Soledad. Me sentía sola, abatida y sin sentido por el que luchar. Frente a mí observaba en el reflejo del espejo a una persona. Una mujer que ni lágrimas le quedaban, pues se habían acabado tiempo atrás. En su reflejo se veía la manera en la que sus castaños cabellos caían sobre su pálido rostro. Sus ojos, aquellos diamantes que solían estar llenos de colores y brillo, eran negros y vacíos. Todos los colores de la vida se habían vuelto grises. Veía el espejo esperando que aquella jovén, a quien siquiera reconocía, no fuese ella. No me reconocía. La felicidad, aquél sentimiento que me había caracterizado tiempo atrás, me había sido arrebatado. No podía moverme, no podía llorar, tan solo esperaba que la felicidad volviera a ella, volviera a mí.

Había contemplado la manera en la que el sol se ponía o caía durante días, hasta que perdí la cuenta. Los días pasaban con lentitud aunque ya ni era consciente del tiempo que había transcurrido. Mientras tanto, yo simplemente miraba hacia el vacío del reflejo.

Un diario que ya tantos problemas me había causado estaba al fondo del reflejo del espejo. Me encontraba en un completo estado de locura que intentaba ocultar bajo una manta de cordura. Sentía que quería correr, ocultarme de todo e irme lejos, tan lejos como podía llegar. Sin embargo, no me movía.

Después de que mi ex-prometido me abandonara y me dejara desamparada en medio de mi peor pesadilla, se acercó toda la prensa posible a interrogar. Al no estar en condiciones de responder, simplemente corrí sin rumbo, o más bien, a donde el pacto quería que vaya. No podía controlarlo más, me manipulaba por completo.

Terminé en el último lugar al que quisiera ir. El lugar en donde la soledad me comería lenta y tortuosamente. Una vivienda en donde había pasado momentos maravillosos y otros en los que la tristeza me había invadido por completo. Era un lugar enorme para estar sola. El sitio que tanta felicidad me había brindado se había convertido en una verdadera pesadilla y el último lugar en el que quería estar en el mundo, pero aunque lo intentara, no podía abrir la puerta para salir de allí. Lo único que percibí al entrar fue los verdaderos sentimientos ocultos en ella: dolor, sufrimiento e infelicidad.

No tenía a nadie. Todos estaban lejos. Papá y Angie, mis amigos, todos. No quedaba nadie. Debía aprender a soportarlo, porque así es como había terminado. Tenía que aprender a vivir así: entre la locura y la soledad.

Una vez más, sentía cómo los colores desaparecieron en mi vida y simplemente quedaron algunos grises. Me sentía tan vacía y no por lo que había sucedido hace algunas horas, sino que por una fuerza mayor, una fuerza indescriptible y más poderosa que cualquier cosa, la mismísima fuerza que lo destruye todo, incluso al amor más fuerte. Si tan sólo hubiese sabido que esa fuerza no era más que los recuerdos ocultos en el pasado. Sin embargo, me aferré al diario, tomé la primera hoja que no estaba vacía con delicadeza, esperando que toda esa tristeza se me fuera. 

¿Quién hubiese dicho que todo sería por un pacto? ¿Quién hubiese pensado que todo tiene un sentido? Pues así es, todo pasa por algo. Lo único que el destino quería, era advertirme. Una advertencia que no escuché, una advertencia que dejé pasar. Quería hacerme entender que había una fuerza mayor, algo a lo que nadie podía derrotar, aunque sí subestimar: un diario, o quizás era mucho más que simplemente eso...