XVIII
Esa noche llamaste a mi puerta. No tenías los ojos rojos de llorar, es más, no creo que estuvieras cerca o hubieras asimilado lo sucedido. Me pediste perdón sin haber motivo y fuimos a la terraza.
Fue la primera vez que te escuché cantar y eso te animó. La música regresaba la vida a tu rostro, brillaba y lucía saludable. Eras una estrella a años luz de distancia.
¿Cuál era el secreto para salir tan rápido de la oscuridad? Aunque solo durara unos segundos, quería saberlo.
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