Capítulo 21: "Amores pasados"
Cartas confusas, pensamientos ridículos y lecturas interminables. Eso es lo que quedó en mis pensamientos de aquella tan extraña carta. No sabía cómo interpretarla, cómo reaccionar o quizás, simplemente no quería aceptar su contenido. La carta fue lo último que me enteré de María durante semanas. Tras la carta, todo tomó un nuevo rumbo.
Me decidí a comenzar de nuevo. ¿Por qué tendría que deprimirme? Era momento de innovar. En ese momento, deduje mi error anterior. No debía cambiar yo ni tampoco dedicar mis noches y días a proyectos sin entrada ni salida. Debía modificar con quién estar. Ya no debía ser una cantante que se encuentra a medio mundo de distancia.
"No tiene que amarme, sólo tiene que ayudarme a olvidar" me repetía una y otra vez.
Lo que no sabía, era que quien buscaba, podría estar a la vuelta de la esquina. Alicia Vega: una joven de unos veinte años, estudiante de abogacía, con un pelo castaño siempre arreglado y a lo que puedo llamar una mujer absolutamente superficial, sin embargo, las apariencias engañan. La conocí en un café situado a la otra calle de donde vivía o quizás ya la había visto en la universidad. No obstante, lo que no sabía era que vivía a dos casas de la mía. Había salido con unas tres o cuatro chicas antes, pero sólo con Alicia funcionó una relación.
En algún momento, espontáneamente, comenzamos a hablar. Recuerdo que era en ese café de la otra cuadra, un Domingo por la mañana. De aquel repentino encuentro, surgió otro. Era una persona sumamente agradable, a pesar de mostrarse de una manera muy distinta. Lo que comenzó como una pequeño encuentro en un café, se transformó en una gran amistad. Ella era la persona que necesitaba porque cuando estaba con ella, todo se volvía risas y alegría. El tiempo que pasábamos juntos se incrementaba y por esos momentos, ya no había Studio ni María.
Algunas semanas después de nuestro encuentro, decidí que era momento de dar el próximo paso en nuestra relación. Ambos fuimos a un bello parque. Había preparado un gran discurso aunque en el momento, me senté frente a ella y le pregunté, sin preámbulos, si quería ser mi novia. No tardó un segundo en aceptar. Fue un momento encantador, a pesar de que no parezca, porque yo la amaba de alguna manera. A este alegre momento, lo siguió un corto beso. Para mí fue simplemente un beso, mas lo que no sabía era que para ella lo había sido todo. Lo último que quería era lastimarla, jamás pensé que llegaría a amarme. Quizás mi mayor error fue no hablarle de María, que ella no sepa de su existencia.
Habré estado unos cinco o seis meses con Alicia y de ese tiempo debo admitir que en algún momento, llegué a olvidar a María. Sin embargo, en ese instante, me sentí vacío. Sentí como que algo me faltaba. Todo había vuelto a ser como antes, incluso se volvió rutinario. Entendí que no estando en mis pensamientos, seguía en ellos. Justamente, lo inolvidable será siempre inolvidable, sin importar cuanto uno se esfuerce en que lo sea. Y cuando crees olvidarte de esa persona tan especial, valoras en verdad qué es recordarla a cada instante. Un día, de manera tan repentina como nuestro encuentro, vi a María en Alicia. En un abrir y cerrar de ojos, frente a mí estaba María, y al otro, Alicia. Esa fue la señal de que las cosas no andaban bien, o en realidad, que no había olvidado a María.
A la semana siguiente todo cambió con una carta. Era de Buenos Aires, de María. Vacilé varias veces antes de leerla, pues hacerlo sería destrozar cualquier esfuerzo hecho para olvidarla. ¿Acaso quería hacerlo? Por su puesto que no. Y esa respuesta fue lo que me impulsó a abrirla.
"Querido Germán:
Sé que ha pasado tiempo, más de seis meses, pero entiende que recién ahora tengo el valor de tomar una hoja y un papel para escribirte nuevamente tras la última carta. No te puedo decir exactamente por qué fue escrita ni explicarte el contenido. Mis verdaderos sentimientos son distintos. Me enojé por escribirla, a pesar de tratar de decirlo lo más suavemente posible. Admito que fueron dos páginas llenas de odio, pero quiero que sepas que son mentiras. Estamos rodeados de mentiras y mentirosos. La carta no es más que eso, una palabras llenas de mentiras y de odio.
Sé que en este momento debes estar más confundido que antes, pero créeme que pronto lo sabrás todo. El sólo hecho de decir sus nombres podría perjudicarnos a todos. Tengo tanto que contarte en nuestro próximo encuentro. Por el momento, lo único que te pido es que me perdones y no culpes al Studio. Antonio me contó que abandonaste el Studio y sospecho que sea por mi culpa. No abandones lo que te gusta hacer por mí ni por nadie. Toma el tiempo que necesites para perdonarme y no me contestes si no lo crees conveniente. Yo te esperaré."
La leí y la releí tantas veces que me la memoricé. A pesar de no haber servido como explicación de la confusa carta, si de algo estaba seguro era que no la escribió ella, o en el caso contrario, que la escribió en contra de su voluntad. Solo había una cosa más por hacer: ponerle fin a mi relación con Alicia.
Dudé algunos días en decírselo o no. Lo intenté en alguna oportunidad, pero no lo logré. Tomé la determinación un día. Lo recuerdo como un día soleado, un resplandeciente día de verano. No creí que la lastimaría de tal manera ni que tendría que contarle toda la verdad.
- Alicia, creo que es el momento que te diga la verdad- espeté.
- ¿A qué te referís?
- Nuestra relación tiene que terminar
- No hagamos esto, Germán. Yo te amo. Realmente te amo. No sé cómo explicar lo que siento, pero estás en todas partes. Vivís en mi mente. Me levanto cada mañana y pienso en tí. Me duermo cada noche pensando en tí. Y cuando estoy contigo, todo es perfecto: lleno de alegría y risas. ¿No sentís eso? -expresó al borde de las lágrimas.
- Sé lo que sentís y la verdad es que yo lo siento también- contesté- pero no por vos. Intenté olvidar a una persona a la que realmente amo, amando a otra persona. Creí olvidarla, pero ella es inolvidable. Me di cuenta que no la puedo ni quiero olvidar porque sin ella me siento vacío. Yo también te amo, Alicia, pero de otra manera, lo que no implica que te ame menos. Sólo que es... -vacilé un momento.
- Distinto -completó con lágrimas- Lo mínimo que me merezco es que me cuentes quién es ella.
- No lo hagas más difícil -añadí.
- Tengo que saberlo, Germán. Lo único que quiero es que seas feliz y, si yo no puedo ser la causante de tu felicidad, quiero saber que al dejarte ir, serás feliz.
- María Saramego, ese es su nombre. La conocí en un viaje que hice con Antonio, el director de un colegio de música al que iba. Todo sucedió en su fiesta de cumpleaños de diecisiete años, hace un par de años. Durante toda mi estadía hablamos e hicimos una canción juntos. Su voz es su mayor virtud. Aún la escucho cantando. Volvimos a Sevilla y nos mandamos cartas. Recién meses después me enteré que estaba enamorado de ella y tuve idas y vueltas, pero me decidí a olvidarla. Intenté estudiando día y noche, pero no funcionó. Desenamorame, tampoco. Supongo que olvidarla con otra creí que funcionaría. Nunca quise lastimarte, de verdad.
- Te creo Germán y gracias por contármelo y por los mejores seis meses que he tenido, para mí fueron todo. Supongo que este es un adiós y en este momento debo irme -dijo ya parándose y yéndose por la puerta.
Pensé en todo lo que sufriría. No quería que viviera todo lo que estaba viviendo. La amaba demasiado para que pasara por ello. Algo muy dentro de mí me guió a pararme y dirigirme hacia ella. Me paré enfrente suyo y la besé. Fue un beso de despedida. Un beso que el que se sentía todo el llanto que ella largaría los próximos días y todo lo que nos amábamos, sólo que de una manera distinta. Fue una verdadera despedida en donde nos decíamos todo, sin decirnos nada.
- Gracias- dijo al separarnos.
Tras decirlo, yo asentí y ella se fue corriendo a la salida. Sabía muy en el fondo que había hecho lo correcto, aunque todo parecía marcar lo contrario. María tendría mucho que explicarme una vez que estuviéramos en Buenos Aires. Por el momento, tendría que volver al Studio y seguir disfrutando de lo que hacía.
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- Última llamada al vuelo 487 con destino a Buenos Aires, partirá en cinco minutos. Se les solicita a todos los pasajeros restantes que se acerquen al sector ocho -dijo una de las azafatas.
El tiempo en Australia había pasado volando a tal punto que casi me pierdo el vuelo. Habían sido días tranquilos llenos de playas y lecturas del diario. Sabía que cuando volviera a Buenos Aires, me enfrentaría a mis problemas de otra manera, porque había cambiado. Ya no lloraría más. Ahora estaba dispuesta a todo. Incluso a cantar sobre un escenario o enfrentarme al mismísimo pacto.
¡Qué equivocada estaba!
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