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Capítulo XXXI: Antes de morir

Giró a la derecha: dolía.

A la izquierda: dolía.

Hacia el frente: se ahogó.

Lessa pasó de estar sumida en las profundidades del letargo a estar despierta, tan de golpe, que fue cegada por la luz solar apenas tuvo la osadía de abrir los ojos. Poco fue el tiempo que dispuso para quejarse del malestar en su vista, ya que la necesidad de escupir y toser se postuló líder sobre el resto de dolencias.

Con poco o nada de control sobre lo que hacía, se arqueó hacia el frente antes de expulsar un cúmulo ensalivado de sangre. Terminado el proceso, la gravedad se encargó de regresarle la espalda al piso a través de una caída que, si bien fue suave, en complot con las heridas se transformó en una tortura merecedora de al menos una mueca de molestia, a falta de energía para gritar.

El desvanecimiento de las ganas de escupir trajo consigo el despertar de nuevas sensaciones, como si las partes de su cuerpo se reactivaran luego de haber sido insensibilizadas por algún hechizo o mecanismo de defensa. Así la chica sintió el ardor en las plantas de los pies, producto del extravío de sus zapatos y la distancia infame que había tenido que correr dándose contra piedras y ramas; sintió de igual forma el palpitar en su muslo, por esa mordida cuya remembranza le hacía estremecer los huesos; por último, resintió también el dolor en el estómago que le arañaba la garganta y la hacía fantasear con, aunque fuera, una gotita de agua apta para el consumo, no líquido viciado por la contaminación o su propia saliva sabor a metal.

Con los ojos apenas abiertos, se llevó una mano al pecho y respiró hondo. Confirmó el movimiento de su torso al absorber aire y el retumbe atormentado de sus latidos. Estaba viva. No sabía cómo, pero estaba viva. Se le escaparon lágrimas de alivio y amargura mientras se abrazaba tan fuerte que casi se dejó las uñas marcadas en la piel.

Un crujido la puso alerta, así que miró hacia el frente.

Había árboles negros por todas partes.

Más allá de eso, el campo de fuerza seguía invicto, vestido de un rojo mucho más amenazante y saturado. Cada día daba la impresión de haberse fortalecido más.

Un segundo crujir se oyó, y fue entonces que Lessa viró los ojos hacia el origen del sonido. Irónicamente, lo que encontró no le dio más razones para ponerse alerta. Más bien fue todo lo contrario. A quien tenía enfrente era Norian, de pie a pocos metros de ella, con los ojos tan abiertos que amenazaban con dar un brinco hacia afuera de sus respectivos lugares. La expresión hablaba de sorpresa, pero un análisis minucioso reveló que también sentía alivio. Fue fácil saberlo luego de que relajara las facciones y que sus ojos dieran paso a un ejército de lágrimas.

—Norian...

—¡Lessa!

No tuvieron que decirlo en voz alta para que los dos, de mutuo acuerdo, se precipitaran contra el otro. A Lessa le costó más debido a la herida en el muslo, así que Norian fue el que recorrió más en pos de ese contacto tan anhelado. Al final quedaron esparcidos en el piso, uno encima del otro, aferrados con piernas y brazos mientras lloraban y balbuceaban sus nombres y otras frases inconclusas, pero que aun así ellos entendían. No necesitaban palabras formales para transmitir que estaban aliviados y felices de poder abrazarse de nuevo, de tocarse como habían pensado no podrían volver a hacer.

Acariciándole la espalda, Lessa se percató del sinfín de agujeros y rasgaduras en la camisa del muchacho. Al menos en la parte de atrás, era más lo que mostraba que lo que escondía.

Pero el daño sobre la tela no se podía comparar al yacente sobre la piel. Ese era más despiadado, conformado por raspones aún rojizos y moretones oscuros que dolían de tocarlos demasiado fuerte. Lessa aprendió a ser delicada con él luego de verlo sobresaltarse con algunas caricias.

Le pasó la mano lento, suave, dispuesta a aprenderse cada surco y rugosidad de su piel. También intentó cubrirlo de besos, pero solo alcanzó a besarle el cuello antes de que el muchacho se desencajara de ella. Fue rápido, mas no por ello agresivo. Se movió con la destreza y seguridad de un explorador que ya conoce bien la tierra en la que camina.

—No sabes lo feliz que estoy de verte despierta —confesó—. Cuando me desperté, sí sentí tu pulso, pero... no reaccionabas. Creí que no ibas a despertar. Y digo, no es que me alegre que sigamos aquí, en este caos. P-pero... —Tragó saliva, nervioso—. P-pero me hace muy feliz abrazarte otra vez, ver tus ojos y oírte.

Lessa le dio un beso.

—Y-yo también estoy feliz de verte —dijo al separarse.

La tristeza y la alegría batallaron por el dominio de Norian después de eso. Lessa vio sus ojos aguarse, sin indicio de lágrimas; vio sus labios temblar, aunque sin doblegarse por completo. Era como si de entre todas las expresiones faciales Norian tratase de encontrar la mejor para transmitir cómo se sentía. Al final, con las pupilas brillantes, construyó una sonrisa tan tibia como los rayos del amanecer, previo a inclinarse sobre ella para dejarle un beso en la frente.

El poco tiempo que Lessa vio esa sonrisa bastó para inflarle el pecho. Estaba feliz de verlo, de atestiguar su emoción. Deseaba más que nunca proteger esa sonrisa de todos los males.

—¿A-alguna vez te dije que sonríes hermoso?

Si la ternura hubiese tenido el poder de matar, Lessa habría muerto ahí mismo. Norian ensanchó la sonrisa tanto como el arrebol que poblaba sus cachetes, adquiriendo una apariencia lo suficientemente bonita como para que todas las salpicaduras carmines pasaran a segundo plano.

El ambiente cálido también la ayudó a bajar sus defensas y dejarse llevar por lo mundano que era estar uno arriba del otro mirándose fijo. Sonrió, a la espera de alguna otra ocurrencia que alargara el momento, y terminó abrumándose al descubrir que la reacción de Norian era diferente a la suya. Él había transformado la curva sutil y dulce de sus labios en una línea recta, inflexible como su mirada filosa y sus cejas juntas. De la nada, parecía rehén de algún dilema mental que aún no estaba dispuesto a compartir.

—Mm, ¿Norian?

—Encontré algo.

Norian maniobró para quitársele de encima y señalar algo que había en el suelo. Aunque en un principio la argeneana no consintió la idea de levantarse, la seriedad impresa en el rostro del vellano y la curiosidad de sí misma por entender lo que pasaba terminaron por impulsarla hacia el frente.

Había dos cajas en el piso.

—Las encontré caminando en el bosque, tienen pociones analgésicas y comida. —Norian frunció los labios, como si esperara una reacción favorable de Lessa para seguir. A falta de una respuesta, continuó, encogido de hombros—: Sé que existe el riesgo de que tenga cosas raras, pero... a estas alturas ya no me importa, así que me preguntaba si querías usarlas.

Lessa lo meditó, solo un rato. La verdad a ella tampoco le importaba si lo que consumía estaba envenenado. Creía imposible que hubiera algo que perder. Sin pensarlo mucho, abrió una de las cejas y tomó lo primero en cruzarse por su campo visual: un frasquito. El inconfundible tono verdoso en el interior coincidía con el que se había tomado hace unos días, cuando había peleado con Norian. La diferencia entre esa vez y ahora fue que Lessa pudo empinarse la poción sin que el muchacho reclamara.

Poco después, él hizo lo mismo. Luego ella de nuevo, y él también. Ella de nuevo y él también. Ella de nuevo y él también. Así hasta que cada uno se acabó las pociones de sus respectivas cajas.

Como el tiempo de efecto para las pociones analgésicas dependía de la gravedad del paciente, Lesa supuso que iba a pasar mucho antes de sentir alivio. Para amenizar la espera, se echó en el suelo con la caja encima y se puso a revisarla con más detalle. En eso, Norian se acostó con ella también, con su caja encima.

Un rato después, el olor a carne asada invadió sus sentidos.

Se miraron, despojados del habla, y en sincronía dejaron que sus dedos navegasen por la caja hasta encontrar la carne. Estaba en un envase junto a una buena porción de arroz y ensalada, el almuerzo promedio que los soldados recibían luego de una jornada de trabajo. Lessa solía ingerir platillos así durante su servicio en el ejército, y a decir verdad, en ese entonces no los veía como la gran cosa. Solo eran una comida más de reglamento en un horario repetitivo.

En ese momento, por el contrario, la chica devoró la comida como si fuese una genialidad culinaria.

Norian tampoco se quedó atrás, moría de hambre. Se llevó la comida tan rápido a la boca que tuvo que levantarse al sentir que se le atascaría en la garganta. Para que no estuviera sentado solo, Lessa se incorporó también, y así los dos se embutieron las porciones hasta que no quedó ni una migaja.

Una vez satisfechos, se tiraron al piso. Habían respirado tan poco mientras comían que les era imposible detener sus jadeos, lo mismo con sus palpitaciones enloquecidas. Estaban felices. Se tomaron de las manos y rieron como tontos en lo que normalizaban sus respiraciones.

—¿Quieres agua?

Lessa esquinó la pupila para ver al muchacho.

—¿Hay agua también?

La respuesta a su pregunta fue el sonido de un líquido sacudiéndose.

Movida por los instintos de su cuerpo, Lessa se levantó. Casi de inmediato, recibió un envase de agua por parte de Norian, que se lo acababa de aventar. La joven no dudó en abrirlo y beber lo que había dentro. Una sonrisa involuntaria se abrió camino en sus labios al sentir que el agua limpiaba la sangre adherida en su garganta y dejaba en reemplazo frescura gratificante.

Hizo una pausa, respiró. A la mierda los que decían que el agua era insípida: ¡esa agua que acababa de tomarse era la más sabrosa que hubiera probado!

Tomó de nuevo. Fueron unos cuantos sorbos que vaciaron el envase hasta un poco debajo de la mitad. La sonrisa de Lessa mutó a risita débil pero maliciosa, como la de una niña feliz por haber hecho una travesura sin ser descubierta. Estaba feliz, se sentía realizada, como esas veces en las que volvía de una misión difícil con la victoria en mano.

A un lado de ella, Norian rio. La miraba con ojitos enamorados.

—¿Qué pasa? —preguntó Lessa. No era que le molestase que el chico la viese, pero sí se le hizo extraño su cambio de apariencia tan radical. De estar serio había pasado a relajar la expresión y mirarla con dulzura.

Él sonrió más. Se veía tontito y tierno así.

—No me pasa nada, solo que... me encanta verte feliz.

Lessa sintió el pecho cálido.

—Sé que no estamos en las condiciones perfectas, pero si me dices que esto te hizo, al menos, un poco menos miserable y un poquito feliz... —dijo Norian e hizo una pausa. Los ojos le brillaron—. Si me dices eso, yo también seré muy feliz. Quiero tener grabada tu sonrisa en mis pupilas antes de morir.

Lessa se fue en llanto. A veces odiaba y le sorprendía que un chico anteriormente malhumorado como él tuviese el don de conmoverla con un número tan pequeño de palabras. No necesitaba metáforas intelectuales, argumentos trillados o un vocabulario extenso y florido. Norian, sin muchos rodeos, hablaba con el corazón, y para Lessa eso era más que suficiente. Una o dos palabras dichas desde la intimidad eran más valiosas que un discurso entero construido con mentiras.

Incapaz de contenerse, se fue encima de él y le rodeó el torso con brazos y piernas.

Suavemente y con cuidado, la espalda de Norian fue a parar al piso. Fue un tanto incómodo, pero no hubo queja por parte del pelirrojo: le gustaba ver a Lessa a horcajadas sobre él.

La siguiente movida de la argeneana fue echarse para atrás y acercar la boca al estómago del guerrero. Él se crispó, no habituado a ese tipo de toques, pero pronto bajó la guardia al sentir que Lessa le esparcía besos melosos por la piel.

Un beso, una risita. Un beso, un suspirito atontado. Un beso, una caricia tímida por debajo de la ropa. Si le hubiesen preguntado, a Norian no le habría importado dejarse romper la camisa con tal de extender el alcance de esos labios aventureros.

Se puso rojo por pensar ese tipo de cosas, agitando la cabeza. Aunque, al final, el antojo de sentir más besos se coronó ganador y lo mantuvo rehén de sus fantasías. Se resignó a tener las mejillas coloradas y cerrar los ojos, un intento de agudizar el roce de los labios de Lessa y su piel. Había algo especialmente provocativo en la delicadeza y dulzura con la que lo besaba.

Cuando la joven ya iba cerca de su cuello, Norian aprovechó la cercanía para abrazarla y darle un beso en la cabeza. Quería contribuir, hacerla sentir bonito también. En lo que ella terminaba de subir, las manos de Norian se extraviaron en sus caderas. Con cuidado..., lento, estudiando sus reacciones para no lastimarla o traspasar algún límite. El vaivén de caricias iba al son de un consentimiento mudo expresado con movidas y suspiros eventuales.

Norian estaba tan relajado que no supo con exactitud en qué momento Lessa llegó hasta su cuello. Se dio cuenta porque sintió cosquillas y después una ráfaga de calentura en la cara.

—Te amo, Norian —la oyó susurrar, directo al oído—. Quiero dejar mis labios grabados en tu piel antes de morir.

Él no se negó.

Hace un tiempo, Lessa no entendía el gusto que una buena parte de la población le profesaba a dormir. Para una niña revoltosa de energía inacabable como ella, la acción tan mundana de acostarse y desactivar la vigilia del cuerpo era un suplicio del tamaño del castillo de Vann. Odiaba la hora de la siesta casi tanto como, años después, odiaría obedecer a su último entrenador. Siempre que algún maestro advertía que era momento de dormir, con la excusa —según la pequeña Lessa, barata— de que era necesario para hacerlos crecer grandes y fuertes, la joven usaba todos sus recursos para huir.

Naturalmente, las veces en las que pudo fugarse con éxito se contaban con los dedos de una mano. Primero porque no era sencillo andar por ahí cuando se estaba bajo el cuidado de los maestros, y segundo porque de mala gana aceptó que dormir era importante si quería vencer a sus demás compañeros en peleas a golpes.

No era la razón más noble para descansar..., pero sí una forma de que Lessa apreciara lo beneficioso que era dormir bien. El tiempo inactivo del cerebro le concedía una cura mágica contra los males.

En ese instante, apenas recuperando la consciencia de entre un valle de sopor y tranquilidad, Lessa lo confirmó. Estaba de pronto tan feliz que el hecho de estar acostada sobre el piso sucio, con una sentencia de muerte encima, le importó poco.

Además, las imágenes de un pasado reciente mantenían su cabeza endulzada. Se habían dado muchos besos, muchos cariñitos y muchas declaraciones tiernas antes de decidir que dormirían un rato. Lessa no sabía cuánto tiempo había transcurrido desde entonces, pues cada tanto se despertaban y sus cuerpos volvían a atraerse como lo harían un pedazo de metal y un imán. Todo para después dormir de nuevo y al rato retomar lo que habían dejado pendiente.

La joven sonrió: tenía ganas de abrazar al chico fuego.

Para su sorpresa, cuando se movió, sus brazos envolvieron una masa de aire, presencia inexistente. Norian no estaba.

Juntó esfuerzos en abrir los ojos y enfrentarse a la luz del sol, más espabilada que nunca. ¿Dónde estaba el chico fuego? Si se había dormido junto a ella...

A último minuto, cuando recolectaba fuerzas para gritar y levantarse, una mano callosa que ya conocía bien se posó en su hombro y la recostó de nuevo.

Era él.

—Aquí estoy, aquí estoy —lo oyó susurrar—. Voy al baño un momento, ¿está bien?

Lessa quedó pasmada, no por la respuesta del chico, sino por lo mucho que le costó a ella seguir el diálogo. La voz con la que en su mente enunciaba pensamientos era muy distinta a su voz real, que en ese momento solo sirvió para emitir un balbuceo más cercano a un bostezo quejumbroso que a un monosílabo con significado. Era obvio que a su cuerpo aún le faltaba mucho camino para igualar el nivel de energía de su mente.

A falta de voz, Lessa alargó un brazo y lo envolvió en torno a lo que supuso era el cuello de la camisa de Norian.

—No... te tardes... —logró decir. El silencio que caló después de eso no fue normal.

—Todo va a estar bien, no te preocupes. —Le besó la frente, más apasionado que la primera vez—. Solo espera aquí.

—No...

Norian murmuró algo ininteligible.

—¿Qué?

—Shh, tú duerme. Necesitas descansar.

Aunque en un inicio la intención de Lessa era esperarlo con los ojos cerrados, reacia a quedarse dormida, no pudo hacerlo. Luego de que Norian aflojara el agarre con caricias y besos, fue cosa de minutos para que el cansancio resurgiera de un agujero oscuro a tragarse su consciencia, otra vez.

—Recuerda que te amo, Lessa —fue lo último que oyó antes de quedarse dormida.

La facilidad que tuvieron sus ojos para cerrarse se le hizo tenebrosa. Despertaba unos segundos y sin darse cuenta se volvía a desvanecer.

En el transcurso de su lucha interna, viajó por universos apastelados, representaciones de ensueño y carnavales coloridos que secuestraron aun más su ya de por sí mínimo nivel de atención.

No estaba segura de cuánto tiempo había transcurrido cuando finalmente pudo abrir los ojos. Solo supo que, en un momento dado, se sintió con autonomía suficiente para estar despierta por más de un minuto. Y así lo hizo. Luego ese minuto se convirtió en dos, esos dos en tres y esos tres en una fracción de segundos indefinida que la terminó de espabilar. La pesadez en las extremidades se había esfumado para cuando se sentó.

Como recordaba, una secuencia de árboles negros se esparcía uniforme sobre la tierra desprovista de césped, fundiéndose en el umbral de lo inalcanzable para sus ojos. Pasado el horizonte, la joven solo veía garabatos oscuros demasiado cerca unos de otros como para reconocer cuál era cuál. Bufó con hastío. Siempre era así: la misma imagen lúgubre, saludándola, riéndose. Ya hasta le parecía inútil dejar que sus ojos explorasen el alrededor si siempre acababa por sentirse deshecha.

Un segundo bufido se construyó en su garganta, pero terminó muriendo ahí, silenciado. Lessa tuvo que interrumpirse a sí misma para confirmar lo que había visto hace tan solo unos segundos. No podía ser, no podía ser. Cuando estuvo de pie con la cabeza apuntando hacia arriba, tanto que su espalda se arqueó hacia atrás, precisó de al menos un minuto para aceptar que lo que veían sus ojos no era un espejismo.

El campo de fuerza no estaba.

¡No estaba! ¡No estaba! La capa rojiza había desaparecido y en su lugar se apreciaba un tono suave de azul que compartía lienzo con varias nubes esponjosas.

Todavía un poco incrédula, Lessa alargó la mirada hacia al frente y confirmó que ahí tampoco era visible la pared mágica que los había mantenido cautivos. Ni a la derecha, ni a la izquierda. Volvió a mirar arriba: ¡no estaba! Eran libres.

—¡Norian, Norian! ¡Tienes que ver es...!

La frase expiró en sus labios cuando vio que el campo de fuerza no era el único ausente. Norian tampoco estaba. Por mucho que Lessa ojeó, no pudo verlo. Estaba sola a mitad del bosque sin rastro aparente del vellano.

«Voy al baño», le había dicho. ¡Que iba al baño! No podía haberse tardado tanto. Si bien para Lessa era imposible determinar cuánto tiempo había pasado desde el anuncio de Norian, algo en su interior le gritaba que habían transcurrido las horas suficientes para alarmarse.

Lo llamó a gritos, convencida de que en cualquier momento el joven iba a responder con ese clásico «estoy aquí» que siempre le decían al otro cuando se separaban.

La garganta se le cansó antes de que sucediera.

Se desesperó. No podía irse sin Norian, y Norian no se podía haber ido sin ella. De seguro había tenido un accidente mientras ella dormía como toda una vaga. De seguro la había llamado para pedir ayuda y ella no había acudido a su rescate por holgazanear. ¡De seguro...!

Lessa detuvo su parloteo mental y agrandó los ojos, afiló los oídos. Acababa de oír algo.

Un... sonido raro.

Se oyó de nuevo.

Era un golpe.

Había movimientos bruscos entre los árboles, como de forcejeo.

—¡Norian!

Se condenó a sí misma y a sus sentimientos explosivos, porque la estabilidad obtenida por las horas de sueño se evaporó más rápido de lo que tardó en correr hacia el objetivo. Ese movimiento tenía que ser de Norian, lo que significaba altas posibilidades de que estuviera en aprietos.

Sin darse cuenta, empezó a correr como lo haría en un entrenamiento diario, indiferente al camino pedregoso y a lo mucho que le sangraban los pies. Para ese punto, si no se detenía, no era por la poción analgésica, sino por su nivel de concentración que ya rozaba lo peligroso.

Estaba cerca. Veía más movimiento. Veía... ¡Veía un pantalón café! Era el pantalón de Norian. Todo agujereado y sucio, tirado en el piso junto al resto de su anatomía moribunda. Lessa no alcanzó a inspeccionar su rostro porque había un árbol cortándole el camino, así que tuvo que acelerar, con más preocupación que la que en un inicio sentía. No era lo mismo correr como loca por la incidencia de una suposición a que hacerlo por haber visto esa misma suposición volverse real. En ese momento, que Norian apareciese tirado en el piso era su pánico traído a la vida.

—¡N-Norian! ¡Ya estoy aquí, Norian!

Más que sentarse, Lessa prácticamente se tiró al piso cuando hubo llegado a donde quería. Norian dio un respingo al percibir el impacto, y lo volvió a hacer cuando las manos de la joven inspeccionaron su rostro con el mismo hincapié de una madre preocupada por su hijo. Incluso lloró, sobrepasada por la intensidad de tantas emociones juntas. Tuvo que agitar la cabeza y batir las pestañas para limpiarse los ojos sin necesidad de usar las manos, ya que esas aún estaban ocupadas en la carita de Norian.

Se veía todo vapuleado, más de lo que recordaba, con un ojo morado y un torrente de sangre tan esparcido que era imposible reconocer de dónde venía. ¿La nariz? ¿La boca? Lessa agudizó los ojos y se dio cuenta de que había un corte en sus mejillas, surcando ininterrumpido el puente de la nariz.

—N-Norian, Norian, por... No puede ser, ¿cómo te hiciste esto?

Lessa se arrancó un buen pedazo de vestido y, tras dividirlo en partes pequeñas, puso uno sobre el corte y con otro se dedicó a limpiar la sangre. Le temblaban las manos y el llanto amenazaba con quitarle la buena visión. Además, la actitud ida de Norian le alborotaba los nervios. Con ojos perdidos, los pocos movimientos que él realizaba eran para alejarse o evitar el contacto de Lessa.

—Soy yo, Norian, m-mírame. Vine a ayudarte. Perdón por el retraso, perdón por no haber estado aquí para ti. Pero ya llegué, ¿de acuerdo? Dime qué te pasó.

Con debilidad, Norian le apretó la mano, justo la que ella usaba para remover la sangre.

Lessa, sin saber por qué, fue víctima de un dolor demasiado grande para contener en sus entrañas, así que tuvo que liberarlo por sus lagrimales en forma de rocío. No sabría decir si era por la presión del momento, la condición atontada de Norian o por haber rebasado su límite. Lessa solo podía estar segura de que por enésima vez lloraba y que por lo mismo su vista se había emborronado.

La señora Main le había dicho que, cuando dos personas compartían un vínculo muy fuerte, eran capaces de sentir las emociones del otro sin necesidad de palabras, ya que sus corazones estaban tan juntos que con el retumbar de los latidos se daban a entender. Quizá fue por eso que Norian le agarró las dos manos, porque ella se sentía vulnerable, chiquita, con su fragilidad desnuda, así que un contacto suave la haría sentir mejor. Justo así fue.

Ella sonrió aliviada, aunque también con algo de vergüenza por ser la que recibía consuelo cuando él lo necesitaba más. Luego de darle un beso en las manos, lo soltó para secarse la cara y verlo bien a los ojos.

Gran parte de la expresión de Norian hablaba de sufrimiento, la incomodidad latente causada por heridas vetustas y otras que lucían nuevas. Sin embargo, Lessa notó que había algo más importante que eso. En sus ojos había una chispa de ternura y en los labios una frase a punto de nacer.

—Lessa...

—D-dime —alcanzó a balbucear ella.

Norian apartó la vista, pero sin mucho éxito, ya que la joven maniobró para conservar la unión de sus miradas. No se dio cuenta de que estaba siendo muy invasiva hasta que lo vio taparse la cara y, poco después, llorar.

—N-Norian...

—¿M-me harías un favor?

Lessa dio brinquito ante la rareza de oírlo preguntar eso. Aun así, pudo controlar la emoción y responder algo decente:

—Haré lo que tú quieras.

—¿Cualquier cosa?

—Cualquier cosa, Norian. —Le sujetó las manos—. Pídemelo y te lo daré.

—Entonces. —Norian tosió—. Si te pido que te vayas y me dejes, ¿lo harías?

—¿Qué?

—Que necesito que te vayas, Lessa.

La argeneana sonrió, no por alegría ni nada parecido. El medidor emocional se había roto y ahora le costaba mucho conjugar sus reacciones con su sentir. ¿Irse? ¿Norian le había pedido que se fuera? Rio, con temblor desatado en los dedos, a la vez que resollaba y movía la cabeza como negativa. No iba a irse. Agarró fuerte la mano del muchacho y, sin prestarle atención a sus movimientos esquivos, continuó la labor de limpieza.

—Lessa, por favor...

—No.

—Lessa...

—No.

—¡Le...!

—¡No me voy a mover de aquí, Norian Archer! —La sonrisa se rompió—. No voy a mover ni un puto dedo de este lugar, no te voy a dejar. Si me tengo que morir aquí a tu lado, ¡lo haré! ¡Lo haré feliz porque no me importa morir ya si es...! S-si es... a tu lado. —Hizo una pausa para respirar—. N-no me importa morir si es a tu lado —repitió, más firme que la primera vez—. Pídeme cualquier cosa menos abandonarte, porque no lo voy a hacer.

—Ay, el amor...

Lessa dio un brinco hacia atrás al mismo tiempo que sus ojos cambiaban el enfoque hacia adelante. Ahí, recostado sobre un tronco, una figura masculina de rasgos ya bien conocidos la observaba sonriente. Era increíble que un gesto tan bonito como podía serlo una sonrisa se transformara en algo ofensivo y tenebroso solo con estar impreso en el semblante de aquel hombre.

Aun cuando de seguro él había tenido la oportunidad de asearse cuantas veces quisiera, lucía igual o más desgarbado que ellos, con la ropa maltratada y manchas de sangre que iban desde su boca hasta las botas negras en sus pies, cubiertas de lodo. Al lado del parche oscuro, su único ojo funcional brillaba imbuido en color fuego, resplandeciente como un rubí en medio de una caverna consumida por negrura.

Lessa tragó saliva, avergonzada de admitir que estar de nuevo frente a él la ponía nerviosa. Había creído que nunca volvería a verlo, así que se le complicó creer que de verdad estuviera ahí, mirándola con ese aire de tranquilidad típico de quien no tiene de qué asustarse.

Solo cuando lo vio dar un paso hacia el frente, Lessa pudo salir de su estado de trance y reaccionar. Se puso delante de Norian y abrió los brazos para formar una muralla entre los dos, de tal forma que el chico estuviese seguro. A Terrance no lo iba a poder frenar si estaba encaminado a herirlos, eso lo sabía, pero al menos así iba a cumplir el papel de escudo hasta que su cuerpo aguantara.

—Aléjate de él —comandó, con una firmeza que no se reflejaba en sus brazos temblorosos.

El entrenador ladeó la cabeza, con la pupila tan dilatada que la joven se sintió pequeña e insignificante. Tenía miedo, y él lo sabía. Por eso desde su aparición teatral se había limitado a verla con tanto interés. Estar estar suspendido a la espera de algo terrible quebraba más que el cumplimiento de la amenaza en sí.

Pronto Lessa fue incapaz de seguir mirándolo, así que puso la vista en el suelo.

El hombre soltó una risita.

—Ay, el amor... Qué bonito es el amor.

—No voy a dejar que lo mates. —Lessa se vio en la necesidad de decir eso al sentir la proximidad de sus pasos, medidos y cautelosos—. Tendrás que pasar por mí primero.

—Lessa...

—Vamos a estar bien, Norian. No te preocupes.

—Deberías escuchar a tu chico. —La voz de Terrance creaba una atmósfera falsa de paz—. Ya te dijo que te fueras, y como supongo que no eres tonta, ya te habrás dado cuenta de que te puedes ir, tan lejos como quieras. Solo imagina las posibilidades...

—Una mierda.

—Entonces, ¿estás dispuesta a morir por él?

—Sí. —No lo dudó ni un momento.

La sonrisa de Terrance cobró un matiz oscuro, menos amigable.

—¿De qué te ríes?

—De seguro Archer no te dijo.

—¿Decirme qu...?

—¡Déjala fuera de esto, Cassan!

Todo pasó tan rápido que Lessa apenas pudo entender. Norian, que hasta ese momento había estado detrás de ella, se impulsó hacia adelante para irse contra el hombre. Si bien el lanzamiento fue agresivo, el guerrero no tuvo la fuerza para aprovechar esa ventaja. En cambio, su contrincante sí: lo levantó del cabello y le hundió la rodilla en el estómago antes de aventarlo al piso.

—¡Norian!

Lessa no lo dudó. Aprovechando que Terrance estaba de espaldas, se puso en pie y corrió hacia él para evitar que lastimara de nuevo al chico. Como tal, sí logró lo que quería, ya que el hombre ignoró a Norian para enfocarse en ella. Lo que la chica de verdad no pudo hacer fue causarle daño: ni siquiera había terminado de alargar un puño cuando Terrance ya la tenía sujeta del cuello, adherida a un tronco. Para liberarse, la arquera metió las manos entre la sujeción y dio patadas en desorden. No logró mucho.

—¡Dijiste que a ella no, Terrance! —Norian se oyó en el fondo, sujetando el pantalón del hombre para detenerlo. Tosía sangre a montones—. ¡No la metas en esto! ¡A ella no!

El entrenador giró la cabeza, parsimonioso adrede para torturarlo con la expectativa.

Cuando sus ojos se encontraron, sonrió más.

—Entonces... ¿a ella no?

—No, a ella no. —La súplica desesperada en su voz exprimió los lagrimales de Lessa. No entendía qué pasaba, pero el rostro devastado de Norian era suficiente para hacerla sentir mal. Cuando lo vio apoyar la cabeza en el piso a modo de reverencia, se sintió aun peor—. A ella no, por favor, te lo pido, te lo imploro. G-golpéame a mí, haz lo que quieras conmigo. Pero por favor, déjala ir, como acordamos. Déjala ir sana y salva.

—Norian... —jadeó Lessa, quedaba implícito su deseo de alguna explicación.

«¿Qué hiciste, chico fuego?».

—Sigues siendo tan terco como siempre... —Terrance habló con un rastro de fastidio—. Dale pues, aquí te la dejo para que te despidas, pero tienen solo cinco minutos.

Lessa no se esperaba que, de estar sometida contra el árbol, terminaría siendo lanzada a los brazos de Norian sin ninguna precaución. Pocos instantes después de que su cerebro asimilara que estaba surcando el aire como una flecha, se estrelló contra el chico. Él había trató de recibirla de la forma menos aparatosa posible, pero por culpa del corto tiempo de reacción que tuvieron, la meta no fue lograda. Chocaron cabezas con un impacto tan fuerte que terminaron en el piso, ella encima de él.

Norian ni pensó en quejarse. Calladito, se acomodó rápido para echarle un ojo a Lessa.

—¿Te duele mucho? ¿Tu cabeza está bien? ¿P-puede...?

—Hiciste un trato con él.

Lessa no supo si sentir rabia o tristeza cuando Norian guardó silencio. No le había hecho una pregunta, pero eso no significaba que no quisiera una respuesta. El azul de sus ojos empapado de lágrimas pedía a gritos una explicación para lo que acababa de vivir. Necesitaba una confirmación de sus sospechas o cuando menos una mirada significativa, de esas que transmitían mil palabras en menos de un segundo.

Obtuvo las dos.

—Sí.

—Hiciste un trato con Terrance para que yo quedara libre —siguió, insatisfecha.

—Sí...

—Y tú vas a morir aquí.

Él chico barajó la posibilidad de no responder, pero fue derrotado por la mirada apremiante de Lessa.

—Esa fue su única condición —dijo en un susurro.

—Entonces, cuando te despediste, ¿me dormiste?

—Eso no...

—¡Responde «sí» o «no», carajo!

—¡Sí! ¡Sí! ¡Te dormí! ¿E-está bien? —Norian abrió los brazos y tosió—. Pero déjame explicarte bien, porque no entiendes. Yo no puedo...

—¿No puedes qué?

—No puedo dejar que mueras aquí. —Bajó la cabeza.

—Lo dices como si la palabra de ese cretino valiera algo.

—Prefiero morir por la posibilidad de que tú te salves a que hacerlo solo porque sí. —Tosió de nuevo.

—¿Y alguna vez me preguntaste si quería salir de aquí?

—Lessa, no es momento para...

—¿Y cuándo es el momento entonces? ¡¿Cuándo querías tener esta conversación, eh?! ¡¿Cuando estuvieras muerto?! —La voz se le quebró en esa última frase—. ¿P-pensaste en cómo me sentiría yo? ¡¿Pensaste si quiera...?!

—¡No puedo verte morir, Lessa!

—¡Y no puedo vivir sabiendo que moriste!

Ese fue el colmo, Lessa había alcanzado su límite. Ríos transparentes bajaron de sus ojos mientras el campo visual se le difuminaba. Perdió fuerzas también, y desde el fondo de su pecho sintió que nacía un huracán ardiente. Dolía cada latido. Dolía cada respiración. Y no entendía por qué. De pequeña le habían dicho que el amor era bonito.

¿Por qué lastimaba tanto, entonces?

Norian la abrazó, y con lo blandita que estaba ella no pudo resistirse. Toda la ira con la que le había gritado se disolvió en una laguna hecha a partir de sus lágrimas. Ahora más bien se sentía avergonzada por haberlo tratado así. Escondida en sus brazos, le lanzó una mirada llorosa con la que pretendía disculparse sin palabras. Él asintió con la cabeza en el señal de que entendía el mensaje.

—Perdón yo también. —Le besó el cabello—. Te amo demasiado, Lessa.

—Y-yo también te amo. —La chica formó un puño en la camisa del pelirrojo—. Así que, por favor, no me dejes. Déjame estar contigo hasta el final.

Él guardó silencio un rato.

—¿T-te acuerdas de lo que dijimos en el incendio? Sobre nuestro futuro.

—A-ajá. —A Lessa no le quedaba mucha energía para responder.

—Bueno. —El vellano le acunó las mejillas para establecer contacto visual. Una vez la tuvo enfrente, se dedicó a apartarle el cabello hebra por hebra. La dulzura contenida en sus movimientos transmitía lo mucho que disfrutaba darle cariño—. Yo... Y-yo en serio quiero que cumplas todo eso, quiero que seas entrenadora, que tengas un futuro hermoso y la vida que te mereces. Y si esta es la manera de que la obtengas, no me molesta en lo absoluto. Todo estará bien para mí con saber que te fuiste. Hey, hey... —Frunció la boca al ver que negaba con la cabeza—. Sé que puedes hacerlo, por mí. Por los dos. Yo me quedo aquí con Cassan y tú...

—N-no, no, no. No voy a hacerlo.

—Lessa...

—No puedo.

Cuando parecía a punto de insistir, Norian se echó hacia adelante para toser. Expulsó de la boca una lluvia densa de gotitas carmines, una, dos y tres veces, así hasta manchar su mano y parte de la ropa de Lessa, quien se puso delante de él para servirle de apoyo. El vellano escupió unas cuantas veces más previo a desplomarse en el regazo de su compañera.

—Me dio algo raro de tomar —explicó entre jadeos y toses, indiferente a los ojos autoritarios de Lessa que le pedían que no hablase. Permitir que se quedara jodería todo por lo que había planeado—. No puedo echarme para atrás a estas alturas, Lessa. Me voy a morir, lo quieras o no. —Se le humedecieron las mejillas—. Por eso necesito que te vayas, para que aproveches esta pequeña posibilidad. No quiero morir en vano, Lessa.

«Morir en vano...».

A Lessa le dieron ganas de vomitar, y si no lo hizo fue solo porque el nudo en la garganta se lo impidió. De pronto sentía el peso y las miradas incriminatorias de todos los que se habían sacrificado por ella y la causa que defendían: Alice, Larry, también los que habían puesto su confianza en ella aun si eso significaba arriesgarse de más, como la señora Main. Los recordó a todos y no pudo evitar sentirse culpable de no haber aprovechado sus sacrificios, de no haber cumplido su palabra. Porque en vez de salvar los reinos, los habían destruido. La belleza y prosperidad habían sido sepultadas con todo y los cuerpos de sus seres más amados.

En vano.

«No quiero morir en vano...».

Maldita sea.

«Me voy a morir, lo quieras o no».

Maldita sea de nuevo.

«Prefiero morir por la posibilidad de que te vayas a que morir solo porque sí».

Maldita sea tres veces.

Todavía abrumado por los golpes y el malestar, Norian dio un respingo cuando Lessa desfogó un grito desgarrador, tan fuerte y prolongado que su timbre altisonante se quebró a mitad de camino.

Más temprano que tarde, la garganta hizo huelga frente a aquel abuso innecesario y la dejó muda, a duras penas capaz de emitir sonidos angustiosos de cólera hacinado.

Su condición afónica, más que detenerla, alimentó su frenesí. Lessa enterró las manos en la tierra y las cerró para formar puños que luego, sin pensarlo dos veces, aventó hacia un destino incierto. Repitió el proceso hasta que los brazos siguieron el ejemplo de la garganta y renunciaron a obedecer debido al cansancio. Sin más forma de desahogarse, Lessa quedó de rodillas en el suelo, con la espalda dando brinquitos desesperados al compás de sus jadeos llorosos.

Ya no había ganas de gritar, tampoco de lanzar proyectiles. La ira solo había sido un mal disfraz para la amargura que ahora se largaba también para dejarla sola. A última instancia, con el cerebro de Norian a mitad de un acalorado debate acerca de si era conveniente o no acercársele, la chica se terminó de sacudir, tal vez para expulsar hasta la más pequeña porción de ira en su sistema, y giró a ver al muchacho con ojos abochornados, cundidos en lágrimas.

Para Norian, la imagen fue agridulce, la belleza de un ser angelical y la desgracia conspirando en un mismo cuerpo. Se le antojaba perturbador el laberinto de cicatrices tatuado en su piel blanca, las constelaciones rojizas que enmarcaban su expresión de cejas juntas y puchero involuntario.

Se sintió obligado a hablar, y la incomodidad prácticamente haló fuera las primeras palabras que se formaron en su lengua. Por fortuna, antes de que cometiera alguna cagada verbal, Lessa alzó la mano hacia su dirección. No tuvo que desenvolverse en más explicaciones para que él entendiera que quería silencio.

Calladitos los dos, acortaron distancias y en cuanto les fue posible usaron de hogar los brazos del otro.

Por un buen rato, las palabras no existieron, solo respiraciones y jadeos.

—Norian...

El tono íntimo y susurrante de Lessa enervó al muchacho. Lo tuvo que disimular.

—¿Sí?

—Si yo... Mm, si yo... —La joven frunció la cara, como si el tema que estaba a punto de tocar fuera desagradable—. Si yo acepto huir... —dijo con dificultad y se encogió de hombros— ¿eso te haría sentir mejor? ¿t-te haría sentir tranquilo?

Fue difícil para el guerrero disimular la euforia que una pregunta como esa le hizo sentir. Para no delatar su repentino entusiasmo, solo la miró a los ojos y asintió.

—Y-y si me v-voy —siguió ella. Sus ojos delataban que percibía su discurso como un destino improbable—, ¿q-qué tan seguro es que Terrance me deje ir?

—No sé... qué tan confiable sea. —Norian lo pensó mucho antes de decir eso—. Cassan me dio a entender que matándome y dejándote con vida se aseguraba de tener una fuente de alimento por un largo tiempo: o sea, tú. Pero... —Tosió y se le acercó al oído—. No quiero que te quedes aquí, quiero que huyas, sin mirar atrás.

—Pero...

—No quiero que se alimente de ti.

Lessa no supo cómo sustentar su negativa, así que bajó la cabeza a modo de derrota.

—Si aceptas huir, Lessa —le susurró Norian en el oído, mirando de reojo al entrenador—, lo retendré lo máximo posible, de todas las formas que se me ocurran. —Tosió—. Si tengo que pelear, pelearé; si tengo que correr, correré; si tengo que distraerlo, lo distraeré. Y no dejaré que use la varita hasta que esté seguro de que te hayas ido. —Le dio un beso en la frente que la hizo llorar—. Te voy a defender por el tiempo que me quede de vida, para que seas feliz, por ti y por mí.

«Por ti y por mí».

Lessa jamás pensó que mover la cabeza de arriba a abajo para aceptar esa propuesta se le haría tan difícil. Era un movimiento corto, pero que en su simpleza albergaba la decisión más difícil que hubiera tomado, por mucho la más dolorosa.

Luego de captar la respuesta, Norian la abrazó más fuerte mientras los dos se deshacían en llanto. Dieron rienda suelta a los besos húmedos, a los sinsentidos verbales y a las lágrimas copiosas; poco o nada les importó que alguien los estuviera viendo. Esa iba a ser su despedida. Querían grabarse la esencia del otro en el alma antes de ponerle un punto y final a su historia de amor.

A su trágica, desdichada y dolorosa historia de amor.

—Ya, ya. ¡Se acabó el tiempo, tórtolos!

Terrance rompió la magia sujetando a Norian del cabello, para después, con la misma rudeza, halarlo hacia atrás. Aun así, la pareja se rehusó a separarse; mantuvieron la unión en sus manos hasta que Terrance se hartó y de una patada alejó a Lessa.

El escándalo de su cuerpo amoratado al estrellarse resonó en todo el bosque.

Norian soltó un grito mudo, pues las ganas de toser lo superaron y no pudo luchar contra ellas. Escupió una tormenta escarlata en lo que veía a Lessa recobrarse del golpe, y maldijo a Terrance por eso. No era necesario ser agresivo con ella.

Viendo la reacción asustada del chico, Lessa asintió con la cabeza para calmarlo. Quería decirle que estaba bien. Norian le respondió el gesto de mala gana, no muy convencido.

—Te amo... —gesticuló en silencio.

—Te amo —murmuró ella devuelta.

Él se forzó a sonreír a pesar del dolor. Después de todo, el plan dependía de que ella se fuera.

—Ahora vete —pidió—. Sé que puedes hacerlo. No te detengas.

Lessa asintió como pudo, obligada a anular sus propios pensamientos y emociones para no venirse abajo. No podía rendirse, no en un momento así, y menos frente a Norian, que en ella había depositado sus últimas esperanzas, que por ella estaba dispuesto a sacrificarse.

Para su mala suerte, ese tropel de ideas mutó en culpa y le ancló los pies al piso. No podía moverse. Luchando contra el peso de sus temores, cayó al suelo, y como intento de levantarse rodeó con las manos el tronco aún vestido de sangre contra el que había sido aventada.

Con las piezas de sus estabilidad unidas de nuevo, aunque frágiles todavía, la joven pegó la vuelta y dio el primer paso para irse. Luego el segundo. Con el tercero, sin embargo, no fue lo mismo. La voz de Terrance la detuvo antes de que pudiese avanzar.

—Hay una forma de salvarlo.

Norian se tensó. No, no, eso era parte del plan, nadie le había dicho eso. Lessa tenía que irse. Al tratar de gritarle, quien lo detuvo esta vez fue la mano de Terrance. El pelirrojo se forzó a hacer sonidos desesperados mientras veía con impotencia cómo Lessa giraba hacia ellos, con disimulado interés en sus pupilas.

—Hay una forma de que salves a tu chico —continuó el hombre, contento de tener la atención de la argeneana—. Si te metes en línea recta hacia el bosque, encontrarás un río. Ahí está el antídoto para el veneno que le di de beber a Norian. Si lo encuentras y lo traes, se podrán ir los dos con vida. —Sonrió—. ¿Qué te parece? ¿tenemos un trato? Y así no te ves como una egoísta.

—¡No lo escu...! —Norian mordió la mano de Terrance para liberarse, solo por un momento. El hombre no tardó en amordazarlo con más ganas.

—Sin presiones, es tu decisión. —El tinte pacífico en la sonrisa del castaño daba miedo—. Puedes hacerme caso y ser una heroína, o largarte de aquí y vivir con la culpa de que pudiste haber salvado a tu amado. —Señaló a Norian, que negaba con la cabeza como podía—. El tiempo corre, Astral, ¿qué vas a hacer?

A través de su visión borrosa por las lágrimas y la falta de aire, Norian vio a Lessa salir disparada del lugar. Los ojos no le dieron el alcance que le hubiera gustado para saber a dónde se dirigía. Antes de perder el conocimiento, solo rogó que el trato con aquel hombre diabólico funcionara.

Un capítulo menos fuerte, pero igual bastante triste. ¿Qué les pareció? ¿se esperaban eso de Norian? ¿creen que el plan funcione, o creen que Lessa irá al río que le dijo Terrance? ¿qué harían ustedes en la situación de Lessa?

Por ciertooo, antes de irme les quería contar algo: como este libro aún no tiene ilustraciones, estaba pensando en hacer algunas, pero no me decido. ¿Tienen alguna escena que les gustaría ver ilustrada? Para empezar por ahí 👀.

(Pequeño Spam, gg: tengo comisiones abiertas, por si les interesa pedirme un dibujo, gg).

¡Nos vemos la próxima semana! ¡Muchas gracias por leer!

Siguiente capítulo: "Tu parte".

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