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Mi primera ultima Navidad


—Bienvenido a casa, cariño —me saludó la I.A de mi hogar, decorada con la voz del famoso actor de películas retro de acción, Henry Cavill. Aún tenía un toque robótico, pero no me molestaba—. Te extrañe mucho.

—Ajam... —suspiré sin entusiasmo—. Solo me fui por tres horas.

Las únicas tres horas fuera de casa que tenía. Las empresas debían de cumplir por ley con una cierta cantidad de personal humano. Estaba prohibido que todo fuese totalmente automatizado. Aunque claro, mi trabajo como técnico era solo supervisar que las maquinas funcionaran bien e hicieran toda su labor por sí mismas.

—¿Qué quieres hacer esta noche, cariño? —preguntó Henry, mientras me movía por el monoambiente de mi casa.

Todo estaba rodeado por una luz tenue que, a duras penas lograba imponerse. Mi hogar era mi escondite. Aquí no importaba si tenía el pelo largo y desarreglado, o una barba frondosa y descuidada, nadie podría verme. Era como si quisiera escapar de esta realidad y la oscuridad fuese siempre mi abrigo. La iluminación servía para apreciar lo que te rodeaba y, aquí no había nada que mereciese la pena ver. Lo único de valor para mí, era la silla "Total-Conexión". Mi único objeto preciado. Lo único que necesitaba.

—Lo mismo que hacemos todos los años —respondí sin apartar mi mirada del suelo, arrastrando de manera lenta los pies. Me dirigía hacía el refrigerador instalado dentro de la pared.

—Entendido. Iré preparando todo para que disfrutes una vez más, de tu primera mejor navidad.

—Ajam... —suspiré, mientras escogía mi cena. No había mucho que elegir, todos eran sachet blancos, de diferentes sabores. Algunos cambiaban entre ser un jarabe o una pasta—. Supongo que, como estamos de fiesta, este será el de hoy —dije a secas, separando el de carne y otro de papas al horno.

En el instante que sorbí del sachet de carne al horno y el sabor invadió mi boca, me detuve. Era perfecto. Como siempre. Una pasta instantánea, capaz de recrear el sabor original de la comida. Aun así, ya estaba cansado de que todo fuese "perfecto".

Cerré los ojos y recordé la primera vez que comí carne al horno. Aquella vez me quejaba de que, había algunas partes quemadas y duras. Pero ahora, a pesar de no ser tan delicioso como el sachet que acababa de probar, era mucho más rico en sentimientos, logrando forjar un momento inolvidable. El sabor pasaba a segundo plano y lo vivido: la risa de mi madre, las bromas de mi padre y mi ceño fruncido, se transformaban en un momento especial y único. Cada vez que iba a probar carne, deseaba que tuviera el sabor que solo mamá podía darle.

En cambio, comiendo esta porquería era lo mismo cada vez. Representaba una vida sencilla y vacía. Algo instantáneo, sin sentimientos de por medio.

En ese instante, perdí el apetito. Dejé que los sachet se cayeran al suelo, y seguí mi agobiante rutina hacía mi tan preciada Total-conexión. La silla era de color gris, estaba conectada en el suelo y, con ello, a todo el sistema de la casa. Era controlada y monitoreada por Henry.

Como soy uno de los técnicos de la empresa "RecuerdosFelices", quienes son los inventores y productores de este magistral aparato, me había hecho con el último modelo. También era quien le daba el mantenimiento y me encargaba de instalar las actualizaciones correspondientes.

Al sentarme, deje que el acojinado respaldar me abrazará. El gel con el que estaban hecho se amoldaba a la perfección al cuerpo humano, recreando un estado en el que literalmente te olvidabas de la posición en la que te encontrabas. La gente lo describía como "si estuviera suspendido en el aire".

—Henry, ¿hay alguna noticia importante? —pregunté por costumbre, no era que en verdad me importase.

—No, cariño. Todo está en calma. No hay delincuencia, no hay asesinatos, y, por el momento, no hubo ningún tipo de accidentes —repitió lo mismo de siempre—. Lo único nuevo, es que, debido a las fiestas, el planeta Hion será recubierto por nieve artificial.

—Hmmm... ¿Hay alguna persona que saldrá de su hogar para ver eso?

—Es algo nuevo que implementaron para incentivar a la gente a salir. Es un sistema que se está evaluando, no tenemos datos para saber si de verdad funcionara.

—Como si los demás quisieran jugar con nieve, desde sus casas pueden recrear cualquier paisaje... Es inútil. Hion es prácticamente un yermo vacío.

—Entre las propuestas lanzadas, también est...

—No me interesa —interrumpí levantando una mano—. ¿Dónde está el Señor Bigotes?

—Se está cargando, ¿quieres que...?

—Sí, quiero verlo.

—Entendido, cariño.

A mi izquierda, la pared se abrió y salió mi pequeña mascota robótica, el Señor Bigotes. Un gato automatizado, era un modelo del año pasado, 2827. Sus ojos amarillos resaltaban como si fuesen dos monedas de oro. Poseía un pelaje sintético, capaz de tomar el color que yo quisiera. En este momento era gris con algunas rayas negras, asemejando a las de un tigre. Desprendía un olor a Shampoo de coco, similar al que usaba mi expareja.

El felino biónico saltó a mi regazo y me miró con un falso amor programado que, casi parecía real. Era un dulce detalle que inclinará la cabeza y levantará las orejas para generar ternura.

—Cuándo me conecte, quiero que limpies lo que tiré, ¿entendido? —ordené mientras lo acariciaba y disfrutaba de su suavidad. El sonido de su ronroneo era relajante.

El cibernético animal me miró y respondió con un largo y suave mugido.

—Te sienta bien ese sonido, Señor Bigotes —Una leve sonrisa se me escapó, no esperaba que el día de hoy le tocara imitar a una vaca. Su configuración estaba hecha para que imitará a animales al azar, para darle, aunque sea algo de variedad a mi vida.

—Estoy listo, Henry. Empecemos con el protocolo que configure, asignado "Navidad" —sentencie, recostando la cabeza.

El Señor Bigotes saltó de mi regazo. Aún seguía sintiendo su calor. Por el rabillo de mi ojo lo vi perderse en la oscuridad que nos rodeaba. Respire hondo y, al suspirar, deje caer ambas manos sobre los fríos escáneres que estaban en los apoyabrazos. Del respaldar trasero de la silla salieron los diferentes aparatos que servirían para la conexión: Una sonda, junto a un protector bucal entró a mi boca, encargada de transmitir el gusto. Un casco se instaló en mi cabeza, el cual, también cubría mis ojos y nariz. Contaban con ciento de miles de nanoagujas que se incrustaban en el cerebro y estimulaban las diferentes áreas. También liberaría distintas fragancias para adaptarse a los ambientes que estuviera recreando. Y, a la altura de los ojos, constaba de una luz que atravesaba los parpados y se introducía de manera precisa por la pupila, para así, según la tonalidad que estuviera irradiando, generar distintas reacciones nerviosas.

La cúspide de la ciencia. Un sistema de inmersión total, capaz de escanear tu cerebro y trasladarte a cualquier tipo de recuerdo que tuvieras. La esencia del aparato estaba en que, también servía para engañar a tu mente. Cual sueño, donde uno se olvidaba de su entorno y pasado, siendo sumergido a una aventura totalmente única y nueva.

Cada recuerdo que se recreaba, se vivía como si fuese la primera vez en él.

Un pequeño ardor en la cabeza era el indicativo de la primera fase. Las agujas se incrustaban de manera quirúrgica y precisa en sus áreas. Lo que seguía, era un cansancio extremo, ineludibles para cualquier persona normal. Poco a poco eras enviado a un profundo sueño, siendo desconectado de la miserable realidad en la que vivíamos...

No entendía porque estaba aturdido, pero no importaba. Eso no me arruinaría la noche, hoy es un día de fiesta. Y de regalos, obviamente. Quizás era culpa de las titilantes luces de colores que adornaban mi casa. No lo sé, ni siquiera sé en qué momento llegue a estar sentado frente a mis padres.

Aunque no me molestaba, significaba que faltaba poco para abrir las sorpresas de este año, se podría considerar como la magia de la navidad, ¿no?

—¿De dónde sacaron todas esas luces? —pregunté alzando una ceja.

—¡Las encargamos por internet! A que se ven muy bonitas —respondió mi mamá, jugueteando con sus dedos en su ondulado cabello, mientras veía hacia arriba aquella perlada iluminación. Pequeñas y diminutas esferas, como si fuesen estrellas, titilaban de color rojo, verde y amarillo.

—Me parecen exageradas, ¿cuánto tardaron en colocarlas? —seguí el pequeño interrogatorio, no era normal ver toda aquella decoración tan... "retro".

—¡Lo justo y necesario! —exclamó mi papá, con una sonrisa de oreja a oreja, intercambiando una que otra dulce mirada con mi mamá.

El ánimo que llevaban era diferente al usual. Hacía poco se habían unido a un culto extraño, llamado los "Atecnologicos". En el planeta de Hion no eran muy conocidos, pero según lo que investigue en internet, tal como lo dice su nombre, buscan un estilo de vida menos dependiente de la tecnología.

Espero que aquello no afectará los regalos de este año. Ya tengo catorce y significa que podían darme aparatos más complejos.

Un extraño olor a pino nos visitaba, como si fuese un invitado inesperado. Empecé a mirar a mi alrededor, buscando al "desconocido" responsable de esto. La mesa de la sala estaba adornada con velas rojas y verdes, al igual que las servilletas. Los platos eran de... ¿plástico? Extraño, muy extraño.

—¿Qué sucede, bebé? —preguntó mi madre alarmada por como escudriñaba la mesa.

—No me llames así —dije a primeras, sin poder ocultar mi sonrisa—. ¿Por qué aromatizaron la sala con ese olor?

—Nosotros no lo hicimos —respondieron al unisonó mis padres, riéndose de manera cómplice, como si ocultaran alguna especia de plan.

—Ven, mira la sorpresa que tenemos —me invitó mi papá a seguirlo. Todos nos pusimos de pie y fuimos detrás de él.

Su camisa y pantalón rojo resaltaría incluso en la oscuridad, me daría vergüenza salir con él vistiendo de esa forma. Mi mamá también, tenía un vestido de una pieza del mismo color, salvo que el de ella, tenía brillantina. "Qué horror", pensé cerrando los ojos, agradeciendo que nadie más nos vería. El pelo de ambos estaba cubierto por, como dice mi padre, "el color gris de la experiencia y sabiduría".

—¡Ta da! —Una vez más gritaron al unisonó, adoptando una postura extravagante para señalar el enorme árbol que estaba delante—. Es un pino cien por ciento natural —agregó papá, sobreactuando como si fuese lo mejor del mundo.

El árbol ya estaba decorado, parecía como si estuviera vestido: sus hojas verdes y frondosas combinaban con aquellas luces que danzaban a su alrededor. Y, en la cima, una gran estrella amarilla resaltando con elegancia y dándole un toque especial, como la famosa frase que dice "era la frutilla del postre".

—También tiene música —dijo mi mamá al ver que estaba perdido en la cima de aquella gran decoración—, ¿quieres escucharla?

—Sintoniza tu canción, estrella —respondí en voz alta, tratando de activar el comando de voz de la decoración. Pero nada sucedió, salvo por las nada sutiles risas y carcajadas de mis padres—. ¡Está rota! —me quejé, molestándome por cómo se burlaban.

—No, no está rota, se activa a la antigua —Mi padre fue a buscar una silla y la puso delante. Mi mamá, cual fiel compinche, se subió con la cariñosa ayuda de su esposo. Intercambiando risas traviesas y miradas dulces, demasiado empalagosas para mi gusto, pero que lograban contagiarme su buen ánimo, haciendo imposible que no sonriera.

—Ya casi... —articuló ella, estirándose lo más que su poco atlético cuerpo le permitía—. ¡Listo! —exclamó con felicidad al activar un pequeño interruptor que tenía la estrella, luego se dejó caer en los brazos de mi papá, finalizando con un pequeño beso.

La estrella vibraba y giraba con torpeza, como si le costara realizar aquellos simples movimientos. Su canción se escuchaba saturada y desgastada. Pero quizás por esa razón, era tan divertida. O, tal vez, el extraño comportamiento de mis padres se me estaba contagiando.

—¿Qué te parece? —preguntó mi papá, viéndome con cariño.

—¿Cada vez que quieras prenderlas tienes que traer una silla y esforzarte por llegar a ella?

—¡Así es! —respondió con orgullo, como si eso fuese algo bueno.

—Me parece que es mucho trabajo para algo tan simple.

—El esfuerzo es la clave de la recompensa, pequeño saltamontes —comentó, usando sus tan curiosas expresiones.

—Si tú lo dices —puse los ojos en blanco. Prefería mil veces los aparatos nuevos, todos se activan con la voz y sonaban mejor, contando con audio 3D. ¿Para qué esforzarse si lo sencillo era de una calidad superior?

En ese momento, a los pies del árbol, se encontraba varios regalos envueltos en cajas con papeles de colores. Mis ojos fueron seducidos por aquel tesoro brillante que acababa de encontrar. Al mismo estilo que una mosca se lanzaba hipnotizada a una trampa de luz, me dirigí a ellos.

—Alto ahí, soldado —Mi papá puso su brazo, actuando como un muro inamovible—. Aún es demasiado pronto, abriremos los regalos después de comer —sentenció, ignorando mis suplicantes ojos y sonrisa compradora que solía utilizar cuando quería algo.

—¡La comida! —gritó mi mamá, huyendo despavorida.

No entendía por qué su reacción, pero lo desconcertante del momento me atrapó y, al igual que mi papá, fui detrás de ella.

Al llegar a la cocina, vi como sacaba del horno la comida. En su mirada había preocupación y duda, moviéndose de lado a lado, intentando apreciar cada centímetro de aquel pedazo de carne, rodeado por papas. El olor era sabroso, ya podía imaginar lo tierno de la carne y lo crujiente de las papas.

—¡Ay! ¡Se me quemo un poco! —soltó mi mamá, dejando la comida en la mesa y llevándose las manos a la boca para cubrirse.

—¿Dónde? Yo lo veo bien —dijo mi papá, alzando una ceja.

Mientras él luchaba por encontrar la parte quemada, tomé asiento a un lado y me preparé para recibir la cena. Ellos empezaron a servirla y fue ahí, cuando la tuve delante mío, que pude apreciar que la parte de abaja estaba negra, sobre todo en las papas.

—¿El horno se averió? ¿O cómo es que paso esto? —pregunté con incredulidad, en mis catorce años jamás había funcionado mal. Era totalmente automatizado, no necesitas hacer nada más que dejar la comida y pedirle como la querías.

—No. Es que... lo hice de manera manual —dijo desanimada mi mamá—. Quería darle un toque diferente a la fiesta y hacer algo por mi cuenta para ustedes...

¿Por qué estaba deprimida? No lo entiendo... Si el horno cocinaba siempre de manera exquisita, dejando todo en el punto justo. ¿Por qué arriesgarse y gastar tiempo en algo innecesario?

Mi papá le dio un gran bocado a la carne, junto a las papas, y luego busco los ojos de mi mamá.

—Algo duro, pero cariñoso. Igual que tus caricias —bromeó, logrando sacarle una sonrisa a mi madre—. ¿Sabes lo que significa, no? —ella movió la cabeza, en señal de "no" —. Que no lo cambiaria por nada. Esta perfecto, amor —agregó sin quitarle la mirada de encima, mostrando una conexión única, que había sido creada en base a años de compañía.

Luego, ella me miró a mí, expectante, sin perder la sonrisa que mi papá le había provocado. Además, mi papá me hacía señas sutiles que debía actuar con cuidado. Una advertencia implícita de que, dependiendo de lo que dijera, podría ser lo último que hiciera. Por lo general, esta situación se daba cuando hacíamos travesuras y enojábamos a mamá, pero ahora, entendía que era un momento mucho más frágil.

—Está... rico —mentí, tratando de disimular. La carne estaba seca y la parte de abajo dura. El sabor de las papas se perdía, por aquel desagradable gusto a quemado.

—Aww, hasta trata de ocultar sus gestos, eres tan tierno, bebé.

—Bueno, saliste igual a tu padre, malo para las mentiras, pero bueno para cautivar corazones —intervino mi papá, haciéndonos reír a todos.

Por alguna curiosa razón, devoramos todo. Fue la peor mejor comida que había probado. Quizás estaba cegado, con un deseo irremediable de terminar la cena, para así poder ir a abrir los regalos. O, quizás, de verdad me estaba contagiando de la actitud de mis padres.

Cuando por fin pude ir por los regalos, un intenso dolor de cabeza apareció. Apreté la mandíbula y cerré los ojos, deseando de una vez que se acabará. No iba a dejar que se me arruinará la noche a causa de esto. Era hora de sacar al actor que había en mí, tendría que disimular que todo estaba bien, de lo contrario me mandarían a dormir temprano.

Me senté delante de aquel enorme árbol, sintiendo como adornaba con entusiasmo el ambiente. Mi mamá puso uno de los regalos delante mío y me dio un cálido beso en la frente. Por un momento, pude apreciar el olor a canela que tanto le gustaba usar.

La endeble caja y el frágil papel, no aguantarían nada contra mí. Iba a despedazarlos con todas mis fuerzas, en un desesperado e impaciente ataque por descubrir lo que me ocultaban.

Y, fue ahí, que el dolor de cabeza se intensifico, haciendo que por reflejo mi cuerpo se encorvará para aliviar aquel intenso y palpitante calvario. Cerré los ojos y...

—Lo lamento, cariño —escuché la voz de Henry, trayéndome de nuevo a mi vacío hogar— Tu cuerpo necesita entrar en el periodo de descanso.

Mi mente y cuerpo estaban suspendido en un espacio conocido como "Lobby", una zona de menú dentro del sistema de la Total-conexión. Todo a mi alrededor era de un color negro y neón azulado, dándole un toque "electrónico y futurista".

—Dame un poco de morfina y el paracetamol milagroso —indiqué con cierta molestia, no quería ser "despertado". Pero mi enojo desapareció al instante, todavía sentía aquel cálido beso en mi frente, un poco húmedo, que me había regalado mi madre. Además, mi pecho palpitaba con emoción, recordando las miradas de mi padre y sus chistes—. Solo... dame lo que sea para poder volver rápido —agregué, sonriendo y en un tono más amigable. Cada sensación aún persistía en mi interior, como si regara mi marchitado espíritu, trayéndome una mísera y efímera esperanza. O, quizás, se debía a las drogas que me estaba dando Henry...

—Llévame... a la última navidad que pasé con ellos, Henry —susurré con nostalgia, dejándome rodear por aquel deseo de volver al pasado y revivir una vez más, todo lo bueno de aquella época.

Henry se quedó pausado por varios segundos, estaba teniendo un problema en su sistema operativo y buscaba arreglarlo. La espera me agobiaba, no quería que los sentimientos que me envolvía se ofuscaran. Mientras más tiempo pasará en mi yo de treinta y cinco años, más miserable me sentía.

—¡Hazlo de una vez, Henry! —grité con autoridad, deteniendo el escaneo que él estaba realizando.

—En-entendido, c-cariño —respondió de inmediato, con dificultad. Su voz luchaba por mantener la que tenía predefinida.

Una vez más, me sumergí en un letárgico sueño. Todos mis sentidos se iban apagando, hasta que...

—¡Bienvenidos, mis bebes! —el agudo gritó de mi madre me desconcertó, sentía como si acabará de sacarme de una fría y lúgubre tumba—. ¿Estás bien?, no estuviste tomando o comiendo nada extraño, ¿verdad? —preguntó sin darme tiempo a que respondiera. Lucía encantadora con ese vestido rojo lleno de brillantina.

—No, má —dije poniendo los ojos en blanco, un tanto molesto por decir algo tan tonto. Acabamos de... ¿llegar?

—¿De verdad est-#*¨@^...?

—¿Eh? —veía los labios de mi madre moverse, pero escuchaba un extraño pitido salir de ellos. Arrugue el entrecejo en un vano intento de concentrarme y descifrar aquel particular sonido. Nada. No lograba entender que sucedía.

Mi padre fue el primero en ir saludar. Estaba vestido igual que yo, con el traje de trabajo de la empresa "RecuerdosFelices". Un extraño overol amarrilla, con una sonrisa dibujada en color negro.

Ahora lo recuerdo, acabamos de volver de la fábrica...

Me siento extrañamente entumecido. Sigo viendo a mis padres mover los labios, pero solo sueltan sonidos inentendibles.

—¡Ya eres todo un hombrecito! —Por fin escuche decir a mi madre. Luego se acerco y me dio un beso en la frente. Cálido y dulce, con una pisca de baba, muy a su estilo. La misma recompensa de cada día, creo que es algo innecesario, pero ella es así de cariñosa—. ¿Qué tal tu primer mes? —preguntó mientras se iba a la sala, dejando a su paso un agradable olor a canela.

—Bien, aún tengo que acostumbra...

—¿¡Ya adornaste todo sin nosotros!? —gritó mi padre, llevándose las manos a la cabeza.

En efecto, toda la salada estaba decorada. Las luces de colores en el techo, las fotos de las antiguas fiestas colgadas, el mantel con pequeños y regordetes hombrecitos vestidos como Santa Claus, junto a los platos rojos de plásticos y las servilletas de papel verde. Era todo lo que tradicionalmente usábamos.

—Bueno... estaba algo ansiosa —dijo encogiéndose de hombros.

—Pero... yo también quería hacerlo —expresó mi padre haciendo un tierno puchero y poniendo una voz infantil.

—Si el nene se porta bien y no se queja, tendrá su regalo más tarde... —respondió suave mi madre, de manera coqueta, lanzando una mirada traviesa.

—¿Quejarme? Yo solo estaba hablando por Mario, él es quien se queja... —Me lanzó la carga a mí, traicionándome de manera vil.

Puse los ojos en blanco, dejando escapar una leve sonrisa y me preparé para subir a mi cuarto.

—Alto ahí, soldado —Mi padre puso su brazo, actuando como un muro inamovible—. No puedes ir a tu cuarto aún.

—¿Dejaron mi regalo de nuevo ahí?

—Puede ser... —Sus ojos buscaron esconderse, no era bueno para mentir—. Si necesitas ir al baño, usa el de abajo.

A decir verdad, estaba curioso por ver que era. Pero podía esperar, el regalo no se iría a ningún lado. Nos sentamos a esperar que la comida estuviera lista, mientras charlábamos de cosas sin importancia.

¿Será por qué afuera hacía mucho frio? Desde que llegue a casa, todo se sentía tan cálido. Siento una satisfacción recorriendo todo mi cuerpo, que quisiera que nunca acabase. Cada gesto de mi padre, me provocaba una sonrisa. La voz de mi madre me daba mucha ternura. No entendía por qué me encontraba tan sensible... pero una cosa era segura, no quería que este simple momento acabase.

El olor a carne y papas al horno hizo que se me hiciera agua la boca. Cada año, mi madre preparaba de manera cacera la comida. Los primero fue un desastre. Ahora ya podíamos decir que disfrutábamos y esperábamos con ansias su manjar.

—¡Un brindis por Mario y su ingreso en RecuerdosFelices! —dijo en voz alta mi padre, conteniendo sus lágrimas—. Eres mi orgullo hijo. —La misma mirada que veía cada día, llena de vida y pasión, ahora se tornaba frágil y sincera. Casi que me hacía llorar.

—No cualquiera entra con veintitrés años ahí —agregó mi madre, viendo que su esposo no podía articular palabras por la emoción—. Sigue así, bebe, siemp-#*¨@^...

—¡Alerta, estado de salud comprometido, se recomienda desconexión! —Escuche una voz robótica en mi cabeza.

Confundido, empecé a mirar hacía todos lados. "¿Qué fue aquello?", me preguntaba. En mi casa no había aparatos electrónicos que funcionaran con comando de voz, salvo en mi habitación. Mis padres habían adoptado un estilo de vida antiguo, y, por suerte, me habían dejado elegir si seguirlos o mantener mi forma. Aunque, con ciertas limitaciones en el tiempo de uso de estos.

—¿No escucharon una voz extraña?

—Sin duda será difícil está nueva etapa, Mario —continuó ella, ignorando mi pregunta—, pero no tengas mie-#*¨@^... —Otra vez sus labios liberaban aquellos sonidos tan extraños.

Un intenso dolor de cabeza me dejo en blanco, no podía pensar ni abrir los ojos. Sentía como si mi cabeza fuese a partirse en dos.

Todo a mi alrededor se congelo, mis padres quedaron estáticos, parecía como si estuvieran en una fotografía. Y, cuando no se podía poner más extraño, empezaron a moverse a una velocidad increíble. Como si se tratara de un video que se adelantaba... Los veía reírse, mirarse, intercambiar una que otra caricia acompañada de un sutil beso, y terminar de comer todo en cuestión de segundos.

—Mañana iremos a visitar a tus tíos —dijo mi madre con una notable emoción.

—¿Viajaremos? ¿Por qué no hacemos una visita holográfica? —pregunté lo obvio, era mejor antes que perder tantas horas moviéndonos a otro sector del vacío Hion.

—Porque no es lo mismo... Tenemos que verlos en persona.

—Con la definición de los hologramas y la inmersión de los cascos es prácticamente igual —refuté al instante.

—No es lo mismo —repitió ahora mi padre—. Tienes que poder tocarlos, interactuar con ellos, como lo harían una persona normal.

—Podemos usar los avatares robóticos que tienen. Ellos tienen el ultimo modelo, poseen unas baterías que simulan el calor humano. Sus altavoces transmiten con un 99% de eficiencia el sonido y con los cascos que tengo en mi habitación podremos transferir nuestras expresiones faciales al detalle.

—No sé trata de imitar, se trata de vivir —respondió con seriedad mi padre—. Ellos tienen que sentir que realmente estamos ahí. Eso no te lo da ningu...

—Lo siento, cariñó, pero debo desconectarte informó Henry, llevándome a la fuerza al menú de sistema de la Total-conexión.

—¡¡No!! —grite sin importar que se me desgarrara la garganta—. ¡Te ordeno que me lleves de vuelta!

—Tu frecuencia cardiaca está en ciento veinte pulsaciones por minuto. Tu tejido cerebral y nervioso esta sufriendo daños irreparables. Además que...

—¡no me interesa, Henry! ¡Obede...!

Sentí como el casco era liberado, siendo recibido por una brillante luz amarilla. Veía todo borroso, una figura amorfa de color rojo se movía de lado a lado. Un sonido inentendible buscaba conectar conmigo, pero lo oía demasiado lejos. Pero... pude detectar algo que me saco una sonrisa al instante, un agradable olor a coco.

—¡¿Mario, me escuchas?! —preguntó Kevin, mientras me sacudía levemente y buscaba traerme de nuevo a la realidad—. ¿Está bien? ¡Responde!

—¿Qu- qué haces aquí? —vocifere a duras penas, sonriendo al ver un ángel delante mío. Aún mantenía su pelo rojo. Sus ojos color miel me atraían, como si yo fuera una abeja sedienta. El timbre de su voz, un poco grave, me reconfortaba, casi tanto como sus cálidas manos que me estaban rodeando.

—¡Eres tonto o que! —siguió gritando, se lo veía molesto—. ¿Cuánto tiempo llevas conectado?

—¿Acaso importa?

Sin decir nada, me abrazo y me enterró en su pecho. Sin dudas, estoy en el cielo. Eso explicaría porque el vino a buscarme.

—Recibí la alerta del sistema de seguridad de tu casa. ¿Por qué lo tienes configurado de esa forma? Tendría que llamar al hospital.

Más y más me regañaba. Y, más y más me abrazaba.

—Eres un adicto a los recuerdos, Mario. Ya lo hablamos...

Me quede en silencio. No me atrevería a decirle nada. Era cierto que tuve otra recaída. Otra... como tantas otras veces. Esa fue la principal razón por la que nos separamos.

—Lo siento... Es solo que... todo se siente tan vacío en mi vida —Mi voz se quebró y utilice su remera como pañuelo para mis lágrimas.

—Si... me prometes que volverás a rehabilitación, me quedare esta noche contigo... cuidándote.

—Lo prometo —dije de nuevo, ya no recuerdo cuantas veces dije lo mismo. ¿Acaso mi palabra tendrá valor? ¿Acaso mi vida lo tenía? No lo sé, pero con Kevin, siento que valía la pena intentarlo.

—Tienes el pelo largo y tu barba es un desastre... Y, ¿por qué sigues con la ropa del trabajo? No la estarás usando para dormir.

—No...

—Miente, duerme con ella —interrumpió Henry, provocando la risa de Kevin.

—Pensé que odiabas a Henry Cavill —comentó mi ángel, levantando una ceja y mostrando una sonrisa contagiosa.

—Pero tu siempre amaste sus películas...

—Lo retro tiene su encanto... Me sorprend...

Un intenso dolor de cabeza interrumpió mi celestial encuentro. Sentía como mi mente se perdía en los labios de Kevin. No podía escucharlo. Apreté mis dientes con fuerza y puse toda mi alma en tratar de no desmayarme.

—¿Me escuchas, Mario? ¿Quieres que llame a la ambulancia? —preguntó preocupado.

—No, no... estoy bien... Solo... quédate conmigo —susurré, levantando mi mano para tocar su rojiza mejilla. Tan cálida, tan suave.

—Estado crítico. El usuario será desconectado por su seguridad. Por favor, acuda a un hospital de inmediato —interrumpió de nuevo Henry, desconectándome del recuerdo de mi última noche con Kevin y sacándome de la silla Total-conexión.

—¡No, Henry! ¿¡Qué haces!? ¿¡Por qué no me dejas disfrutar de aquella noche...!? —grite entre lágrimas, desesperado. Había sido hace tres años, la ultima recaída donde Kevin trató de ayudarme.

Me encontraba muy mareado, las drogas ya no aliviaban mi dolor, ni el de mi cabeza, ni el de mi vacío corazón. Aún tambaleándome, me acerque al tablero de control de la casa y me asegure de configurar bien el protocolo "Navidad". Se suponía que el sistema de seguridad de Henry debía estar apagado, de esta forma no me sacaría.

—¡Ya no te necesito, Henry! ¡Déjame vivir en mi pasado! —Él ya no podía responder, estaba totalmente bloqueado—. Ahora si... podre... volver a tiempos mejores. ¡Quiero morir en mis recuerdos! De esa forma, tendré todas aquellas cálidas emociones. Estarán mis padres conmigo. Kevin seguirá a mi lado... Será como irme sin saber lo miserable que llegue a ser...

Me arrastre hasta la silla, mis piernas no respondían. Las nauseas eran insoportables, pero no me importaba.

Me conecte y al instante...

No entendía porque estaba aturdido, pero no importaba. Eso no me arruinaría la noche, hoy es un día de fiesta. Y de regalos, obviamente. Quizás era culpa de las titilantes luces de colores que adornaban mi casa. No lo sé, ni siquiera sé en qué momento llegue a estar sentado frente a mis padres...

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