El vapor se disipaba lentamente en la habitación mientras Brenda se secaba el cabello frente al espejo empañado. El tenue zumbido del ventilador apenas lograba combatir el silencio opresivo que llenaba el cuarto. Había terminado de ducharse, y la rutina de siempre le servía para mantener su mente ocupada, al menos por un rato. Pero la calma duró poco.
La puerta se abrió con un chirrido abrupto, y Brenda se giró, con curiosidad. Allí estaba Amélie, parada en el umbral como un espectro.
La bata blanca que le habían puesto en la enfermería colgaba de su cuerpo magullado, pero era imposible ignorar las manchas oscuras y el hilo de sangre que corría desde su abdomen, bajando por sus piernas hasta los pies descalzos.
Brenda arqueó una ceja, dejando que la toalla cayera a un lado. No se molestó en disimular su hostilidad.
—¿Qué demonios quieres, Amélie? —preguntó con frialdad, sin dejar de observar la herida abierta en su abdomen.
Amélie avanzó un paso, y el eco húmedo de sus pies ensangrentados resonó en la habitación. El contraste entre su apariencia y la calma sobrenatural de sus movimientos resultaba inquietante.
—Necesito tu ayuda, Brenda —dijo Amélie con voz débil pero determinada. Sus ojos, vidriosos y oscuros como un pozo sin fondo, parecían clavarse en ella con desesperación.
—¿Mi ayuda? —Brenda soltó una risa corta, amarga, y se recostó contra la pared, cruzando los brazos. Su voz era un susurro cargado de veneno—. ¿Por qué debería ayudarte? Tú y yo nunca hemos sido amigas, Amélie. Si estás aquí, seguro es porque nadie más quiso escucharte.
Amélie ignoró el comentario y avanzó otro paso. La bata se abrió un poco, revelando que el corte en su estómago no era reciente. La piel alrededor estaba amoratada y hundida, como si la carne misma se hubiera podrido. Brenda debería haber sentido repulsión, pero lo único que pasaba por su mente era una mezcla de intriga y desprecio.
—Es por Maya —dijo Amélie, y algo en su tono la hizo detenerse. Había una urgencia sombría, casi desesperada, en sus palabras—. Ella está en peligro. Necesita salir de este lugar antes de que sea demasiado tarde.
Brenda arqueó una ceja.
Amélie avanzó otro paso, y esta vez Brenda notó algo más. Sus ojos. Vacíos, insondables. Como si en ellos se reflejara algo más oscuro, algo que no pertenecía al mundo de los vivos.
—¿Y por qué me importa lo que le pase a Maya? No es mi problema si se queda aquí o si pierde la cabeza.
Amélie apretó los puños, y por un momento su mirada pareció brillar con algo oscuro, inhumano.
—Porque si la ayudas a salir de aquí, te daré lo que más deseas.
Brenda inclinó ligeramente la cabeza, interesada a pesar de sí misma.
—¿Ah, sí? ¿Y qué es eso?
Amélie se acercó, dejando un rastro de sangre tras ella. Se detuvo justo frente a Brenda, tan cerca que esta podía sentir el frío helado que parecía emanar de su cuerpo.
—Salir —susurró Amélie con su voz apenas un aliento, pero cargada de una promesa peligrosa—. Te daré la oportunidad de salir de aquí y recuperar tu vida.
Antes de que Brenda pudiera responder, una risa baja y gutural rompió el silencio. Haze estaba allí, apoyado contra la pared junto a la puerta. Su figura alta y hermosa parecía fuera de lugar en aquella atmósfera cargada de sangre y muerte, pero sus ojos, grandes, oscuros, y llenos de preguntas, dijeron más de lo que sus labios podían. Había estado observando desde la oscuridad, pero ahora se adelantó un paso, dejando que la penumbra revelara su rostro.
A pesar de su eterno silencio, no necesitaba palabras para imponer su presencia. Amélie lo miró con cautela, aunque no retrocedió.
—Esto no tiene nada que ver contigo, Haze —dijo con una firmeza que parecía temblar bajo la superficie.
Haze ladeó la cabeza, su expresión se tornó aún más oscura. Señaló a Amélie con un dedo, luego a la herida en su estómago, y finalmente levantó ambas manos, como si quisiera preguntar: ¿De verdad crees que tienes poder aquí?
Su sonrisa era fría y burlona, pero cuando Brenda lo miró, algo en su expresión se suavizó levemente.
—¿Y tú qué opinas, Haze? —preguntó Brenda, con una sutil sonrisa que solo él podría interpretar.
Haze no respondió, pero su mirada dijo lo suficiente: estaban juntos en esto, como siempre.
Luego giró la cabeza hacia Amélie, y por un instante, su sonrisa se ensanchó de una forma que hizo que incluso ella sintiera un escalofrío. Caminó hacia ella, lento, cada paso cargado de amenaza contenida. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, levantó una mano y trazó un gesto en el aire, señalando la bata de Amélie y luego el suelo. Su mirada decía lo que sus palabras no podían: Ella no debería estar aquí.
Brenda lo entendió perfectamente.
—¿Y qué? ¿Quieres que la eche? —preguntó con una mueca burlona—. ¿O estás sugiriendo algo más?
Haze se encogió de hombros con una indiferencia calculada. Luego volvió su atención a Amélie, quien permanecía firme pero visiblemente incómoda bajo su escrutinio.
—Haze —dijo Amélie, con su voz temblando apenas perceptiblemente-. Esto no te concierne, pero si interfieres...
Haze levantó una mano, silenciándola sin emitir sonido alguno. Luego, lentamente, llevó su dedo índice a sus labios en un gesto de cállate, y apuntó a Brenda de nuevo, como si quisiera decirle que tenía mejores cosas que hacer que entretenerse con fantasmas.
Brenda rió entre dientes.
—Bueno, Amélie, parece que ni siquiera el príncipe del caos está de tu lado. ¿Sigues insistiendo en que ayude a Maya?
Amélie respiró hondo, intentando recuperar su control.
—No estoy pidiendo nada. Estoy diciendo lo que vas a hacer. Si quieres salir, Brenda, necesitas a Maya. Y eso significa que la ayudas o te quedas atrapada aquí para siempre.
Brenda no respondió de inmediato. Su corazón, endurecido y vacío de cualquier emoción que no fuera odio, comenzó a latir con un ritmo lento y calculado. Observó los ojos de Amélie, esos pozos oscuros donde parecía no haber alma, y por primera vez en años, sintió algo que podría ser esperanza, aunque estaba teñida de rabia.
—¿Qué tengo que hacer? —preguntó finalmente, su voz era tan fría como el aire que ahora parecía envolver la habitación.
Amélie avanzó otro paso y extendió una mano hacia Brenda. En ella sostenía una foto rota, hecha trizas, como si alguien la hubiera destruido en un ataque de furia. Brenda tomó las piezas y las observó con atención. Era una foto de Maya.
—Primero, arregla la foto —dijo Amélie, señalando las piezas con un gesto delicado, pero firme—. Y entrégasela. Es importante que la tenga.
Brenda frunció el ceño, pero antes de decir algo más, Amélie levantó una mano y señaló hacia el espejo empañado detrás de Brenda.
—Ese será el siguiente paso. Maya necesita reflejarse para comenzar a recordar.
Haze hizo un sonido bajo con la garganta, un ruido que podría haber sido una risa si no fuera tan inquietante. Se apartó de ambas y se dirigió hacia la ventana, donde se quedó mirando hacia el vacío, como si todo aquello lo aburriera. Pero antes de alejarse por completo, giró su cabeza hacia Brenda, y por un instante, sus ojos brillaron con algo oscuro y desafiante.
Era una advertencia. Una que Amélie decidió ignorar.
—Y para ti, Haze —le dijo con una calma perturbadora—. Si me ayudas, te daré lo que siempre has querido.
Haze ladeó la cabeza ligeramente, sus ojos brillando con un interés renovado.
—Tu venganza —susurró Amélie, como si pronunciara un conjuro—. Contra quien la convirtió en esto.
Brenda notó cómo los músculos de Haze se tensaron notablemente. Aunque su rostro permaneció inmutable, había algo feroz detrás de su mirada.
—De acuerdo, Amélie —dijo finalmente —. Ayudaré a Maya. Pero cuando esto termine, tú me darás lo que prometiste.
Amélie la miró unos minutos y luego se desvaneció en la penumbra del pasillo, dejando tras de sí un rastro de sangre fresca.
Brenda miró a Haze, quien seguía inmóvil junto a la ventana, su silueta era como una sombra viva contra la luz tenue.
—¿Y tú? —dijo con una sonrisa sardónica—. ¿Vas a quedarte ahí, juzgando, o vas a hacer algo útil?
Haze no respondió, pero su sonrisa oscura regresó, tan cruel y calculada como siempre. Brenda no necesitaba palabras para saber lo que él estaba pensando: el caos apenas comenzaba.
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