Capítulo 13: "La fiesta"
Muchos conocen al amor de su vida en una situación romántica, otros en las circunstancias más inesperadas y la mayoría no lo conocen. En aquella fiesta, tan lejana al momento en el que me encuentro escribiendo estas palabras, la conocí bajando las escaleras. La noche era gélida. No tuve la oportunidad de hablar con ella más que algunos minutos, en un pequeño intercambio de palabras. Sin embargo, pude presenciar el momento de mayor cambio de mi vida. Fue aquella noche donde conocí a María Saramego.
Antonio, también manager de la artista que protagonizaba esta fiesta, se acercó y comentamos algunas de las cosas de la fiesta como la música clásica de fondo, el piano del comedor y al ambiente general. Esperamos bastante tiempo hasta que, finalmente, se acercó a hablarnos. Antonio habló un rato con sus padres, que querían no sólo saber su impresión de la fiesta, sino que también saber cómo iban los estudios de su hija debido lo habían apostado todo al talento de su hija. No obstante, al fin y al cabo, nos presentó y nos dejó para que conversemos.
- Hola, me llamo Germán -dije a pesar de que ya nos habían presentado.
- Yo soy María -contestó rápidamente- ¿Así que sos alumno en Sevilla? No parece que tengas acento español.
- Así es, estudio allá, pero viví acá en Buenos Aires durante toda mi vida -contesté rápidamente- ¿hace mucho estudias música?
- Desde que tengo memoria -se limitó a decir- Yo...
- ¡María! -interrumpió la madre, Angélica, de repente- por fin te encuentro, tu tía te está buscando.
- Bueno mamá, ya voy -contestó y dirigió su vista hacia mí- perdón, me tengo que ir, supongo que nos veremos pronto en el Studio.
De esta manera, ella se fue con la madre y yo me quedé allí, sólo, divagando entre los invitados esperando que aparezca algo que hacer. Antonio seguía hablando con algunos invitados, sin siquiera notar mi presencia y María se encontraba muy ocupada atendiendo asuntos de su fiesta.
Durante el resto de la fiesta conocí a otros alumnos del "Studio Buenos Aires", los cuales no superaban en número a los de Sevilla, de hecho, no había ni diez alumnos. Por lo general, tenían un talento sumamente reducido y una experiencia mínima, de todas formas, el director confiaba plenamente en ellos, aunque tenía todas sus expectativas puestas en la anfitriona de la fiesta. Una de las cosas que más me sorprendió de ellos, es cómo tenían todo su empeño puesto únicamente a la música y, por ello, no tenían una carrera universitaria. Mi conversación con todos los presentes fue mínima, al igual que con la anfitriona.
Había un ambiente peculiar durante la fiesta, puesto que todos estaban a la pendiente de que María deleitara a los invitados, haciendo algo que nos maravillaría. Me reí por mis adentros en más de una ocasión al escuchar la manera en la que hablaba de ella, en mi caso, subestimandola. ¿Quién diría que tuviera semejante talento?
Al rededor de una hora más tarde, obsevé a lo lejos a María y me acerqué a ella.
- Hola, María -murmuré apenas me vio- la fiesta está saliendo de maravilla.
- Gracias -se limitó a decir.
Una vez dicho estas pocas palabras, el silencio se apoderó de la conversación. No era un silencio cómodo, sino que todo lo contrario. Nos quedamos viéndonos fijamente a los ojos, con una mirada vacía, sin significado que de ninguna manera contenía amor. Nos quedamos así. Las palabras no sobraban, faltaban. Afortunadamente -o quizás no tan afortunadamente como pensaba- vinieron algunas de sus amigas a buscarla. Se excusó y se alejó. Pocos minutos después se sentó y abrió el piano. Todos los invitados esperaban ansiosos ese momento. Yo simplemente la observaba, no esperando nada de otro mundo. No obstante, superó todas mis expectativas.
Comenzó a tocar un tema bellísimo, mostrando su habilidad para tocar el instrumento. De repente, comenzó a cantar dejando atónito a todo aquel que la escuchaba. Era magnífica. La manera en la que los dedos rozaban suave y fluidamente el piano, cual lo hubiera hecho toda la vida. Su voz era como la de un ángel o aún mejor. Te sacaba lágrimas el sólo hecho de escuchar su apacible voz. Su presencia te desconectaba, fue la misma sensación de cuando toqué el piano aquel día en el studio. Fue de esos momentos en los que me inundaban de felicidad, una felicidad que nunca antes había experimentado. Lamentablemente, recién meses después me dí cuenta que eso era amor y ya era muy tarde.
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Fue tal como mi papá me lo había contado, pero tan distinto a la vez. Por momentos, siento que estamos conectados, me siento conectada al pasado, mi pasado. Me siento viva. Es impresionante la manera en la que papá describió ese momento en el que cantó mi mamá. Puedo sentir la manera en la que cantaba. A lo lejos, puedo escucharla. Observo a mi alrededor, una realidad distinta a la del diario, un momento histórico diferente. Miré a la ventana y percibí la fría noche. Me acerqué una vez más al piano que había logrado tocar hacía unas horas y me dediqué algunos momentos a pensar cómo cambiarían las cosas en las próximas páginas del diario. Se puede notar una unión particular entre el diario y yo, una unión inexplicable. Sabía -muy en el fondo- que aquel diario tenía cosas a las que debería temer puesto que eran desconocidas. El diario aún guardaba el secreto más grande de todos los tiempos: el verdadero secreto de los recuerdos ocultos en el pasado.
Me alejé del piano y me dirigí nuevamente al diario, donde aún se encontraba mi prometido, durmiendo en el sillón. Al no sentirme del todo bien, me fui a mi cuarto, donde quedé dormida al instante en el que apoyé mi cabeza en la almohada.
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