Advertencia: el capítulo contiene descripciones de sangre, autolesiones y referencias a la muerte. Leer con precaución.
«Tenemos cicatrices invisibles que nos dejaron las llamas».
-Violet Evergarden
El silencio se había tornado ruidoso, el ambiente, gris.
Sonaba en la lejanía el repiqueteo difuso de una gotera, y a volumen casi inaudible, el eco de dos respiraciones, una más agitada que la otra. De vez en cuando, la brisa golpeaba las hojas y con sus crujidos opacaba las tímidas respiraciones. Pero no pasaba mucho antes de que desapareciese. Entonces la orquesta tímida continuaba.
En el correr de los segundos, un ruido diferente postuló presencia en el comedor. Fue el tintineo metálico de un cubierto chocando contra el plato, prólogo del revolver húmedo que se hizo oír cuando el metal del tenedor entró en contacto con la comida. Una vez llena, la herramienta fue levantada directo hacia la boca del propietario, que masticó dudoso el contenido.
Pasó un segundo.
Dos segundos.
Tres segundos.
Y cuatro. No llegó a más. Norian escupió la comida, y en ese enjambre alimenticio también fue expulsado lo poco que había comido en el último mes, que era menos que nada. Grandes hilos de saliva salieron de su boca directo al piso, condimentados con la sal de sus lágrimas y uno que otro coágulo de sangre. Jadeó también, pero el sonido fue eclipsado por la propia regurgitación.
De tanto ver la misma escena, a Lessa se le habían acabado las lágrimas. Tembló sentada del otro extremo de la mesa en lo que Norian terminaba de vaciarse. Claro que a ella le dolía, y mucho, pero se le habían acabado los métodos para lidiar con la situación. No podía obligar a Norian a comer, menos si ella misma perdía el apetito de tan solo verlo. En las afueras del castillo había una caja a rebosar de toda la comida que habían dejado perder.
«Y estos dos platos van para allá» pensó la argeneana, testigo de cómo Norian salía corriendo luego de vomitar. No fue sorpresa para ella a esas alturas. Luego de cada intento fallido por alimentarse, el pelirrojo se encerraba por horas. Podía ser en cualquier lugar: desde un cuarto hasta un corredor profundo. La idea era aislarse hasta el siguiente amanecer, a falta de valor para encarar la noche.
Lessa y él no hablaban de eso. A ella, no obstante, le quedaba más que claro que Norian lo que hacía era llorar hasta quedarse dormido. Si no dormía, lloraba. Si no lloraba, dormía.
Lessa no era muy diferente. Si bien tenía un nivel energético mayor al de Norian —tal vez porque comía un poquito más—, no era mucho lo que se le antojaba hacer. Ya creía tener respuestas a las preguntas que tanto la habían atormentado en su época de amnesia, ya había presenciado un final hasta cierto punto satisfactorio. Estaba todo hecho.
Ya no era Lessa la guerrera en busca de la verdad y la victoria. Era solo Lessa, y no sabía cómo ser solo Lessa.
No se percató de cuánto tiempo pasó a partir de ahí. Cuando fue consciente de sí misma, el cielo se había teñido de gris y las nubes habían pasado a ser un único cuerpo monocromático. La luz tenue del sol, a pesar de todo, encontró huecos para colarse hacia el interior del castillo.
Un poco de ella rebotó en la piel pálida de la chica, y le hizo ver, aunque no de la mejor forma, lo sucia que estaba. Daba asco. No recordaba haber estado así de mugrienta el día en que todo acabó, así que podría ser resultado de su inexistente higiene personal a partir de entonces. O, quizá, a que su tez había palidecido bastante y que eso destacaba el marrón oscuro del lodo seco.
Fuera por la razón que fuese, Lessa no lo soportó. Con todo y las piernas débiles empezó a caminar hacia las salas de baño.
Durante el recorrido, en el que a duras penas se oían sus jadeos eventuales a causa de la extenuación, se cruzó con Norian.
Como tal, no lo vio a él, sino a un tumulto que temblaba escondido debajo de una sucesión extensa de cobertores. Lessa no necesitaba quitarle todo eso de encima para saber de quién se trataba.
En su espíritu contorsionado, sintió pena. Pena y lágrimas que pugnaron por salir. Odiaba ver a Norian en su punto más bajo.
Los dos estaban en su punto más bajo.
—V-voy... a bañarme, ¿vienes?
El sonido de su voz se le hizo impropio, desconectado de su identidad. ¿En serio era suyo? Se aclaró la garganta y trató de vocalizar de nuevo, pero la resequedad no se lo permitió. Supuso que debía resignarse a ese tono débil; después de todo, combinaba bien con el aspecto demacrado y raquítico del resto de su anatomía.
—No quiero.
Lessa parpadeó, volviendo a la realidad.
—Pero...
—No quiero, Lessa.
La voz de Norian también le pareció diferente; peor que la suya, incluso. Luego de pensar eso, se enfocó en el mensaje articulado por aquel timbre depresivo.
No se iba a bañar.
Cuando regresaron al castillo, Lessa se aseguró de curarle las heridas y vendarle el rostro, con la promesa de que todos los días le haría una cura. Al final, el designio no pasó de las palabras. El contacto entre Lessa y Norian mermó, y con eso las posibilidades de limpiar cualquier herida. Norian no mostraba interés en hacerlo por su cuenta.
Tenía los mismos vendajes desde hace un mes. Si no se limpiaba, podría infectarse. O al menos eso pensaba Lessa con su vago conocimiento en medicina. Se le retorcieron los dedos de tan solo considerar la pérdida de Norian.
Las causas externas ya no eran el único riesgo.
—E-en... Entonces. —Lessa hablaba entre espasmos y respiración entrecortada—. Entonces yo sí me voy a bañar. E-estaré en las salas de baño.
Dijo eso como incentivo, así que su decepción fue grande cuando Norian respondió con silencio puro. Era una confirmación de que no iba a ir, sin importar las posibles consecuencias.
Lessa se fue con la cabeza gacha, concentrada en sus propios pasos. Con el tiempo había aprendido que mantener la cabeza ocupada en visiones banales alejaba el instinto de llorar. Ahora que le costaba ver por culpa de las lágrimas, necesitaba distraerse más que nunca.
Rodó las pupilas para devolver el funcionamiento a sus ojos, en vano. El movimiento enardeció el cúmulo de lágrimas, que tras un pestañeo inconsciente, rodaron libres por las mejillas paliduchas y delgadas. El toque salitre se coló en la boca también y acentuó la mueca en los labios de la chica.
Se sentía miserable.
Cuando llegó a la sala de baños, no lo supo por su visión, pues esta le ofrecía una imagen difusa con manchas deformes. Se dio cuenta porque su cuerpo chocó con una de las bañeras.
Más de una vez había pasado por ahí luego de una misión extenuante, así que se desenvolvió con presteza aunque no contara con el sentido de la vista más afilado: se desvistió a prisas, tomó una toalla de la mesa que había adherida a la pared y se lanzó al agua sin pensar.
Todo lo hizo con una sola mano. La actividad de la prótesis era menos que cero dadas las circunstancias.
El líquido en la bañera —que más que bañera se asemejaba a una piscina de interiores— la recibió con un abrazo gélido. A Lessa la tomó desprevenida, pues como el reino ya no tenía temperaturas tan extremas, pensó que el contacto con el agua sería más llevadero. Supuso que estaba así por la circulación aérea, que se invitaba a sí misma a entrar por las ventanas rotas y los agujeros en las paredes.
Lessa se enjuagó el rostro, y recuperó la vista. Se hizo la tonta frente a la posibilidad de que remojarse en esa agua estancada no fuera lo más sano, y repitió la acción. No se detuvo hasta que sus ojitos quedaron rojos por la exposición inclemente.
«¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Cómo llegamos a este punto? ¿Qué nos está pasando?».
Ya no sabía si esas preguntas eran por dudas verdaderas o por su necesidad de rellenar el espacio en su mente. El silencio la enloquecía. Dentro de esas cuatro paredes grises predispuestas en forma de rectángulo, no se oía nada además de ella y la expansión del agua, ruido insuficiente para callar el pitido en los oídos.
Volvió a llorar, a su pesar. La mano faltante le hormigueaba y no encontraba alivio de ninguna forma. Además, como era tonta para la hechicería, no había podido quitarse ni aquello que no era permanente. Ver el zig-zag rojo sobre su piel la hacía sentir asco. Odiaba su físico. Odiaba verse en el espejo. Odiaba ver su propia cara por lo asquerosa que era.
«¡Llegarán, llegarán dos guerreros de rojo y azul a alterar sus normas! ¡Hijos de la guerra, fieles destructores de su mundo!».
Y ese recuerdo... Ese recuerdo aún la atormentaba...
No gritó, no por falta de ganas, sino porque la voz decidió esconderse en una esquina inaccesible. Se había ido. Por mucho que Lessa forzó las cuerdas vocales, ningún ruido salió. Sus jadeos espasmódicos fueron todo lo que apartó el silencio antes de que le dieran ganas de descargarse contra sí misma.
Tomó una esponja para el cuerpo y se restregó, fuerte, sin pausas, rápido. Quería morir. Fuerte, sin pausas, rápido. Quería morir. Fuerte, rápido, sin pausas. Necesitaba morir. O si no, tapar con dolor físico lo mucho que le dolía el alma.
De tanto restregarse la esponja, la piel se le enrojeció y de sus heridas nació sangre a borbotones. No se detuvo, sin embargo: talló hasta que la esponja se le cayó en el agua sangrienta.
«Quiero morir».
A falta de energía para buscar la esponja, con su única mano funcional se clavó las uñas en el brazo opuesto, tan fuerte que la sangre tuvo camino libre para salir y pintar el agua de rojo más de lo que ya estaba. Infligirse daño era más soportable que lidiar con la enredadera espinosa que crecía en su interior.
Pronto, la presión de las uñas dejó de ser suficiente. La piel sanguinolenta de su brazo se insensibilizó contra el escarnio y obligó a Lessa buscar otro método de desfogue. Optó, pues, por halarse el cabello. Lo hizo a la desesperada, no tanto por el ansia de rebajar el escozor, sino por un arranque de cólera inesperado hacia sí misma.
«Todo esto es tu culpa».
Se desató el cabello.
«Todo, todo. Todo lo hiciste tú».
Se hizo sangrar el cuero cabelludo.
«Lo hiciste tú, Lessa. Mereces esto».
Las hebras se pintaron de rojo.
«Sangra, desgraciada».
La chica cerró el puño en torno a un mechón de cabello y se dispuso a arrancarlo. Se quitó algunas hebras, de ahí no pasó. Una mano más grande que la suya le inmovilizó la muñeca antes de que se hiciera más daño. Al mismo tiempo, un brazo se acercó del lado opuesto y la rodeó, acariciando con especial paciencia las medialunas grabadas en su piel.
Lessa lloró, aun más luego de sentir que el muchacho le hundía el rostro en el cuello y empezaba a llorar también. Los quejidos eran lenes; el dolor, palpable. La falta de luz favorecía el sombreado en sus cuerpos, vueltos una sola masa bajo el líquido rojo y enlodado de la bañera. Eran un trenzado viviente de dolor y llanto.
—Déjame peinarte.
Lessa asintió, apoyándose en el borde de la bañera para no venirse abajo. Se sentía demasiado frágil. Estaba segura de que ni una fractura real la haría sentir así. Con las emociones a flor de piel, no pudo evitar que sus sollozos aumentaran después de que Norian hundiera las manos en sus mechones salvajes.
Quería meterse en el agua y desaparecer, saltarse los días hasta que todo estuviera mejor. Tener a Norian tan pegado a sí, los dos llorando, era un recordatorio de lo rotos que estaban. Y ella no podía soportar eso.
—N-Norian...
Él no contestó, al menos no con palabras. Le dio a entender que estaba dispuesto a escuchar cuando paró de desenredarle el cabello.
Lessa intentó girarse para verlo a los ojos, pero no tuvo el valor ni la fuerza para hacerlo. Estaba cansada y con miedo de una posible reacción desfavorable por parte de Norian. La última vez que él había estado sin las vendas, se negó a que ella lo viese, escondió la cara entre las manos y desapareció el resto del día. Lessa, a excepción de cuando volvieron al castillo, no lo había visto nunca. Solo podía imaginarse el estado en el que estaba por la timidez que el joven había construido alrededor de su aspecto.
La chica suspiró.
—Llevamos así un mes —dijo luego, con la voz rasposa.
Cuando los músculos de Norian se endurecieron, Lessa entendió que se sentía incómodo. Hizo una pausa para relajarlo, acariciándole las manos, y continuó:
—Creo... que necesitamos un cambio.
Norian se tensó más.
Lessa no lo juzgaba, pues incluso a ella misma le hacía ruido lo que acababa de decir. No estaba segura de si Norian se lo tomaría bien, además. Se sintió atrapada en un campo de entrenamiento en donde cualquier paso en falso podría devenir en un desenlace espantoso.
—N-no me consta que esto nos vaya a hacer bien —continuó, un poco asustada. A esas alturas hubiera dado todo para que Norian respondiese—. Pero creo... Creo que deberíamos darnos un tiempo.
Norian fortaleció el agarre sobre ella.
—S-siento que nos estamos haciendo daño, mucho daño.
El chico la apretó más fuerte.
—E-entonces pensaba que... n-no lo sé, pasar un tiempo lejos del otro podría...
—No.
A pesar de que la voz del chico le asustó, la argeneana no pudo demostrarlo: cuando iba a dar un respingo, fue poco lo que pudo moverse a causa de la presión dolorosa que Norian ejercía sobre ella.
—N-Norian...
—No puedes dejarme.
—Norian.
—No me dejes. —Le enterró las uñas.
—¡Norian!
—¡No puedes dejarme!
—¡Me estás haciendo daño, Norian!
El pelirrojo apartó las manos y avanzó frente a Lessa, sin darle la cara. Se apoyó en el borde de la bañera también y escondió las facciones detrás de una cortina de mechones rojizos, largos hasta los hombros. Cortarse el cabello era otra cosa que no había demostrado interés en hacer.
Teniéndolo así, Lessa permitió que sus ojos lo recorrieran desde la coronilla hasta la zona de su espalda, que se perdía debajo del líquido en el que estaban remojados. No lo hizo para deleitarse, claramente: el deseo físico no existía en ese tipo de situaciones. Si analizó al muchacho con especial detalle fue por las quemaduras que le decoraban la piel.
Eran prueba de esa noche..., esa en la que casi morían en un incendio. Los recuerdos de lo vivido golpearon su cabeza uno a uno, acompañados de lágrimas que no tuvieron reparo en volver a apoderarse de sus cachetes mortecinos.
—No sabes cuánto me gustaría haberte conocido en otra era, donde no hubiera guerra, donde no fuéramos los elegidos de una diosa.
El anhelo de una línea de tiempo alterna con su realidad soñada seguía viva pero inalcanzable. Era solo eso: una fantasía ausente, o también sueño que no iba a cumplirse al ritmo que estaban llevando las cosas.
—Y-yo te quiero, Norian —empezó a decir la joven, de a murmullos. Sentía que su voz perturbaba un equilibrio sagrado—. A pesar de lo que que vivimos.. te sigo queriendo, y por lo mismo odio verte sufrir. Odio ver en lo que nos hemos convertido.
—¿Y en qué nos hemos convertido, según tú?
La joven esperaba una respuesta monosílaba, así que le costó procesar esa pregunta con matices pendencieros.
Todavía cerca de ella, Norian se crispó, similar a un felino resabiado.
—¿No lo ves? —contestó la chica, sin ánimos belicosos. Su voz era más bien átona e imperturbable.
Mientras él se relamía los labios, ella jugó con el borde de la bañera. El material con el que estaba hecha exhibía claras señales de deterioro por el tiempo.
—No, no lo veo.
—Somos zombies, Norian.
—¿Zombies?
—E-es... como si estuviéramos muertos. Casi no comemos, no nos hablamos, no nos bañamos. ¿Cómo no te das cuenta? La única actividad que hacemos es encerrarnos a temblar en un cuarto y poner obstáculos en las ventanas cuando se acerca la noche. Y llorar. No hacemos más que llorar. —Hizo una pausa, ya que un nudo en la garganta le impidió expresarse como correspondía—. N-no... No sé si a ti te parezca bien esto, pero a mí ya no. Necesitamos un cambio y creo que alejarnos un tiempo del otro podría ser de ayuda.
—Te alejaste y te empezaste a hacer daño, Lessa.
La chica enrojeció. No podía ocultar una realidad visible en su piel ensangrentada y sus mechones arrancados.
—No lo volveré a hacer.
—Mentira.
—Norian...
—No trates de convencerme, Lessa. —Se tensó más—. Sabes bien que nos necesitamos y que...
—Eso es exactamente lo que no me gusta, Norian. ¡Esa palabra! ¡El «nos necesitamos»! ¿No ves lo...? —Bajó la voz y relajó la postura, avergonzada por su anterior arranque de ira. Salivó, cansada, antes de reanudar—. ¿No ves lo horrible que es basar nuestra relación en la necesidad? E-es... estamos así desde lo del bosque y no me gusta. Me hace sentir horrible. —Si era posible, se hizo aun más pequeña—. No me gusta.
Luego de eso, nadie osó intervenir. Lessa agradeció tener la cabeza gacha, pues de lo contrario no hubiese podido soportar la ausencia de voces. De vez en cuando, su respiración se fusionaba con la de Norian en un mismo resuello esporádico, los movimientos cortos hacían salpicar el agua y el viento daba vueltas incesantes por toda la habitación. Más temprano que tarde, el silencio pitó en los oídos de la chica, cuya garganta se había cerrado por la creciente expectativa. No sería dramático de su parte decir que a partir de ese momento se le dificultó respirar.
Y, sin embargo, eso no fue lo peor.
Cuando Norian respondió, Lessa se arrepintió por haberse quejado del silencio.
—Entonces ya no me quieres.
—Claro que no es eso, Norian. —Negó con la cabeza—. Te quiero, pero...
—Pero me quieres dejar.
—Por nuestro bien.
—Sabes que no estoy bien sin ti.
—Pero si este mes no hemos ni...
—Pero te tengo a mi lado. —Lessa no se percató de en qué momento, pero el tono a la defensiva de Norian había pasado a ser frágil y dolido. Aunque lo escondiera entre una que otra pronunciación grave, la pesadez trascendía. Le faltaba poco para ponerse a llorar—. Yo... a-acepto que no estamos bien, que este último mes ha sido una mierda aun cuando se supone que logramos salir del bosque, p-pero no puedo aceptar que te vayas. No me gusta pasar las noches solo. Saber que estás a mi lado me anima y... M-mierda. —Ahí sí, lloró. Lessa vio que se secaba las lágrimas con el antebrazo antes de apoyar la cabeza completamente en el borde. Parecía que intentaba golpearse—. Lo estoy haciendo otra vez, ¿verdad? Lo que él nos dijo. Estoy... dependiendo de alguien.
A Lessa no le pareció correcto responder en afirmativo, ya que el pelirrojo lucía tan devastado que una confirmación de sus obvias sospechas de seguro lo acabaría de derrumbar. Sin embargo, para la argeneana tampoco era correcto mentirle, mucho menos cuando ella misma había puesto las cartas sobre la mesa.
Prefirió una respuesta física: acercó su mano trémula a la espalda del chico y lo tocó con la punta de los dedos. Al ver que respondía tranquilo, tanteó un poco más la piel antes de tocarlo con la mano entera. Él se sobresaltó, solo un instante. Lessa consintió la posibilidad de haberle hecho daño, así que en su siguiente caricia fue mucho más dulce. Hasta se concedió permiso de besarle la espalda y rodearle el torso con su otro brazo luego de confirmar que se sentía cómodo.
Quedaron igual que antes, pero con las posiciones invertidas. La barbilla de Lessa se encajó en el cuello de Norian apenas tuvo la oportunidad.
Él le sujetó las manos y lloró más fuerte, sin ganas de respetar los dominios del silencio y su existencia casi corpórea en la habitación.
—L-lo siento —susurró, apenado.
Lessa lo abrazó más fuerte.
—No quería lastimarte, en serio. Solo que...
—L-lo sé.
—Estoy mal, ¿verdad?
Lessa calló.
—Estoy mal —sollozó—. Se supone que venía a... a ayudarte, y ahora soy yo el que recibe ayuda. Q-quiero vomitar, quiero desaparecer. Quiero dejar de sentir todas estas cosas, Lessa. M-me, me sobrepasan. Y-y creo... No. —Hizo una pausa para tomar aire, pues de no haberlo hecho se habría ahogado en saliva—. N-No, no creo: sé que prácticamente te estoy obligando a cargar mis sentimientos, y no está bien. No luego de todo lo que hiciste por mí. —Deslizó la mano por la extremidad cortada de Lessa. A la chica le ardieron los ojos—. Por eso soy horrible, horrible y egoísta. No debería estar aquí desahogándome cuando tú también necesitas...
—Norian...
El muchacho alcanzó su punto de quiebre cuando Lessa le acarició el cabello: se le obstruyó la garganta y el aire en sus pulmones se tornó escaso. El mareo no tardó en postular presencia, prólogo de un hormigueo en todas las extremidades. Trató de gritar, pero se quedó sin voz. De sus labios húmedos solo escaparon monosílabos que, más que comunicar un mensaje claro, fortalecían la impotencia por no poder procesar el aire correctamente. Se iba a morir.
Lessa le sujetó el rostro para establecer contacto visual. La apariencia del pelirrojo no le causó mayor impacto: los cachetes y buena parte de la frente exhibían una rojez un poco más intensa de lo habitual, creando un lienzo en el que figuraban moretones desvanecidos y aquella cicatriz que nacía en un extremo de la cara y terminaba en el otro. Si de aspectos perturbados se trataba, los únicos candidatos eran los ojos, que perdidos en los de Lessa parecían gritar auxilio con cada movimiento de pupilas.
Ella juntó sus frentes y lo consoló como pudo. Siempre le había aterrado lidiar con eso. La mera posibilidad de no poder tranquilizarlo estremecía sus músculos. No sabía si lo estaba haciendo bien hasta que Norian daba el primer respiro con ella.
Esa vez, tardó un poco más en hacerlo, pero sí se recompuso antes de que la chica se sacara sangre de tanto morderse el labio.
Cuando respiraron al unísono, Lessa sintió que le volvía el alma al cuerpo.
Lo siguiente que hizo fue abrazarlo.
Una vez así, lloraron. Lessa se lamentó por la catástrofe de los reinos y Norian, aunque dio a entender que sentía lo mismo, desfogó principalmente el dolor de haber perdido a Tara, y lo mucho que la extrañaba. A esas al turras ya habían dado por ciertas las palabras de Cassan.
Inevitablemente, al corazón de la chica acudió el recuerdo de sus seres queridos. Escenas con la señora Main, Alice y Larry la hicieron sangrar por dentro. Sobre todo las de Larry, que por años había recibido la tortura de Hent sin que ella sospechara. Si alguien ahí era horrible, tenía que ser ella, que había abandonado a su mejor amigo por una misión surrealista.
Durante los minutos siguientes, en el cuarto solo hubo cabida para los sollozos sincronizados de la pareja. Ni el viento ni el agua tuvieron la osadía de interrumpirlos. Era su momento de desahogo luego de tantas torturas, de tantos días sin comer, de tantas noches sin refugio. Los estragos se reflejaban, no solo en sus cuerpos, sino también en sus mentes. Tenían cicatrices invisibles que dolían igual o más que las grabadas en la piel.
La noción del tiempo se había diluido en lágrimas y sangre para cuando se separaron. Fueron suaves y lentos, apoyados por la musicalidad de sus narices al sorberse y uno que otro quejido residual. Los hombros les brincaban afines a sus respiraciones caóticas y los ojos, ahora un poco más despejados, brillaban repletos de vergüenza y pesadez. Uno frente al otro, Norian y Lessa parecían dos niños pequeños que se sienten incómodos luego de haber sido obligados a disculparse.
Esa noche no hubo diferencia alguna en su rutina. Aunque trataron de resistirse, actuaron como títeres del miedo y corrieron a esconderse en la habitación más cercana. El conforte momentáneo de estar limpios no bastó para darles tranquilidad. Atravesaron muebles frente a la puerta, taparon la ventana con un escaparate y se acostaron debajo de tantas cobijas que perdieron la noción de cuántas eran. Igual, no les importó. Llevaban escondiéndose así el tiempo suficiente como para que nimiedades de ese estilo pasaran a segundo plano.
Lo importante era sobrevivir la noche.
Sus cerebros no asimilaban que el castillo, aun con paredes derruidas, era seguro contra las bestias. Los dos eran esclavos de sus mentes paranoicas y traumatizadas. No tenían el valor ni de ver el cielo nocturno desde lejos.
—Acepto —susurró Norian, hecho bolita junto a Lessa. Se había dejado vendar luego del baño y por eso parte de su rostro no se veía. Aunque igual, de no tener el vendaje, la negrura y el cabello largo impedirían la visión.
Lessa, que estaba hecha bolita también pero de espaldas a él, se volteó. Le pesaba el cuerpo a pesar de no haber realizado ninguna actividad física a excepción de ir a la sala de baños.
—¿Aceptar qué? —Su voz, por lo suave que fue, prácticamente se hizo una con el silencio y la oscuridad.
Norian se aclaró la garganta.
—A-acepto lo... de darnos un tiempo.
Lo siguiente que la chica sintió fue la mano del joven enroscarse en su muñón. La prótesis no se había presentado en todo el día.
—Pero quédate esta noche conmigo. Solo esta noche. Y a partir de mañana nos alejamos.
Lessa no ignoró lo mucho que a él le costó decir la última parte. A ella también le dolía. Pestañeando para no lagrimear, alargó su mano restante antes de unirla con la de Norian. Por el movimiento, fue inevitable que quedasen a poca distancia, nariz con nariz, alientos unidos.
—Entonces aquí nos separamos.
—Aquí nos separamos.
—T-te quiero, Norian —sollozó la chica.
—Yo a ti, Lessa. —Norian la abrazó—. Y yo a ti.
Esa noche hubo más lágrimas que estrellas.
No mucho que agregar por aquí, la verdad. Solo espero que nunca se hayan sentido como Norian y Lessa.
Me pareció importante tocar esta etapa, ya que sobrevivieron a cosas muy fuertes, así que no tendría sentido (al menos para mí) que lo superaran tan rápido. Les quedaron heridas, malos recuerdos. Ahora es tiempo de trabajar en eso.
Deben sobrevivir de sí mismos.
Por cierto, sé que hay aún faltan detalles que aclarar (lo que pasó con las personas, la profecía y eso). Se revelarán, pero en su debido momento, cuando Norian y Lessa estén listos. La espera ha sido larga pero valdrá la pena.
De verdad muchas gracias a todos los que han llegado hasta aquí.
Sin más que decir, los dejo con el siguiente capítulo.
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