Capítulo 30: "Matrimonio inesperado"
Los días pasaban de una manera lenta y tortuosa de nuevo en Sevilla. La paz había quedado en aquella isla de ensueño. Al llegar, tuve que presentar una extensa misiva a la universidad justificando mi prolongada inasistencia. Me sentía de manera similar a cuando me había ido meses atrás. Me juntaba de vez en cuando con algunos amigos y mis citas con Jane eran cada vez más frecuentes y tediosas.
- ¡Germán! tengo noticias que te interesarán -gritó Daniel a lo lejos al verme- no creerás de quién se trata.
- Noticias de Ramallo -supuse rápidamente.
- De Buenos Aires, o más bien María -añadió Daniel- María ha dejado finalmente la música moderna para dedicarse a la ópera.
- ¡Qué noticia! -espeté irónicamente- ¿Qué querés que haga con eso?
- Se trata de María...
- A quien he olvidado por completo.
- Germán, incluso si lo quiero creer con todas mis fuerzas, no te lo creo.
- No eras vos quien me vivía insistiendo que la olvidara.
- Insisto, no obstante, nunca te ocultaría algo.
- No es "ocultar"cuando la otra persona no está interesada en escucharlo.
- ¡Germán! ¡Daniel! Cuánto tiempo sin verlos -gritó a lo lejos uno de mis amigos universitarios- pasaron los meses Germán.
- Claro que sí, Sergio. Muchos meses allá -musité desprevenido.
- ¿Para cuándo? -preguntó alegre - Los rumores corren por más grande que sea la universidad. Jane y tú, ¿la boda para cuándo?
- No hay ninguna boda en mente aún. Ni la habrá.
- ¿Qué esperas? Media universidad se muere por ella, no tenés mucho tiempo antes que te la robe alguien.
- No amigo mío, estamos lejos de casarnos.
Luego de unos minutos de conversación, Sergio se alejó para asistir a su clase de lógica avanzada mientras que Daniel y yo seguimos conversando. Mientras tanto, me imaginé la ridícula idea que había planteado Sergio, ¿Jane y yo casarnos? Eso sí que sería un giro complicado para la historia de mi vida porque me parecía demasiado irreal, una verdadera pesadilla. No tengo nada en contra suyo y ciertamente la quiero mucho, pero no sé si una relación tan larga funcionaría. Quizás ya era momento de ponerle fin a esta locura.
- Germán, ¿seguís en esta conversación?
- Perdón, tengo que hacer algo urgente.
- Esperá, ¿qué vas a hacer?
- Creo que es el momento de dar por finalizada mi relación con Jane.
- Amigo, sé que parece aterradora la idea de un compromiso a largo plazo...
- Nada de eso, me acabo de dar cuenta que no quiero seguir con ella, aunque teóricamente ni estaríamos juntos, ¿verdad?
- Si no le dijiste nada antes de irte supongo que siguen siendo novios.
- Eso acabará ahora mismo.
- ¿A dónde vas?
- A acabar este desastre. Yo no voy a estar con una persona con la que en realidad no estoy.
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El timbre suena de repente. Camino hacia la puerta y la abro con total seguridad.
- ¿Germán Castillo? -preguntó un hombre de mediana edad con un sobre en su mano.
- No, ¿quiere que se lo entregue yo? - respondí.
- Por favor, se lo agradecería. No es más que una revista semanal de arquitectura. Me habían contado que han abandonado la casa, así que decidí traerla personalmente.
- Está en buenas manos.
Me lo entregó y así sin más, se largó. La intriga me dominó y empecé a leer la revista. Una parte era de ofertas laborales, otra de tecnologías revolucionarias y por último un apartado de música: las giras más importantes y los últimos chismes. Mi vista se obnubiló al encontrarse con una imagen de León Vargas que para mi sorpresa se encontraba muy bien acompañado. Una mezcla de sentimientos encontrados me atacaron. Caí súbitamente al sillón. No iba a llorar ni desatar mi furia por el momento porque tenía cosas más importantes que hacer. Continué leyendo el diario porque tras la escena que acababa de ver, era lo único que me importaba.
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Jane apareció con una sonrisa reluciente en el café exactamente a la hora acordada. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Se acercó rápidamente a la mesa y se sentó. ¿Por qué me habría citado en este ordinario bar?
- Hola -murmuré sin ganas.
- Me alegro que hayas llegado a tiempo. Hoy será una fecha memorable -dijo Jane.
- Perdón, ¿memorable por qué?
- Sencillo, cada día juntos es memorable y, bueno, este aún más.
- Tengo que contarte algo importante -interrumpí.
- Creo que no hay nada más importante que lo que estoy apunto de decirte.
- ¿Hay algo que me quieras contar?
- Así es. ¿Nos casamos?
¿Matrimonio? ¡Qué idea más disparatada!
- Mirá Jane -intenté buscar las palabras adecuadas.
De pronto, vi un rostro especial. Un rostro que estaba oculto junto a todos los recuerdos. Apareció aquel rostro que tanto temía, pues sabía que era mi debilidad. La mayor de mis debilidades. Me perdí en su mirada. Su cabello tan suave. Sus labios.
- Muy bien Germán, ¿qué decís?
Esa misma era su voz. María estaba delante mío. Sentí una inestabilidad emocional inmensa y no logré evitar el llanto. Corrí y la abracé como nunca lo había hecho.
- Sí, sí, claro que sí -grité.
Tan rápida como llegó, el rostro de María desapareció y me percaté que esa no era María, era Jane. ¡Siempre era Jane! La mente me había creado un juego ciertamente diabólico, quizás el peor de todos. María quizás nunca volvería, pero ahora tendría que aguantarme a Jane durante el resto de mis días.
- ¡Espectacular! Nos casamos el lunes que viene.
Observé a Jane una vez más. La ilusión de su mirada. La felicidad que denotaba su sonrisa ¿Qué había hecho? ¿Cómo me retractaría ahora? Ahora estaba seguro de una cosa: amaba a María y nunca dejé de hacerlo. Nunca podría olvidarla porque uno no puede olvidar a esa persona tan especial, quizás podamos enfocar nuestra mente en otras cosas, pero no olvidarla. Yo no podía ni quería olvidarla. Ella era todo para mí y no me importaba nada... o quizás sí: estaba a menos de una semana de mi boda. ¿QUÉ PODÍA HACER?
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