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Capítulo XXVI: Corazones de humo

«A veces no se cae por débil, sino por haber aguantado tanto». 

-Twinbow Enterprise (ElTioShony)

Un relámpago. Dos relámpagos.

Telarañas en el cielo gris.

Una gota. Dos gotas.

Tormenta.

Eran escasos, por no decir inexistentes, los métodos para mantenerse seguros del caos. La visibilidad era limitada por la noche, que con su negrura y por aparente capricho había borrado a la luna del firmamento. En lo alto solo quedaba una extensión oscura, monocromática, sin degradados o estrellas, que devolvía una mirada de lo más burlona y ofensiva. La única luz provenía de los momentáneos refucilos, prólogo de esos estruendos horribles que hacían retumbar a las nubes alborotadas. Nubes grises.

Poco se escuchaba además de esa orquesta de sonidos turbios, furia descarnada del ambiente. La caída furiosa de la lluvia, el canto perdido del viento, el quejido de los árboles y la reverberación difuminada de los truenos sonaban directo en los oídos. Oídos cansados.

Más temprano que tarde, las embestidas de lluvia aflojaron las defensas del suelo. Su suelo. Desde dentro, un par de ojos café indiferentes y otro par de ojos azules asustados vieron que el suelo del refugio se enlodaba. Aunque, claro, eso que llamaban «refugio» estaba lejos de cumplir los parámetros necesarios para ser catalogado así; no era más que una suerte de cueva en las entrañas de un árbol hueco, que ahora que tenía el piso pantanoso, solo era útil para protegerlos patéticamente del agua fría y de los soplidos huracanados.

Por supuesto, no ofrecía protección contra la amargura. Norian estaba seguro de que afuera habría menos tensión que en ese maldito tugurio en el que llevaban casi una hora metidos.

Ya no tenía lágrimas. Necesitaba otra forma de desahogarse.

—Lessa...

El escaso volumen con el que habló hizo difícil que se escuchara. Norian, aplastado contra el árbol y abrazándose a sí mismo para mantener el calor, tuvo que repetir el nombre con mucha más fuerza para hacerse oír.

Lo logró, mas no hubo resultado que lo favoreciera. La ex-soldado, al igual que los últimos cuarenta minutos, siguió pegada a uno de los agujeros del árbol para supuestamente vigilar el exterior. Al parecer, buscaba el momento idóneo para huir, un propósito que, a ojos de Norian, era estúpido. La lluvia no iba a parar de un segundo para otro, y él no estaba dispuesto a correr en esas circunstancias. No de nuevo.

Estaba todo magullado y hambriento.

—Lessa.

Otra vez, respuesta inexistente.

Ya no había excusas. Norian estaba seguro de que ella sí lo había escuchado.

Molesto, alargó la pierna para tocarla con su pie. Cuando la cadera no funcionó, apuntó a la cara.

Luego de tres roces incómodos con un pie mugriento y húmedo, la joven se dignó a ver al muchacho. Sus ojos, de haber tenido la facultad de cambiar de color, se habrían tornado carmesíes por la furia.

Como la realidad era distinta, lo único rojo en su mirada fue el tono de sus escleróticas por tanto llorar.

—¿Qué quieres?

Norian se irguió.

—¿Cómo que qué quiero?

—Sí, Norian, ¿qué quieres? ¿Seguir molestando? ¿Hacerme perder el...?

—Que dejes de ignorarme. Eso quiero.

—Como si tú no lo hubieras hecho antes.

Su tonito fue burlón, minado de ira aglutinada. Cuando un relámpago se desparramó en el cielo, Norian comprobó que el rostro de la chica era auténtica semblanza de hastío. Solo la sonrisa en sus labios ayudaba a mejorar el aspecto. Si mejorar fuese darle apariencia odiosa, claro.

Terminado aquel segundo de iluminación, la oscuridad volvió a pronunciarse ama y señora de los alrededores. Aun así, Norian pudo intuir la silueta de la ex-soldado: otra vez miraba fijo el exterior.

—Yo te pedí disculpas por ignorarte.

—Entonces ten paciencia.

Norian no se intimidó por la frialdad en sus palabras. Iba a seguir, doliera lo que doliera.

—Lessa.

—¿Qué, Norian?

—Sé que haces esto porque quieres evitar...

—Shhh, me pareció ver algo.

—Quieres evitar que hablemos de...

—¡Silencio, que vi algo, Norian!

—¡... evitar que hablemos de...!

—¡¿Qué parte de «silencio» no...?!

—¡Quieres evitar que hablemos de lo vimos, Lessa! ¡De lo que oímos! —Su grito eclipsó a los truenos—. ¿Y sabes qué? H-hasta cierto punto te entiendo, sé que te duele. Pero hay que...

—No.

Fue contundente, preciso. Un verdadero cóctel de rabia acumulado en una simple negación de dos letras.

Claro que, además de rabia, había otra cosa.

El destello de un segundo relámpago dejó ver que estaba llorando, con las mejillas empapadas. La lluvia que invadía el árbol por los agujeros no era suficiente para mojarle la cara así.

Consciente de que estaba al descubierto, la chica se apuró a pasarse la mano por el rostro y disimular. Devolvió la vista a la parte de afuera antes de que Norian se le acercara.

—Lessa...

—N-no.

—¿No?

—No... No quiero, no puedo. No puedo dejarte, Norian. —Lessa blandió su dedo incriminatorio como si fuese una espada. Las lágrimas salían y salían—. No puedo dejar que le creas, no puedo dejar que estés de luto por lo que él nos mostró.

Norian tardó un poco en responder. Quería ir lento, tragarse su propio dolor un segundo para analizar las cosas.

—¿Y entonces? —fue lo que dijo.

—¿Y entonces qué?

—¿Cuál es tu plan? ¿Cuál es tu increíble explicación? Porque hasta donde yo sé...

Norian dejó la frase colgando, a la expectativa inconsciente de que Lessa interrumpiera como tantas veces había hecho antes. No pasó. El silencio fue el único hablante luego de aquel corte intencional.

Significaba que Lessa no iba a cortarlo, significaba que por fin Norian podría darle forma a ciertas verdades a través de las palabras. Por fin, desde que estaban en el interior de ese árbol, iban a consentir la realidad.

Pero Norian no podía.

No quería.

Él tampoco estaba listo para decirlo, y de seguro Lessa lo sabía. El silencio era una forma de probar que ambos, a su manera, escapaban de la realidad, y que el consuelo de mirarse a los ojos se había extinto por el dolor de palabras aún muy vívidas en sus mentes.

—Los mataron —había dicho Terrance, cuando apenas Lessa y Norian se recomponían del asombro—. Esto: la desaparición de gente, el estado de los reinos. Todo esto, queridos elegidos, es culpa de ustedes. Y ya no hay forma de que no me crean.

«Esto es culpa de ustedes...».

Norian recordaba todo borroso, y no se culpaba a sí mismo por eso. El impacto de la escena de Gneis junto a la poco satisfactoria explicación de Terrance pudieron mucho más que él. Vomitó, gritó, lloró, también estuvo al borde de un segundo desmayo; pero, o Terrance con su magia lo mantuvo consciente, o de verdad a su cabeza tuvo energía para oír más desgracias.

Respaldado por ademanes excéntricos y risas perdidas, Terrance explicó que estaba vivo simplemente porque nunca había muerto. La varita de Meredith, una reliquia que los libros de historia se habían encargado de ocultar, había caído en su poder luego de que le fuera encomendado destruirla. Por supuesto, él no lo hizo, y cuando supuso que ya todo estaba perdido en el baile de la luna plateada, se la llevó con él. Le dio especial alegría explicar que la escena de su muerte había sido una simple ilusión seguida de un hechizo de invisibilidad. También pareció hacérsele gracioso el llanto de Lessa.

—¿Qué? ¿No era esto lo que querías? —Terrance le sostuvo el mentón—. Querías a tu amor vellano, ¿no? ¡Sonríe, que aquí lo tienes! Pueden vivir juntos sobre los cadáveres de todos los que mataron.

Aun con lágrimas en los ojos, Norian la vio arremeter contra el hombre. Fue un combate más bien penoso en el que Terrance sorteó los ataques a modo de burla y entretenimiento. Solo se detuvo al ver que Lessa caía al piso sin fuerzas.

—¿Te digo algo gracioso para que te alegres? —Posó el pie en la espalda femenina—. El chico este... Hathaway, Larry. Él siempre estuvo detrás de ti, siempre te quiso. Sabías que tenía interés romántico en ti, ¿no? Pero tú nunca lo elegiste. —Aplastó más fuerte—. En cambio te enamoraste de Norian, un extraño que acababas de conocer. Ni siquiera supiste que Larry murió por ayudarlos a ustedes. Sé que no tienes la culpa de la poción de amor, pero... ¿a poco no te sientes como una perra desgraciada?

Norian se aproximó hacia el hombre; se movió por inercia, sin pensar realmente en lo que estaba haciendo. A pesar de que su cuerpo endeble gritara de dolor, él no sentía nada. Su sensibilidad se había apagado como mecanismo de defensa.

Eso fue lo único bueno que pudo sacar cuando Terrance, además de frustrar su intento de ataque, lo golpeó en el estómago para tirarlo sobre argeneana.

Los jóvenes no se abrazaron. No hubo fuerza para eso.

—En cuanto a ti, Archer. —Terrance lo señaló, enérgico. Era increíble que ni siquiera con la debilidad causada por el uso de la varita pudieran derrotarlo—. ¿Cómo se siente saber que mataste a tu hermanita por andar con una argeneana? ¿Cómo se sentiría Tara de saber que la reemplazaste por una completa desconocida? Porque eso son ustedes: desconocidos. —Se rio, previo a escupir sangre. A propósito apuntó el líquido directo hacia ellos—. ¿Se saben el cumpleaños del otro? ¿Su color favorito, tal vez? ¿Sus gustos, manías y sueños? No... No creo. —Hizo una pausa en la que su rostro se enserió, duro como estatua—. Y así se hacían llamar enamorados.

Empezó a llover.

—Pero vamos, no todo es malo aquí. —El castaño torció la espalda en una postura imposible—. Norian, al menos pudiste ver a Farren. Aunque te confieso que era yo transformado. —Sonrió, ladino—. Y Lessa, pudiste vivir tranquila unos días sin saber que todo esto es culpa de ustedes.

Ninguno de los aludidos respondió. Se quedaron tirados en el suelo, vacíos de cualquier fuerza. Bien era posible confundirlos con maniquíes sucios y ensangrentados. Cadáveres vivientes.

—Retomando mi explicación. —Terrance tomó asiento—. Gneis no es una diosa. Cuando el primer camino, el que consistía en la salvación de ustedes y la destrucción de todo, se cumplió, tuve que usar la varita para protegerme. Sí... esta belleza. —Escupió sangre entre risas—. ¿Sabían que algunos...? ¿Que algunos creían que esta cosa volvía locos a los que la usan? Yo no lo creo: no estoy loco. —Sonrió, y el espiral en su ojo palpitó—. ¡Pero sí estoy débil!

Su grito zarandeó la tierra. Norian, que estaba tirado encima de la argeneana, rodó como barril hacia otro lado. Ella apenas reaccionó: aún lloraba con las facciones hundidas en el piso.

—Débil, estoy muy débil. Protegerme de la magia de Gneis fue fácil gracias a la varita, pero no gratis. La varita en sí consume mucha energía... ¿Saben cuántas...? —Tosió—. ¿Saben cuántas pociones he tomado? Perdí la maldita cuenta. Gasté casi toda mi fuerza en protegerme de este apocalipsis y en capturar a Gneis. Y claro, rasgar todos los libros relacionados a ella.

»Volviendo con lo de Gneis... —Su sonrisa denotó un mórbido placer por lo que estaba a punto de contar—. Cuando se llevó las almas de todos... quedó tan débil que no me costó mucho usar mi magia para atraparla y proyectar sus recuerdos, para enterarme de todo lo que había hecho. Casi muero, ojo. —Señaló su parche a modo de broma—. Pero lo logré. Gneis está capturada, lejos de ustedes, y no puede hacer nada para ayudarlos.

El hombre sonrió, más tétrico que nunca.

—Si ella puede jugar a ser un dios, entonces yo también.

Una capa oscura arropó el ojo de Terrance; resplandecía con tono granate, competencia para el brillo de sus dientes. El ondear de sus atavíos realzaba la apariencia mística y todopoderosa. Era la soberbia hecha hombre, encarnación de una divinidad corrupta y oxidada.

—Pero aún no podía... —Tosió—. Aún no podía cantar victoria. Necesitaba más tiempo para recuperarme, así que oculté sus recuerdos. En serio no pensaba que fueran a recuperarlos tan rápido. Puse capas, y capas, y capas, y aun así ustedes... —Los miró, sobrepasado de ira—. Y aun así ustedes lograron desenterrar todo, antes de tiempo. Antes de que yo estuviera listo.

»Pero está bien, no importa. Me siento lo suficientemente animado para empezar la segunda fase. —Dio paso a una sonrisa perversa—. Saben qué son los brujos, ¿verdad?

Brujos, antítesis de hechiceros. Hacían magia alimentándose, no de su propia energía, sino de la del resto de seres vivos. Muchas veces insultados con el nombre de «parásitos mágicos», se caracterizaban por vestir de negro y ser objeto de rechazo en las comunidades lideradas por la hechicería. En el caso opuesto era lo mismo. Hechiceros y brujos no eran seres que pudieran llevarse bien en un mismo lugar; el debate para descubrir qué forma de canalizar magia era la más efectiva desembocaba siempre en algún enfrentamiento.

Esa era la explicación que Terrance les había dado, sumado al hecho de que había tantas formas de energía consumible como razas en la tierra. Había brujos que se alimentaban de pesadillas, otros de amor, de sangre, de felicidad. E incluso de...

—Sufrimiento —fue una de las últimas palabras dichas por Terrance—. Hay brujos que se alimentan de sufrimiento. Las pociones ya no me sacian, las plantas las maté todas... Y veo frente a mí a dos presas muy buenas.

Lessa y Norian habían tenido que salir corriendo directo al bosque para no ser atrapados por el entrenador. Al hombre, aunque débil, no se le dificultó retorcer los árboles para complicarles el paso, y eso, unido a la lluvia inclemente que los hizo darse una y otra vez contra el suelo, reveló el motivo sórdido detrás de la persecución: Terrance no quería atraparlos de una vez. Tal y como un caníbal engordaría a su presa antes de devorarla, él estaba haciendo lo mismo. Jugaba con ellos al gato y al ratón para hacerlos sufrir mucho más. Si tenían suerte, la tortura iba a terminar pronto. Si no, la caza se extendería hasta que la voluntad de sobrevivir se transformara en deseo suicida.

«Quizá quiere que nos matemos nosotros mismos» reflexionó Norian, ya muy cansado hasta para respirar. No estaba muy en contra de dejar el mundo por su propia mano.

Sí...

«Perdiste a Tara».

«Perdiste a todos».

«¡Asesino!».

«¡Asesinos!».

¿Era eso el quejido de fantasmas o una muestra de que se había vuelto loco? A Norian se le revolvieron las tripas. Odiaba no poder desconectar el cerebro del mundo, de morir en vida. Quería desmayarse para no vivir.

Quería morir.

Lessa rio por lo bajo. Sorprendía que un sonido hecho para expresar felicidad sonara tan triste y miserable.

—¿Qué es lo que sabes, a ver? Te oigo —pulló.

Norian no tuvo ánimo de responder. Lessa tenía razón: ninguno estaba dispuesto a hablar de lo sucedido, simplemente lo evadían, como si no mencionar que todo aquello era su culpa los librara de las consecuencias.

Solo eran dos niños jugando a ser héroes. Lo que no sabían era que en el juego había reglas y que alguien había empezado la partida mucho antes que ellos.

—Hay que hacer algo. —Lessa tomó la voz cantante, sorbiéndose la nariz—. Si me ayudas a vigilar, tal vez podamos...

—¿Podamos qué? —Norian volvió a recostarse contra el árbol, en la parte más oscura de la cueva. Lo único visible fue el brillo renuente en sus ojos, que se intensificó cuando Lessa lo volteó a ver—. Escuchaste a Terrance: quiere alimentarse de nosotros. Sé que lo sabes, como también sabes que a esta hora es peligroso recorrer el bosque por las criaturas... Si pudimos meternos aquí, estoy seguro de que fue por los poderes de Terrance. Nos quiere aquí, Lessa, y salir tampoco nos conviene.

La chica entrecerró los ojos.

—¿Y qué nos conviene, según tú?

Cuando él no respondió, la sonrisa de Lessa obtuvo un toque mordaz.

—¿Quieres que me quede tirada así como estás tú, sin hacer nada? ¿Esa es tu idea de lo conveniente? —Lo atravesó con la mirada—. Mientras yo vigilo, tú lo único que has hecho es...

—¿Qué?

—Nada. ¡No has hecho nada!

—¡Y tú menos! —Norian señaló la parte de afuera, donde el agua fluía, salvaje—. Estás asomada ahí en ese maldito hueco como si se pudiera ver algo. ¡Hay lluvia! ¡Hay neblina! ¡No hay luz! ¿Y me vas a recriminar a mí porque no hago nada?

—¡Al menos...!

—¡¿Al menos qué?!

—¡Al menos no luzco patética como tú!

—Ahhh, ahora resulta que soy patético.

—Fue lo que dije, a menos que seas sordo también.

Norian sonrió. Recordaba a esas primeras veces en las que había discutido con Lessa, cuando la palabra «amor» ni se asomaba por el pasillo de la probabilidad.

Tal vez nunca se había asomado.

—Pues te recuerdo que le dijiste a este patético que lo amabas —soltó, fúnebre.

El repiqueteo de la lluvia se abrió cabida en la conversación, seguido por el retumbar de un trueno. Un relampagueo en las alturas también hizo acto de presencia, y dejó al descubierto dos rostros que se veían en silenciosa agonía. El matiz blanco en sus caras, consecuencia de la iluminación, no fue rémora suficiente para ocultar el aspecto desgarbado, las grietas que habían querido ignorar desde hace tiempo.

No habían sanado, solo se habían escondido tras maquillaje. La pintura ahora se escurría y dejaba al descubierto el ardor de heridas no cicatrizadas.

—No respondiste —insistió Norian. Ella le dio la espalda—. No respondiste. Significa que estás dudando, dudando por lo que dijo Terrance. S-significa que le crees. Le crees y te quejas de que yo...

—Somos asesinos.

Norian calló, no por la frase en sí, sino por el tono con el que había sido pronunciada. La voz de Lessa estaba rota, lo mismo con su voluntad. Antes de que otro relámpago hiciera palidecer el ambiente, la argeneana se desplomó en el piso, hecha lágrimas. Sus balbuceos se volvieron ininteligible y el movimiento de su pecho se tornó errático, sin patrón. De cuando en cuando, abría la boca en lo que aparentaba ser un intento de grito, pero nada salía.

—S-somos culpables de esto, Norian —logró decir luego de un minuto—. Y solo estoy tratando de hacer algo para sentirme mejor y distraerme. ¿Por qué no puedes...? —Se sorbió la nariz—. ¿Por qué no puedes colaborar? ¿Por qué me tienes que recordar lo que no quiero?

Él no supo qué decir, prefirió llorar. En serio no pensaba que Lessa fuera a tener el valor de afirmar lo inevitable.

«¿Por qué esto nos pasa a nosotros?» pensó, y la falta de respuesta enardeció su llanto. Estaba seguro de que la molestia que sentía no era solo por la tempestad. Algo dentro de él estaba quemándose. Quizá su corazón, quizá su esperanza, quizá él mismo.

—Perdón por tratarte feo —añadió Lessa.

Norian lo agradeció: el silencio lo volvía loco. Además, gracias a aquella intervención, se le ocurrió una respuesta creativa para calmar el ambiente y el incendio en sus entrañas.

—C-creo que nos hemos disculpado demasiado, ¿no?

—Sí...

—P-perdón yo también, supongo.

—Pero realmente es mi culpa.

Él enarcó una ceja, confundido. Escondía sin mucho éxito lo nervioso que estaba.

—Yo fui la que interpretó mal la profecía —se explayó la joven—. C-cuando miraba hacia afuera realmente estaba pensando en eso. Los dos lo hicimos, pero fue por mí. Y-yo dije lo del mundo metafórico, yo debí haber sido más inteligente, yo debí haber tenido las respuestas. Y no tuve ninguna. S-solo traje problemas.

—Pero yo fui el de la idea. También es mi...

—No. —Lessa se crispó—. De no ser por mi interpretación, habríamos profundizado más en la profecía. La habríamos entendido bien, y todos estarían vivos.

—¿Esto es una competencia para saber quién tiene más culpa?

—¡Lo que quiero decir...! —Lessa se detuvo al sentir que había hablado demasiado fuerte—. Lo que quiero decir es que, si uno de los dos tiene que morir...

Norian dio un respingo.

—¿Cómo que morir?

—Ellos querían que nos matáramos, d-de seguro porque eso hubiese hecho que los reinos se salvaran. —Lessa jugó con su cabello como una niña ansiosa—. Entonces, si tú me matas...

—¡Lessa, por Gneis!

—... quizá todos regresen.

Norian la miró hastiado. Se adivinaba decepción y miedo en sus pupilas trémulas.

—¿En eso estabas pensando? ¿En morir?

—Es que si me mataras...

—Basta con eso. —El pelirrojo se masajeó la frente—. No te voy a matar, ni lo pienses. Los dos... —La tristeza empañó sus palabras—. Los dos tenemos la misma culpa de esto.

—Pero no lo valemos, ¿verdad? —Lessa sonrió, inestable.

—No entiendo.

—Que yo no valgo la muerte de tantas personas.

—Lessa...

—Yo no valgo la muerte de tu hermana, así como tú tampoco vales la muerte de Larry, ni de la señora Main, ni de Alice. —Lo miró a la profundidad de sus ojos—. Creo que no tiene nada de malo aceptarlo.

Norian, de falso temple estoico, apartó la vista para esconder las lágrimas. Antes era sencillo por la oscuridad imperante, pero ahora, por el desgraciado azar del destino, había mucha más luz. Los relámpagos eran la causa. No había forma de disimular que estaba llorando, con el alma trizas y el corazón vuelto humo.

Tenían corazones de humo, no por sus emociones cambiantes, sino porque eso era lo único que quedaba luego de un incendio de pasión. Humo y cenizas.

—No, supongo que no lo vales —confirmó. Sus palabras frías no dejaron entrever lo mucho que lo lastimaba decir eso.

—Tú tampoco lo vales. —Lessa asintió, cansada—. No sabes cuánto, en serio cuánto desearía...

—¿No haberme conocido?

Se miraron, con los ojos bien abiertos. Aquella pregunta era el indicativo de que habían traspasado el límite, de que había cosas que era mejor mantener guardadas en el baúl de sentimientos peligrosos. Las pupilas achicadas de Lessa hablaron de duda, miedo y coraje. Las de Norian, por otro lado, vibraron a la expectativa de una respuesta.

Respuesta que nunca llegó.

Eso fue lo más doloroso.

Los primeros conflictos de Norian y Lessa dentro del libro...

A pesar de que este es otro de mis caps favoritos, ya que me gustó mucho la ambientación, no voy a negar que me dolió mucho ver a Norian y a Lessa peleando. Sus conflictos ya no son porque no se conocen, ni por sospechas, son por la realidad que están viviendo. Y me sorprendió sobre todo las cosas que se dijeron.

Me disculpo por este y los capítulos que vienen :c

Sin más que decir, nos leemos en el siguiente capítulo.

P.D: La canción de la multimedia queda perfecto con este momento de la historia, por si la quieren escuchar.

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