Capítulo 3: "Aquellos tiempos"
¿Cómo comprender el presente si no aprendemos del pasado? ¿Qué es el futuro si no comprendemos el presente? Pero mi problema es ¿por dónde empezar? Me es un tanto complicado contar cuál es el principio, en qué momento, qué lugar o qué mirada podría decir que fue la primera o podría dar comienzo a esta historia.
Sin embargo, será mejor contar una pequeña introducción antes de comenzar con mi desgarradora historia. Desde mi tierna infancia hasta mi prematura adolescencia viví acá en Buenos Aires en una acogedora casa, ubicada en un barrio de clase media, junto a mi madre y mi padre. Mi mamá era un mujer magnífica que a una joven edad había comenzado como maestra y le encontraba una fascinación a la música y no en vano había decidido estudiar piano. Siempre había música en esa casa cuando volvía del colegio. De todas formas, yo apenas sabía tocar unas notas. Por otra parte, mi padre era ingeniero, pero yo lo llamaría "ingeniero fracasado". En la vida uno no elige el éxito o el fracaso -y él tampoco pudo hacerlo- así que las cosas toman su curso. Había tardado años en conseguir el título. Mientras tanto, trabajaba en un negocio de música como cajero y fue allí que conoció a mi madre. El resto es otra historia -o más bien otro recuerdo que permanecerá oculto en el pasado-. Lo importante es que pocos años después de este encuentro en la tienda, mi padre consiguió su título universitario y consiguió otro empleo: trabajaba de ingeniero en una pequeña empresa que siempre estaba en la cuerda floja cuando se trataba de asuntos financieros. En este contexto, pasé mis años en la gran cuidad de Buenos Aires.
Por otro lado, iba a un colegio a pocas cuadras de mi casa. No diré que era el mejor ni el peor, sólo una escuela más con alumnos, profesores y aulas. No obstante, lo que para ustedes resultará una escuela ordinaria, para mi era extraordinaria. La recuerdo tan grande, con sus largos pasillos y enormes aulas. Desde ya, destacaba en matemática, lo que no sorprende en lo más mínimo, pero no significa que haya sido la única puesto que todas las materias tienen algo especial y -afortunadamente- logré encontrarle esa cosa maravillosa a cada materia. Quizás eso fue lo que hizo tan bellos mis años en la escuela.
Mirando en retrospectiva, supongo que esto es una de las cosas más lindas, volver atrás y observar como todo ha cambiado, como nada volverá a ser igual. Aquellos años en la escuela secundaria permanecerán eternamente en mi memoria y pues, es en esta gran institución donde podré el punto de partida. Por qué no comenzar con ese día, aquel día que divaga entre mis recuerdos más lejanos. Pareciera que pasó una eternidad, no puedo decirles cuántos años o décadas pasaron, mas les aseguro que es un día especial. Para muchos les parecerá un día perdido, sin significado, tan ordinario ¿qué más puedo decir del día de la entrega de la prueba de matemática? Es sólo eso, el día de la prueba de matemática, o por lo menos ese fue el comienzo del día en el que todo cambiaría.
Viajemos en el tiempo, volvamos a esos años en los que todo era diferente, donde no habían problemas y teníamos la vida por delate, donde no habían angustias ni recuerdos negros, cuando eramos felices en los pasillos de los primeros años de escuela secundaria: Volvamos al día en el que todo eso probablemente estaba por cambiar...
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El profesor llegó al aula con el ceño fruncido y una notoria molestia o ¿estrés quizás?. Muchos de los alumnos esperaban que no haya corregido la prueba integradora de la clase pasada, pero los otros rezaban que no lo haya hecho. Todos saben qué es lo que sucede si reprueban esta integradora: escuela de verano. Yo sólo estaba sentado mirando al vacío, ¿tener miedo de reprobar una prueba? Eso no sucedería ni en mi peor pesadilla. Después de pocos segundos de silencio y algunas miradas dudosas, el profesor largó un suspiro y comenzó a hablar.
- Alumnos, tengo sus integradoras corregidas -espetó rápidamente tratando de sonar lo más calmado posible- dudo que haga falta preguntar la cantidad de veces que vimos ejercicios de función cuadrática este año
- ¿Tan mal estuvieron? -preguntó un chico de las últimas filas en un susurro apenas audible.
- Sólo les voy a decir que ahora me doy cuenta por qué nuestro país está entre los últimos puestos en matemática. Sinceramente decidí ser profesor para educar mentes jóvenes y miren con lo que me encuentro. Desde hacía cinco años que no veo tan bajas notas y supongo que ninguno querrá venir a la escuela en el verano -negaron todos- Mi única conclusión es que todos en este curso son un desastre, son el peor de mis nueve cursos. Lo único que logran con actitudes es sacarme fuera de quicio -gritó a todo pulmón y ya se podía notar su cara colorada de furia, tomó aire y prosiguió- los cincuenta del curso reprobaron -añadió y comenzó a entregar los exámenes-
A lo lejos se escuchaban algunos sollozos, pero otros se lo tomaban más a la ligera y simplemente hacían alguna mueca. Cuando finalmente se acercó a mi con el examen me sonrió y me lo entregó. No me sorprendió en lo más mínimo encontrar un perfecto diez en la primera página del examen.
- De usted ya nada me sorprende, le aseguro que son alumnos como usted, Germán Castillo, los que me dan la fuerza de seguir con esta profesión. Tiene un gran potencial -yo simplemente asentí y siguió entregando exámenes.
Finalmente nos dio el permiso para retirarnos cuando sonó la difusa campana que marcaba el final del día. Yo me había quedé pensando en lo que dijo el profesor durante todo el camino a mi casa porque no era la primera vez que escuchaba esas palabras. Desde los diez años cuando gané el torneo de matemática me dicen que tengo potencial y tantos años después me decían los mismo. ¿Qué haré con este "potencial"? Lo próximo que recuerdo es estar en la puerta de mi casa, notando que ese día la casa lucía distinta -o quizás simplemente mi subconsciente me advertía de lo que me esperaba al entrar- pero jamás me hubiera imaginado la noticia que recibí al entrar.
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De pronto, sentí mis párpados sumamente pesados e involuntariamente quedé dormida con el diario en las manos. Teniendo en cuenta mis noches de insomnio, no creo que hubiese soportado más horas de lectura. De esta manera, inconscientemente cerré mis ojos y me sumergí en un sueño sumamente profundo. En el fondo me sentí lista para leer el diario, creí que todas las respuestas estarían allí. Por unas horas, todo volvió a estar en su lugar y me sentí completa nuevamente. No obstante, la tranquilidad fue temporal pues todo cambiaría al despertar...
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