III. Una sonrisa colorada
Nos hicieron quitarnos las botas nada más cruzar la puerta. Yo había traído mis zapatillas de casa antes, por la mañana, pero Erika no tenía calzado propio. Busqué en el armario de la entrada hasta dar con un viejo par, que recordaba haberle visto a una de mis primas el año pasado; daba lo mismo, a Irene no le importaría. Erika me lo agradeció con la mirada (¿lo de la bufanda no y esto sí? Por más que la conociera, había veces que ni yo le pillaba el sentido a sus acciones).
Entramos al salón y por poco no nos tiraron al suelo. Por las voces, reconocí a mis dos primos menores, Henar y Aitor, en su intento de abrazo. Jamás comprenderé por qué se alegraban tanto de verme. ¡Ni que fuera la reina de Juguetilandia! Pocas veces me habían arrastrado a sus competiciones; en la mayoría hacía de juez. ¿Por eso sería? ¿Por sobornarme? No me sorprendería.
—¡A cenar! —llamó una de mis tías, la menor, lo que facilitó nuestra salida del amasijo de piernas y brazos. Se notaba que habían esperado por nosotras y no querían perder ni un minuto más. ¡Hasta mi aita (1), que había estado trabajando, se nos había adelantado! También habían llegado los padres de Erika, lo que confirmó nuestra tardanza.
Bueno, ¿qué se le iba a hacer? Culpa de Erika por insistir en lo del suéter. Nos sentamos en los asientos libres y dio comienzo la última comida del año (aparte de las uvas, pero esas como que se contaban en 2017, que era cuando las digeriríamos).
Aquella fue... una cena. ¿Qué queréis que os cuente? Mi hermana cogió más croquetas de las que le tocaban, los tres más pequeños de la mesa acribillaron a Erika con preguntas sobre la denominación de objetos en francés y nuestro tío Dani nos deleitó con su dosis de chistes malos y divagaciones varias. Lo usual, vamos.
Lo único digno de mención que se me ocurría fue la cantidad de personas ajenas al círculo familiar que había sentada en aquella mesa. Aunque pasaba más desapercibida que la francesa corrigiendo la pronunciación de croissant, había otro comensal en la mesa. Según supe, la chica había venido con Irene, se llamaba Kalare y quería entrar en la facultad de Psicología el próximo año; no paraba de ajustarse las gafas de pasta, a la vez que trataba de diagnosticar qué rayos le pasaba a mi tío.
Terminó la cena y, como un rayo, los adultos despecharon a los menores para mezclar el sorbete con champán y separar las uvas. Yo estaba a punto de ir a echar un cable con lo último, pero tanto Erika como Nerea me sentaron en el sofá a la fuerza; no vi escapatoria posible en aquella ocasión.
Contaron historias, anécdotas (tanto reales como inventadas) y hasta hicieron mímica. Yo miré. ¿Qué? Si me había cohibido cantar bajo mi propio techo, me avergonzaba todavía más aquello. ¿No se suponía que Irene, Mertxe y Kalare eran mayores que yo? En serio, qué inmadurez.
—¡Foto! —propuso Mertxe, que, por si no lo había mencionado, era la hermana mayor de Irene (y la única mayor de edad en el grupo de los "menores"). El resto asintió, feliz con la idea; yo me quedé callada. Irene sacó su móvil, que era el que capturaba con mejor calidad y el resto hicieron muecas, a sus ojos, divertidas; con disimuló, me hundí un poco más en el sofá, lo suficiente como para no aparecer en el encuadre—. ¡Decid patata!
Nadie hizo caso a ese imperativo, ni siquiera la propia Mertxe; el sonido de la foto guardada resonó. Todos se agolparon a ver el resultado. Se oyeron comentarios del estilo de "saliste genial" o "maldito flash, cerré los ojos".
Erika echó la vista atrás para verme; alternó la mirada entre la imagen y mi persona. Suspiré, rogando con los ojos que no me delatase.
—Celia no ha salido —hay que ser chivata, francesita, hay que ser chivata. Lo que restaba de la habitación se volvió a mirarme; al percatarse del enfado contenido de mi mirada, ella solo sonrió y le quitó importancia.
—¿Qué? Ya sabéis que no soy fotogénica —razoné—; sacarme bien en una de esas sería uno de vuestros "milagros de Navidad".
Erika, mi hermana y mis primas (Aitor andaba a lo suyo, inmerso en la batalla contra el Leviatán de Dragon Quest IX) compartieron una mirada.
—¿Tenemos una silla? —inquirió la francesa. El centelleo de sus ojos miel auguraba un plan que no iba a agradarme.
Traté de escapar, pero Nerea se encargó de que no me levantase; se sentó encima, clavándome todos y cada uno de sus afilados huesos. Si no fuera porque ya tenía entrenamiento, hubiera gritado de dolor.
En mi intento de liberar mis manos y pellizcar a mi hermana, Irene encontró un taburete tras uno de los sofás. Mi hermana se levantó, tiró de mí (con ayuda del resto de los presentes) y me sentó en el taburete en cuestión.
—No entiendo qué planeáis —confesé.
—Verás, prima; no creemos que no seas fotogénica —explicó Mertxe—, solo que no quieres salir. Si dejaras de poner esa cara de "esto es un sinsentido", saldrías bien. Es nuestra tesis y la vamos a argumentar ahora mismo.
Sentí un tirón en los mofletes. Eché la vista hacia arriba, donde Erika sonreía mientras intentaba elevar (sin mucho éxito) las comisuras de mis labios. Alcé una ceja y, sin quererlo, le facilité el trabajo.
—¡Ya está! —anunció Irene, cámara en mano—. ¡Venid a ver! ¡Una foto buena de Celia! ¡Milagro navideño!
Enseñó la imagen a todos los presentes. Como suponía, éramos Erika y yo; ella, con la barbilla apoyada en mi cabeza y los dedos en mis mofletes, y yo, mirando la tontería que estaba llevando a cabo.
—¿Ves como podías ser fotogénica si tan solo lo intentabas? —Erika esperaba un "tenías razón", que no iba a llegar jamás. Notó mi silencio y bufó—. Me lo tomaré como un sí. ¿Sabes qué? Los milagros como estos no ocurren por la magia de la Navidad —cogió un pedazo de turrón Suchard y lo mordió—; sino pofque hay pefsonas que cfeen en esa magia.
—Te das cuenta de que acabas de quitafle todo el dfamatismo a la fase, ¿vefdad? —señalé, haciendo hincapié en su manera de pronunciar; si ya hacía las erres raras de por sí, la comida solo lo empeoraba. Ella rió, mientras cortaba otro bocado con su dentadura.
—Touché (2) —murmuró, para después preguntarle a Irene—, ¿me pasas la foto?
Aclaraciones:
(1) "Papá", en euskera.
(2) "Tocado", en francés.
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