XLV
No me convertí en tu novia esa noche, tampoco te hubiera dejado teniendo una gota de alcohol en tus venas. Pasaron semanas, quizá algo más de un mes.
Me llevaste con los ojos vendados en tu auto. Cuando bajé me saludó el olor a tierra fresca, pinos y flores. Oí grillos, conejos y aves. Fácil habías conducido una buena media hora para llegar a este lugar, donde no hacía frío ni calor. El viento era suave y el beso que me diste en la mejilla, dulce.
—Un beso y te quito la tela de los ojos.
Reías, Brad, como si fueras un niño a la mitad de una travesura.
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