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Capítulo XVIII: Caperuza

La intrusión de la luz del mediodía fue una bofetada para Norian, cuyo rostro aún descansaba en el escritorio para cuando empezó a despertarse. El dolor de espalda por haber dormido en una postura anómala y el escozor en la mejilla pegada a la madera no se hicieron esperar.

Con un gruñido, despegó la cara de su lecho improvisado y barrió el entorno con los ojos para ubicarse mejor.

Sí..., estaba en la biblioteca, se había quedado dormido ahí, otra vez. Apoyó el codo en la mesa y la frente en la mano, sobando su melena conforme profería leves bostezos. Claro que no se sentía orgulloso de haber pasado la noche ahí, pero tampoco le molestaba. Simplemente quería volver a dormir, y lo hubiese hecho de no ser porque sus ojos aterrizaron sobre la cartulina con garabatos frente a él.

Los títulos, aunque estuviesen ya grabados a fuego en su memoria, cobraron un matiz diferente con esa primera ojeada del día, con la nueva información. ¡Pero claro! ¿Cómo se le iba a olvidar algo así? Se levantó tan de prisa que la silla soltó un quejido por la brusquedad con la que fue arrastrada. En ese momento, ni el más alborotado escándalo podría acceder a la maraña de cavilación en la mente del pelirrojo, que empezó a caminar de un lado a otro mientras susurraba.

—Gneis, recordé a una tal Gneis, alguien que tuvo que haber dicho una profecía, ¿profecía? —Y se quedó pensativo, deteniendo su andar para echarle un ojo a los papeles del escritorio—. Sí... Una profecía, una que hablaba de...

—¿Te parece que se basan en una simple creencia para afirmar que habrá desastres para ambos reinos?

—... desastres. Hablaba de desastres.

Harto de estar de pie sin ir a ningún lado, se sentó de golpe y empezó a pasar las hojas en la mesa. Su mente iba a una velocidad sorprendente, como la de una estrella que surca la vastedad de las galaxias. «Gneis, desastres, profecía» entonaba mentalmente, amasando los papeles cada vez rápido. Aún no sabía quién era Gneis, pero le sonaba a que debía tener grandes poderes para haber dicho una profecía, ¡una con desastres! Una que incluso lo había movilizado a él, un vellano, para hablar con Lessa, una argeneana. Porque eso habían estado haciendo en sus recuerdos, ¿no? Hablar de la profecía, y de que...

«Nuestros entrenadores también hablaban de eso» se interrumpió a sí mismo, dando un brinco eufórico. Estaba tan cerca y tan lejos a la vez que no pudo evitar darle un golpe nervioso al escritorio. A ver, a ver: sus entrenadores también habían hablado de la profecía, ¿verdad? Él lo había recordado, y en otro fragmento de memoria le había dicho a Lessa algo por el estilo, que sus superiores sabían de esa tal Gneis y que afirmaban que algo malo iba a pasar.

Entonces, como el envite de un rayo, una idea golpeó su cerebro.

¿Y si ellos, junto a sus entrenadores, habían unido fuerzas para luchar contra ese futuro horrendo?

Pero algo no cuadraba: ¿por qué entonces Hent había matado a Terrance? No tenía lógica acabar con tu aliado a menos que...

«A menos que haya descubierto que no lo era».

Tal vez Terrance estaba del lado enemigo. Pero ¿quién era el enemigo? ¿Gneis?

No estaba seguro.

Por los momentos tenía claro que él había ido a Argenea a hablar con Lessa sobre una conversación que involucraba a los entrenadores, en donde Gneis y su predicción salían a relucir. Eso ya le daba puntos de credibilidad a la teoría de que eran compañeros, y ayudaba a desmentir eso de que eran enemigos. Y claro, conocer la profecía también le daba una explicación lógica a la falta de gente y el aspecto de las dos naciones. Pero seguía faltando el porqué de la estadía de él y Lessa en ese lugar; ¿podía ser que, como antes habían intentado investigar sobre la profecía, la diosa Gneis los hubiese dejado ahí como castigo?

¿Diosa Gneis?

¡Estaba recordando! ¡Estaba recordando!

El término «diosa» se le había venido a la mente sin darse cuenta, y estaba seguro de que era importante. Si no, ¿por qué le había llegado de pronto? Eso significaba que Gneis era una mujer, y...

«No puede ser».

La adrenalina lo hizo salir despedido de la biblioteca, erigiendo paredes de polvillo a su paso. Muebles caídos y ventanas rotas lo vieron surcar el castillo como un proyectil hasta que pisó la tierra árida en la parte de afuera y fue recibido por un coletazo de aire fresco.

Empezó a correr.

Los mechones de su cabello y parte de su ropa se iban hacia atrás por la resistencia de la brisa, pero él no se daba cuenta. Estaba ensimismado en ese detalle que acababa de recordar, ese jolgorio en el cerebro, el florecimiento de una llama en el estómago, la sensación de que con cada paso avanzado la pesadez se convertía en piel seca que se desprendía por la intensidad de su trote. Por ese instante, ni la falta de buena alimentación fue obstáculo contra la avidez por llegar a su destino.

Una casa a punto de venirse abajo fue la única testigo del momento en el que se detuvo, resollando. Pero no era cualquier casa: el agujero en la pared y los tablones sueltos del techo dejaban en claro lo que había sucedido ahí. Era algo que aún palpitaba en el cerebro de Norian.

Se acercó, se agachó y recogió un objeto.

En ese entonces quizá no había podido reconocerla, pero ahora la imagen era más clara que nunca: la estatua en sus manos, la misma que Lessa había arrojado por la ventana para despistar al sentiforme, era una fiel representación de Gneis. O al menos eso era fácil de suponer por el cosquilleo que le hizo sentir en la cabeza. Ya la había visto en otra parte, pero desconocía dónde.

Movido por la curiosidad, giró la escultura, sin saber que esa simple acción haría que un tornado de imágenes y emociones dispersas se adueñara de su cerebro

Se echó para atrás, atormentado por lo que veía: estaba en el centro de una proyección enorme de vivencias a las que no podía acceder. Vio a Tara hablando con él, a una pelirroja sonriendo, a Larry ayudándolo a caminar por un puente, a Hent y a Terrance peleando entre sí. Cada proyección en su cabeza tenía un grado decente de nitidez, excepto las que parecían tener relación con Lessa; esas estaban en su mayoría borrosas. El mero hecho de reconocer su voz en ellas ya era tarea difícil.

Norian se desesperó, no estaba dispuesto a perder todo lo relacionado a aquella chica. ¡Necesitaba saber qué era! ¿Enemiga o amiga? ¿Su actual novia o su ex? ¿Alguien a quien temer en cuanto recordaran todo, o alguien en quien confiar? Estiró tanto los brazos hacia las imágenes que terminó envuelto en una que mostraba el verdor inconfundible de la naturaleza, con risas femeninas de fondo.

Cuando pestañeaba para normalizar la visión, fue sobresaltado por una tanda de besos dulces en las mejillas.

Su corazón vibró.

«¿Esta es Lessa?».

Sintió más, más y más besos.

«¿Lessa, eres tú?».

El pecho le ardía de ternura...

Estaba tan embobado por el ataque de cariño que no se molestó ni en poner resistencia cuando fue abrazado. Se mostró permisivo, e incluso sujetó el cuerpo de su proveedora de mimos para manifestarle lo cómodo que se sentía.

Cuando la sujeción se tornó temblorosa y desesperada, supo que había un problema.

El ambiente había cambiado. De estar en el exterior había pasado a estar en un salón ornamentado en azul, muy parecido a aquel en donde había presenciado la muerte de Terrance. Pero ¿qué hacía ahí? Bueno, más bien, ¿qué hacían ahí? Porque aún sentía el agarre de unos brazos nerviosos y trémulos, unos que pugnaron por mantenerlo en pie cuando se desplomó en el suelo.

Oyó un grito femenino.

«¿También eres tú, Lessa?».

Extendió el brazo para sentirla, en vano, ya que un dolor de estómago lo obligó a apretarse la zona con ambas extremidades superiores. ¿Qué le pasaba? Verse las manos llenas de sangre no lo ayudó a entender.

«Mi herida, mi herida en el estómago, ¿así me la hice?».

—¡Norian! ¡N-Norian!

«Esa voz... ¿es de Lessa? ¿Por qué me cuesta tanto reconocerla?».

—Lo siento, ¡lo siento! ¡Norian! Déjame...

—No me dejes solo —suplicó él. Las lágrimas calentaron su rosto contraído por el dolor.

—D-déjame salvarte.

—Tengo miedo.

—L-lo sé, pero...

—S-siento la herida muy, muy fría.

—N-Norian...

Intercambiaron más frases, pero el vellano no las pudo oír, se volvía cada vez más ajeno a la escena. Lo único que le devolvió la sensación de cercanía, al menos por un segundo, fue lo que pasó después: ella, quien quiera que fuese, lo besó, y aun llorando se esforzó en hacerlo de forma dulce, gentil y mimosa. Los ecos de su amor traspasaron la piel del muchacho y trajeron resonancias en su interior, como si por dentro tuviese agua y alguien estuviera chapoteando fuerte, creando olas de sentimientos que lo hicieron llorar con más ganas.

Él también estaba triste. Él también sufría. Él también...

«También te amo».

Para su desgracia, el beso no fue para siempre. Se alejaron, y Norian pronto se dio cuenta de que no era porque ella hubiese cortado la danza de sus labios, sino porque una fuerza inexplicable lo jalaba hacia atrás, sacándolo de la escena. Los bordes de aquel salón elegante se tornaron no más que bocetos incoloros, luego fueron garabatos, después porciones de blancura, y al final, transparencia.

A Norian le costó más de un minuto asimilar que de nuevo estaba en el presente, cara a cara con la estatua que ahora se veía borrosa por su llanto. ¡Maldita sea, le quemaba el pecho! Tanto, que de haber podido, se lo hubiese arrancado para dejar de sentir. Sus labios aún cosquilleaban por los vestigios de aquel contacto tan reconfortante.

Sin poder evitarlo, su sollozar arreció. Esa chica del beso tenía que ser Lessa, ¿qué otra persona iba a ser? Como lo supuso, habían estado juntos el día en que se había hecho la herida en el estómago.

El remanente de la sangre en su cerebro lo hizo ponerse la mano en el área anteriormente lastimada, asustado de que el sangrado y el dolor volvieran a aparecer. Pero todo estaba bien. Se lo repitió varias veces alternando una cuenta numérica para relajar el cerebro.

—U-uno, dos... Un, dos, t-tres, cuatro. —Hizo una pausa—. Estoy bien, estoy a salvo.

Unos minutos de repetir la misma frase lo encaminó a un leve sosiego. Una vez así, puso la espalda contra la pared y se entretuvo mirando a la lejanía. El paisaje era gigantesco, tanto, que se escapaba de su campo visual. Dos ojos no eran suficiente para abarcar semejante cuadro infinito. La idea de saber que había muchas cosas fuera de su rango de visión se le antojó divertida.

Así fue hasta que un ruido a su derecha lo asustó.

Eran pisadas.

Y como había sol, era imposible que fuera una criatura.

—¿Lessa?

La pregunta le salió por puro instinto. Al caer sus ojos en el castillo a lo lejos, no pudo estar más seguro de que se había equivocado: había una figura en movimiento en la ventana. Por supuesto, podía ser una cortina o un pájaro, pero la cabellera azul visible confirmaba que se trataba de Lessa.

«Entonces, ¿quién está detrás de mí?».

Norian agitó, pero resolvió quedarse quieto. Si había alguien detrás de él, tenía que detenerse a pensar con mesura su próxima movida. ¿Entablar un diálogo? ¿Seguirlo? Evaluó varias opciones en una milésima de segundo hasta que su concentración fue robada por el resonar de los pasos.

¡Se escuchaban de nuevo!

Giró la cabeza y vio una cabellera castaña esconderse entre los árboles.

Sí, tenía que haber otra persona con ellos.

A partir de ahí, la mesura desapareció. Norian se inscribió en la carrera sin siquiera analizar la posibilidad de que aquello fuera otro "fantasma". La emoción de seguir a ese cabello bonito que aparecía y desaparecía entre las casa era su única guía.

Se estaba acercando hacia al castillo.

—¡H-hey! —gritó como pudo, jadeante—. ¡¿Quién eres?! ¡¿Sabes qué pasó a...?!

Las pisadas se detuvieron.

Tras una pequeña pausa para tomar aire y asegurarse de que un desmayo no lo fuera a devorar, se acercó cauteloso hacia la última casa en la que había visto el meneo de la cabellera marrón.

Lo primero que pensó fue que podía estar usando el interior de la casa como escondite, así que introdujo la mitad del cuerpo para evaluar. No había nadie.

¿Y si se metía más?

Estaba por hacerlo hasta que sintió que alguien le tocaba el hombro.

¡La persona aún estaba por ahí!

La persecución tuvo un nuevo inicio con un Norian mucho más animado. Las pisadas cada vez más próximas de quien perseguía eran su aliciente. Que ahora se dirigieran al bosque fue un detalle que relegó a minucias. Solo corrió, corrió y corrió, sin importar que la densidad de los árboles se interpusiera en su camino. Para avanzar solo hacía un análisis rápido, conseguía una zona que no estuviera tan colmada de árboles, y se iba directo para allá.

En uno de esos análisis, vio algo más que naturaleza.

Una caperuza negra.

—F-Fa... ¿Farren?

Lo dijo y recordó todo.

Me disculpo por adelantado por lo que va a pasar en los siguientes caps...

*Huye*

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