Prefacio
La habitación estaba inmersa de risas, música, conversaciones y miradas cómplices. La seriedad y la diplomacia se disolvieron con el correr del alcohol en sus sistemas. Las inhibiciones de a poco se fueron olvidando, y todo se convirtió en una escena poco divertida para algunos.
— Realmente hay cosas que quiero probar, tu sabes a qué me refiero —canturreó un chico, mirando a otro con ojos llenos de oscura lujuria. El otro chico rió fuerte, bebiendo de su vaso y oyendo las risas del resto.
— Creo que todos deberían, alguna vez en la vida, intentar cosas nuevas en el sexo. Somos pocos los que tenemos el privilegio de gozar de nuestra sexualidad sin problemas —dijo otro uniéndose a ellos, dedicándole una mirada furtiva a una de las chicas ahí presentes.
— Decimos que hombres y mujeres somos lo mismo, pero en la vida real, no se aplica —opinó una chica, poniendo los ojos en blanco, un tanto incómoda con el camino que la conversación estaba tomando.
— ¿A qué te refieres? —inquirió alguien en la sala.
— Se dice que todos tenemos derecho a disfrutar nuestra sexualidad sin problemas, pero cuando un hombre se acuesta con quien quiere y con cuantos quieren, se celebra festivamente. En cambio, si una mujer hace lo mismo, ella automáticamente se convierte en una puta —respondió la chica, con tono punzante.
Los murmullos se elevaron, los comentarios se dispersaron a través de la habitación que comenzaba a luchar por ver quien daba su mejor opinión.
Con una mueca sonriente, un chico suspiró, conteniéndose de hacer un comentario poco fortuito. Miraba a todos cuidadosamente, juzgando a algunos de ellos, y asintiendo con otros. Sentía repulsión por varios de esos niños mimados, pero quién era él para repudiarlos cuando también era considerado uno. Sus ojos se posaron en la chica que no dejaba de mirarlo y que a veces intentaba tocarlo con despreocupación; él le dedicó una media sonrisa mientras miraba su cuerpo con ensoñación. Ella se mordió los labios antes de beber de su copa, y él movió su cabeza hacia otra chica.
Ella estaba sentada, manteniendo distancia del grupo que discutía sobre las preferencias sexuales, y acercándose más al grupo de los que susurraban sus ideas por lo bajo, para no parecer deseosos de un poco de atención. Su imagen era pulcra, elegante y casi etérea; de algún modo, ella no parecía combinar con el resto. Ella contemplaba el enorme patio que se extendía en aquella lujosa mansión.
— Seo, ¿tú qué opinas respecto al tema? —inquirió él, intentando ocultar la provocación y malicia. La chica parpadeó, saliendo de su ensoñación; su expresión inocente y confusa lo hizo removerse en su asiento.
Oyó risas burlonas y los comentarios no tardaron en llegar.
— ¿Qué clase de preguntas haces, Kylian? —dijo uno de los chicos. Su rostro estaba casi desfigurado por el horror y el desconcierto, cómo si acaso su pregunta fuese demasiado escandalosa.
— A mí sí me gustaría saber qué opina —dijo la chica que le dedicaba miradas lascivas a Kylian, interrogando a la chica, desafiante y con recelo. Todo en ella indicaba que la juzgaba por su aspecto, por su familia y por cómo era.
Los ojos de quienes los rodeaban se posaron en la chica de pelo lánguido negro, ojos rasgados negros y labios llenos. Sus mejillas sonrojadas la hacían ver como una presa fácil para las burlas. Incomoda, miró a todos mientras jugaba con los anillos de sus dedos.
— Creo que todos deberían hacer lo que quieran sin necesidad de ser juzgados. No es tan complicado solo ocuparse de sus propias vidas —respondió, con un encogimiento de hombros, luciendo despreocupada.
— ¿Tú te acostarías con más de una persona? —insistió la chica, punzante. La chica de pelo negro abrió su boca para responder, pero parecía que la respuesta ya estaba cantada.
— Obvio que no, Hanna tiene un anillo de promesa hasta casarse —respondió alguien más, y comenzaron a hablar sobre su virginidad, la seriedad de su vida, la opresión de sus padres y todo lo que usualmente las personas decían sobre ella, pero que usualmente no eran testigo.
Ella no gastó su tiempo en aclarar nada, y pronto, la conversación dejó de tenerla en el centro de atención. Respiró hondo cuando las miradas se alejaron de ella, excepto por una. Disimuladamente, Hanna posó sus ojos en Kylian, quien la contemplaba intensamente. Una mueca indeleble en sus labios y el brillo sombrío en sus ojos.
El conocimiento y la confianza se dibujaban en su expresión, cómo si tuviese un secreto que solo ellos dos sabían. Hanna le echó un vistazo a todos, confirmando que nadie la miraba y volviendo a ver a Kylian,cualquier atisbo de ingenuidad se evaporó y sonrió mordazmente antes de guiñarle el ojo con complicidad.
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