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2. Antes de la desesperación

Si bien a sus recuerdos habían llegado muchos datos interesantes, lo que más la sorprendió fue el hecho de revivir cada "buen momento" con Celestia e incluso algunos con Naegi. Sabía que en el pasado, ella no lo hubiese considerado nunca una amistad, pero verlo desde otra perspectiva —en este caso, algo similar a una pantalla de televisor en su mente —la había hecho recapacitar hasta el punto de notar que, efectivamente, era amiga de Celestia.

Y por si fuera poco, también había notado mucho a Naegi en algún momento de sus investigaciones. Aunque de esta parte, lo más resaltante era que, por algún motivo, Ikusaba Mukuro había desarrollado una especie de enamoramiento obsesivo por él.

Como fuera el caso, siempre había notado cierta tensión alrededor del Súper Suertudo de preparatoria. Ya sea por la constante observación de Mukuro o el extraño y retorcido interés de Junko —quizás fue ahí en donde comenzó a sospechar —, siempre había alguien que lo tenía en su mira.

Y Maizono Sayaka no parecía ser la excepción.

Muchos rostros sonrojados y tartamudeos innecesarios después, se dio cuenta de lo que pasaba: Naegi tenía un enamoramiento y lo más probable era que Sayaka los correspondía.

Por supuesto, hubo muchos más recuerdos que se superpusieron a ese, pero en cuanto se sacó aquel extraño aparato que se asemejaba a un casco para observar a sus amigos, el rostro de Naegi solo miraba a la nada.

Aturdido, sorprendido, triste... Podría haber nombrado mil adjetivos más si se trataba solo de definir su expresión.

Y en ese momento no dudaba el porqué estaba así, Naegi era de los chicos que congeniaban con toda la clase. Era amistoso, educado, amable y siempre le sonreía incluso a personas raras como ella e Ikusaba Mukuro; sin embargo, después de varios días, cuando introdujo cierta clave en uno de los casilleros automáticos, dudó por primera vez en una de sus conclusiones.

11037.

11037.

11037.

Siempre la misma contraseña para todo y ni se molestaba en ocultarla. ¿Por qué? ¿Por qué confiaba tanto en las personas? ¿Por qué no podía ver la maldad y perversión en ellas? ¿Por qué usaba exactamente esa contraseña?

Fue en cierto día, cuando por fin tuvo un rato libre después de mucho estrés que caminando por los pasillos se lo encontró.

A veces, tanto ella como los otros sobrevivientes, podían ver atisbos de tristeza cruzar su mirada camuflados por una sonrisa.

Y ¡oh, qué coincidente! Ella estaba en ese cuarto de hora. En ese preciso cuarto de hora en el que a cualquiera se le escapa una tontería de la boca o hace cualquier estupidez. Sí. Ese cuarto de hora.

—Naegi-kun —lo llamó —. ¿Te parece si vamos por un café?

El chico le sonrió.

—Claro —contestó —. ¡Ah! Pero primero debo dejar estos libros en mi habitación.

Kirigiri aceptó acompañarlo hasta dicho lugar.

Por suerte, los cuartos de hora de Kirigiri Kyouko no eran tan malos.

Ambos caminaron por los silenciosos pasillos entablando una molesta conversación silenciosa.

Últimamente Naegi hablaba menos de lo usual y parecía ni siquiera esforzarse en buscar un tema del cual hablar. Solo estaba callado mostrando una expresión tranquila.

No. Él no era ese tipo de persona. Mucho menos si era con ella con quien se encontraba. ¿Dónde estaba el chico que siempre daba luz en la oscuridad? ¿El chico que a pesar de todo sigue animando y apoyando a quien sea cuando lo necesite? ¿En dónde estaba el héroe que los ayudó a salir vivos del Juego de Matanza Mutua y derrotar a Enoshima Junko?

De pronto llegaron a la puerta de la habitación en donde residía Naegi Makoto. Quizás parecía que había muy poco trayecto entra las oficinas y las residencias, pero en realidad ella había estado paseando por ahí y él se dirigía ahí, entonces no estaban lejos.

Cada habitación —tan grandes como algún cuarto de hotel de cinco estrellas —tenía una seguridad especial. Debido a que cualquiera podía caer en la desesperación en cualquier momento, el subdirector Munakata Kyōsuke, con el que pocas veces había coincidido, se había encargado de por lo menos asegurar algunos lugares. Reforzando las puertas y paredes, blindando las ventanas —que por escasas casi no había aire que no fuera del condicionado —, colocando algunas cámaras y por último estableciendo contraseñas.

Oh, no. El cuarto de hora no había terminado.

11037.

—Naegi-kun, ¿te das cuenta que todos en la división y probablemente en la Fundación del Futuro, conocen tu maravillosa clave? —cuestionó. Naegi la miró emitiendo un simple hmm y ella suspiró —. Siempre, en todo, escribes ese mismo patrón. No quería preguntar el por qué debido a que entiendo la conexión, pero aun así lo haré. ¿Por qué escribes el mismo número, Naegi-kun?

Naegi, algo sorprendido por la cantidad de palabras que había expresado en menos de un minuto, sonrió con nostalgia y algo avergonzado.

—Bueno, tú misma lo has dicho, Kirigiri-san. Entiendes la conexión y creo que es por eso que, antes de que me dé cuenta, ya estoy escribiendo el mismo patrón una y otra vez. Creo que se ha arraigado en mi cerebro, después de todo...

No lo digas.

—Fue gracias a este número que yo...

No lo digas...

Pude sobrevivir al primer juicio, ¿no lo crees? Además siento que es, aparte de mis recuerdos, lo único que me conecta a Maizono-san y lo que me mantiene con los pies en la tierra, supongo...

¿Suponía? ¿No se trataba de su esperanza la que lo hacía? ¿Que Maizono lo había salvado? ¡Ella lo iba a inculpar si sobrevivía y mataba Leon!

Además, ¿no fue ella misma la que lo ayudó a librarse del castigo?

Pese a todo lo que quería decir en ese momento, Kirigiri se mordió la lengua y asintió.

—Ya veo —dijo —. Entonces si alguien te roba, no vengas a quejarte con tu líder de la división —intentó bromear, pero vaya que se le había hecho difícil.

Naegi sonrió.

—Sonaste como Togami-kun.

Y eso era lo que la molestaba de haber recuperado sus recuerdos.

Entendía que Naegi había tenido un enamoramiento en Maizono. Entendía que había sido una amiga importante para él. Pero eso ya era el pasado. No estaba mirando hacia adelante pese a que siempre era él el que lo hacía.

Los recuerdos de ese fantasma de su memoria lo estaban atormentado e inconscientemente le estaban quitando al Naegi que todo el mundo apreciaba.

—¿Solo se trata de eso, Kyouko-chan? —le preguntó Asahina.

De alguna manera, había terminado hablando con ella del tema y de paso le había contado todo lo relacionado con los días de vacaciones que Togami les había dado.

Ciertamente, el algún punto, quizás Togami también estaba preocupado por Naegi.

—¿A qué te refieres? —le preguntó Kyouko.

Asahina se llevó el dedo índice al mentón y suspiró.

—¡Vamos, eres inteligente, Kyoko-chan! ¡Piénsalo! —animó.

La Súper Detective de preparatoria lo pensó.

Lo pensó y pensó y pensó hasta llegar a una conclusión.

—Quiero que Naegi-kun vuelva a ser el mismo —declaró —. Nada más.

Asahina casi cae de espaldas sobre su cama.

¡Mo~! —se quejó —. Para ser alguien tan inteligente como Togami-kun, definitivamente eres lenta en ese aspecto.

—¿Cuál aspecto? —preguntó Kyouko.

—¡En el del amor! ¿No es obvio? —exclamó Asahina, pero el estoico rostro de Kirigiri simplemente le dijo que no estaba segura de lo que decía —. ¡Tú estás celosa, Kyoko-chan! Piensa, si Maizono estuviera viva y Naegi-kun decidiera salir con ella, ¿no te molestaría?

Kirigiri observó a Asahina unos segundos, luego miró hacia un lado y llevó su mano a su mentón analizando demasiado la situación.

—En tanto no cambie, no habría problema..., creo.

Aoi alzó ambas cejas.

—Esa no fue la pregunta —sonrió.

Una vez más, Kirigiri analizó la situación. Sabía por sus recuerdos que Maizono y Naegi habían sido amigos cercanos, y si bien no le había molestado en su momento, recordarlo le daba ganas de miras hacia otro lado y apretar los dientes.

Pero ¿qué pasaría si estuvieran en el contexto que Asahina había creado?

Trató de ponerse en la situación. No solo actualmente. Si Maizono siguiera viva, ¿ella y Naegi tendrían la misma relación? ¿Naegi le habría dicho que podía confiar en él? ¿Le hubiese mostrado sus manos chamuscadas?

Pensarlo simplemente la hacía querer cerrar los ojos y apretarlos hasta olvidarlo.

Sí, sin duda, aquella respuesta era la obvia. ¿Cómo no lo había notado antes?

—Supongo que sí me molestaría —contestó sintiendo la vergüenza que no había sentido en años.

Y es que darse cuenta de sus verdaderos sentimientos nunca había sido una tarea fácil.

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