Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo XLIII: Estrellas

La ternura no existía antes de ese momento.

No, claro que no.

La ternura nació ahí mismo, delante de Norian, cuando Lessa le hizo una pregunta específica. Hubo algo en la vibración de sus pupilas agigantadas que derritió el corazón del chico, algo que rebajó todas sus defensas. ¿Solo ella tenía ese poder, o cualquier otra persona con la misma expresión podría infringirle el mismo efecto? Se imaginó a otra persona en la misma situación, y la respuesta fue innegable: solo aquella argeneana de melena azul y ojos redondeados tenía ese poder sobre sus emociones. Solo esa argeneana podía, luego de haber estado caminando durante horas en absoluto silencio, ponerlo a sus pies con una pregunta de tres palabras.

La respuesta no se hizo esperar.

—Claro que puedes abrazarme, Lessa. ¿Por qué no...?

Justo ahí, Norian se detuvo. La mirada de Lessa se lo había dicho todo: tenía miedo. Él sintió lo mismo apenas entendió las implicaciones de lo que iban a hacer. Ya se habían abrazado, claro que sí. Pero antes había sido producto de la impulsividad. El abrazo que iban a darse ahora era deliberado, y por lo mismo, riesgoso.

Estaban empezando de cero.

¿Estaban listos para empezar de cero?

A Norian le temblaron las manos de solo considerar que todavía no fuese el momento. ¿Qué tal si volvían a cagarla? O peor, si luego de cagarla no se podían volver a levantar. ¿Se merecían siquiera estar juntos luego de todo lo que había pasado?

—N-Norian.

Cuando el chico volvió a la realidad, se encontró a la joven mirándolo impaciente, con los brazos extendidos hacia el adelante. Él no supo cómo reaccionar, y dudó.

Fue esa duda lo que llevó a Lessa a retraer los brazos y echarse para atrás.

Norian se arrepintió al instante. Su intención nunca había sido transmitirle inseguridad o hacerla sentir menospreciada. El remordimiento se fortaleció aun más cuando la vio retroceder otros cuantos pasos, en aparente amague de irse.

Norian tenía que sacar la pata.

Apenas pudo, abrió los brazos para recibirla.

Lessa no reaccionó de la mejor forma. Lo observó impertérrita, con los mismos ojos de quien ve un alimento de origen desconocido.

—¿E-es correcto esto?

Norian dio un paso al frente.

—¿Acaso importa?

Lessa quedó con el silencio colgando en los labios. No se esperaba esa pregunta, y por lo mismo, era incapaz de formular una respuesta. Nunca lo había pensado de esa forma.

—¿Importa, Lessa? ¿Realmente importa? —siguió Norian, poniéndole las manos en los hombros—. ¿Es incorrecto que estemos juntos luego de todo lo que pasó?

Lessa no dijo nada, primero porque no supo qué decir y segundo porque, igual si lo hubiese intentado, Norian la habría interrumpido. Tomó la palabra poco después:

—Yo no sé si es correcto o no, yo solo sé que ya estoy harto de todos los obstáculos que hemos tenido. Te quiero, Lessa. Y no necesito escucharte para saber que también me quieres. ¿Eso está mal? —Le tembló la voz—. ¿Está mal que queramos seguir adelante?

Lessa sintió que se le aflojaban los lagrimales de tan solo ver que en sus ojos había gotas acumuladas. Entonces, la duda volvió, condimentada de más tribulaciones. Si reconstruían los pedazos fenecidos de su relación, ¿no estarían perpetuando aquello que los había condenado a todos? ¿No sería esa una manera de faltar el respeto a las vidas perdidas? Un frío "no me importa lo que pasó, lo voy a repetir".

Pero si se resignaban y se iban por caminos distintos, alejados de lo que tanto querían, ¿no sería también una falta de respeto? Como una vía para dejar que todas las muertes fueran en vano, un desperdicio absoluto. No era justo tampoco. Si el estropicio estaba hecho, no había vuelta atrás, sentirse mal y castigarse no regresaría a nadie.

—Lessa... —Norian le acunó las mejillas—. ¿Quieres terminar todo aquí?

Esta vez, la respuesta no tardó en llegar. La chica nunca se había sentido tan segura de algo en su vida:

—No.

Lo dijo llorando, pero no hubo prueba de eso además de sus lágrimas. El rostro estaba congelado en una expresión sorprendida. No podía creer que se le hubiera hecho tan difícil emitir otra respuesta diferente al «no». Repetía la pregunta en su mente y era ese monosílabo el que la golpeaba de vuelta. No, no, no y no. No quería acabar las cosas con Norian. Muy en el fondo, debajo de toda la culpa, quería una vida a su lado. Quería tener todo lo que antes no había podido.

—No, no quiero acabar las cosas contigo —repitió, poniendo las manos sobre las de él—. Q-quiero seguir a tu lado, que podamos ser como las parejas normales y que seamos muy felices. Quiero... —Tomó aire—. Quiero darte los buenos días en la mañana, arroparte en las noches, compartir las comidas contigo y cuidarte cuando estés enfermo. Quiero reír a tu lado, abrazarte y dormir en tu pecho, y que me acaricies la cabeza como me gusta.

»Quiero todo eso y más.

»T-te quiero a ti.

»Y creo que entonces esto es lo correcto.

Norian se atragantó con su saliva y la impresión causada por esas palabras. Sentía lo mismo, y le costaba creer la facilidad con la que Lessa había comprimido todo en una misma intervención. Cada anhelo era tan preciso que Norian pensó que se lo habían extraído a él directamente del corazón. También quería todas esas cosas. Llorando, balanceó la cabeza de abajo hacia arriba para hacérselo saber. Ella respondió de la misma forma, en tanto colaba los dedos por debajo de los de él para construir un agarre.

—¿Aún te puedo dar un abrazo?

—Sí, por favor. —Él se limpió las lágrimas—. Quiero un abrazo tuyo.

No hubo la misma intensidad y pasión de antes. Ese fue un abrazo más que todo inocente, construido en la timidez de dos extraños que se tocan por vez primera. Norian aterrizó las manos con delicadeza sobre la cintura y Lessa hizo lo mismo con el área de los hombros. Ahora que estaban más conscientes de lo que hacían, les daba un poco de miedo sobrepasarse o ser demasiado efusivos.

Tuvieron que pasar varios segundos para que el tacto del otro volviera a ser familiar. Lo primero que hicieron fue destruir la distancia. Ya estaban bastante unidos, de por sí. Pero no con fuerza. Fortalecieron el agarre, apretaron sus torsos, y cuando hubo suficiente confianza, hundieron la cabeza en el cuello del otro.

En un principio, la respiración les dio cosquillas. Se alejaron de un respingo. Ya en el siguiente intento se acercaron con mesura para acostumbrarse a la sensación. Fue lindo, sin mencionar reconfortante, percibir esas ondas de calor en el cuello. Eran tibias y constantes, afines al ritmo en el que latían sus corazones. Ahora sí podían decir, sin temor a equivocarse, que ese era el abrazo más íntimo que se habían dado.

—Norian...

—¿Sí?

—Gracias por seguir aquí.

El chico la abrazó más fuerte.

—Gracias a ti también.

Pasaron el resto del día juntos, tímidos y nerviosos. En su mayoría dieron vueltas alrededor del castillo, pero también se dedicaron a observar el cielo y a construir pláticas que casi nunca sobrepasaban los cinco diálogos. Había cierta magia en el ambiente que los obligaba a perpetuar el silencio, tal vez porque así se oía mejor el resonar de sus huellas sincronizadas, o porque podían escuchar mejor la respiración del otro. Fuese por la razón que fuera, los dos estaban bastante cómodos. Aceptaron, pues, que prescindían de un lenguaje explícito para sentirse a gusto, pues habían alcanzado un punto de intimidad en la que el silencio era otra forma de comunicación.

A cierta altura del recorrido, sus manos chocaron. Fue un accidente que desencadenó una secuencia un tanto penosa de los dos tratando de que volviera a suceder. Primero, ella balanceó la mano hacia afuera. Segundo, él hizo lo mismo.

La descoordinación fue total, razón absoluta de vergüenza.

Tanto el vellano como la argeneana ocuparon las manos en actividades diferentes —ella en acomodarse el sombrero y él en rascarse la nuca— para desviar la atención de lo que acababan de intentar. Pese a que no hubiera ningún espectador además de ellos mismos, les avergonzaba. Los cachetes les ardían y no era exactamente por el sol.

En un segundo intento, Lessa no solo acercó la mano, sino también el cuerpo. Su intención era verse casual y esconder las ganas de agarrarle la mano. No consiguió ni lo uno ni lo otro, ya que sus dotes actorales palidecieron frente a los nervios. Sí consiguió, por fortuna, que Norian se atreviera a seguirle la corriente: sacudió la mano y, en un movimiento que pretendió hacerse pasar por descuido, la entrelazó con la de ella.

Enrojecieron y apartaron la vista, todavía caminando.

Conocimiento no les faltaba para saber que reaccionar así era tonto, pues muchas veces se habían agarrado las manos ya. Incluso habían hecho cosas más atrevidas, como besarse, los dos lo sabían. Pero ahora que daban vueltas sin rumbo por el castillo, tenían la idea de que su relación era un camino nuevo en el que debían avanzar paso a paso. Si iban demasiado rápido, podían perder el rumbo.

O podían perderse a sí mismos.

Otra vez.

No querían eso.

Caminaron un rato más hasta que la noche anunció que era hora de regresar al castillo.

Tras llegar al segundo piso, se miraron y se soltaron las manos con lentitud dramática.

«Creo que siempre hemos sido así de dramáticos» pensó Norian, y sonrió.

—Buenas noches, señorita argeneana.

—Buenas noches, chico fuego.

Esa noche, las estrellas resplandecieron como nunca. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro