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Distracciones

Años atrás...

Hanna tenía solo 17 años cuando experimentó el amor por primera vez. Era inocente y soñadora, una adolescente que quería descubrir cada pequeño detalle del mundo. Solo deseaba salir de la perfecta burbuja en la que se comprimía toda su vida, desprenderse del confort y la seguridad.

Quería encontrar personas que tuviesen sus mismos pensamientos, hacer amigos reales y duraderos, encajar en algún sitio y ser parte de algo. Poder encontrar un amor que le diera fuerza y vitalidad. Y en su camino a rebelarse de lo que era su vida, lo conoció a él.

Él poseía lo que ella carecía: astucia, desconfianza y frialdad. Hanna imaginaba el mundo en tonos brillantes mientas que él se lo dibujaba en la oscuridad. Con su sonrisa desafiante y actitud taciturna, hacía de ella lo que quería; entretejiendo con palabras bonitas, pero vacías de promesas, fantasías que la hipnotizaban, llevándola a lo desconocido y alejándola de lo que fue.

Hanna podía ver el mundo con otros colores a través de él, e imaginaba todo lo que podría hacer a su lado. Era idealista y romántica pero llegó un día en que la realidad quebró todas sus esperanzas.

Los gritos de su padre la había asustado, el silencio de su madre tras él. Sus ojos acusadores eran dagas que la aterraban, confundida acerca de lo que ocurría.

— No puedo creer que mi hija se esté comportando de esta forma —la reprendió. Su voz quebraba la calma y hacía temblar su cuerpo. Estaba petrificada frente a ellos. Ella tenía 17 años y aunque se decía a sí misma que era grande, en ese instante no era nada.

— Pero yo no hice nada malo —susurró, sintiendo el ardor en sus ojos y el nudo en su garganta.

¿Qué podría haber hecho para merecer esos gritos, ese juicio y vergüenza en sus expresiones? ¿Por qué nadie estaba de su lado e intentaba ayudarla?

— ¿Nada? —inquirió su padre—. Andas acostándose con chicos por ahí, saliendo de noche a fiestas llena de descontrol en sitios que no son los correctos. ¿Está educación se te dio? ¿Nosotros te criamos así? ¿Así nos pagas? —gritó.

Parpadeó anonadada, aturdida por las palabras, sintió su cara enrojecer por la vergüenza, la frustración y el horror. Ella no había hecho nada malo, y lo que había hecho era por amor.

— Yo no soy una cualquiera —se defendió, ni siquiera había elevado su voz, pero al parecer no era necesario.

El sonido fue lo primero que sintió, lo segundo fue el ardor en su mejilla. Cerró sus manos en puños, las lágrimas cayendo por su rostro y el nudo en su garganta ya era insostenible.

— No me faltes el respeto, Hanna —le dijo, y ella quería afirmarle que eso no sucedía, pero de algún modo, nada servía. Estaba sola, ella y sus sentimientos. Su madre era una más juzgándola en silencio, y su hermano, él estaba escondido en algún sitio escuchando la discusión.

Sin poder mirarlos a la casa, sintió la presencia de su padre disiparse. Los pasos de su madre eran suaves, inseguros.

— Me das vergüenza —le dijo; otro puñal en el pecho de Hanna se clavó, y tuvo que luchar por ahogar el llanto— ¿Qué crees que dirán de nosotros sí saben que andas por ahí con gente que no es buena junta, en fiestas y acostándote con cualquiera? ¿Nuestro honor y reputación? Sabes que la familia es lo primero —le agregó su madre.

Hanna cerró los ojos, respirando hondo y posando su mano sobre su mejilla que ardía.

— Yo no he hecho nada que mi hermano no haya hecho. Solo estoy conociendo a alguien, nada más. ¿Por qué a mi hermano no le dicen nada cuando es menor que yo? —preguntó, pero lo único que recibió fue otra cachetada.

Todo era injusto y doloroso. Le insistían sobre el honor y la reputación, pero ellos no tenían nada de honor. Y la familia eran puras mentiras...

Enojada y frustrada, comenzó a caminar lejos de su madre y de su familia. Se escapó entre los gritos de sus padres, llorando en busca de un lugar seguro que pudiese darle confort, que la hiciera sentir mejor, y que le dijese que todo estaba bien.

Las palabras retumbaban en su mente, acechándola y volviéndola miserable.

— ¿Qué haces aquí? —él le dijo al verla; ella se encontró con su expresión de rechazo, como si su presencia fuese un estorbo, algo que le incomodaba.

Ella había intentado explicarle lo que sucedía, pero lejos de lo que imaginó, él solo se encogió de hombros. La misma sonrisa desafiante y expresión taciturna que la hechizaba fue lo que hizo añicos con su realidad.

Él no la amaba, apenas soportaba sus problemas. Solo era un mero entretenimiento que usaba cuando estaba aburrido o sin compañía. El amor que ella creyó que existía solo eran ilusiones que se esfumaron frente a sus ojos en ese instante, y la verdadera naturaleza de él, brillaba entre su oscuridad.

Intentó ver las señas que se ocultaban a plena vista. Y esa expresión que ahora le asqueaba fue lo último que vio de él antes de huir, para escabullirse de lo que no quería creer. Estaba sola, sin nadie que pudiese darle una mano cuando se encontraba casi a punto de caer.

La oscuridad comenzaba a inundarla cuando escuchó una voz.

— Hanna ¿Estás bien?

En medio del llanto, ella buscó a su alrededor, para encontrarse con aquel rostro conocido. De nada servía esconderse o hacer de cuenta que nada sucedía, podría intentar engañar a todos pero no a él. Y su presencia, era lo que necesitaba en ese momento.

Se levantó y fue hacia él más rápido de lo que quería. Sentía vergüenza pero él no la juzgaba, nunca lo hacía, solo la abrazó estrechamente sin decir nada. Ella volvió a romper en llanto bajo su abrazo, dándose cuenta que allí había un poco de lo que necesitaba.

— Tus padres llamaron y les he dicho que estabas conmigo, esta noche puedes quedarte en casa, todo va a estar bien —le dijo, acariciando su espalda suavemente. Ella asintió, queriendo hablar pero sin estar segura como iba a sonar.

— Gracias Kyl —susurró, liberando todo su dolor, porque sabía que una vez que todo eso pasara, ella ya no sería la misma Hanna de antes.

💋💋💋

Sin ningún tipo de dudas, Kylian la besó. Sus manos tocaban gentilmente su cuello y mejillas, la suavidad de sus labios era esperada pero aun así le sorprendió. El roce de sus labios era delicado hasta que comenzaron al comienzo; él la besaba cuidadosamente explorando territorio desconocido, y ella se aferraba a sus labios como si fuese lo único posible de salvarla.

La lentitud y torpeza del comienzo se deshicieron en cuestión de segundos cuando la desesperación se mezcló con la intensidad del momento. Kylian fue profundizando sus besos, explorando su boca, mordiendo sus labios mientras sentía las manos de Hanna hundirse en su cintura junto con los sonidos que emitía, pidiéndole más. Kylian era capaz de darle todo lo que necesitaba, pero primero necesitaba respirar.

Hanna abrió sus ojos hacia él con inseguridad, sus labios entreabiertos lucían rojos e hinchados, estaba sin aliento al igual que él. Kylian permaneció tenso, mirando como ella parpadeaba anonadada, sus ojos posándose hacia un lado y respirando hondo.

— Ya se fue, lo siento, entré en pánico —dijo, cerrando los ojos y escondiendo su cara en el pecho de él. Kylian no respondió de inmediato; su corazón retumbaba demasiado acelerado y su cabeza era una nebulosa difícil de controlar.

La abrazó, sin procesar lo que había ocurrido. Ya no oía a las personas ni a la música, solo un zumbido agudo que lo confundía.

— Vamos —susurró con voz inestable, sin poder mirarla aún, tomando su mano para llevarla lejos de la fiesta.

Ambos terminaron escabulléndose en la habitación de Hunter, en la planta alta. La soledad de ese sitio era más ruidosa que la fiesta. Kylian continuaba con la mirada perdida, sintiendo el torrencial de emociones que no podía definir, hasta que en un atisbo de claridad miró a Hanna. Ella caminaba de un lado a otro, consternada, pasando sus manos por su pelo y su cara. Gemía con enojo y sus ojos estaban enrojecidos.

— ¿Por qué? —inquirió ella, sonando casi como un grito— Todos estos años, sin verlo, por qué debía volver a cruzarlo. ¿Por qué acá? Él no es de este círculo, recuerdo cuanto se burlaba de los ricos, y de mí, por ser una de ellos —hablaba hacia la oscuridad esperando una respuesta que no llegaba—. Además me reconoció ¿y qué pretendía hacer cuando se acercara? ¿Quería que lo saludara como si nada? —su risa sombría repercutió con tristeza.

Kylian continuaba admirando como el enojo se deshacía de la Hanna controlada. Podría haber sonreído ante aquel atisbo de la antigua Hanna, de no ser porque su mente se encontraba en guerra.

Ella detuvo su andar, respirando hondo, posando sus ojos en un Kylian silencioso. Intentó sonreír sin éxito, meneó la cabeza antes de acercarse a él.

— No es que sienta algo por él... más que rencor y odio —comentó—, pero me asusta encontrarlo nuevamente, no ser capaz de hacerle frente, volverme tan estúpida como lo era —su voz se fue apagando.

— No eras estúpida —se quejó él—. Solo te gustaba demasiado, pero ahora has crecido y aprendido muchas cosas —se encogió de hombros. Hanna emitió un sonido de disgusto y él estiró su mano hacia ella para desordenar su pelo— ¿Quieres irte o prefieres quedarte? —inquirió.

Ella meneó la cabeza, negada a flaquear.

— Si me voy, admito su importancia. Prefiero quedarme pero lamentablemente, voy a estar pegada a ti —sonrió, ladeando su cabeza. Él respiró entrecortadamente, irguiéndose contra la puerta.

— No espero menos de ti —susurró, señalando hacia la puerta—. Volvamos a emborracharnos y a jugar al póker, quizás podemos hacerlo interesante de algún modo —canturreó él, guiñándole un ojo, haciendo de cuenta que todo estaba bien y que no repetía en su mente continuamente una secuencia que sabía que lo perseguiría de ahora en más.

💋💋💋

Kylian alcanzó la mano de Hanna, tirando de ella suavemente para que se sentara sobre él. Su cercanía le daba seguridad y una sensación burbujeante en su interior. Rodeó su cintura con gentileza mientras ella sostenía por él sus cartas.

— ¿Crees que pueda ganar algo? —preguntó acercándose a su oído, no sabía si estaba embriagado por el alcohol o continuaba confundido de antes.

— Solo si juegas bien tus cartas —susurró ella, dándole una mirada provocativa.

Permanecieron contemplándose solo un instante, silenciosos, hasta que Kylian no pudo evitar descender sus ojos hasta sus labios. Ella pareció notarlo y se mordió sus labios antes de girarse para ver al resto.

— ¿Pueden dejar de mostrarnos cuan felices son delante nuestro? —inquirió uno de los chicos contra quien jugaban—. Nuestras parejas ya nos comparan contigo como hombre, ahora como novio, eres inaguantable Giroud —se quejó.

La risa de Hanna repercutió en su cuerpo al mismo tiempo que elegía la mejor carta para tirar. Ella tenía la suficiente comodidad y confianza en él como para recostarse sobre su pecho, y con lo que había bebido, ni siquiera le importaba comportarse con poca rectitud.

La mayor parte del juego, Kylian y Hanna estaban en su mundo. Susurros, miradas cómplices y bromas. Él deseaba ocupar su atención, lo suficiente para olvidar lo que sucedió, aunque le costara. Luchaba por suprimir el caos de su mente y la susceptibilidad de su cuerpo.

Él la veía beber como si intentara buscar un método de calmar sus inquietudes y silenciar su mente. La aparición de Simón la había sacado de su control pero no encontraba forma de volver a construirlo. Kylian masajeaba su cintura con suavidad, evaluando sus rasgos.

— Si sigues así mañana despertaras con una resaca imposible de quitar —murmuró cerca de su oído. Ella se detuvo a centímetros de su copa, mirándolo de soslayo.

— Necesito distraerme, no lo he visto pero siento que en cualquier momento podría volver a aparecer —respondió, sin atreverse a mirar al resto del lugar, tensándose sobre él. Kylian la miró con arrogancia, para hacerle saber que estaba siendo un tanto paranoica.

— Probablemente esté lejos, deja de complicarte. Úsame a mí para distraerte pero no al alcohol porque terminarás destruyendo tu hígado —se quejó, robándole el vaso de vino para bebérselo de un trago. Ella pasó del horror a la oscuridad; sus ojos adquirieron un brillo peligroso una pequeña sonrisa comenzó a formarse en sus labios.

— ¿Puedo usarte de la forma que quiera? —su voz se tornó sedosa, él comenzó a negar.

— No me refiero a ese tipo de distracción —Kylian tropezaba con sus palabras, sonrojándose.

— ¿Cómo qué no? Sabes que ese tipo de distracción en lo que necesito en este momento —ladeó su cabeza con un aire inocente que no lo engañaba.

— Primero y principal, no. Segundo, no estamos solos. Y tercero, sé que lo dices porque estas siendo irracional —argumentó, haciendo que ella pusiera los ojos en blanco.

— Que estemos con más personas lo hace más divertido y no estoy siendo irracional. Solo voy a ceder porque dijiste que no y respeto los límites —comentó, guiñándole un ojo, deshaciéndose de su actitud seductora, y recostándose sobre él de nuevo.

Kylian permaneció en silencio, evaluándola con desconfianza, mientras le alejaba el alcohol. Y la última ronda comenzó a jugarse hasta que todos comenzaron a alejarse con su dinero ganado. Fue en ese momento que ambos se dieron cuenta que aquella fiesta había terminado para ambos.

Con dificultad y a paso torpe, Kylian dejó a Hanna sobre su cama. Ella no dejaba de quejarse y lloriquear sobre seguir en la fiesta cuando él la obligó a callarse.

— Hanna, ¿puedes cooperar un poco? —inquirió, viéndola despeinada y de malhumor.

— Si querías que me desvista podrías habérmelo dicho antes —respondió tirando sus zapatos al medio de la habitación, esforzándose para quitarse el vestido sin tener que levantarse de la cama. Kylian miraba hacia otro lado, oyendo la risa burlona de Hanna—. Como si acaso nunca me hubieses visto prácticamente desnuda —se quejó ella ante su pudor, al mismo tiempo que él le tiraba una camiseta en la cara.

Entre más quejas, Hanna se metió dentro de su cama, cerrando los ojos para no lidiar con la habitación que comenzaba a girar a su alrededor. Kylian se sentó a su lado, observándola con precaución.

— Odio cuando me tratas así —susurró ella.

— ¿Cómo te trato? —preguntó con curiosidad.

— Como si no supiese qué quiero, alguien caprichosa —reconoció, respirando hondo—. Cuando digo que necesito sexo, lo digo en serio, pero no es que sea una ninfómana— su voz se tornó suave. Estirando su mano, alcanzó el cuello de Kylian para tocar su piel con pequeñas caricias— Solo quiero... sentir pero sin ser juzgada —agregó.

Kylian suspiró, moviendo su cabeza para darle un mejor acceso. Sus palabras hicieron que su corazón latiera deprisa, la culpa rodeándolo por menospreciar sus sentimientos, y su mente reconociendo que las palabras de ella también lo identificaban a él.

Tantas eran las veces que buscaba en otros cuerpos liberación y emociones pero solo encontraba soledad y vacío.

— Te entiendo, y lo siento —le dijo, moviendo su pelo para poder ver bien su rostro. Ella abrió sus ojos negros, mirándolo con tristeza.

— ¿Soy tan fea persona? —preguntó, su voz casi rota—. Ya sabes, Simón, Mikayla y el resto. Todos me trataron como si fuese reemplazable, detestable. Yo nunca he hecho nada para dañar al resto, siempre estoy tratando de complacer a todos —la angustia ahogó sus palabras y sus ojos se llenaron de lágrimas. Kylian sentía impotencia.

Recostándose junto a ella, la abrazó con fuerza, acariciando su espalda, sintiendo como Hanna se acomodaba a su cuerpo.

— Tú no les has hecho nada, ¿Cuántas veces te dije que tenías que detenerte en buscar su aceptación? Deja de culparte por cosas que no puedes manejar y que son del pasado —le recomendó. Ella asintió sin palabras, respirando hondo para calmarse y también detener la sensación nauseosa que la invadía.

— ¿Puedes quedarte esta noche? —le preguntó con suavidad, casi temerosa de su respuesta. Kylian asintió, con el corazón encogido; le gustaba ver a Hanna fuera de su control, siendo real, pero le dolía su sufrimiento.

— Por supuesto que sí, cielo —respondió, apagando la luz y cerrando los ojos. Acariciando lentamente a Hanna hasta que percibió como su cuerpo se relajó, susurrándole que nada era su culpa y ayudándole a deshacerse del malestar.

A la mañana siguiente, despertó con la luz molestando en su cara, un dolor de espalda que se extendía hasta su cabeza, además de brazos y piernas que se enredaban con las suyas. Se estiró un poco, intentando no despertar a Hanna, y buscó su teléfono.

Antes de ver las llamadas perdidas y los mensajes sin leer, reconoció que no faltaba mucho para el mediodía. El hambre se incrementó en su cuerpo, pero la sequedad en su boca y el recuerdo de la bebida de anoche, alejaba el pensamiento de querer comer algo.

Entre notificaciones sin importancia, reconoció un mensaje que lo tensó. Un extraño presentimiento recorrió su cuerpo, erizándole la piel.

«¿Adivina, quien ha vuelto? Encontrémonos para ponernos al día» las palabras repercutieron en su mente muy diferente a lo que podría haber imaginado. Permaneció mirando el mensaje como si fuese una ilusión, hasta que la realidad lo sacudió.

«Cuando quieras...» respondió luego de haber pensado demasiado la respuesta, y haber editado el mensaje unas tantas veces más. La punzada de malestar se clavó en su cuerpo y la sequedad en su boca se volvió agria. Una voz interior le advertía que era mala idea, pero, ¿desde cuándo le decía que no a las malas ideas?


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