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9: El borracho

El muchacho se abrió paso corriendo entre los adultos. Los hizo a un lado a jalones, valiéndose de toda su fuerza, ya que nadie quería dejarlo pasar. Cuando estuvo frente a lo que traía a todos aglomerados en el granero, comenzó a sacudir las manos de forma frenética, entrando en una crisis de nervios que lo mecía de un lado a otro, mientras en su boca un alarido desesperado iba elevando el volumen de su voz hasta acabar en una sucesión de gritos quebrados.

—¡Sáquenlo! Maldita sea, ¡saquen a ese chico de aquí!, ¡por Dios! ¡Que alguien se lo lleve! —gritó un hombre caminando a zancadas hacia él.

Lo tomó del brazo y el joven comenzó a retorcerse, observando todo a su alrededor.

—¡No me toque! —chilló—, ¡no me toque! —Los rostros de las pocas personas que estaban presentes lo miraban con espanto, angustia y lástima—. ¡Elizabeth! —llamó con un grito desgarrador entre llantos ahogados—. ¡Elizabeth!, ¡no! —repetía tratando de liberarse del agarre—. ¡No...!

El hombre lo arrastró hacia afuera en el preciso momento en que llegaba su padre, conduciendo una camioneta vieja. Francesco Roy estacionó en medio del camino, bajó, dio un portazo y corrió hacia ellos.

—¿¡Qué pasó!? —preguntó al ver a su hijo que lloraba temblando, con la mirada perdida. Se arrodilló y lo tomó en brazos para contenerlo—. Alcalde, ¿qué está pasando?, vine en cuanto pude...

El Alcalde lo miró desde arriba, serio.

...

—No, mamá, no es lo mismo decir "murió" que "se mató" —Su madre se llevó la mano al pecho y se persignó, horrorizada—. Exacto, ¿lo ves?, el impacto es diferente.

Estela entró a su casa a prisa, disgustada y con el entrecejo fruncido. Alex venía corriendo detrás de ella, sin parar de hacerle reclamos, después de una larga discusión que dio comienzo en la camioneta, mientras Isabela conducía de regreso.

—¡Por favor, Alex! Es algo bastante fuerte como para estar poniéndose en detalles —dijo al llegar a la cocina.

Isabela los alcanzó en silencio, con aquella expresión de susto que ponía cada vez que se hablaba de temas prohibidos.

—¡No quiero los detalles, Mamá!, solo quiero... la verdad —bajó el tono de voz al notar que estaba hablando con prepotencia, lo cual no era digno de él. Alex no soportaba las mentiras; que le ocultaran cosas le despertaba mucha ansiedad—. Esa chica... ¿Fue en el granero?

—Sí... —contestó Isabela en un hilo de voz.

—¡Isabela! —llamó su madre con los dientes apretados e Isabela retrocedió hasta la puerta de la cocina.

—¡Basta! —interpuso Alex—. Si no vas a decirme nada, al menos deja que mi hermana hable, tiene veinte años y todo el tiempo parece una niña oprimida con miedo a pensar en algo que no te venga bien. ¡Tiene miedo!

Estela entreabrió la boca, indignada.

—Qué atrevimiento. ¡Soy yo quien cuida de ella! —espetó Estela—. No sé qué tonterías te metió Paula en la cabeza, pero no puedes venir aquí y tomar el control de esta familia cuando tu padre y yo estuvimos al frente todo este tiempo.

—¡Perfecto!, eso está mejor —Alex asintió con una sonrisa cínica—. Al fin algo sincero. Lo único que te digo es que ella va camino a convertirse en una mujer adulta, y en algún momento tendrá que valerse por sí sola.

Alex salió de la cocina rumbo a la sala, subió las escaleras, entró a su habitación, cerró la puerta y se acostó sobre su cama. Cerró los ojos, buscando relajarse, estaba tan enojado que se sentía capaz de correr en ese mismo momento a romper el candado que cerraba el granero, para ver qué tanta historia se cernía en torno a él. Minutos más tarde un par de tímidos golpecitos en la puerta lo sacaron de sus pensamientos.

—Adelante... —dijo con desgano.

Isabela entró a la habitación y se sentó sobre una alfombra mullida, recargando la espalda contra la cama.

—Gracias —musitó—. Nunca se me hubiera ocurrido hablarle de esa forma a mamá. Me dijo que no sabía que me sentía así, tuvimos una conversación al respecto.

—Es imposible que sepa algo de ti si no deja que te expreses —reprochó Alex—. Al menos ahora lo sabe.

—Yo no sé mucho sobre lo que pasó en el granero, estaba en la casa cuando sucedió, lo único que sé es que Elizabeth Roy se quitó la vida, y que su hermano gemelo lo vio todo. Él y unas pocas personas más. Después de un tiempo se empezó a contar como una historia de terror en la escuela, que se armó un lío enorme porque lo estaban tomando como una gracia, hacían dibujos graficando la muerte de Elizabeth, o venían al granero a ver los dibujos que había hecho el hermano. Pusieron sanciones y advertencias a todo el que repitiera lo que se estaba diciendo, o se acercara al granero —contó Isabela—. El día que se llevaron a Elizabeth, inmediatamente después el alcalde le ordenó a papá que cerrara el granero.

—¿El alcalde? —Alex se sentó en la cama—. ¿Qué tenía que ver el alcalde?

—Todo tiene que ver con el alcalde. Cada decisión importante que se toma se consulta con el alcalde. Además papá tenía sus reuniones eclesiásticas en el granero, con algunos miembros de la iglesia, incluído el alcalde, así que era un lugar de reunión para ellos —Isabela le dio un par de palmadas en la rodilla y se levantó—. Voy a ayudar a mamá con el almuerzo.

—¿Y qué hay de la historia? —preguntó Alex en el momento en que Isabela abrió la puerta para retirarse.

—Pregunta en el pueblo, todo el mundo sabe esa historia. Te dará una excusa para salir a dar una vuelta. A mi ya me dio muchas pesadillas de niña —dijo y se marchó.

...

Después de un almuerzo silencioso e incómodo, Alex tomó las llaves de la camioneta y condujo rumbo al pueblo. Estacionó junto a la plaza central, rodeada por comercios diversos. Aprovechó para caminar por los alrededores y recordar viejos tiempos. Visitó gran parte de las tiendas en las que compraba cuando era niño, para ver si encontraba los rostros avejentados de la gente con la que se crió. Los más allegados se acercaron a saludarlo con nostalgia, lo reconocieron de inmediato desde que el rumor de su llegada se esparció en su primera asistencia a misa.

Al caer la tarde se sentó a tomar una taza de café en uno de los asientos de la barra del bar que frecuentaba su difunto padre, el lugar estaba casi vacío.

—El renegado de la familia Santis... —gruñó con sorna un hombre ebrio, sentado a tres bancos del de Alex.

—¿Lo conozco? —preguntó Alex girando su banco para quedar frente a él.

—Nah... No nos conocemos. Pero conozco a tu familia. Conozco a tu padre. A tu madre —arrastraba algunas palabras con los ojos entrecerrados—. Los Santis —hizo énfasis en la "s", denotando desprecio, y una risa débil escapó de su boca.

—No le hagas caso, siempre está borracho. Mejor no seguirle la corriente —interfirió quien atendía la barra: una mujer jóven de cabello corto y castaño—. Se la pasa aquí, bebiendo y renegando.

Alex se enderezó para mirarla.

—Disculpa, ¿puedo hacerte una pregunta? —dio inicio Alex.

—Claro, pero que sea breve. A mi padre no le gusta que me quede demasiado tiempo hablando con forasteros. —Hizo un gesto con la cabeza, señalando hacia una ventana que daba a la cocina, donde un hombre mayor estiraba el cuello con el ceño fruncido, observando todo con atención.

"¡Cecilia!", se oyó entonces desde la ventana.

—¡Ahg!, ya va a empezar. ¡Ya voy, papá! 

La chica resopló y se colocó las manos en la cintura.

—Es sobre Elizabeth Roy... sobre su historia —quiso indagar Alex, pero el hombre volvió a gritar el nombre de su hija mientras pulía una fuente con un trapo blanco—. Olvídalo, hazle caso a tu padre, no quiero causarte problemas.

—Lo siento, pero hace años que nadie habla de eso —contestó mientras se encaminaba a la ventana donde esperaba su padre. Cuando llegó, ambos se pusieron a discutir entre murmullos.

(¿Por qué me haces repetir las cosas?, la gente de la ciudad es peligrosa, no estés hablando con...).

—Tu madre tendría que haberte contado esa historia —habló nuevamente el borracho.

—Pero no lo hizo —Alex giró nuevamente el banco para ponerse frente a él.

—Ella lo vio todo, con sus propios ojos. Yo no lo vi, pero él... —su voz se quebró un momento, luego carraspeó y continuó—. Oí la historia una, dos, tres, cuatro... más de diez veces —el borracho lo miró sonriente, con los ojos irritados, hundidos, la cabeza temblorosa y los labios pálidos.

Alex no acotó nada, solo se quedó en silencio prestando atención a cada palabra.

—Es como una canción, mira, escucha. Los niños la tarareaban mientras jugaban a chocar las manos. ¿Cómo era?, ¿¡cómo era!? —ladeó la cabeza tratando de recordar, y pronto comenzó a tararear por lo bajo tratando de imitar el patrón del juego de manos en el aire.

"Elizabeth Roy, del granero se colgó,

y del susto que se dio, a su hijo lo parió,

contra el piso lo estrelló, su cabeza reventó,

y en un charco se quedó".

—Alto... —pidió Alex, pero el hombre continuaba cantando con la voz quebrada—. ¡Alto! —Se levantó del banco y fue a sacudir al hombre, tratando de que volviera en sí.

Entonces el dueño del bar salió por la puerta de la cocina sosteniendo un rifle.

—Por favor, le pido que se vaya —le exigió a Alex con tono autoritario.

—Yo solo quería... —Alex retiró sus manos de encima del hombre, que se había quedado en silencio, con la mirada perdida—. Necesita un doctor, él...

—Usted acaba de abrirle una vieja herida a ese pobre hombre... Retírese, nosotros ya sabemos cómo lidiar con él —espetó.

Alex asintió con la cabeza y se fue lentamente, sin darle la espalda hasta que llegó a la puerta. 

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