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Capítulo 6: "La despedida"

Las semanas pasaban sin siquiera darnos cuenta. No pasaron muchas cosas que valga la pena contar, excepto por una propuesta, un tanto lejana, pero que terminaría cambiando completamente mi vida. No muchos confiaron en mi talento o potencial. Fui rechazado infinitas veces. Nunca fui la persona más afortunada del mundo y estaba lejos de serlo. No obstante, algunas -pocas- veces la vida me dio oportunidades imposibles de ignorar.  

Pocos días antes de la finalización de clases, el profesor de matemáticas me llamó al frente. A lo lejos notaba un folleto en sus manos. Sin dudarlo, caminé hasta la mesa y hubo unos minutos de silencio entre nosotros hasta que se decidió -con algo de duda- a hablar.

- Germán, usted sabe que yo tengo una gran cantidad de amigos profesores -comentó con seguridad, yo simplemente asentí- uno de ellos es el jefe del departamento de ingeniería en la Universidad Nacional de Sevilla, sabrás que es una de las más prestigiosas de todas en cuanto a la carrera de ingeniería.

- Claro que sí -me limité a responder-

- Yo hablé con él hace unos días, de hecho, de usted. Admiro la capacidad que tiene de retener contenidos. Es más, hablé con otros de sus profesores y tienen la misma impresión que yo. Además, sus padres se comunicaron con la institución para comentarnos acerca de su traslado a España. Teniendo en cuenta su comportamiento ejemplar y su talento con las matemáticas, me tomé el atrevimiento de hablarle a este gran amigo mío y me ofreció una beca.

Lo observé durante algunos segundos perplejo. Acababa, no sólo de halagarme con una lista de cumplidos en lo referente a lo académico, sino que también me había ofrecido una beca en una de las instituciones más prestigiosas del mundo. Sabía que mi padre había intentado entrar a esa universidad, pero era exclusiva para las mentes más ingeniosas del mundo. Como si esto ya fuera poco, aún me faltaba medio semestre más para graduarme y, aún más importante, no podría asegurar mi asistencia si no sabía dónde me asentaría.  

- Gracias por la oferta Profesor, estaría encantado de ir, pero no terminé la secundaria y no estoy seguro de dónde me quedaré una vez que esté en España... -expresé un tanto nervioso.

- No se preocupe porque ya tiene el título secundario asegurado con las calificaciones obtenidas y con respecto a lo otro, creo que sería ideal que lo hable con sus padres. Tiene los próximos tres o cuatro meses para inscribirse. Usted se queda con el folleto -contestó el profesor con determinación y se alejó del aula.

Durante los pocos días que me quedaban en Buenos Aires estuve, en parte, pensando en esta propuesta. Mas lo que ocupaba casi la totalidad de mi mente era qué sería de mi vida en la otra punta del mundo. Vacilaba una y mil veces qué hacer con mis proyectos o mis pocos grandes compañeros de toda mi infancia. Siempre había sido un tanto introvertido en cuanto a lo social y no dejaba grandes amistades y no más que alguno que otro recuerdo amoroso. Sin embargo, lo que para algunos implicaba un simple viaje, para mí era el fin de mis días. 

La despedida el último día fue en el aeropuerto. Teníamos los pasajes en la mano y las valijas hechas. Mis padres le dieron un último abrazo a mis tres abuelos- que murieron cuando estábamos en España- y algunos de sus más íntimos amigos. Por mi parte, habían venido a despedirse dos o tres amigos míos con los que jamás había tenido una gran relación. No me llevaría de Buenos Aires grandes amistades puesto que nunca las tuve, pero me llevaría junto a mí los mejores años de mi vida, una maravillosa infancia y adolescencia, aprendizajes que muy pocas personas de mi edad poseen, pero lo más importante: recuerdos imborrables. 

En el preciso momento que me subí al avión, creí que jamás volvería a pisar la ciudad y que todo lo sucedido a en ella quedaría eternamente enterrado en mi memoria. ¡Qué equivocado estaba! Todos los recuerdos vuelven. A pesar de que queramos enterrarlos en lo más profundo de nuestro ser, tarde o temprano saldrán a la luz y la nostalgia, angustia y felicidad te invadirá como nunca te imaginarías que lo haría. Por más de que quise durante tantos años ocultar estos recuerdos, pensar que los malos momentos quedarían eternamente ocultos en el pasado fue el mayor de mis errores, todas aquellas felices  remembranzas de mis años en buenos Aires y las de los próximos años -por lejanas que pareciesen- volvieron. Y por ello estoy...

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Pasé a la próxima página. En blanco. La hoja siguiente estaba completamente vacía. ¿Era sólo un error? ¿Habrá algo que quería ocultar? Tantas preguntas iban y venían en mi cabeza. Observé a León durante algunos segundos y se denotaba que ambos teníamos malos presentimientos de esta situación. Con sumo cuidado, adelanté sólo algunas páginas del diario y sentí de pronto un dolor de cabeza inmenso, la vista nublosa y cerré el diario bruscamente. Afortunadamente, no se notó aquel pequeño malestar. 

- ¿Por qué habrá páginas en blanco? -preguntó León.

- Porque no quiere contar todo o quizás es un error o... -vacilé un momento y se me escapó una rebelde lágrima- no importa, mañana seguimos

- No, primero vamos a ver qué decía la próxima página -tomó el diario del cajón- Cuando aterrizó el avión en Barcelona, sentí que mi universo se derrumbaría, pero sólo prejuzgué un cambio en mi vida -leyó y me dio el diario- es sólo una página o dos, probablemente haya sido un error, ¿por qué no seguimos?

- Tenés razón, sigamos -dudé un instante- todo debe ser una confusión. 

Fue así, tras una breve interrupción, seguí con la lectura del diario. Los días soleados estaban por acabarse, una enorme oscuridad atacaría antes de que nuestros pobres corazones se dieran cuenta. Si tan sólo hubiese podido parar a tiempo la lectura, si hubiese podido entender las señales que el diario me estaba brindando o hubiese podido romper El pacto. Sin embargo, el diario había ganado una vez más...




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