Capítulo XXXIX: Una vida feliz
«Puedes curarle las heridas al guerrero, pero es este el que tiene que levantarse».
-Mi nombre es Ha-neul (@NicolettaJennings)
Advertencia: temas sensibles
—¡Norian...!
—¡No!
—¡Norian!
—¡No eres real!
El chico derribó un gavetero en su huida desesperada por el pasillo. No fue a propósito, sino un accidente producto de la torpeza, pero lo usó a su favor como un obstáculo más entre su perseguidora y él. A pesar de que ella no corriese, estaba cerca de alcanzarlo. Ni siquiera tuvo que rodear el gavetero porque su cuerpo lo atravesó como si la traba nunca hubiera estado ahí.
Norian creyó que se estaba volviendo loco.
En los pocos metros que recorrió antes de caer al suelo, aventó escombros, vidrios y hasta un retrato que vio colgado en la pared, todo con las manos temblorosas y el cuerpo a punto de quedarse sin aire. Lo irónico fue que, cuando acabó en el piso, no fue por el cansancio, sino por las lágrimas que habían invadido su campo visual. No disponer de sus ojos como era debido ocasionó que tropezara con un doblez en la alfombra y que cayera sin más remedio que arrastrarse para seguir huyendo.
No lo logró.
Como no veía, no se dio cuenta de que adelante había una pared. Chocó, y el estrépito fue solo superado en volumen por el resonar de su quejidos. Todavía llorando, se dio la vuelta para quedar de espalda contra la pared. A sabiendas de que no era lo más inteligente si su misión era huir, mantuvo esa posición en tanto se secaba las lágrimas. Ya no se podía mover, el cuerpo le cobraba el uso excesivo. Solo podía jadear cansado mientras su perseguidora se acercaba a paso lento, rodeaba de brillos dorados que se desvanecían bajo los toques de luz solar.
Asustado de verla a los ojos, Norian ancló la vista a los pies de la joven. Le dio vergüenza admitir que hasta esa parte tan pequeña de su cuerpo estaba justo como la recordaba. ¿Qué tanto se había obsesionado con ella como para recordar la forma de sus pies? Si era posible, hasta se sintió peor.
Escapó del malestar subiendo la vista.
Lo que encontró ahí fue diferente. Si bien por el vestido y la voz a Norian le constaba que era ella, su cuerpo se veía más grande, como si hace cinco años su crecimiento no se hubiera detenido. El vellano continuó el ascenso tímido de sus ojos, y comprobó que sus sospechas en un inicio descabelladas estaban en lo correcto: el cuerpo de la joven no correspondía al de alguien de su edad. O al menos, de la edad que debería tener. La última edad con la que Norian la había visto.
Incluso sus rizos color chocolate sobrepasaban el límite establecido en la memoria del vellano. Eran mucho más extensos, y ondeaban libres sobre aquel vestido verde con el que Norian la había visto partir del mundo terrenal. Lloró, y no supo si llamarlo buena o mala suerte, pero aún fue capaz de distinguir los rasgos de la chica. Haciendo a un lado las modificaciones propias del paso del tiempo, era ella, justo como aparecía en sus recuerdos. Era ese primer amor de ojos mieles que aún chispeaban como si tuvieran vida propia.
De haber podido gritar, Norian lo hubiese hecho. El obstáculo fue el nudo en su garganta. Se resignó a jadear asustado y extender la mano hacia el frente, como si eso construyera una muralla invisible entre los dos. Al mismo tiempo, sacudió las piernas para retroceder, aun sabiendo que detrás de sí había un muro que no cedería ni con toda la perseverancia en su corazón.
La chica fue considerada y tomó en cuenta el estado del chico. No se acercó. Tomó asiento frente a él y jugó con sus dedos a la expectativa de algún saludo o palabra. Para Norian, verla así fue un completo desbalance, pues mientras su físico resultaba etéreo y fantasmagórico, sus acciones eran igual de mundanas que las de cualquier otra persona. El cerebro del chico no podía asimilar que un ser de contornos lavados y brillo interno se comportara con esa normalidad, como tampoco podía aceptar que ese ser en específico fuera ella, y que encima se presentara en un momento así.
—¿Q-qué haces aquí?
A Norian ya no le interesaban los «cómo», así que esa fue toda su pregunta. Cuando vio que la joven separaba los labios con intención de responder, apartó la vista y apretó la tela de su ropa para anclarse a la realidad.
—Vine a ayudarte, Norian.
El muchacho soltó una risa con lágrimas.
—¿A-ayudarme? —Se volvió a reír, más que todo porque ya no podía controlar su paleta de emociones. Estaba hecho un caos por dentro y fuera—. ¿Ayudarme en qué sentido? No sabes lo mucho que me esforcé en superarte, c-cada día, cada noche. Y ahora apareces de nuevo. A-apareces en un momento en el que no puedo lidiar ni conmigo mismo.
—Norian...
—No puedo con mi presente, m-mucho menos con el pasado. ¿Por qué crees que tu presencia...?
—Norian.
—Solo quiero ser feliz, Farren —sollozó, con las piernas pegadas al pecho para hundir ahí su patética expresión acongojada—. Quiero ser feliz como esos héroes de los cuentos para niños; tener una vida bonita. N-no quiero dinero, ni fama, ni lujos, solo ser feliz. No es mucho. Pero de verdad siento que...
—Norian.
—¿Qué?
—¿Me puedo sentar contigo?
El pelirrojo era un chico simple que se comunicaba sin necesidad de un lenguaje florido. Su propia cabeza era también un instrumento bastante básico que solo formulaba cuestiones literales. No había cabida para la abstracción o las metáforas. Aun así, con todo y su rechazo hacia la búsqueda de significados ocultos, Norian percibió la pregunta como una caricia. Lo que había escapado de la boca de Farren no era solo una agrupación de palabras. Era un gesto de cariño codificado en lenguaje verbal, una forma de darle un abrazo desde la distancia.
Si eso era posible, Norian se hizo más blandito en su esquina. Le dio la impresión de que se le habían derretido los huesos.
—¿No puedo sentarme?
—P-puedes —habló con esfuerzo.
Las emociones del chico estaban revueltas, no sabía qué sentir. La historia de su vida era una secuencia loca de altibajos unidos por periodos de tranquilidad impostada. Primero, se moría Farren. Cinco años después, él se metía en una investigación junto a su rival del torneo, se enamoraba de ella y juntos vivían la ilusión de haber derrotado al mal, cuando los malos siempre habían sido ellos mismos. Ahora debían lidiar con el silencio mortuorio y la carga en sus corazones de humo.
Más que la historia de una vida decente, parecían retazos de tragedia escupidos al azar.
El chico fue débil, con el llanto y con la cercanía de Farren. A pesar de haber huido de ella en un inicio, la extrañaba, solo que le había costado aceptar que estaba ahí. Ahora que la tenía a su lado, cedió a los instintos y la abrazó. Por su cuenta no pudo hacerlo, ya que las extremidades traspasaron la presencia incorpórea de la chica. Fue ella la que estableció el contacto y, así sí, se pudieron abrazar.
—Farren, me duele...
—Lo sé.
Norian cerró las manos alrededor de los hombros de la chica, y se soltó a llorar con más ganas cuando, de nuevo, no la pudo tocar. Ella era la única que podía establecer contacto físico.
—P-perdóname, Farren.
—No fue tu culpa.
—Debí protegerte. —Moqueó—. Debí darme cuenta antes. Si lo hubiera hecho, no habrías muerto y yo...
—Lo sé, no habrías tenido que vivir todo esto.
—E-exacto, y...
—No habrías sufrido.
—Sí, y...
—Tú y yo estaríamos juntos.
Norian dio un respingo, pasmado. No le gustaba eso último. Por mucho que intentaba imaginar un futuro lindo, no veía a Farren como parte de él. No podía. Se sentía incómodo de solo pensarlo.
—Un mundo en donde hubiéramos estado juntos —siguió la chica—, habría sido lindo, ¿no?
Norian se tensó.
«¿Por qué estoy dudando?».
Se supone que estaba dispuesto a regresar en el tiempo para evitar la catástrofe que había arruinado su vida entera, la de su hermana incluida. Poco le importaba lo que tuviera que llevarse por delante para lograrlo, aun si se trataba de los secretos descubiertos, aun si se trataba de los amigos obtenidos, aun si se trataba de...
«De Lessa».
Sí... Aun si se trataba de...
«No, no. ¿Por qué estoy dudando otra vez?».
«Lessa».
«Lessa».
«Lessa».
A pesar de todos las crueldades vividas desde que se conocieron, a la mente de Norian solo acudían recuerdos bonitos cuando pensaba en ella. Más lágrimas descendieron, esta vez ardientes como el fuego en su corazón. Quería mucho a a la argeneana, no lo podía negar. Las risas, las conversaciones tontas y los gestos cariñosos eran todo lo bonito que le había quedado luego de tanto sufrir. Al parecer no estaba no estaba dispuesto a abandonar eso.
—No necesitas responder, Norian. —Farren le acarició el cabello. Sus dedos tocaban los puntos exactos para relajarlo—. Sé que ya no sientes nada por mí, tú también lo sabes. Desde que abrazaste a Lessa en el balcón elegiste tu camino, desde que preferiste seguirla a ella antes que recuperar la caperuza que te regalé.
Norian tragó saliva con dificultad. A esas alturas hasta se le había olvidado dónde estaba la caperuza.
—No tiene nada de malo aceptar que no me quieres de la misma forma que antes. No estoy molesta, ni por eso ni por que no hayas podido salvarme. —Le pasó las manos por la espalda en un arrumaco largo y pausado—. Sé que suena tonto, pero me gusta creer en el destino. Y estoy segura de que yo no estaba destinada para ti. No estábamos destinados a estar juntos. Si yo... —Hizo una pausa. Fue la primera vez en la que su voz se oyó presionada por la duda—. S-si yo no hubiera muerto, Norian, quizá nunca te habrías dado cuenta de que no estabas enamorado de mí, sino que solo querías alguien que te consolara.
»Pero claro que no con esto digo que es justo que hayas sufrido tanto. —Lo abrazó más fuerte. Él lloraba a raudales frenéticos, incapaz de contenerse—. No te mereces esto, ni tú ni Lessa. Los entrenadores tampoco tenían el derecho de hacerles tanto daño. Solo quiero hacerte ver que mi muerte es algo que ya quedó muy atrás y que, de cierta forma, te ayudó a conseguir a alguien mejor.
Norian no la podía ver, pues la postura agachada se lo impedía. Supuso, no obstante, que la chica estaba llorando tanto como él. Comprobó sus sospechas cuando alzó la vista y se topó con el rostro humedecido de una Farren luminosa.
—No eres responsable de mi muerte, así que no tienes por qué sentirte culpable. Yo... —La joven esbozó una sonrisa trémula—. Yo estoy muy feliz aquí donde estoy, ¿de acuerdo? Por eso quiero que tú seas feliz también.
A Norian le hubiese encantado responder esas palabras tan bonitas. Sus cuerdas vocales solo tenían capacidad para emitir jadeos mezclados con sollozos. En su intento por comunicarse, se secó las lágrimas mientras asentía con la cabeza. Casi al mismo tiempo, balbuceó un «gracias» que no tardó en ser devorado por sus quejidos ascendentes.
Cuando Farren lo volvió a abrazar, el muchacho se sintió ligero. Tuvo miedo: ¿se sentía bien por haberse desahogado, o porque de nuevo tenía a Farren como sostén de su estabilidad? No quería depender de alguien otra vez, pero tampoco sabía cómo controlar el ansia de consuelo. Lo necesitaba más que nunca ahora que su cabeza había puesto en primer plano cuestiones desagradables.
—T-tal vez tu muerte no haya sido mi culpa —murmuró, sorbiéndose la nariz—, pero lo de mi hermana sí lo es. Y-yo con mi estupidez causé esto.
Farren le secó las lágrimas con el pulgar. Norian no sabía cómo lograba que sus movimientos fueran tan preciosos y dulces. Si su actitud tuviera sabor, sería a azúcar.
—Sé que te sientes mal —empezó diciendo, con los ojos extraviados en la lejanía. El desplazamiento de sus dedos a través de la melena de Norian era instintivo—. Pero ese... no es un tema del que esté autorizada a hablar. Ella nos dejó venir solo para que los consoláramos.
El pelirrojo levantó la vista. Tuvo que apartarse el flequillo desastroso para mirarla bien.
—¿"Nos dejó venir"?
Farren asintió, sin articular palabra. Una ley de silencio auto-impuesta.
—O-o sea, ¿hay otra...?
De nuevo, un asentimiento.
—Y ustedes son fantasmas.
—Algo así.
—Entonces s-sí están muertos, Tara incluida.
—Eso es algo que...
—Dime si sí o si no.
—Sí. —Farren sujetó la cara de Norian al ver que casi se desplomaba en el piso—. Pero te aseguro que no es cómo crees. Ella solo necesita un poco de tiempo con ustedes para aclarar...
—Ella —la cortó, rabioso.
—Sí... —Farren se encogió—. Gneis.
Norian jamás hubiera pensado que la mención de un simple nombre —con una estructura monosílaba, de paso— le fuera a inyectar tanta ira. Lo que en un inicio había catalogado como exageración por parte de Lessa era una realidad dentro de su propio cuerpo: sentía aversión hacia Gneis y todo lo relacionado a su persona. Rechazarla era otra forma de aliviar la culpa consigo mismo.
—Gneis necesita hablar con ustedes, pero no lo hará hasta que estén listos y quieran hacerlos. E-esa... es una de las razones por las que estamos aquí —explicó Farren, cada vez más bajito, pues que Norian apartase la vista fue prueba suficiente de que a él no se le antojaba seguir oyendo—. Pero entiendo que se sientan mal por todo lo que pasó. Ella también se siente mal. Su prioridad ahora es que se recuperen, y está dispuesta a esperar lo que haga falta. S-solo quería decirte.
—Ajá.
Hubo silencio, concentrado y sin matices. Norian se sentía demasiado revuelto como para expresarse y a Farren le daba miedo decir algo que pudiera empeorar la convivencia. El pelirrojo no parecía molesto, al menos no comparado con su actitud frente a la mención de Gneis. La postura que tenía rozaba más lo dubitativo.
—G-Gracias por escucharme —susurró, con la carita húmeda y enrojecida. De pronto sentía la urgencia de acabar con el silencio—. Me hizo sentir un poco menos... pesado. Creo.
—Me alegra. —Farren le acarició la mejilla. El gesto salió cargado de añoranza pregonera de un adiós—. Sería bueno que lo intentaras con Lessa. Ya sabes, desahogarse juntos.
Norian se encogió de hombros.
—Lo pensaré. —Y apartó la vista.
Como respuesta, Farren le dio un beso en la frente. No pudo tocarlo con las manos, ya que estas habían empezado a desaparecer en cascadas de brillo intangible.
—Se me acabó el tiempo, Norian —habló, apenada—. Tengo que regresar.
El joven quiso reprimirlo, arrastrarlo hasta lo más profundo de sí. No pudo. El miedo a la soledad tomó control de su cuerpo y obligó a sus manos a extenderse para atrapar a Farren. No le sorprendió la incapacidad de tocarla. En cambio, le puso triste. Era un recordatorio de que pertenecían a mundos distintos y de que su encuentro iba a terminar antes de lo que le hubiera gustado.
—¿V-vas...? ¿Vas a volver? —Fue una súplica más que una pregunta.
La mitad del cuerpo de Farren había desaparecido cuando respondió:
—Siempre estaré contigo, Norian.
—P-pero... Pero...
—¿Recuerdas que te dije que creía en el destino? —Solo quedaba su cabeza y una pequeña parte de su torso, flotando en una marea de partículas doradas. Norian tuvo que hacer un esfuerzo consciente para ver solo sus ojos y no los contornos borrados de su anatomía—. Responde, Norian.
—S-sí me acuerdo, pero...
—Bueno. —Se acercó con el sigilo de un confidente astuto—. Yo sé, desde el fondo de mi corazón, que estás destinado a ser feliz, a tener una vida feliz. No dejes que nadie te diga lo contrario, ni siquiera tú mismo. Mereces más que nadie volver a sonreír.
Norian siempre había sido un libro abierto para Farren, quizá por eso ella sabía qué decir y qué hacer para empujarlo a sus límites. Con ese discurso, no fue la excepción: el caos en su pecho fue destapado y con él salió a flote lo horrible que Norian se sentía consigo mismo, la rabia de saber que era su propio contrincante en una guerra mental.
Lloró más fuerte, no no solo por el dolor, sino también por el rostro cada vez más desvanecido de Farren. Hubo un punto en el que sus rasgos finos a duras penas se intuían como garabatos suspendidos en el aire. Cuando Norian parpadeó por el exceso de agua en sus cuencas, Farren ya no estaba. De su rostro solo habían quedado espirales de luces.
—Te amé, Norian —reverberó en las paredes del castillo.
Norian se apoyó en el piso y lloró más fuerte que nunca.
—Yo también te amé, Farren.
A Lessa le temblaban las manos.
También le costaba respirar, pero el temblor en las manos le parecía más grave. Por culpa de esa dolencia era que no se podía levantar a perseguir al chico que surcaba la sala de conjuros en busca de implementos. Su presencia brillante destacaba por naturaleza encima de los colores opacos de las paredes, y dejaba en su camino una estela dorada que se dividía en trozos pequeños antes de esfumarse en el piso.
Lessa habría detallado a fondo de no ser por sus lágrimas, que desde la aparición del joven no había podido controlar. Lloraba tanto que la imagen que le ofrecían sus ojos era peor que la que se obtiene a través de un lente empañado. Por mucho que se frotara el rostro, no recuperaba la agudeza de su visión; más y más lágrimas salían de la oscuridad a invadirle las cuencas.
Tuvo ganas de vomitar, que controló antes de que llamar la atención del chico. Tantas emociones en un periodo de tiempo así de corto había hecho estragos graves en su pobre anatomía. En primer lugar, ni siquiera se había creído que él estuviera ahí. Cuando apareció en el cuarto, Lessa lo atribuyó a un espejismo de su cerebro deprimido más que a una realidad. Incluso luego de que él la abrazara y llorase en el piso con ella, a la chica le costó creer que no alucinaba. Fue solo después de que el muchacho la cargase hasta la sala de conjuros que Lessa asimiló que estaba con él.
No sabía si eso había servido o si, más bien, había alborotado la confusión. Porque claro, él estaba ahí, Lessa lo veía, pero ¿por qué? ¿cómo? Aceptar una cosa daba cabida a otras diferentes que carcomían el cerebro. Y era frustrante, ya que todo lo que Lessa quería hacer era esconderse en sus brazos para siempre.
—¡Lessa!
El grito fue preámbulo de una caía estrepitosa.
La joven, en su terquedad de seguirlo, se había bajado del escritorio para alcanzarlo. Le sorprendió que sus piernas no fueran capaces de dar un paso sin besar el piso. Cayó con la mano abierta sobre la superficie llena de escombros y se hizo daño, en la palma y en las rodillas desnudas.
Le dio por reírse apenas sintió el pinchazo de dolor.
¿Dolor? ¿Se le podía llamar a eso dolor, si acaso? Todavía hincada en el piso, la argeneana negó con la cabeza. Caerse y enterrarse unos cuantos filos no era dolor. Dolor real era lo que había vivido en el bosque, cuando se había dado de cara con la mismísima muerte. Eso, y nada más, era dolor. Le dio por reírse entre sus lágrimas al saber que su mano izquierda no era la única zona en donde había perdido sensibilidad.
—Lessa...
—¿Qué soy ahora, Larry?
Él se detuvo frente a ella, de tal forma que la chica pudo ver no más que un atisbo de sus pies. Eran dorados, justo como el resto de su anatomía, y manaban un brillo que a Lessa se le antojó irónico. Hasta una zona tan mundana y básica como los pies resplandecían, mientras que ella, tirada en el suelo como bandida próxima a su ejecución, solo desprendía oscuridad, desánimo. El aire cerca de ella era tan denso que formaba una armadura negra a su alrededor, escudo contra cualquier haz de luz, por mínimo que fuera.
La joven se sintió indigna, como esos adefesios que solía matar cuando estaba en el ejército. Él era puro y luminoso; ella, en cambio, tenía un aspecto lamentable. «Lo mínimo que merece una asesina» pensó.
Quizá por eso no se había atrevido a verlo a los ojos: no por el pavor que implicaba un reencuentro, sino por la vergüenza de sentirse impura. La vergüenza de ver en esos ojos diáfanos el reflejo de quien se había convertido.
«Eres una asesina, Astral».
«Dejaste que esto pasara».
Lessa viró el torso hacia un costado, justo donde había una mesa en la que se apoyó para levantarse. No pudo. Los espasmos del llanto se apoderaron de sus extremidades antes de que recuperara el equilibrio. Entonces, cayó.
Un par de brazos luminosos frenaron la caída.
—L-Larry...
—Te diré qué eres.
Lessa se quedó sin palabras. No había hecho la pregunta con la esperanza de recibir contestación, pensó en eso más bien como un instinto de su lengua. Cuando trató de darse a entender y alejarse, Larry le envolvió la cintura con una mano y con la otra le sostuvo la barbilla. Fue un contacto íntimo que a Lessa le habría gustado deshacer, no porque le incomodase la cercanía, sino porque prefería tener los ojos clavados en el piso. Se le aceleró el pulso de solo percibir que la mano en su barbilla la obligaba a levantar toda la cabeza.
Su mirada azulina acabó enfrentada delante de los orbes resplandecientes del hechicero, cuyas facciones endurecidas hablaban de una convicción tan férrea como su agarre. Las mejillas, no obstante, estaban húmedas por las lágrimas. Una a una, gotas desbordaban el disco perlado en sus cuencas y se deslizaban por su piel; hasta mancharon a Lessa, convertidas en vapor dorado que se disipaba en el aire a la mínima interacción.
La luz había abrazado a la oscuridad.
Y la oscuridad, viendo el impactante reflejo en sus ojos, dejó de resistirse.
—Eres mi mejor amiga, Lessa. Eso eres.
La chica respondió con un sollozo.
—¿Y sabes qué más eres? Te lo voy a decir.
»Eres la niña que me defendía de los bravucones cuando estábamos pequeños, la niña que curaba mis heridas, la niña que me regañaba cuando no me defendía... La niña, Lessa, que se jugó su propio pellejo para que la transfirieran al departamento de hechiceria, solo para estar conmigo, aun asi si terminaba muy rota en el proceso, aun si acababa —dijo, y apretó sus brazos, con la delicadeza que se usa para tocar una flor— en las manos de un verdadero monstruo.
»A esa niña no le importó, ni eso, ni tener que fracturarse el alma con tal de sobrevivir. Esa niña, ahora grande, hasta estuvo dispuesta a sacrificarse a favor de lo que creía correcto.
»Esa niña eres tú.
»Una heroína.
»Y no puedo dejar que una heroína así de grande se revuelque en miseria.
Lessa había llorado muchas veces ya, pero ninguna como esa. Los goterones que reclamaron sus cachetes fueron voraces e impacientes, cargados de sentimientos encontrados. El pecho se le estrujó, y su garganta sucumbió al instinto de gritar. Aquel tampoco fue un grito común. Salió entretejido con lamentos e hipidos de volumen impredecible que con una patada echaron fuera todos los vestigios de silencio. Ahora, incluso en la esquina más oculta de la habitación, el acompañamiento acústico era una revuelta de alaridos. Esa revuelta de alaridos.
Vueltos uno solo, Larry y Lessa volvieron a ser niños. Regresaron a esos días en los que gozaban los placeres de la inocencia y a cuando las horas duraban una eternidad, como si nada hubiera cambiado. Sus cuerpos chiquitos se estremecían ante el clamor de los sollozos, los corazones galopaban inquietos y las uñas buscaban dónde enterrarse con la desesperación de eternizar el contacto. Él podía hacerlo, ella no. Aunque igual nada de eso fue rémora para que continuaran metidos en los brazos del otro.
—E-entiendo lo que dices —empezó a decir ella—, pero eso no me, me quita culpa. No sabes cuánto me arrepiento de no haberte cuidado, n-no solo de los bravucones, sino también de él. S-si me hubiera dado cuenta...
—¿Sabías que a veces sí me podía defender de los acosadores?
La niña se sorbió la nariz. Su diminuto cuerpo no soportaba tanto.
—¿Te podías defender?
El niño ladeó la cabeza.
—A veces, sí, pero evitaba hacerlo. Quería tener una excusa para que me cuidaras. No sabes... lo feliz que me hacía sentirme protegido por ti.
—¿Y? ¿eso a qué viene? —Se le hundió en el cuello—. Igual te abandoné. Fallé mi promesa de cuidarte y te ofrecí en bandeja de plata a alguien horrible. Todo sin darme cuenta.
—Si no te diste cuenta fue porque yo me esforcé en eso.
—Pero debí haberlo sabido, Larry. —Los sollozos cubrieron sus palabras—. Debí haberte hecho caso, debí haberme dado cuenta, debí protegerte. Protegerlos a todos. ¡E hice justamente lo contrario! ¡Si estás aquí muerto es porque...!
—¡Porque te quiero, Lessa!
—¡No! ¡Porque te maté!
—¡¿Por qué ese afán en sentirte mal?!
—¡Porque lo merezco!
La ilusión infantil se rompió y los dos volvieron a su rol de jóvenes rotos, separados por la barrera entre lo terrenal y lo espiritual. A Lessa le dolió más que nunca ver las lágrimas del hechicero.
—Lo merezco —repitió—. Merezco sufrir porque por mi culpa están todos muertos. Creí que lo había asimilado, pero pasar tantos días en el castillo vacío me hizo ver que no. M-me siento muy mal y los extraño a todos. Extraño mi vida antes de que todo esto pasara... N-no, no. —Moqueó—. Extraño mi vida antes de entrar al departamento de defensa, extraño la vida que tenía contigo. Q-quiero regresar y hacer todo bien.
—Lessa.
La chica se estremeció, por ese llamado autoritario y por el agarre que sintió en los hombros instantes después.
La mirada de Larry le dio miedo.
—Si te digo que te mates para estar conmigo, ¿lo harías?
—¿A-ah?
—Dudaste.
—Y-yo no...
—Volviste a dudar.
—¿Qué se supone que...?
—¿Que se supone que hago? —La apretó más fuerte—. Probar que quieres seguir con vida, que tienes sueños, que tienes metas frustradas que mereces cumplir. Por eso te despiertas todos los días, aunque no tengas fuerza para levantarte; por eso haces castillos de palitos, aunque no te guste; por eso le pediste a Norian un tiempo, aunque ya no lo soportes más. —La obligó a mirarlo a los ojos—. No quieres morir, Lessa. Solo quieres una vida diferente. Una vida bonita en la que seas feliz. Y claro que mereces una vida bonita en la que seas feliz. Lo mereces más que nadie.
Lessa aflojó la postura y dejó que las lágrimas, ahora sí, corrieran libres por donde quisieran. Esas palabras habían calado hondo, a fibras sensibles que ni ella misma sabía que tenía. Sintió que la abrían el pecho desde el interior para dejar sus órganos expuestos. Y, raro o no, no se le hizo tan desagradable. Junto con sus entrañas se liberó un peso atascado, que salió con cada lágrima, con cada jadeo y con cada grito. El cuerpo de Lessa ya había alcanzado su límite físico para cuando cayó derribado sobre el hechicero.
—Nada de esto es tu culpa, como quieres pensar. Si tuviera el permiso te lo explicaría todo, te diría cada detalle hasta que... por Gneis, hasta que pudieras sonreír otra vez sin sentir culpa. Pero no puedo. —Su voz, en un inicio eufórica, sufrió un bajón de ánimo notable—. No puedo, Lessa, p-perdón. —La abrazó más fuerte—. Pero créeme cuando te digo que no hiciste nada malo, que mereces tener tu casita en el bosque, la más bonita, y vivir feliz por siempre. Créeme cuando te digo que estoy muy bien en donde estoy, junto a todos los demás.
Lessa gimió a duras penas. No podía hablar ni moverse, tantas emociones la habían saturado. Parecía un cadáver contra el cuerpo luminoso del chico. Aún lloraba, a menor volumen, fusionada con la quietud del cuarto y el movimiento de atrás para adelante que Larry hacía. No le enorgulleció reconocer que eso la tranquilizaba.
Los siguientes minutos, hubo silencio.
Nada más que silencio.
—Te quiero mucho, Lessa.
—T-tam... Tamb... —Se sorbió la nariz—. T-también te quiero, Larry. Y te extraño.
Él calló.
—L-los extraño a... a todos...
—Lo sé. —Le acarició la cabeza, con el cariño de un hermano mayor.
—¿E-en...? ¿E-en serio di, dices que están todos bien?
—Lo digo en serio. —Asintió.
—¿Y-y por qué dices que no tienes permiso de...?
No era mentira eso de que los ojos eran ventanas del alma, capaces de transmitir lo que la lengua temía. A Lessa le quedó más que claro cuando los ojos de Larry penetraron en los suyos a través de una mirada insistente. Las cejas se alzaron, la boca se frunció y las pupilas crecieron trémulas, todo acompañado de un agarre significativo que grabó a fuego en la piel de Lessa lo que el chico anhelaba decir.
—Entonces es ella —dedujo, hastiada.
—No la odies, por favor. —Larry suavizó el rostro.
—Me lo puso difícil.
—Sé que no lo parece, pero está muy preocupada por ustedes. Arrepentida también. —Le secó una lágrima—. Por eso nos dejó venir a hablarles.
—¿Vino alguien más?
—Debe estar con Norian, sí. —Echó una mirada curiosa a través de la abertura de la puerta. Poco después, volvió a enfocarse en la argeneana—. Gneis quiere ayudarlos a través de nosotros, en vista de que no la quieren cerca... Le importa que se recuperen.
—Para volvernos a joder, supongo.
—Lessa...
—Es difícil. —La chica alzó los hombros, crispada. Ahora que se sentía más ligera, también le daba la impresión de estar desprotegida. Quería volver a su estado de hermetismo. Frunció el ceño antes de continuar—: No es que desconfíe de ti, sino que después de todo lo que pasó...
—Ella lo entiende, y va a darles el tiempo que necesiten. —Le acarició la mejilla—. Te prometo que hay una buena razón para todo esto.
El silencio tomó lugar en la sala sin que Lessa mostrara señales de que iba responder. La chica tan solo apartó la vista y se reservó todo, hasta los gestos y sonidos.
Larry entendió que no podía empujarla fuera de su límite, así que se resignó a aceptar su actitud. De todas formas, era un avance.
Previendo que sus manos iban a desaparecer, le acunó las mejillas con ternura antes de hacerle un último pedido:
—Al menos deja que te atienda, ¿sí? No me quiero ir antes de curarte.
Lessa aceptó, destensando los músculos para facilitar que el chico la pusiera sobre el escritorio otra vez. Al rato ya lo veía cambiar vendajes y aplicar pociones a las heridas.
—Larry...
—¿Sí?
—También eres mi mejor amigo.
El chico sonrió. Al menos, después de poner la última venda, pudo irse feliz.
Este era un capítulo que estaba muy emocionada por escribir, ya que tocaba temas muy importantes para Lessa y Norian. Se me hizo muy tierno y triste al mismo tiempo.
Aun así, es otro de mis favoritos, porque en serio me gusta todo lo que sucede y cómo está escrito. Se me hizo lindo sobre todo que Lessa y Norian interactuaran con personajes importantes para ellos.
¿A ustedes qué les pareció?
Mientras responden, los dejo con el siguiente capítulo. ¡Gracias por leer!
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