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2: La iglesia

—Alex, espera, me estás aplastando —dijo el niño de sonrientes ojos azules, tratando de contener el peso de su amigo, que lo acorralaba contra una esquina del granero, detrás de un enorme montón de paja.

Alex lo besaba con torpeza en los labios, luego le hacía cosquillas, riéndose, y volvía a besarlo.

—¿Te da miedo que nos descubran? —preguntó con una mirada llena de preocupación—. Lo siento, es que eres tan lindo, Edi, solo quiero darte un montón de besos en la cara —Besó sus mejillas, sus ojos, y luego otra vez sus labios. Edison se aferró a los brazos de Alex, que sostenían su cintura con firmeza.

De pronto oyeron que la puerta del granero se abrió de un golpe; Edisón se asustó tanto que abrazó a Alex, con la mejilla sobre su pecho.

—¡No! ¡Basta! —suplicó una voz femenina, llorando a voces y quejándose de dolor—. Por favor, no... ¡Ah!

—¿Qué está pasando...? —susurró Edison, tembloroso.

—Silencio... —ordenó Alex.

Se oía el sonido de roces de ropa, forcejeo, y los sollozos de la chica que a veces gritaba de dolor, llorando desconsoladamente. Murmuraba con la voz quebrada, pero Alex estaba tan nervioso que no podía distinguir qué estaba diciendo.

—Alex... —insistió Edison, sus ojos estaban colmados de lágrimas—. Alex... —repitió en un susurro, con la voz quebrada.

...

—Alex.

Alex se despertó sobresaltado. Isabela estaba parada en la puerta.

—¿Tuviste una pesadilla? —preguntó preocupada—. Estabas moviéndote mucho, y te quejabas.

El hombre se sentó en la cama.

—No, no sé... ¿Qué hora es? —preguntó aún adormilado.

Isabela sonrió.

—Hora de que te levantes a desayunar, nos vamos a la iglesia en una hora —contestó jovial.

Después de volar a París como fugitivo jamás había vuelto a pisar una iglesia. Su vida como estudiante había sido muy liberal. Su tía, los conocidos de su tía y los ambientes que frecuentaba eran también liberales: tolerantes, respetuosos, libres de prejuicios en su generalidad. Nunca tuvo que salir del closet con Paula, ella asumió que Alex era bisexual, le festejaba cualquier tipo de romance desde la adolescencia, con la complicidad de una hermana mayor. En el hogar que ambos habían construido no se hablaba de religión, porque condenaba el estilo de vida que ambos llevaban con "ideas retrógradas, poco empáticas e intolerantes", así tal cuál lo decía Paula.

La iglesia era un recuerdo agridulce en el repertorio de Alex, fue donde se sintió flechado por primera vez, por otro niño, apenas unos centímetros más bajo que él, de cabello corto color negro azabache, enmarcando un par de ojos azules grandes y expresivos. No tenía memoria de haber notado a Edison antes de los siete años, quizá porque ambos se llevaban un año de diferencia y no fue hasta los seis que Edison entró al coro de la iglesia. En su debut, lo vio subir los escalones que daban al altar mayor con el resto de los integrantes. Se ubicaron frente a los devotos a cantar la primer alabanza del día. Los más pequeños estaban en la fila de adelante, incluido Edison. El sentimiento de enamoramiento que surgió ese día se presentó como un fuerte deseo de acercarse y hacerse su amigo.

Cuando acabaron de cantar, los devotos se levantaron a conversar entre ellos con sus más allegados. Alex se mezcló entre la gente cuando el coro se dispersó. Sus padres estaban tan entretenidos hablando con una familia amiga, que no notaron su ausencia. Caminó entre los adultos, buscando al precioso niño de ojos azules. Otros niños se acercaron a él para invitarlo a jugar, y les respondió que iría tan pronto como encontrase al niño que estaba buscando. Casi al final del enorme salón, se liberó de la multitud y lo vio, abrazado a una mujer de tez oscura, cabello trenzado, recogido en un moño. Usaba un vestido largo, discreto. Se separó del niño dedicándole una tierna sonrisa y movió los labios, diciendo algo que Alex no pudo escuchar, debido a la distancia, pero parecía felicitarlo por su actuación. A su lado estaba parado un hombre caucásico, alto, de traje gris, quien había sido por años el mejor amigo de su padre, el señor Gilberto Bernier, con el cuál el niño compartía la totalidad de rasgos. El esposo.

Edison volteó como si hubiera sentido la mirada de Alex sobre él, y se quedaron viendo por varios segundos hasta que la madre de Edison lo tomó de la mano para dirigirse a la salida. Alex no se movió ni un centímetro, hasta que lo perdió de vista.

El precioso niño de los ojos azules era el hijo del "indecente" Bernier, que se había casado con una "prostituta negra", la cual había conocido en el bar de la ciudad, en uno de los viajes que hacía con su padre para repartir verduras a los diferentes puestos de venta. Haberse enamorado de Chayna le costó su amistad con Andrés, que era un supremasista blanco y fundamentalista cristiano, cuya familia había formado parte de un movimiento llamado Identidad Cristiana, cuya ideología tenía profundamente interiorizada. La Identidad Cristiana sostiene que todos los que no sean blancos, serán exterminados o esclavizados para servir a la raza blanca en el nuevo reino celestial, en la Tierra, bajo el reinado de Jesucristo. Su doctrina establece que solo los "adánicos", es decir: personas blancas, pueden alcanzar la salvación y el paraíso. Con eso en mente, Andrés no podía aceptar que un hombre blanco amara a una mujer negra; así que se alejó de Gilberto, no sin antes recordarle que estaría condenado por el resto de su vida. A Gilberto no le importó, porque Chayna era la luz de sus ojos, la mujer de su vida, que dejó todo atrás para vivir con él en el campo.

A la iglesia del pueblo tampoco pareció importarle que Chayna fuera una mujer negra, si ella aceptaba a Jesucristo en su corazón como su señor y salvador sería perdonada por sus pecados, a lo cual Chayna accedió de rodillas frente al altar, por petición de Gilberto, que quería que su alma fuera salvada. Pero Andrés no era el único vestigio de la Identidad Cristiana que seguía existiendo en el pueblo, por lo que la presencia de Chayna generaba incomodidad en varios devotos.

Por todo, Alex no podía acercarse a Edison, ya que si su padre se enteraba, le daría una paliza que recordaría toda la vida. Al menos no en la iglesia, o en público. Como siempre había sido tozudo y muy paciente, esperó a que Edison entrara en la escuela a la edad de siete años, y lo abordó hasta que se hicieron buenos amigos. Una amistad poco convencional. Por razones que Edison no conocía, Alex se alejaba corriendo cuando veía venir a ciertas personas. O le dejaba notas en el pupitre explicando que no podrían juntarse ese día, aunque luego lo veía jugando con otros niños. O rechazaba todas las invitaciones para ir a jugar a su casa. Llegó el momento crítico en que Edison necesitó una explicación coherente que lo sacara de ese constante estado de alerta: ya que de un momento a otro comenzó a sentir miedo de que algo malo sucediera si los veían juntos, y eso le provocaba pesadillas por las noches. Entonces Alex le contó los sentimientos de su padre respecto a Chayna, y ambos acordaron continuar su amistad a escondidas, viéndose en los graneros. No volvieron a juntarse en la escuela; las miradas eran de soslayo en los pasillos, o tímidas y con sonrisas de por medio en el patio. Cuando salían, corrían a casa para liberarse rápido de sus quehaceres y luego se encontraban en el granero, antes de que Andrés volviera del reparto en el que trabajaba y mientras Gilberto miraba el televisor, descansando de su larga jornada matutina. Tenían dos horas de juego antes de verse obligados a volver a sus hogares. Dos horas en las que solo eran ellos y su extensa imaginación.

Pasaron tres años antes de que Alex se atreviera a exteriorizar lo que le pasaba con Edison. En ese tiempo ya sabía lo que era una relación homosexual y cómo la iglesia lo condenaría. El pastor no se cansaba de hablar de los pecadores, de los sodomitas fornicadores, y del diablo seductor que buscaba llevarlos por el mal camino. Pero ni eso podía frenar sus sentimientos. Cuando tuvo el valor de mostrarlos, fue de forma física: le dio a Edison un beso en la boca, el primero de los dos. A ese beso le siguieron otros, que no tenían sabor a pecado, sino a frutas en la lengua y juegos artificiales en su mente. Después siguieron con caricias inocentes y palabras de amor, de las cuales Edison se enamoró cada día, por un año entero, hasta que Alex se fue, desapareció sin dar explicaciones.

Edison estuvo al pendiente de los chismes del pueblo por cinco años, cuando escuchó el rumor de que el hijo de la familia Santis tenía un problema con su padre por el cual jamás volvería. Nunca supo qué podía ser tan grave como para que Alex se fuera de su casa para siempre, lo que sí entendió que tenía que dejar de esperarlo.

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