Capítulo XXVII: Esperanza sin nombre
Por segunda vez esa noche, Norian se empujó hacia el frente para vomitar. No sabía si era un reto auto impuesto por su organismo para demostrar que aún tenía más porquería dentro, o si, por el contrario, se trataba de un castigo hecho por su mente para quitarle el sueño. Fuera lo que fuese, Norian nunca podía detener el vómito a voluntad, aun cuando no era sino un diminuto río de saliva que escapaba forzosamente de sus entrañas.
No quedaba nada en su estómago. Nada además de asco, tristeza y la ilusión de estar viviendo una pesadilla. En algún punto consideró la idea de que todo era un sueño demasiado vívido, como esos que tenía de pequeño de los que se aliviaba despertar minutos más tarde. Pero no era así.
Ahora, por mucho que se forzara a inmiscuirse en el mundo onírico, cada que abría los ojos se daba un golpe duro de realidad: no era una pesadilla; Lessa y él seguían metidos en el interior del árbol, solos y a la espera de algo que ni ellos mismos comprendían. Una esperanza sin nombre.
El único cambio significativo era que la lluvia había cesado; Norian no sabía en qué momento, pero tampoco le importaba. Su prioridad de alejarse un poco del dolor le regresó la espalda al suelo en cuanto pudo recuperar la autonomía sobre sí mismo.
Todo le daba vueltas...
Atormentado, se estiró en su lugar para ponerse cómodo, una completa ironía tomando en cuenta que la superficie debajo de él era pastosa y desagradable. ¿No debería haberse secado ya? Tal vez... O a lo mejor no había pasado mucho tiempo desde el cese de la lluvia. Norian no quiso exigirle mucho a su mente, al menos no por esa razón.
Había una más importante.
Lessa no estaba.
Terminó de alargar el brazo hacia el extremo de la argeneana para confirmar. No la sintió, ni ahí ni en ninguna parte. La argeneana había desaparecido.
Norian se levantó.
—¡¿Lessa?! ¡Le...! —Hubo una pausa—. Lessa...
No se había ido. Ahí estaba, de rodillas frente al agujero por el que tanto le gustaba observar. Los contornos de la piel blanca resplandecían sobre la negrura que se había apoderado del ambiente, tan densa que hacía difícil reconocer algo sin tener las pupilas acostumbradas.
Ese no era el caso de Norian: tanto tiempo en lo oscuro había amaestrado sus ojos, así no se le complicó ver más allá de lo común.
Un entramado de moretones, arañazos y sangre seca decoraba el cuerpo de la argeneana, cubierto a duras penas por un vestido cuyos tirantes amenazaban con romperse en cualquier momento. La espalda medio desnuda —culpa del moño improvisado en su melena—, ofrecía buen panorama de aquello.
—Lessa...
—Ya no llueve.
Norian tragó saliva.
—¿D-desde...? —empezó a decir, y calló. Le ponía nervioso comunicarse con ella—. ¿Desde cuándo estás despierta?
—No he dormido nada.
El pelirrojo se forzó a cerrar la boca cuando un «deberías descansar» estuvo a punto de salírsele. Claro que pegar un ojo no era mala idea, pero ¿por qué Lessa iba a hacerlo? De seguro veía el dormir como una actividad perfecta para recuperar energías antes de hacer algo que exigiese mucha carga para el cuerpo, no como Norian, que simplemente quería largarse de la existencia. No tendría mucho sentido que la ex-soldado quisiese dormir. Estando cautivos, el futuro era más bien un anhelo y no una certeza. Y a lo mejor ella prefería pasar el tiempo mirando las alturas a que invertirlo en descansar en función de algo que no era seguro.
Norian lo volvió a intentar, pero de inmediato cerró la boca. No. No podía preguntarle cómo estaba. Mierda, ¿por qué era tan difícil empezar una conversación con ella? ¿Dónde estaba la confianza? Se había ido después de su última conversación, seguro.
—Puedes volver a dormir, tranquilo —dijo la chica.
El vellano volvió a tragar saliva.
—No, no, estoy bien. D-descuida. ¿Tú...? Ehm... —tanteó, acercándose con sigilo. Su excusa era el miedo de alertar a alguna criatura, cuando realmente lo que lo atemorizaba era espantar a la chica—. Tú... ahm... ¿cómo te sientes?
«No tenías que preguntar eso, idiota» se regañó.
Sorpresivamente, la sonrisa tímida de la ex-soldado atenuó la incomodidad.
—Aún te preocupas por mí —señaló ella. Él se encogió de hombros.
—Claro que me preocupo por ti.
—¿A-aun luego de lo que pasó?
—¿Podrías no mencionarlo?
Ella rio.
—Haces como que sí, pero sé que aún no lo aceptas. —Los ojos de la chica palidecieron—. En el fondo aún crees que Terrance pudo habernos mentido.
—¿Y qué tendría eso de malo? —repuso después de un tiempo prudencial— Creí que era mejor para ti no confiar en él, dijiste que no me ibas a dejar estar de luto por...
—Ya sé. —Lessa se limpió una lágrima escurridiza—. Pero ahora no sé en qué pensar.
—¿En un plan?
—Estoy cansada de los planes. —Lo volteó a ver. Sus pupilas calaron como dagas—. Además, ¿no que no querías intentar nada?
—No lo decía en serio, e-estaba molesto. —Se encogió de hombros—. Perdón.
—Ya veo.
Aprovechando la cercanía, Norian le tomó la mano.
—Y, bueno, nada perdemos con intentar... —dijo.
—También estoy cansada de intentar. —Lessa apoyó la frente en la corteza del árbol—. Estoy cansada de tener que pensar en todo, considerar hasta la más mínima cosa. Lo único que tenemos a nuestro favor es que Terrance se debilita usando la varita; eso y más nada. Y no sé cómo utilizarlo. Estoy en mi límite, mental y físico. Tú también. —Se hizo pequeñita—. No vamos a salir bien parados de una pelea...
—¿Y si corremos?
—¿A dónde? —La voz de la argeneana fue quejumbrosa.
—M-mañana, cuando haya luz, a primera hora, correremos tan rápido como podamos, a... a cualquier dirección, sin mirar atrás. —Hizo una pausa por los nervios—. ¿Q-qué te parece?
—Es... —Lessa se sorbió la nariz—. Esto es gracioso.
—¿Gracioso?
—Cuando uno de los dos está triste, el otro se anima un poco, y viceversa. —Lo miró, esta vez con ternura desbocada—. ¿Nuestra tristeza nos da esperanza, tal vez?
—Tú me das esperanza.
Lessa sonrió, nerviosa. La asustaba no saber si el nuevo modo de latir en su corazón era genuino o implantado.
—¿Quieres saber qué he estado haciendo mientras tú duermes? —murmuró en su oído.
Norian asintió. Nada perdía con aceptar la propuesta. Poco después, sintió las manos trémulas de la chica aterrizar en su cabeza para empujársela un poco hacia abajo. No necesitó mayor agudeza mental para saber que quería que se asomara por el agujero de la corteza, así que colaboró.
Cuando todo estuvo listo, la joven lo empujó un poco para asomarse ella también, y dijo:
—Me gusta imaginarme que hay personitas viéndonos desde las estrellas. Pero estas horas las he visto como algo diferente.
Tal vez no fuera necesario, pero Norian quiso contestarle.
—¿Cómo las ves ahora?
—Como esperanza. —Señaló el cielo con la boca—. Leí una vez que las estrellas representaban eso. Mira.
Norian dirigió los ojos hacia arriba. El cielo mostraba semblante distinto: no era ni tan oscuro ni tan siniestro como recordaba. Era una vasta extensión oscura tapizada de luceros.
—Es nuestra esperanza —dijo él.
—Es nuestra esperanza —concordó ella.
Los arañazos de luz solar patearon el sueño de Lessa mucho antes de que la voluntad de levantarse hiciera aparición. Su inicial reticencia a dormir se había vuelto un tumulto monstruoso de cansancio, tan pesado que le apretaba el cuerpo contra el piso y prácticamente adhería sus pestañas de abajo con las de arriba. Por eso le molestaba tanto haber sido despertada por la inclemencia del cielo mañanero. Estaba segura de que los pocos agujeros de luz del refugio le apuntaban solo a ella.
Su rostro se desfiguró por un bostezo y una eventual mueca de hastío. Quería dormir, carajo. Había subestimado las bondades de escapar al mundo de los sueños; lo que menos quería hacer era abrir los ojos para afrontar la incertidumbre de sus circunstancias. Un minuto más, dos minutos, diez minutos. Lessa suplicó mentalmente mientras rodaba sobre el piso, rehén de su propio desánimo.
«Un minuto más, por favor. No quiero seguir despierta».
Para su desgracia, aunque el sol la hubiese considerado un poco al disminuir la intensidad de sus haces, los párpados se levantaron tan rápido como pudieron. Había oído algo, algo que no respondía a los sonidos habituales de la naturaleza. En los pocos minutos que llevaba consciente —si se le podía llamar consciente a su estado divido entre la somnolencia y la agitación—, solo había escuchado la melodía de los árboles zarandeados por la brisa y uno que otro crujido de hoja. No había vida a kilómetros de distancia además de ellos y la vegetación marchita.
Entonces el único que podía haber hecho ese sonido era Norian.
¿Cuál sonido?
Llanto.
Los sentidos de Lessa se terminaron de encender poco después de haber abierto los ojos. Ahora estaba cien por ciento segura de que era Norian el que lloraba, incluso cuando lo que recibían sus oídos solo fuera una adhesión de balbuceos de muy bajo volumen. Era él, su chico fuego. A Lessa le lastimaba admitir que ya casi se sabía el patrón de su llanto de memoria.
Se levantó, y poco le importó ver que el color blanco de su vestido no era más que un recuerdo. Tampoco puso mayor cuidado a los alrededores. Sus ojos, una vez recompuestos de la nube borrosa que les quedaba luego del despertar, aterrizaron en la figura masculina sentada frente a la salida del refugio. Los movimientos de la espalda, herida como la de ella, eran tan mínimos y poco naturales que Lessa estuvo más que segura de que el muchacho se forzaba a disimular su desahogo. ¿Por qué? ¿No quería preocuparla? Tal vez... Pero la ex-soldado no estaba dispuesta a permanecer indiferente.
Se aclaró la garganta a modo de aviso, pues no quería llegarle por sorpresa, y gateó hacia él haciendo la mayor cantidad de ruido posible. Quería que la sintiera ahí, que no se asustara cuando, al girarse, la encontrara detrás de él.
La reacción de Norian fue diferente a lo que ella había previsto. El subir y bajar de su espalda habló de nervios, tensión que ascendía conforme los movimientos de Lessa se aproximaban. Cuando la separación estuvo a punto de borrarse, las emociones dentro de Norian estallaron. O al menos, eso fue lo que Lessa supuso cuando el chico, de un movimiento inusitado, volteó a verla.
Fue difícil para los ojos de la argeneana procesar la imagen. A quien veía era Norian, pero con una expresión de tranquilidad falsa que daba muy mala espina. El trazo perfectamente derecho en sus labios, los ojos abiertos y brillantes por la acumulación de líquido, las cejas juntas en un ángulo que temblaba casi a la par del movimiento en las pupilas de Lessa, todo era muy sospechoso.
—Buenos días —empezó él.
—Te ves mal —repuso ella.
Norian frunció la boca.
—Tú también te ves mal —rebatió.
—Sabes de qué hablo. Te veo... —Lessa se encogió de hombros, de pronto falta de palabras. Su repertorio de adjetivos se había acabado, ¿cómo podía hacer una descripción del joven sin recalcar lo obvio?
Para fortuna o desgracia, su búsqueda lingüística no traspasó los diez segundos. Algo interesante había irrumpido en su rango de visión, algo con la suficiente peculiaridad para hacer que impulsara el cuerpo hacia adelante, apoyada sobre las manos.
—Tienes un papel en la mano. —Definitivamente no era una pregunta.
—Sí... —se limitó a responder Norian, cohibido.
Insatisfecha por la explicación inexistente, Lessa preparó una sarta de preguntas con las que resolver el misterio. La primera de ellas, un simple «¿de dónde sacaste ese papel?», apenas se preparaba para salir en cuanto las cuerdas vocales de la joven se enredaron. No podía hablar, pues una lágrima escurridiza había escapado de los ojos de Norian. Era lo confirmación de que le pasaba algo.
Aunque se la secó rápido y apartó la vista para disimular, Lessa siguió igual de preocupada.
—N-Norian...
—Lo encontré aquí. —El joven señaló el papel, zapateando nervioso y pasándose las manos por el cabello más de lo normal—. No quería que lo vieras, yo... Yo no quería... Yo no quiero que... —Bajó la cabeza, como aplastado por el peso del bochorno—. Perdón por ponerme así.
A Lessa le tomó un minuto procesar aquel monólogo de puros trozos inconexos; el cerebro se le balanceaba de un lado a otro. Quedó suspendida unos segundos hasta que lo último que había dicho Norian la regresó a la realidad.
—No, no. Está bien, tranquilo. —Le puso una mano en el hombro—. Ven acá.
Cuando Lessa le abrió los brazos, no se preparó para lo mucho que le dolería sentirlo echarse contra su cuello. Estaba tan frágil...
El rocío en los ojos de Lessa no soportó mucho tiempo retenido.
—Cuando me desperté, el papel estaba aquí —explicó el joven, restablecida su habla. Lessa se meneó un poco para recuperar el enfoque—. No quería que lo leyeras para que no te preocuparas, pero... supongo que tienes derecho a saber.
Lessa se sobresaltó cuando el papel arrugado quedó en sus dedos. De pronto le asustada, y no con poca razón. La hoja de seguro contenía un mensaje horrible, la causa de que Norian estuviese rendido en su cuerpo.
Ella se vio incapaz de afrontarlo. ¿Qué era tan horrible como para derrumbar a alguien de esa forma? Solo podía compararse con la revelación de mal gusto de Terrance, pero Lessa pensaba —o quería pensar— que ya no había más sorpresas ingratas esperando su debut. Entonces, ¿qué era ese papel misterioso?
La única forma de saberlo era abrirlo...
Tragó duro.
De pequeña solía odiar el sabor de las medicinas, así que su solución, cuando no las botaba por algún sitio, era tomárselas de golpe. Un solo trago amargo y estaba lista. Supuso que esa misma técnica iba a servir para lo del papel.
Lo abrió.
Y qué asombroso fue que un simple párrafo de pocas líneas la hiciera sentir tan mal. Qué asombroso fue que una lectura así de corta pudiera revolverle el estómago. ¿Quería vomitar? Las alertas de su cuerpo ya no eran comprensibles ni para ella misma. Quería... Quería releer la nota para comprobar lo leído.
La caligrafía era azorada, la hoja cubierta de sangre. Alrededor, los dedos de la guerrera temblaron, mientras el papel flaqueaba por el aterrizaje de un par de gotas saladas. Cuando la rabia pudo más que cualquier otro sentimiento, la hoja dejó de existir. Fue vuelta trizas, compactada en una pelota y posteriormente lanzada lo más lejos que el brazo de Lessa permitió.
La caída del objeto antecedió el chillido temperamental de la arquera.
«¡Maldición!».
Había traspasado su límite de aguante, saturada de emociones. Odiaba sobre todo sentirse así por el maldito asqueroso imbécil de... de él, de ese tipo. No quería ni pensar en su nombre. ¿Le hacía gracia jugar con ellos así? La respuesta era afirmativa, ya lo había demostrado.
Pero Lessa no le iba a dar el gusto.
—¡No me lastimas, hijo de puta! —voceó, ignorante de si el aludido se encontraba cerca o no—. ¡No me lastimas! ¡Te voy a matar! ¡¿Me oyes?! ¡Te voy a atravesar el puto corazón, si es que tienes, y haré que te lo...! —El llanto la interrumpió—. ¡Y-y haré que te lo tragues! ¡¿O...?! ¿Oíste? Sí... Haré que te lo...
«No llores, no llores, no llores».
—H-haré que te lo tragues —sentenció a fuerza de balbuceos—. Voy a hacerte pagar, C-Cassan. J-jódete una y mil veces. ¡Jódete! ¡J-jódete!
«No sigas llorando, no por él. No le des lo que quiere».
Era más fácil decir que hacer.
—Lessa...
La calidez dada por el pulgar de Norian la hizo volver en sí. El vellano estaba secándole las lágrimas con tanta delicadeza que parecía temeroso de romperla en pedazos si tocaba demasiado fuerte, como si fuera de porcelana. Lessa se avergonzó, porque tal vez sus grietas emocionales eran tan obvias que podían vérsele en la piel.
«No quiero esto».
—Estoy bien, tranquilo —musitó, previa a besarle la cabeza, sus mechones asilvestrados y sucios—. Creo que es tu turno de estar triste y mi turno de ser la de los ánimos, ¿n-no?
Ella esperaba una risa, en cambio obtuvo un quejido.
—Yo soy la de los ánimos ahora, así que puedes descansar en mí tooodo lo que quieras, que aquí estoy. —Lo abrazó más fuerte, tragando saliva con mucho trabajo. Las verdades no dichas formaban un nudo en su garganta—. Cuando te recuperes, haremos tu plan. Vamos a correr como locos, ¿sí?
Él asintió.
—Vamos a correr como locos, muy locos, y nos iremos de aquí —repitió, y más bajito, dijo—: Tú también eres mi esperanza.
El contacto piel con piel fue lo único que la ancló a la realidad, lejos de la locura floreciente en sus más oscuros recovecos mentales. Porque, aun si repetía el plan mil y un veces en voz alta, el contenido de la nota era mucho más ruidoso en su cabeza:
«Buenos días, mis presas, ¿cómo están? ¿Durmieron bien? Espero que sí, y que lo hayan aprovechado, porque probablemente no puedan volver a dormir de noche. Alejé a las criaturas de ustedes solo por el día de ayer, como consideración, pero no crean que se repetirá. Más les vale correr rápido esta noche :)».
Aquí los que quieren golpear a Terrance 👉
Creo que todo lo que iba a decir ya lo dije, pero me gustaría añadir que los capítulos que se vienen tratan mucho la relación entre Norian y Lessa, el cómo se sienten al respecto, sus peleas y las dudas que les empezaron a surgir. Nunca tuvieron el tiempo de hacerlo, así que se me hace muy importante.
A ustedes, ¿qué les parece? No solo lo que dije, sino la situación en general. ¡Me encantaría leer sus comentarios!
Nos leemos la semana que viene.
Próximo capítulo (me está empezando a gustar esto, gg): "Nosotros".
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