Advertencia: temas sensibles. Leer con precaución.
—¿Sabías que la magia tiene sus límites? Yo no sabía. Digo, si llegué a suponer que no todo se puede resolver con magia, pero no sabía que los límites eran estrictos. Por ejemplo, ¿sabías que, al menos hasta ahora, no se pueden alterar fuerzas que sean superiores a nosotros? Ya sabes, como la naturaleza, el clima y el tiempo. Por lo general es muy difícil y hace falta tanto esfuerzo que no vale la pena. Hay mejores resultados con pociones que con hechizos, eso sí. De hecho, bueno, de seguro sabes: Argenea supuestamente tenía siempre clima nevado por un accidente en una investigación. ¡De seguro fue una poción que salió mal! O también dicen que por una maldición, cosa de brujos. ¿Sabías que la magia de brujos puede hacer más cosas que...? Que... Que la magia de brujos puede, mmm... ¿P-por qué me miras así?
Lessa tenía la barbilla recostada en el puño desde hace bastante tiempo. Cuando no se pudo sostener más así, la barbilla y el brazo cayeron en la mesa. Su mirada, no obstante, nunca perdió el brillo de fascinación, y de sus labios tampoco desapareció la sonrisa.
—Es que te ves muy lindo hablando de lo que te gusta...
Lessa sí que era una buena soldado: podía dejar a sus objetivos vulnerables sin siquiera mover un dedo. En ese caso, el objetivo fue Norian. La sonrisa dulce en compañía de los ojos fijos de la chica causó que sonriera inconscientemente, a la vez que sus hombros y sus defensa se desplomaban casi hasta el piso. Las manos descendieron de igual forma, y él solo se dio cuenta de ello por el sonido que hizo el libro al caer sobre el mostrador. Igual, no hizo nada al respecto. Fue más divertido sostener la mirada de la chica.
—G-gracias —repuso, todavía embobado—. Pero si llego a aburrirte, puedes decirme.
Lessa no contestó, de su parte solo hubo un meneo de cabeza antes de que tomara asiento y siguiera con lo que hacía. Desde hace una semana había mostrado interés en el laborioso arte de unir piezas de orfebrería, cristales y porcelana, con tal de conseguir que volvieran a su estado original.
El nivel de paciencia requerido para soportar eso rebasaba lo aguantable para Norian, jamás y nunca participaría en algo así. Pero al menos podía dar testimonio de que a Lessa le gustaba. Cada vez que se sentaba a reparar objetos, su expresión daba paso a un rostro tranquilo, las manos fluían sobre el pegamento y las pinzas como parte de una danza sincrónica y los labios sonreían eufóricos cada vez que una pieza encajaba.
Norian también sonreía al verla, no solo porque le alegraba saber que había encontrado algo en lo que ocuparse, sino además por el significado oculto en el hecho de que se sentara con él. Si lo acompañaba en sus estudios, era indicativo de que disfrutaba de su presencia, a pesar de que él arruinase el silencio con discursos inacabables de hechicería. A ella, de verdad, no le molestaba en lo más mínimo. En ocasiones hasta ralentizaba su labor solo para mirarlo.
Antes, Norian creía que esa actitud era producto del interés por la magia, así que se dedicó a recopilar lecturas especialmente para ella.
—Para que leas un poco, si te interesa —le había dicho, extendiéndole un libro pequeño.
Ella no lo aceptó.
Cuando Norian cuestionó el porqué, recibió una frase que jamás olvidaría:
—Me gusta que seas tú el que los lea.
Desde entonces, a cierta hora se reunían para que cada quien se dedicase a lo suyo. Él hablaba, ella escuchaba. Ella construía, él observaba. Estaban solos y juntos al mismo tiempo.
—Norian...
El joven sacó la nariz del libro.
—¿Sí?
—Solo por curiosidad, ¿en qué nivel de hechicería estás ahora?
La cocina destacaba por tener muchas fuentes de luz, y como era mediodía, el sol entraba sin miramientos por todos los resquicios que hubiera en su camino. Así fue que el pelirrojo descubrió lo bonita que se veía Lessa salpicada de tonos vibrantes.
—Diría que estoy en el nivel uno —respondió.
—Entonces sabes un poco. —Dicho, Lessa apartó la vista, como quien pretende desvincularse de la conversación.
Norian se relamió los labios, confundido.
—Pues sí... Creo que sé lo más básico.
—Entonces sabes hacer algunos hechizos. —De nuevo, actitud casual forzada, disfraz para los nervios.
—Ehm, sí, sé hacer algunos.
—Entonces. —Lessa lo miró y prácticamente se lanzó sobre la mesa. El ansia desmedida dijo hola a través de sus ojos—. ¿Haces burbujas?
—¿B-burbujas?
Lessa carraspeó y apartó la vista. Oculta detrás de su cabello largo, empezó a caminar sin rumbo.
—Sí, sí, sí... Ya sabes, las... las burbujas gigantes en las que te puedes meter. En los días feriados del reino siempre había hechiceros haciendo burbujas. Los niños llegaban tan alto cuando se subían... —pronunció en tono soñador—. Era casi como si volaran. Bueno, t-técnicamente sí volaban. Era magia. Yo siempre quise... Mm, no, no. Siempre me sentí interesada en las burbujas de ese tipo, porque quería saber cómo las hacían. Claro que no te estoy pidiendo que hagas una, porque ya estoy grande. Pero si me hicieras una demostración, a mí no me molestaría...
—Quieres que te haga una burbuja, ¿verdad?
—¿Qué? No, no, no. Claro que...
—Lessa.
—B-bueno, sí. —Cuando lo volteó a ver, tenía hasta las orejas sonrojadas. De haber sido posible, le habría salido humo por la cabeza de lo caliente que tenía el rostro—. Siempre me quise subir a una, pero nunca pude. Sé que estoy grande ya para esas cosas, pero...
—Con todo el gusto del mundo la haría para ti, Lessa. No tienes de qué avergonzarte.
La chica paró de caminar. Al mismo tiempo, su mirada cobró vida, y fue por sí sola motivo de que el sol entrara con mucha más fuerza. Los haces diagonales se interceptaron en el centro y metieron la figura de Lessa en una suerte de muralla intangible, hecha con pura luz y partículas flotantes.
—¿En serio puedes hacerlo?
Norian se encogió, menos envalentonado.
—Claro puedo puedo hacerlo, solo que... aún no sé. —Apartó la vista.
—Oh...
—Pero no te preocupes. —Se obligó a mirarla—. Voy a esforzarme para hacerlo. Así te tendré dos sorpresas.
La sonrisa de Lessa se aflojó. No por tristeza, eso sí. Al relajar la postura y bajarle un poco la intensidad a sus facciones, pretendía reflejar ternura y agradecimiento. Le funcionó bien, ya que el muchacho le dedicó una expresión parecida mientras meneaba la cabeza de arriba a abajo. Ella asintió de regreso.
—Entonces ahora me tienes dos sorpresas.
—Exactamente.
—Y aún no me dices cuál es la primera.
—Tú tampoco me dices cuál es tu sorpresa.
—Sí, pero...
Lessa no pudo refutar, la conversación ahí quedó.
Después de un lapso corto de miradas y sonrisas desafiantes, prepararon el almuerzo. Aunque, como tal, el verbo «preparar» se quedaba corto para lo que hacían: revisaban las alacenas, escogían lo que se le antojara y lo servían en un plato. Luego, comían.
Norian trataba de ser juicioso y distribuir bien su dosis de proteína diaria a través de todas las comidas. Había mejorado bastante con respecto a aquellas veces en las que vomitaba todo, y así mismo se quería mantener. No le apetecía regresar a la época en la que se cansaba apenas daba un par de pasos, ni mucho menos a cuando estaba por debajo de su peso mínimo.
Lessa también se esforzaba: balanceaba su dieta y entrenaba a diario. Había algo en el sudor después de una jornada de ejercio fuerte que le inyectaba una dosis de bienestar inigualable. En ese sentido, tenía mejoras significativas con respecto a como estaba cuando se regodeaba en basura y sobras de comida. Era motivo de orgullo, y así Norian se lo hacía saber.
Lo que aún no podía conseguir era un buen descanso. Cada vez que Norian le preguntaba al respecto durante las sesiones, ella evadía el tema. No se sentía cómoda hablando de los hábitos nocturnos que la obligaban a estar despierta, como tampoco consideraba justo abrumarlo con ese tipo de crisis cuando él parecía cada vez más radiante.
Pero claro que Norian no era tonto. Conocía a Lessa, notaba su comportamiento esquivo con ciertas preguntas y reconocía que los bordes negros debajo de su ojos no eran maquillaje. Eran ojeras, lo que significaba que sus horas de descanso eran escasas o poco efectivas. Tal vez por eso desde que se reencontraron Lessa no se quitaba el sombrero de mimbre: era un buen método para esconder los estragos del insomnio.
Desde hace meses Norian quería hablar de algo con ella, pero la preocupación por su falta de sueño no se lo permitía. En cada sesión de desahogo, prefería volcar sus esfuerzos en hacerla entrar en confianza y lograr que se abriera.
A esas alturas, no había logrado mucho. Lessa era igual de ágil sorteando patadas que preguntas incómodas. Cada vez que Norian sacaba el tema a relucir, ella se iba por las ramas hasta acabar en algún punto lejano a la información que se le había pedido. Además, disimulaba el teatro con risas eventuales y anécdotas curiosas.
Era en esos momentos que el chico se resignaba y permitía que la conversación fluyese con naturalidad, sin ánimos de dirigir nada. Después de todo, él también necesitaba desfogar las penas y ser escuchado.
De lo que sí no quiso hablar fue del asunto que tenía pendiente con ella, ese cuya explicación había postergado para cuando Lessa se sintiera mejor. Si de contarlo se trataba, Norian solo daba a entender que tenía un anuncio importante. Nada más.
—¿Es una tercera sorpresa?
—Diría que no.
Otra vez estaban en la cocina, cada quien en su asiento, divididos por un mostrador en el que reposaban libros y herramientas de manualidades. El atardecer se metía por las ventanas ojivales y concedía pinceladas naranjas a las columnas de mármol envejecidas, a las baldosas quebradas y a los exiguos rastros de pintura que habían sobrevivido al tiempo sin caerse. Era un ambiente en su mayoría monocromático, aburrido, cuya única coloración llamativa —además del prestado por el sol en descenso— era el de la pareja ahí sentada.
Rojo y azul convivían en silencio.
—Bueno, yo sí otra tengo una sorpresa —dijo ella.
Norian levantó la mirada, y se arrepintió apenas lo hizo. Aunque nada en el mundo pudiera cambiar lo mucho que disfrutaba ver a Lessa a los ojos, las pruebas de la falta de sueño tatuadas en su expresión hizo que el vellano arrugase el entrecejo de manera involuntaria. Eso, en específico, le repelía, no por motivos estéticos ni prejuicios, sino por los riesgos implicados.
Si Lessa descuidaba su descanso, también descuidaba su salud.
Norian creyó que ella no se había dado cuenta de cómo la observaba, y no pudo haber estado más equivocado. La chica frunció el ceño, acomodó el sombrero de mimbre y se levantó. La prisa con la que recogió sus cosas fue muestra de su intención de abandonar la cocina. Norian, que no estaba preparado para una reacción así, se despegó del asiento y le sostuvo la muñeca para evitar que se fuera.
Quería disculparse o dirigirle una mirada significativa, de esas que los dos habían aprendido a traducir.
Hubo chance para las dos cosas.
—Perdón si te incomodé, no quise hacerlo, es solo que... —Y bajó la cabeza—. Ya no puedo ignorar que te ves así. No necesito que me respondas para saber que no duermes como debe ser, y me preocupa. ¿Hay...? ¿Hay algo que te moleste? ¿Algo de lo que quieras hablar? ¿Algo que pueda hacer para que te sientas mejor? Aunque sea poco, lo haré si eso te ayuda. No sabes cuánto odio ver que...
—P-perdón.
Cinco letras.
Cinco letras bastaron para que el pelirrojo cortase el discurso y enfocara los ojos directo en los de la chica. Estaba llorando. Los cachetes le brillaban por la humedad y en su expresión se dibujaban un sinfín de líneas, producto de las muecas que con esfuerzo trataba de esconder. Cuando aceptó que no podía, se tapó con las palmas temblorosas y ahí ahogó un quejido de dolor. Los sollozos fueron más sonoros a partir de entonces, de la mano de espasmos incontrolables que volvieron sus rodillas inútiles para mantenerla en pie.
Habría caído al suelo de no ser porque Norian la atrapó en sus brazos, a pesar de que ella intentó resistirse. Zangoloteó solo un poco antes de darse cuenta de que en su estado actual no podía llevarle la contraria a un cuerpo como el de Norian, y derrotada, optó por esconderse en su cuello. Si no podía escapar, cuando mínimo evitaría que él la viese en esa condición tan deplorable.
—Perdón —repitió, sorbiéndose la nariz—. No quería preocuparte, más bien todo lo contrario. Te ves tan feliz y estable que sentí que mis problemas...
—¿Que tus problemas qué?
—Que mis problemas acabarían con tu felicidad. —Ahora sí, se separó de su cuello para mirarlo a los ojos. Había una mezcla de dolor e incomodidad en su mirada—. ¿No se supone que debería sentirme bien a estas alturas? Ahora que estamos juntos, ¿las cosas no deberían ir a mejor? Hay tantas cosas con las que aún no puedo lidiar que de verdad me siento culpable, porque estoy arruinando nuestro comienzo. Te estoy arruinando a ti. Estoy arruinando lo que pudo haber sido un momento bonito porque todavía me sigo sintiendo mal por algo que debería haber...
—¡No, claro que no!
La sorpresa que la chica que sintió al oír eso se manifestó en la abertura de sus ojos y el brinquito hacia arriba que dieron sus hombros. No se esperaba algo así. No de Norian, que resultaba comprensivo y amable todo el tiempo. El terror de haberlo hecho enojar contrajo sus extremidades e hizo descender sus cejas, al ras de los ojos.
Pero él no estaba molesto.
Tras secarse las lágrimas, Lessa confirmó que la expresión del chico hablaba de frustración y tristeza más que de cólera desenfrenada. Solo había que darle un vistazo a sus ojos y las cejas para saberlo. Retenía lágrimas, y sus labios se estremecían ante la necesidad de decir algo que al parecer se había guardado por mucho tiempo.
Cuando lo dijo, fue como una bomba al estallar:
—No, claro que no "deberías" estar bien solo porque ya pasó mucho tiempo. Cada quien tiene su ritmo. Si aún luego de año y medio hay cosas que te hacen sentir mal, son completamente válidas. No tienes que reprimirlas solo porque crees que ya deberías haberlo superado. Y, escúchame bien. —Le acunó las mejillas—. No estás arruinando nada, ni a mí ni nuestro reencuentro. ¿Que me ves feliz? Sí, creo que estoy un poco mejor con respecto a hace un año... Pero eso no quita que aún haya cosas que me ponen triste, no quita que a veces me ponga a llorar por todo lo que nos pasó, como tampoco te quita a ti el derecho de compartir lo que te molesta.
La abrazó. La chica apenas pudo resistirse.
—Va a ser un proceso largo, no tenemos por qué sentirnos bien a la primera; vamos a caer muchas veces, y muchas otras nos vamos a levantar. L-la idea es... —Tragó saliva, sorbiéndose la nariz. La joven sollozaba contra su pecho—. La idea es seguir adelante, cada uno a su ritmo. A veces hay que sentirnos mal para sentirnos bien.
»Nosotros vamos a estar bien.
»Te lo prometo.
Tan solo una porción de segundo tuvo que pasar para que Lessa reanudara el llanto, ahora sin trabas. A Norian le picaron los ojos por el simple hecho de oírla. Más que sollozos, eran gritos pequeños, manifestaciones de dolor ardiente.
Le fallaron las piernas, a los dos.
Cayeron al piso con las extremidades vueltas nudos, bien sujetas en torno al cuerpo del otro. En ningún momento pararon de llorar. Lessa, fuerte, Norian, en voz baja, contagiado por el dolor que ella transmitía. No soportaba más que estuviera en ese estado.
Para consolarla, le dijo que estaba con ella, que todo estaría bien y que podía contarle todo lo que necesitara.
Con el mismo tono lloroso, Lessa confesó que no había estado durmiendo bien porque pasaba las noches vigilando. No importaba si era en una zona muy metida en el castillo o si, por el contrario, lo hacía cerca del exterior. Cada noche la joven sentía la necesidad de revisar todo y mantenerse alerta, como si todavía fuese una guardia nocturna. Tanto tiempo a la expectativa de cosas malas había perjudicado su capacidad de relajarse. Siempre que pegaba un ojo, sentía el peligro respirarle en la nuca. ¿Peligro de qué? Realmente de nada. No había nada a lo qué temer, pero su cerebro no lo entendía. El miedo era una costumbre más que una emoción racional.
Estaba acostumbrada a tener miedo.
Estaba acostumbrada a esperar lo peor.
Estaba acostumbrada a sufrir.
Le era muy difícil no ver esa nueva vida como una supuesta calma antes de la tormenta.
Le era muy difícil entender que ya no habría más tormenta.
El sol se había escondido detrás de las nubes para cuando dejaron de llorar. La cocina adoptó semblanza oscura, no solo por la ausencia de luz, sino también por lo tétricas que se veían las paredes y las columnas que sostenían el techo. Todo junto, con un poco de imaginación, fácil podría ser el boceto de un par de garras ansiosas por atrapar a los dos muchachos.
Que el sol se asomara por entre las nubes ayudó bastante. Gracias a las columnas y la separación entre estas, en el suelo se reflejó en un patrón de cilindros negros y porciones iluminadas. Norian y Lessa, acurrucados en el piso, tuvieron la suerte de acabar en una de esas fracciones iluminadas, casualmente la más brillante.
El sol les sonreía desde afuera.
Contagiados por el fulgor, sonrieron también, expulsando las últimas lágrimas de su sistema. Se veían más relajados, Lessa sobre todo. Norian le ayudó a secarse las mejillas y luego ella hizo lo mismo por él.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor, gracias. —La chica se sorbió la nariz y lo miró, todavía con ojitos húmedos—. Siguen siendo igual eso de que, cuando uno está triste, el otro se anima.
Norian soltó una risita, removiéndose en su lugar para acomodarla mejor en sus brazos. Ella se le apretó contra el torso para facilitar la acción.
—Eso significa que el próximo consuelo me lo tienes que dar a mí.
—Dalo por hecho entonces.
Hubo otro par de risas, esta vez por parte de ambos. El aire se había vuelto ligero y agradable, pero también un poco aterrador. La noche estaba próxima y se asomaba entre las nubes. Pronto, la luz no iba a ser más que un recuerdo difuminado en la negrura.
Los dos habían superado un poco el terror de la noche dentro de una habitación, pero no e de estar afuera, a oscuras y solos. Con eso aún no podían.
—Lessa...
—¿Sí?
—¿Quieres dormir en mi cuarto esta noche?
El «sí» no se hizo esperar.
Horas más tarde, acomodaron las cosas para dormir juntos en la misma habitación.
Norian, a pesar de haber sido quien hizo la oferta en primer lugar, tuvo muchos detalles que organizar antes de permitirle el paso a Lessa. Le pidió que esperara afuera mientras él se encargaba del desastre. Ella obedeció, y de vez en cuando se asomó por el marco de la puerta a observarlo. Resultaba que el «desastre» era un conjunto de libros, apuntes y pociones que había regados por el suelo y el escritorio. Fue risible para ella ver cómo el chico trataba de apartarlos o esconderlos debajo de la cama para que no estorbasen.
Cuando Lessa por fin pudo entrar, le hizo saber que nada de eso era necesario. No le molestaba el desastre, además, ella era la invasora ahí, él no tenía motivos para reestructurar un espacio que de por sí ya era suyo.
—Quiero que te sientas cómoda.
—Ya me siento cómoda con que me invites.
Norian, a regañadientes, aceptó.
A partir de ahí organizaron el resto de cosas. Aunque el chico le hubiese ofrecido su cama para dormir, Lessa prefirió buscar un colchón de otro cuarto. Él la ayudó, pues experiencia le sobraba para entender que no la haría cambiar de mentalidad.
Luego de poner el colchón a un lado de la cama, cada uno se fue a su respectivo lugar de dormir.
Norian lanzó un brazo hacia el colchón, encendiendo una llama en su dedo para abrirse paso por la oscuridad. Luego, asomó la cabeza. Su intención era darle seguridad a la chica, como una forma callada de decir «estoy aquí, contigo». Ella sonrió, asintiendo en señal de que entendía el mensaje, antes de acurrucarse debajo de las sábanas.
Norian la observó durante todo el proceso, y no pudo evitar que algo le llamara la atención.
—¿Duermes con el sombrero puesto?
Las facciones de Lessa se arrugaron bajo la luz rojiza, resultando en una expresión que bailaba entre lo incómodo y lo meditabundo. Norian lo interpretó como que había cometido un error al preguntarle eso, así que se apresuró a decir cualquier cosa que aliviara el ambiente. No contaba con que la chica le haría un gesto con las manos para detenerlo, como si hubiera sabido cuáles eran sus intenciones. En simultáneo, le lanzó una mirada significativa.
—Quiero hablar contigo de algo, ¿podemos?
Norian asintió con la cabeza y bajó de la cama para sentarse a su lado, obediente a la petición tácita de cercanía.
Por estar en un lugar oscuro, carente de ventanas o cualquier vía de acceso para la luz, fue poco lo que se vio de Lessa además de las zonas iluminadas por el fuego. Resultaba irónico que fuera la propia luz la que la hacía ver siniestra.
Por un segundo, Norian consideró apagar la luz. No lo hizo porque Lessa adivinó sus intenciones y con una mirada le pidió que no lo hiciera.
Ella estaba en la misma posición que él, Norian se dio cuenta por el contacto entre sus rodillas. «Los dos tenemos las piernas dobladas» pensó, una nimiedad absoluta, pero que servía para tranquilizarlo frente a la ansiedad de seguir extendiendo el silencio. ¿Ella iba a hablar? ¿o era él quien tenía la obligación de decir la primera frase? Un suspiro ahogado rebotó en la negrura, proveniente de sus labios, preámbulo de uno que otro chasquido de lengua y el crujir de sus dedos. Nunca había tenido la costumbre de sonarse los nudillos así, le parecía horroroso, pero en tiempos de desesperación todo contaba para matar el silencio.
Cuando se quedó sin opciones para distraerse, optó por mirar a Lessa. La suposición de que estaba nerviosa cobró fuerza luego de ver que se acariciaba el cabello repetidas veces. No era un gesto con motivación estética, ya que su melena estaba bien peinada y no había hebras visibles que se salieran del curso. La insistencia de sus manos era sin duda producto de los nervios.
Para calmarla, Norian apoyó la cabeza en su hombro. Quería ser casual y lento.
—Me hice daño —confesó la chica.
El corazón del joven pegó un brinco, su cabeza igual.
—¿Qué?
—Que, que me hice daño.
Un segundo «¿qué?» estuvo a punto de abandonar la boca del pelirrojo, no por falta de entendimiento, sino por incredulidad. ¿Que Lessa se había hecho daño? La preocupación se mezcló con el escepticismo en un cóctel peligroso para su sistema. No fue consciente de sus movimientos cuando sus brazos sujetaron los hombros de chica, menos cuando sus ojos inquietos empezaron a recorrerle cada centímetro de piel expuesta.
Se detuvo al rato, pues no consiguió motivos de alarma, y también porque Lessa le acarició las manos para que rebajase la fuerza de la sujeción.
Se veía incómoda, aunque no por la reacción del chico.
—Me hice daño, pero... mm, creo que no es algo de lo que te tengas que preocupar.
Las palabras se atropellaron en la lengua de Norian. «¿Cómo?», «¿cuándo?» y «¿por qué?» eran varias de las candidatas a dispararse fuera de su boca, pero decidió no decir ninguna. Era una situación delicada en la que, si ella se sentía mal, llenarla de preguntas solo empeoraría la situación. Se limitó a verla directo a los ojos y respirar fuerte para hacerle saber que quería que tomaran aire juntos, al unísono.
Funcionó para que los dos se calmaran.
—Ya no lo hago más, si eso te tranquiliza —siguió la chica—. Pero... si quería decírtelo, solo que no sabía cómo. Me daba vergüenza... me da vergüenza, y... Bueno, parte de lo que queda es esto.
Lo siguiente que Norian vio de ella fue la movida que hizo para quitarse el sombrero. Lo puso sobre su regazo y dejó al desnudo su coronilla, por lo mismo, quedaron visibles zonas de su cabeza en las que no había cabello. No eran muchas, a decir verdad, tan solo una que otra. Pero Norian no estaba acostumbrado a verla así. Lo tuvo un poco difícil a la hora de esconder el impacto que le causó la escena. Carraspeó en un intento por disimular un jadeo de asombro y apoyó la barbilla en su puño.
—Sé que te prometí que no haría nada como eso, a-así que perdón. Solo quería... A-a veces simplemente... A-a veces simplemente...
—Te aliviaba.
No fue una pregunta.
Lessa no supo si aterrorizarse o sentir alivio de que Norian hubiera dado en el clavo.
—Sí... Me aliviaba. —Asintió con la cabeza—. No solo con el cabello, también con mi piel. —Se tocó los brazos—. Pero lo dejé de hacer, llevo mucho tiempo bien en ese sentido. Si te digo es porque... c-creo que está bien que lo sepas. Perdón por adelantado si te incomodó. —Se puso el sombrero de vuelta—. A mí tampoco me gusta verlo.
Norian le acarició la mano. La prótesis, en específico.
—Puedes dejarte el sombrero si te sientes más cómoda así, pero, por favor, no lo hagas por mí. No me molestan tus cicatrices. —Le acarició el cabello, y con ternura, le pasó el pulgar por las mejilla. Sus miradas se conectaron bajo el tinte rojo de la llama—. Eres y seguirás siendo hermosa a mis ojos.
Lessa enrojeció, y no fue por culpa de la luz. Sus cachetes ardieron debido el bombeo anormal de sangre en su sistema. Norian sonrió de ternura, por eso y porque los ojos de la chica brillaban rebosantes de gratitud. Se veía tan cálida que el muchacho sintió que se iba a derretir delante de ella. «Irónico —pensó, juntando sus narices de forma inconsciente—, un vellano derretido por una argeneana».
Estaba embobado, y por estar embobado no tuvo defensas para cuando la chica se sentó en sus piernas y le rodeó el torso. La única prevención que el chico pudo tomar antes del ataque cariñoso fue apagar la flama para no herirla. De resto, se dejó hacer, incluso más laxo y tonto que en un principio.
Tuvo suerte de que hubiera una cama detrás que lo respaldara. De no haber sido así, se habría caído con ella encima.
Bueno, no era un destino horrible.
Sonrió.
—Gracias por tus palabras —susurró ella en su oído.
—No tienes de qué agradecerme.
—No, claro que tengo. —Se separó del abrazo—. Eres muy dulce, Norian. Cada vez que me dices algo bonito me haces sentir especial y protegida, así que me gustaría que tú también te sintieras especial y protegido cuando te digo cosas bonitas. Quiero... decirte cosas bonitas, y-y que te pongas rojo como tanto me gusta, o que te rías. ¿Te dije que tienes una risa preciosa? De seguro estás todo rojo ya, solo que no te puedo ver. De seguro también estás sonriendo con esa carita linda que pones cuando te halago. Me, me encanta todo eso, porque te lo mereces. —Juntó sus narices—. Mereces que alguien te haga sentir especial y querido, justo como me haces sentir a mí.
»Por eso, gracias por consolarme.
»Gracias por darme mi tiempo.
»Gracias por invitarme a dormir aquí.
»Gracias por ser tú.
»Gracias por ser el maravilloso chico fuego.
En momento así, Norian solía ponerse colorado y quedar en blanco por al menos un minuto; expresaba su gratitud por medio de besos o caricias.
Esta vez, el tiempo pasó sin que hubiese atisbo de respuesta.
La espera se alargó lo suficiente para que Lessa se preocupara, sobre todo porque debido a la oscuridad no podía ver la expresión de Norian. Le tocó las mejillas, y sintió húmedo. ¿Estaría llorando?
La chica encendió un cristal de hielo luminoso en su dedo y lo acercó al rostro de su compañero.
La luz se derramó en sus facciones y reveló que, si bien sí estaba llorando, no era de tristeza ni dolor. La sonrisa gigantesca en sus labios daba testimonio de que lo que sentía era felicidad, una felicidad que se le desbordaba en forma de gotitas relucientes desde sus ojos aguados hasta las mejillas rojas.
—Oh, Norian...
—Perdón. —Sonrió más—. Es que no sabes cuánto extrañaba que me dijeras chico fuego.
A Lessa le ardieron los ojos. Pestañeó y las primeras gotas bajaron. Nunca pensó que un simple apodo pudiera hacerlo tan feliz.
Aunque, pensándolo bien, no era un simple apodo. Era la prueba fehaciente de que su unión había sobrevivido a todas las dificultades, la prueba de que el amor buscaba renacer desde el humo en sus corazones.
Y ardería.
—Entonces desde ahora volverás a ser mi chico fuego. —La joven le sostuvo los cachetes—. ¿Yo puedo ser... tu señorita argeneana?
La sonrisa de Norian se agrandó.
—Claro que sí, señorita argeneana.
A partir de esa noche, dormir juntos se volvió hábito recurrente. La dinámica era sencilla: Lessa se acostaba primero y Norian se quedaba a su lado, ya sea en el mismo colchón o sobre la cama, mientras hablaban de nimiedades. No eran conversaciones completas, porque eso evitaría que conciliaran el sueño. Eran anécdotas al azar ahuecadas por el silencio de la noche.
Tonto o no, oírlo hacía que Lessa se sintiera acompañada, y por lo mismo, segura. Su voz era un arrullo perfecto para extraviarse en las profundidades oníricas.
Pero claro que no siempre funcionaba. Había noches en las que el insomnio y la paranoia convertían el descanso más en un anhelo que en una realidad; entonces la chica se quedaba despierta, en silencio para no perturbar a Norian, que sin poder evitarlo caía rendido.
Las primeras veces, ese tipo de noche fue la más común. Norian se daba cuenta de la falta de sueño de Lessa cuando la veía hueca en ánimos al día siguiente. Las horas que descansaba todavía eran mínimas a comparación con las que estaba despierta.
Un poco después de la primera semana, Norian añadió otro método al plan: sostenerle la mano a Lessa durante las noches. No tenía que ser muy fuerte, solo un contacto sutil que le recordara que no estaba sola.
—¿No te molesta esto?
Norian se acomodó sobre la cama.
—No me molesta, estoy bien. —Le acarició la mano—. Quiero que sepas que estoy aquí, que estás segura.
Lessa sonrió con languidez.
—¿Seguro?
—Al cien por ciento.
Ella le acarició el brazo.
—Te quiero, chico fuego. —Antes de que él respondiera, le plantó un beso superficial en la mano—. Te voy a pagar todo esto con la nueva sorpresa que te estoy guardando.
La risa de Norian reverberó en la oscuridad de la habitación.
—No tienes que retribuirme nada y lo sabes.
—Shhh. —Volvió a besarle la mano—. Quiero hacerlo. Me estoy esforzando mucho.
—¿Es por eso que entrenas tanto últimamente?
—Eso solo es para una de las sorpresas.
—¿Me das una pista?
—No. —Lessa atrapó la mano de Norian entre sus brazos, un gesto cariñoso muy contrastante con la actitud seria que tuvo segundos después. Cuando habló, lo hizo en voz baja y con mesura—: Además, sé... que hay algo que me quieres decir desde hace tiempo, pero no lo has hecho de seguro para esperar que me sienta mejor. —Pasó las yemas de los dedos por todo lo ancho de su antebrazo—. ¿Qué tal si tú me das una pista?
A Norian le dieron ganas de replegar el brazo. Si no lo hizo fue porque ya le había agarrado gusto a las caricias de Lessa, y también porque no quería hacerla sentir despreciada. Para transmitir su conflicto, optó por resoplar y dar una media vuelta sobre la cama.
Lessa afianzó el agarre, con cuidado de no ser demasiado brusca.
—Entenderé si no estás listo para hablar de eso. Solo quería demostrarte que, así como tú me escuchaste, yo también puedo hacerlo. Me gustaría que veas en mí alguien con quien puedes...
—Sí te veo así. —Norian habló con la voz amortiguada, pues tenía la mano libre sobre el rostro. Por alguna razón sentía que la oscuridad ya no lo protegía de sentirse expuesto—. Confío en ti para desahogarme, no te preocupes. Es solo que... justo como dijiste, c-creo que aún no estoy listo. Y también tienes razón en que lo postergué por ti.
Consciente de que esa última frase sonaba mal, Norian se retractó.
—No porque tú seas responsable de eso. No, claro que no. —Ahora sí, se destapó la cara y dio otra vuelta para quedar delante de ella. La oscuridad no permitía ver mucho, así que el cambio de postura era más que todo simbólico—. Es solo que por decisión propia quise postergar el momento en que te lo dijera. Eso no significa que no te lo vaya a decir, solo que... me tomaré mi tiempo. Pero ten por seguro que te lo diré apenas me sienta listo.
Lessa asintió, Norian lo supo por el movimiento hacia arriba y hacia abajo que sintió cerca de su mano. Le dio ternura. Sin poder controlarse, abrió la palma y acarició el cabello de la chica. Recordaba haber oído de su parte que le gustaban los mimos en la cabeza. Sintió aun más ternura cuando ella le sujetó la mano para ponerla contra su mejilla.
—Esperaré todo el tiempo que necesites, ¿de acuerdo?
—Gracias. —Le pasó el pulgar por el borde de los ojos—. Ahora descansa, mi señorita argeneana, que mañana será otro día.
Conforme pasó el tiempo, entre noches pesadas y otras tranquilas, sus horas de sueño aumentaron. En el rostro y la actitud ya se les notaba que se sentían más vivos. Lessa en especificó se veía mucho mejor: las ojeras se habían esfumado casi por completo, estaba más enérgica y su piel desprendía un brillo saludable.
Sus heridas también estaban mejor, al igual que las de Norian. Con ayuda de sus conocimientos de hechicería había empezado a aplicarse tratamientos para deshacer las quemaduras, así que de ellas, además de pequeñas marcas, quedaba solo el recuerdo. Un mal recuerdo.
Lo que no tenía pinta de desaparecer era lo de Lessa. Si bien fue posible remover buena parte de las marcas en su piel con ayuda de la magia, su extremidad perdida era un hecho irreparable. Ella le restaba importancia al asunto diciendo que ya se había acostumbrado y que cada día le era más fácil mantenerla presente, pero igual a Norian le ponía triste. Le hacía conflicto saber que era culpable, de forma indirecta, de que ella estuviera en esa situación.
Las sesiones continuaron, ya sin ese aire tétrico y de imposición que tenían antes; se volvieron dinámicas, más parecidas a una conversación normal que a una terapia seria, y a ninguno le molestó el cambio.
Sus encuentros en la cocina para ocuparse de sus pasatiempos tampoco se detuvieron. Era mandato no escrito presentarse en la sala al menos una vez al día para acompañar al otro. Mientras Norian estudiaba hechicería y hacía una que otra demostración, muchas veces fallida, Lessa se entretenía reconstruyendo adornos; también había empezado a hacer sus propias creaciones, pero en su mayoría eran adefesios de arcilla que terminaban ocultos en el fondo del armario para no ser vistos de nuevo.
—Por cierto, Lessa...
Estaban en la sala, cada uno enfrascado en su actividad, cuando Norian dijo eso.
Ella levantó la mirada del jarrón que estaba armando y se topó con que Norian la veía fijo. A juzgar por los libros cerrados sobre la mesa y las pociones sin abrir, parecía que no había hecho otra cosa desde su llegada.
—Recuerdas que te tenía que decir algo, ¿verdad?
—Así es. —Lessa asintió para darle seguridad.
—Bueno. —Norian tomó aire, y bastante. Se le notó por la expansión anormal en el pecho. Las mejillas se le colorearon de rosa en lo que se relamía los labios—. Lo he estado pensando desde hace tiempo, y me gustaría... —Lo siguiente que dijo se perdió en un susurro indistinguible.
Lessa se fue hacia adelante.
—¿Qué?
—Que me gustaría... —De nuevo, volumen bajo.
—Perdón, pero no te...
Lessa calló, mas no a voluntad. Las palabras se le fueron cuando vio que Norian apartaba todos los libros para levantarse y apoyar las manos en el espacio libre del mostrador. Lessa, que lo conocía a profundidad, se dio cuenta de que en sus ojos café flotaba cierta inquietud. La suposición de que estaba nervioso fue aun más fuerte cuando lo vio esconder las manos temblorosas detrás de la espalda.
El viento sacudió su melena rojiza, lo mismo con su camiseta gris y parte de los libros que reposaban a un lado de él. La luz delineó su figura recta y le concedió un aire más solemne que en un principio.
Lessa se tensó. Pues, ¿qué le iba a decir?
—Norian...
—Quiero ir a Vellania.
Ya sé, ya sé que parece que digo esto a cada rato, pero... este es otro de mis capítulos favoritos. Me encanta el tema que se toca, y sobre todo que sea Norian el que se lo explica a Lessa. Usó su experiencia personal para consolarla.
También hay otros sucesos menores que me gustaron, como lo de la burbuja y las sorpresas.
Hablando de sorpresas... ¿qué creen que estén planeando Norian y Lessa para el otro? ¿tienen alguna idea? Me encantaría saber 👀
Otra cosa que les quería comentar es que ya falta muy poco para el final (creo que en cuatro semanas ya habría terminado de subir el libro). Entonces, me gustaría hacer algo especial, pero no se me ocurre qué. ¿Tienen ideas? ¿hay algo del libro que les gustaría saber? ¿alguna escena que quieran ver ilustrada o escrita? Los leo.
Creo que ando super pregunta en esta nota, asjddj, sorry.
Última pregunta, última pregunta: de tener la posibilidad, ¿les gustaría subirse a una burbuja? (como las que hacen los hechiceros).
Yo creo que... no (miedito). Pero a ver ustedes 👀
Muchas gracias por llegar aquí, de verdad lo aprecio 🥺💙💖
Siguiente capítulo: "Anti-mágico".
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