su influencia. Es algo que no podemos negar -fue lo que le respondió Carlos, arrepintiéndose al momento de hacerlo, pues pensaba que habían sido unas palabras algo torpes y sin sentido. 

-¿Y cuándo empiezas a competir?

-En un par de semanas. De hecho, el domingo nos vamos a Bahreim para los primeros test. Ya sabes, forzar el coche, ver como se adapta al asfalto, lo que le falta, lo que le sobra...

-Soy una negada para la Fórmula Uno, Carlos. Tendrás que enseñarme por lo menos lo más básico. No quisiera yo estar en tu garaje y no tener ni idea de lo que hablan -le decía ella curvado su boca en una ligera sonrisa, a modo de disculpa.

-Es fácil. Tú quédate con Pole, Qualy y Box, lo demás, vendrá solo.

De nuevo se instaló entre ellos ese silencio incómodo que se había adueñado de ellos. Tantas cosas que tenían de que hablar, y no sabían casi ni por donde empezar. 

-Te vendrá bien irte a la otra punta del mundo, Sara. Despejarte. No pensar -por fin las miradas de ambos se encontraron durante unos segundos. La de Carlos, intentando ser calmada y tranquila. La de ella, aún desolada pero, a la vez, emocionada por la nueva aventura que iba a emprender.

-Desde luego, que el sitio es perfecto. Aunque, no sé si preguntarte si quieres que me vean contigo cuando estemos allí -el titubeo de su voz, no le pasó desapercibido al piloto. Sus palabras, no le pillaron de sorpresa, pues era algo en lo que también él había estado pensando y devanándose la cabeza en lo que hacer.

-¿Qué quieres tú, Sara? porque a mi me no me importa que nos vean juntos, paseando de la mano y que al final todos se enteren de que estamos casados. Pero eres tú a la que le debe importar todo esto...

-Por las murmuraciones y cotilleos que conlleva, ¿verdad? -acabó la morena de ojos azulados sus palabras, pues, también era algo que tener en cuenta. Todo el revuelo mediático que se formaría cuando todos se enteraran, que Carlos se había casado con la novia de su mejor amigo.

-Así es. Por desgracia, soy una figura mediática y en cuanto sepan que estoy casado, rebuscarán hasta debajo de las piedras para dar jugosas noticias.

-Bueno, que lo vayan descubriendo. No tenemos porqué darle explicaciones a nadie. Ni formar un circo con todo esto. Estaré a tu lado y que todo surja de la forma más natural posible. Lo que venga después, sinceramente, he luchado tanto estos meses que por una vez, quiero dejarme llevar.

Sonrío Carlos tras las palabras de Sara, a quien veía mucho más tranquila que la tarde en la que se casaron. Según le contó el padre de Rodrigo, la chica había asumido que las horas de su novio, estaban malditamente contadas, y en vez de llorar y lamentarse, procuró que los últimos meses de vida de él, fueran lo más alegre que pudiera para tener este recuerdo, y no uno poblado de lágrimas. Mira que la familia de Rodrigo había insistido en que ella se quedara en el piso, pero, Sara, quien no quería ser una molestia para nadie, decidió dejar en manos de una de sus mejores amigas, el traslado de sus cosas, e irse con Carlos a Maranello, y así, darse ese tiempo que tanto necesitaba.

-Ya casi llegamos -le dijo Carlos mostrándole las primeras edificaciones de la ciudad, una, consagrada a Ferrari en cuerpo y alma.

-¿Vives cerca de donde está la sede de Ferrari? -Sara miraba por la ventana, maravillada por todo lo que iba descubriendo conforme el coche avanzaba por las empedradas y algunas veces, estrechas calles.

-A las afueras. Me gusta ir andando si puedo al "trabajo", y a la vez, estar alejado de él. Te gustará la casa. Es grande y tiene un gimnasio, que aún recuerdo lo que te gustaba hacer abdominales -se burló él de ella precisamente porque eso era algo que Sara odiaba. De hecho, cuando Rodrigo entrenaba, no solía acompañarlo debido a la dureza de sus ejercicios.

-¡En eso estaba yo pensando! ¡En hacer abdominales! Yo conque tengas una buena conexión de internet, me conformo.

-Por eso no hay problema. Adaptaremos mi despacho para que puedas usarlo como lugar de trabajo.

Sara se mordió sus labios uno contra el otro, intentando reprimir el nerviosismo que la atenazaba, pero, era algo que se había incrementado con cada kilómetro que la alejaba de la capital española. Se sentía lejos de su vida, pero, cerca de otra nueva.

-Gracias, Carlos. De verdad que te agradezco todo esto que estás haciendo por mi -ella se atrevió a poner una de sus manos en su brazo, sonriéndole aunque no de forma muy amplia, aprovechando uno de esos momentos que él la miraba- no tenías porqué hacerlo y te estás comportando conmigo, mejor que mi propia familia.

-Bueno, Sara, para eso están los maridos, para cuidad de sus esposas, ¿no crees?

La casa le encantó. Era tan espaciosa como Carlos le había dicho y tan diferente del piso que había sido su hogar durante los últimos cinco años. Disfrutó de cada estancia que él le mostraba y se mostró entusiasmada con el que sería su lugar de trabajo. Un amplio despacho con vistas al jardín, desde donde podía ver los rosales que pronto estarían cubiertos. Incluso el dormitorio que él le había asignado era una preciosidad. Tonos blancos y azules. Una cama mucho más grande que la suya y su propio cuarto de baño.

No pudo evitarlo. Sara se dejó caer en uno de los sofás que había en la sala, llevándose las manos a la cara. Hacía mucho que no lloraba. Desde la misma mañana que murió Rodrigo. Se recriminó ese momento, pues sintió cierto alivio cuando a él le abandonó la vida. Sus últimos días habían sido un calvario de dolor, algo de furia por saber que se moría y de reproches a la vida, y si, a los que le rodeaban.

-Sara -escuchó la voz de Carlos que se sentaba junto a ella e intentaba coger sus manos para que dejara de hacerlo.

Pero, lo que se encontró el piloto, fue una chica que sollozaba sin consuelo, y que se arrojaba a sus brazos, incapaz más de controlar sus lágrimas. Él le dio ese apoyo que necesitaba. Acarició su espalda con mucho cuidado, brindándole palabras de ánimo que pudieran mejorar su estado. No fue hasta que pasó casi media hora que Sara se sintió algo mejor, y dejó de llorar.

-Lo siento, Carlos. Pero necesitaba dejarlo salir. Ya no podía más -se disculpó ella limpiándose las lágrimas con la manga de su sudadera.

-No pidas perdón por eso, Sara. Es normal. De verdad.

-A veces me siento culpable, Carlos -se atrevió ella a decirle algo que no había compartido aún con nadie- pero, eres, joder, no, eras, el mejor amigo de Rodrigo y no quiero que me malinterpretes.

Cogió Carlos las manos de Sara y se las apretó con mucha suavidad pero con firmeza, a la vez que le mostraba una tranquilizadora sonrisa con la que darle ánimos para continuar hablando.

-Nada que me cuentes de ese zoquete hará que me cabree -le contestó él para tranquilidad de la chica.

-Me siento culpable porque desde que me sacaste de Madrid, me siento bien, tranquila, relajada y hasta algo aliviada. Los últimos meses han sido muy duros y había veces que yo ya no podía más -le confesó ella con cierto tono de tristeza en su voz, algo que él entendió perfectamente.

-Es normal sentirse así, Sara. Has pasado por mucho tú sola. Tuyos han sido los dolores, las lágrimas, la desesperación... no pasa nada por sentirse así. Estoy seguro de que Rodrigo no querría verte triste o llorando por las esquinas -le recordó él en un tono más distendido.

-Lo sé. Es lo que me pidió, que fuera feliz y que no le llorara más o no podría descansar ahí arriba, aunque, me dijo otra cosa el muy idiota -le decía ella, esta vez con un tono de diversión en su voz, uno que hasta ahora no había mostrado y que Carlos se mostró encantando con él.

-Sorpréndeme. A ver que idiotez te dijo ese capullo -Sara se mordió de nuevo los labios, y sin saber como, Carlos se quedó mirando esa boca sonrosada muy fijamente. Pensaba en como sería besar esos jugosos labios hasta verlos enrojecer. Tuvo que desechar ese pensamiento y no sentirse culpable por pensar así de una reciente viuda.

-Bueno, me pidió...que no me enamorara de ti -Sara no le bajo la mirada, pues esperaba la reacción de Carlos a sus palabras, algo que él le mostró, rodando sus ojos un par de veces.

-¡Vaya! ¡A mi también me lo pidió!

-¿En serio? -le preguntó Sara sorprendida por lo que Carlos le contaba.

-Así es. Hasta me lo hizo prometer y todo -Sara lo miró. Se fijó en él, pero de otra manera. En esos ojazos marrones llenos de vida e iluminados por la luz del sol que entraba por la ventana. En esa nariz algo pronunciada que le daba un toque más exótico. Esa cabellera casi negra, abundante y sedosa. Y no quiso bajar más, pues sus labios, desde tan cerca, parecían muy tentadores.

Carlos no estaba tan lejos de ella como parecía, no, al contrario, estaba bien cerca.

-¿Y se lo prometiste? -le preguntó ella a la vez que sentía alterarse los latidos de su corazón. Carlos le dio una taimada sonrisa, una que escondía una rebeldía para con su amigo. Simplemente, pasó su lengua por entre sus labios, y sonrío antes de contestarle.

-No. No puedo prometerle algo que no sé si voy a poder cumplir.

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