XLIII
Era la una de la madrugada. Seguíamos en la terraza, sentados en el sillón. Mi mente mentiría al decirme cómo terminamos allí, juntos. Yo estaba apoyada en tu hombro y tu guitarra descansaba en la mesa.
Me contaste de las chicas a las que has amado en tu vida.
La guapísima Charlotte, esa chica a la que cambiaste por la música.
Anna, la chica bajita que se perdía al dar vuelta en la siguiente esquina.
Selene, que prefería el sol a la luna.
Te reíste al recordarla, yo sentí una punzada en el estómago.
Por fin hablaste de Victoria, la única a la que habías perdonado por haberte engañado.
Y la lista no terminó ahí.
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