CAPITULO 6
Capítulo 6 - aflicción
"Me visitó la aflicción, la pena, la tristeza y los demonios.
sin haberla conjurado
y de este modo ha quedado
sombrío mi corazón."
Angélica, la encontró entre los alborotados adolescentes.
Nadie capto que Astrid, lloraba en el pecho de lucas.
Angélica preocupada observando el panorama, empezó a formularse hipótesis en su cabeza de lo que pudo haber sucedido.
La chica frunció el ceño, al darse cuenta de que Astrid, nunca lloraba.
"Me da furia llorar, sin o con personas a mi alrededor. Llorar es de débiles" Dijo, Astrid, alguna vez. Angélica recordaba dichas palabras y en toda su vida jamás la vio llorar, lo aseguraba.
Esto tenía que ser gravé para que ella se lanzará a llorar en los brazos de un chico que no quería y que este le respondiera.
Con sus manos temblorosas, se incorporó y fue a buscar respuestas.
Algunas miradas curiosas la contemplaron, pero ella ignoró todo a su alrededor.
Sus pies estaban fijos en la cerámica y tenían un paso firme, empezó a trotar. Sus pelos caoba danzaban por el aire. Su cara era un poema, su rostro estaba tensado, se podía ver claramente la preocupación en ella.
Apretó sus labios, tratando de ignorar sus impulsos. El comentario de un chico de sexto año, la había sacado un poco de sus casillas.
Su objetivo era llegar hasta donde se encontraban ellos dos.
Al estar frente de ellos, los observo con determinación.
Lucas, la aferraba a su pecho dando consuelo y la pelinegra se ahogaba en sus lágrimas.
Lucas, había observado cómo sus pelos caoba danzaban en el aire. Su postura la hacía ver más sensual de cómo la recordaba meses antes, todo en ella irradiaba seguridad. Sus pasos firmes resonaban por todo el comedor. Él, observó cómo a Angélica le incómodo el comentario que le hizo, Wilson. Ella apretaba sus carnosos labios y eso a él, le parecía algo sensual. Amaba ver esos jugosos labios y como lo tentaba a besarlos.
Cuando la vio con sus palmas echas un puño y un rostro claramente preocupado, quiso abrazarla a ella, pero eso no estaría bien, así que alejó ese impulso de su cabeza.
Él miraba como ella los observaba cautelosamente y Lucas, se olvidó de respirar, le exigió a su sistema respiratorio que funcionara bien, porque sintió que se ahogaba con su presencia.
Un temblor en sus brazos lo sacó de su trance, reaccionó al instante que se encontraba Astrid, en su pecho sollozando de melancolía. El la apretó contra su cuerpo transmitiendo seguridad.
- ¿quién hubiese imaginado que yo estaría consolando a Astrid? - Se preguntó internamente, Lucas.
Esa pelinegra lo odiaba y aborrecía. El en cambio la quiera en su vida, lo que pasaba es que el intentaba protegerla del cabrón de su hermano, lo cual ella entendía todo lo contrario, haciendo que este tema se mal entienda. Le caía bastante bien, Astrid era todo felicidad y le agradaba. Él trató de advertirle que algo como esto podía pasar, ella no escuchó y ahora está pagando las consecuencias de sus actos.
- Me gustaría decirte te lo dije, pero en este momento sería un hijo de puta, es mejor guardarse el comentario - Pensó el chico de pelo castaño.
La voz de un ángel preocupado lo desconcertó.
— ¿Astrid que sucede? — dijo Angélica, con un tono preocupado.
La nombrada levantó su vista con un notable semblante triste y unos ojos hinchados, se podía apreciar el rastro de llanto salado que cubría sus mejillas. Se sorbo la nariz que estaba de un color rojo y se alejó del pecho de Lucas, con delicadeza.
— Las dejaré solas — dijo dulcemente, el castaño.
Se alejó, ya sin saber qué hacer en esa situación. Había hecho todo lo que podía referido con consolar a una persona, él no sabía que hacer exactamente cuando alguien lloraba. Se le era extremadamente imposible consolar a alguien en ese estado de melancolía. Hizo un esfuerzo de voluntad cuando vio que los ojos de Astrid se humedecieron, a punto de dejar en el piso su alma rota. Él, la miraba tratando de descifrar lo que sentía y aunque no podía, sabía lo que el sintió cuando le rompieran con una paliza el corazón.
La vio tambalearse de lado a lado a punto de caer y desvanecer, la sujetó del brazo con delicadeza apretándola contra su pecho, dándole seguridad como podía.
Ellos dos tenían algo en común, jamás lloraban. Creían que era para débiles, que era absurdo y más, si personas te contemplaban mientras llorabas, eso era perder la dignidad. Él y ella siempre fueron de carácter duro y semblante frío. Solo podían divertirse con personas que fuesen muy allegados a ellos, eran de pocas palabras, menos Astrid ella si era más sociable. Pero después los dos eran iguales, no confiaban en nadie y nunca pedían ayuda a los demás, ellos tenían manos ¿para qué necesitar ayuda?
Si no fuese por el hermano de Lucas, el presente de ellos pudo haber sido diferente. Él y ella pudieron haber tenido más confianza, haber tenido una relación de amistad o algo más.........
Por muy decisiones mínimas que uno tome, puede afectar tu futuro, el caso de Astrid, es uno.
Él, la quería como una amiga, aunque jamás se lo hubiese comentado y aunque nunca le dio un afecto de amistad, le tenía cariño.
Él se alejó de ellas dándole su espacio. Angélica podría sola con esto, ella ya había pasado lo mismo pero sola, sin que nadie levantara su alma del piso pisoteado por Genaro. Le hervía la sangre solo pensar en él, quería descuartizarlo tan lentamente.
Ahora haría una llamada, haciendo que su hermano se cagara en los pantalones, ¡un susto de muerte iba a darle! Camino por el comedor, el olor a mugre y muerte inundó sus fosas nasales, haciendo volver su ánimo en cólera incontrolable. El olor nauseabundo que había en cada espacio del lugar le daba asco, tenía que salir de ahí adentro, porque si no, pasaría algo que a nadie le beneficiaria.
— Ellos siempre estorbando...... — pensó, Lucas con inevitable enojó.
Desde el otro lado del comedor en la mesa de los nuevos….
Él pelirrojo observa como Astrid y el desgraciado hablaban, puso toda su atención ahí.
— Dice que quiere hablar contigo — le avisó Lucas, con una sonrisa amable, tendiéndole el celular que tenía en sus manos.
- cómo me gustaría borrarte la sonrisa, imbécil - comento para sí mismo, el pelirrojo.
— Gracias — contestó con cara de confusión, Astrid.
"Juan" jamás la llamaba en hora de clases. Su cara se distorsionó por una de felicidad con una sonrisa en los labios.
- ¡ay, que jodidamente hermosa sonrisa! - pensó el pelirrojo sonriendo de manera pícara. Astrid, le había contagiado la sonrisa. Su sonrisa era hermosa y su felicidad lo hacía poner feliz a él, pero su sonrisa se borró al escuchar una voz masculina que conocía a la perfección.
Las manos de Astrid le empezaron a temblar, y con un poco de lentitud agarró el aparato con un visible miedo, ella presentía que algo estaba mal ¿se debía al rechazo o él ya se había decidido para que ellos estén juntos? Al principio estaba aterrada por lo que el dijera, pero soltó todo el aire que contenían sus pulmones tranquilizándose, pero ella ya sabía que algo estaba mal, muy mal. El jamás en la vida le había llamado desde el celular de su hermano para hablar con ella ¿por que simplemente la llamaba a ella?
Ella estaba recostada en la pared de color crema, tratando de controlar sus nervios. El dueño del celular lo tenía enfrente, a una distancia aceptable.
Él aparato empezó a vibrar sobre sus manos temblorosas, ella respiró hondo, tratando de controlar los nervios. Con su dedo que empezó a temblar, quiso contestar la llamada, pero frunció el ceño cuando en la pantalla aparece "número desconocido"
- ¿será Juan? ¿pero por qué no usa su número? - se cuestionó con un poco de intriga, ella sabía que era el ¿si no, quien más llamaría al mismo tiempo? Su dedo se deslizó por la pantalla, vio los números de conteo que marcaban la llamada 0:05 segundos.
Coloco el aparato en su oído, podía escuchar la respiración masculina. Quiso estar a su lado besando sus labios, que eran tan apetecible. Ella decía que era su droga personal que solamente podía drogarse ella con él. Pero en este caso específicamente, esta droga es dañina. Tanto, al extremo de causarte dolor en tu corazón, haciéndolo irreparable. Porque este corazón tal vez jamás sane.
— ¿hola? — preguntaron al otro lado de la línea. Ella con un poco de miedo hizo trabajar a su cerebro para responder correctamente.
— ¿juan? — preguntó ella
— Si... — contesto con una voz áspera, que jamás había usado con ella. Ella sintió como sus ojos se humedecían. Astrid, sabía que algo estaba mal, Juan, usaba su voz de seducción todos los días desde que se conocieron, endulzándole el oído con promesas jamás cumplidas.
— hay un tema que debemos hablar y quiero hacerlo desde aquí. Si te preguntas porque no uso mi número de teléfono, es porque está inhabilitado, así que después no podrás llamarme o enviarme mensajes. — aclaró con voz dura.
— Est....está bien — acepto, tartamudeando
Sus pensamientos la bombardearon, se sintió decaer. — esto es mi culpa. ¿por qué no acepte la maldita propuesta? Tengo miedo — se preguntó, y admitió en su mente.
— ¿Tu estas bien? — le pregunto, dulcemente.
— Si ¿por que no debería de estarlo? — contestó, como si nada. Ella supo que ella se llevaría la peor parte de esto, lo presentía — Astrid, estás al tanto de que necesitaba tiempo para pensar — dijo despacio para que la pelinegra pudiera comprender lo que se vendría. "Juan" esperó alrededor de varios segundos por una respuesta, está jamás llegó. Ella no dijo nada, solo escucho con atención — bueno, ya lo pensé. No puedo entrar en una relación con una niña totalmente inmadura que no sabe nada de la vida y si me dejas comentar, controladora — dijo con su voz masculina elevándola más de lo necesario. Astrid, le pareció estar en una nube, escuchó el principio de una fractura, la fractura de su débil corazón — Dime ¿quién mierda te crees para controlarme a mí con tus rabietas? Un hombre tiene necesidades y si tú te crees una niña ve y llora con tu mamá, déjame de romperme las pelotas a mi — grito. Se estaba abusando, ella no quería permitirlo, pero las palabras se quedaban en el aire. Faltaba poco para que su corazón se rompiera completamente en dos, pero el hueco en su pecho la hizo debilitarse, haciendo que su espalda se deslizara por la pared crema lentamente, hasta estar sentada en el piso — ¿sabes? jamás debí de involucrarme con una niña como tú que cree que toda la vida es un color rosa ¡inmadura! — otro gritó se escuchó desde el parlante del aparato que solo podía escuchar ella, sus palabras entraron de bruces por su oído.
— Yo te amo, perdoname si hice algo que estuvo mal. Perdóname, no me dejes. Me arrepiento. Quiero hacerlo, si quiero — dijo ella con una voz quebradiza a punto de la agonía. Ella jamás había dicho "te amo," una famosa palabra que algunos la usaban sin sentirlo o simplemente una palabra común y sin vida, para otros, una palabra fuerte que se decía cuando sentías que el amor había llegado a tu vida. Ella lo sentía así, pensaba que lo amaba y eso nadie se lo sacaría de la cabeza. Ella se rehusaba a perderlo. Se sentía desesperada, no se daba cuenta de lo que él decía y cómo sus palabras la estaban perforando como una bala.
Después de todo el primer amor siempre duele ¿o no?
— ¿te arrepientes de tus actos? ¡ja! Ahora vienes arrastrándote, que te crees con hacerte la deseable. Que te piensas que no sé qué te acuestas con cualquiera — dijo el, destruyendo todo rastro de esperanza en ella — tú no sabes lo que es amar, no quisiste tener sexo conmigo y yo que te tengo que estar suplicándote ¡esto es el colmo! no atendiste mis necesidades ¡maldita! ¡te aguante cinco meses, demasiado! A dile a Amber que le envío un beso, ella si es una mujer y no una niña como "algunas" fue lo mejor revolcarse con ella el 18 de junio en el baño de tu casa — dijo el, con voz rasposa. Ella escuchaba todo, no tenía palabras para expresar lo que sentía en ese momento, su mente estaba en otro lugar, su alma se había ido de su cuerpo, un cuerpo sin vida — dile a Angélica.... — las palabras de aquella persona sin corazón se quedaron estancadas en el aire. El sonido de su irritante voz que alguna vez fue melodía para sus oídos le asqueaba, le repugnaba como a nada en este mundo.
Ella elevó la vista, encontrandose a Lucas. Ella jamás lo quiso, no le agradaba, pero tampoco lo odiaba, no era para tanto, lo que si odiaba que le diera consejos y que le metiera en su cabeza que esto podía pasar. Los ojos de la muchacha jamás vieron venir estos acontecimientos.
- Él amor es ciego - pensó ella.
Astrid, espero que Lucas, le dijese el famoso "te lo dije" al contrario, el no dijo nada. Ella solo se incorporó, viendo como Lucas, fruncía el ceño con el celular en las manos. Él se lo había arrebatado del oído para que deje de escuchar al idiota, se lo agradecía demasiado. Un vacío se posicionó en el pecho sintiendo que faltaba algo, quiso gritar o hablar, pero no pudo. Hacía bocanadas de aire para tranquilizarse, pero era inútil, su respiración se aceleraba y las lágrimas caían por sus mejillas.
Sus ojos se abrieron con sorpresa y asombro cuando Lucas la abrazó, sintió consuelo por una parte, por otra quería estar sola y llorar hasta deshidratarse. Tenía los ánimos hecho añicos ¿pero quién no los tendría? no quería ver a nadie y que nadie le tuviera lastima.
La soledad siempre será tu fiel amigo, cariño.
El chico pelinegro oía todo a pesar de la lejanía, él debía actuar ¡ya! O todo se saldría de control. Pero esta mañana al encontrarse con sus ojos color café que se volvieron ámbar cuando el sol los cegó, se preguntó ¿eso es normal? cómo es que tenía unos ojos tan hermosos, lo dejaron cautivados e hipnotizado. ¿sus ojos podrían ser su perdición? Otros dirán, son los ojos más comunes color café. pero no, si los miras te atrapan, te envuelven como una trampa para seducirte, volviéndose color ámbar, dejándote en llamas de placer.
- ¡no, sus ojos! Sus ojos no eran color café, ¡eran ámbar con mezcla de color café! para los humanos se veían como un café común y corriente, pero entre nosotros, los paranormales eran ámbar, haciéndola destacar entre los demás - Se cuestiono el pelinegro, asombrado dándose cuenta que era ella y que había cambiado desde la última vez que la había visto.
El pelinegro discutía con si mismo diciendo que aquella chica tenía los ojos más comunes del mundo, que solo era atracción que le hacía nublar los pensamientos, pero él sabía más que nadie que eran los ojos más hermosos. Su cabeza divagaba en otro tema, él tendría que dañarla, pero lo que menos quería era hacer tal acto ¿que podría hacer?.
Miró a su hermano, el miraba a Astrid, cómo a ella le caían lágrimas por su mejilla como una catarata.
El pelirrojo tenía un semblante duro como el de una roca, sus palmas echas puños encima de la mesa, hicieron que el pelinegro pusiera toda la atención a Astrid. Podía ver como ella se escondía en el pecho de un ser desagradable y como el con un brillo en sus ojos desnudaba Angélica con la mirada. Poniéndole más atención a ella que a la chica que tenía en sus brazos, que se estaba desarmando, derrumbando por completo, buscando que alguien la consuele.
El pelinegro estaba enfurecido, la sangre le hirvió, sus ojos casi se ponen de un color carmesí fuerte como la sangre, pero trato de calmarse, no quería un espectáculo en medio del comedor, debían pasar desapercibidos y lo que menos quería era guerra.
Él no podía ponerse celoso.
- Es la conexión, hace que piense que su belleza deslumbra entre la multitud - se repitió mentalmente.
El pelirrojo, había contemplado a la pelinegra con adoración. Pudo observar sigilosamente, que un lunar podía contemplarse cerca de su busto y cuando ella, se concentraba en su mente, sus labios se apretaban uno contra el otro. Eso a él lo volvía loco, porque él pensaba que con eso lo estaba llamando, que lo incitaba vulgarmente.
Su cara era todo un poema, lo incitaba a sonreír cada cinco minutos. Astrid fruncía las cejas, el pelirrojo quiso reír descaradamente por sus caras raras, se veía extremadamente adorable e inocente.
- Voy a sacarte todo rastro de inocencia, mi bella dama - pensó el pelirrojo con sorna. La piel de la muchacha era blanca, bien cuidada, y tan suave como la porcelana. Su pelo que era lacio en este momento (porque sabía a ciencia cierta que era ondulado) rozaba su cadera, un negro atrayente, negro azabache para ser precisos. Él había capturado cada movimiento en su memoria, para atesorarlo para siempre.
Agudizó su oído para poder escuchar el latido de su corazón que iba aún ritmo normal, lo volvía loco, lo invitaba a recostarse en el pecho desnudo de ella, escuchando el latido de su corazón como la dulce melodía de un piano, que solo se podía deleitarse en la imaginación.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro