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Capítulo XIV: Aparición

«Maldita sea la esperanza. O maldito sea yo mismo, por haberle confiado».

Eso fue lo que Norian pensó cuando puso un pie dentro del castillo, pues cayó presa de una realidad que había tratado de ignorar durante todo el trayecto: no había nadie, ni ahí ni en el exterior, ni en los pueblos abandonados ni en las formaciones naturales marchitas. El reino era fantasmal y solitario, carente incluso de presencia animal, justo como Argenea. La única diferencia era que las construcciones en las tierras del fuego estaban en relativo buen estado.

Aun así, dolía.

Dolía no ver a ninguna persona.

Dolía el silencio.

Dolía la ineptitud de haber creído que su problema tendría solución. De haber confiado en la sórdida esperanza.

Sin que pudiera evitarlo, la imagen del castillo fue haciéndose más y más borrosa por sus lágrimas. Ya no podía más, ya no quería seguir más. Había mantenido a Vellania como único soporte y ahora también la había perdido. La fuerza se diluyó, así que no pudo frenar el aterrizaje de sus rodillas en el suelo.

Intentó, contra la fatiga y el cansancio, levantarse para regresar a Argenea y comunicarle a Lessa que en Vellania no había más que desolación, pero fue tener solo malas noticias que compartir lo mantuvo anclado al suelo. Igual, después de dar su reporte, ¿qué procedía? Nada en lo absoluto. Ya ni siquiera importaba si recordaban quiénes eran, ya que no podían prosperar mucho tiempo en condiciones así. ¿Cuánto faltaba para que se acabase la comida? O peor, para cuando empezara a echarse a perder. Podían sembrar, pero...

«¿Para qué?».

«¿Para qué seguir viviendo?».

Ver el escenario horrendo del que era protagonista le trajo una avalancha de desánimo. Una que no paró de alimentarse a partir de sus esperanzas e ilusiones. Estaba cansado, se sentía solo.

Despojado de su propia voluntad, Norian erró por los pasillos sin ningún fin en concreto, solo para mantener las piernas ocupadas y la cabeza perdida en un ciclo de pensamientos oscuros.

Estaba muerto en vida, podrido en el interior. Lo único que quería era esfumarse de esas circunstancias tan crueles. Por eso mismo, al encontrar una cama en condiciones aceptables, lo primero que hizo fue tumbarse en ella. La superficie suave lo consoló por un día entero, un día en el que no hizo ademán de moverse ni para comer o ir al baño. Estaba hecho un saco de voluntades rotas.

Se sentía febril, aletargado y triste. No sabía decir a ciencia cierta si el malestar físico era producto de aquel breve episodio de fiebre en el castillo, o si por el contrario no era más que una representación de cómo se sentía por dentro. Fuera lo que fuese, era un rival formidable. Lo mantuvo postrado en la cama por tanto tiempo que, pese a no haberlo intentado, el chico dudaba tener fuerza para incorporarse.

Al tercer día, el ascenso del sol no fue lo único que hizo acto de presencia en la cama de Norian. El llanto también lo hizo, y con eso el vellano se volvió chiquito entre las sábanas para ahogar los sonidos. Obviamente no lo hacía por evitar ser escuchado por otros, pues sabía que no había ni un alma por ahí. La motivación no era más que el odio de oírse a sí mismo: escucharse era ser consciente de su existencia, y saber que estaba ahí tirado desde hace dos días terminaba de extinguir su ya muy perforado vigor.

Vigor, vigor, ¿de verdad le quedaba algo como eso? Se mantuvo esclavo de aquella pregunta mientras jugaba con la mano izquierda, proyectando sombras en la pared. Esa era una de las pocas cosas que hacía además de entregarse sin discreción al mundo de los sueños, pues dormido no pensaba, si no pensaba no existía, y lo que menos quería hacer era existir.

Lo miserable de su situación empujó más gotas fuera de sus lagrimales, que se deslizaron silenciosas por las mejillas hasta fusionarse con la humedad de las sábanas. Norian las tocó; fue escaso lo que pudo palpar antes de ser abrazado por las garras del sopor. Bien. Si iba a dormir otra vez, no se opondría.

Mientras relajaba los músculos para volverse presa fácil de su propio desgano, una visión peculiar le llamó la atención.

Algo se había movido.

Fue como una mancha que pasó corriendo frente a sus ojos, ¿o sería una alucinación por el sol y la falta de comida? Necesitaba comprobarlo.

La vio de nuevo.

Esta vez el muchacho dio un saltito hacia atrás; sus labios se separaron por el asombro y tuvo que tomarse unos instantes para analizar lo que acababa de ver. Sabía que su no tan pequeño descanso podía haberle dejado secuelas, después de todo, no se había alimentado bien en dos días. Pero estaba seguro de que la figura misteriosa era una persona. Juraba haber visto un par de piernas correr por el pasillo frente a la habitación en la que estaba.

¿Sería posible? ¿Habría algún sobreviviente?

El peso de la tristeza se deshizo y fue reemplazado por curiosidad, una curiosidad a la que no le costó sacarlo de la cama de un brinco.

—¿Hola?

Su voz salió ronca, pero comprensible. Cualquiera a una distancia corta podría entenderlo.

Aun así, nadie respondió. El eco de su propia pregunta se burló de él.

Norian dio un paso al frente y sacó la cabeza del cuarto.

—¡¿Hola?! ¡¿Hay alguien?!

De nuevo, la repetición cada vez más difusa de su llamado fue lo único que le contestó. Norian se estribó firme al umbral de la puerta para calmar sus sentidos exultados, manteniendo a raya el temblor en los dedos. Tomó aire y fue cuestión de tiempo para que volviese a separar los labios.

Esta vez, no obstante, el sonido de unas pisadas lo calló.

Ahora sí era seguro: había una presencia extraña escondida en algún lugar.

Luego de tantear los alrededores con la cabeza y no ver nada, el chico dio un paso más al frente. El polvillo del suelo revoloteó por sus pisadas y formó una nube transparente ante sus ojos; nada que un movimiento cadente con las manos no resolviera.

Una vez dispersa la cortina de suciedad, Norian aguzó la vista y el oído para dar con la presencia oculta. Los resultados no fueron los mejores.

Tras mover algunos muebles y toparse solo con raudales de polvo, el cansancio volvió a alojarse en su interior.

Estaba a punto de darse la vuelta de regreso su cuarto, cuando la vio.

Las paredes de una niña acababan de esconderse tras un cruce.

Norian, sin detenerse a evaluar los riesgos, se aferró a su voluntad recién construida y siguió a la aparente niña. El cansancio mordía el polvo detrás de él. Ahora solo sentía la urgencia de hablar con esa persona que atravesaba los pasillos con la agilidad y rapidez del viento.

No era tarea fácil. Para cuando el pelirrojo cruzaba un pasillo, ya las piernas de quien perseguía estaban perdiéndose detrás de una pared, mueble o puerta. Y cuando parecían estar cerca, era solo una ilusión creada por el eco. La figura se alejaba más y más conforme Norian corría.

Con tantas vueltas ya dudaba poder regresar a su cuarto sin pasar algún contratiempo en el camino.

A pesar de todo, se negó a desistir.

La situación lo ameritaba, el sudor y el entumecimiento iban a valer la pena.

«Falta poco, falta poco...».

La figura se detuvo, dentro de una habitación. Norian sabía que se había detenido por el sonido ausente de sus pisadas. Era una oportunidad imperdible para alcanzarla de una vez por todas.

Usó todas sus fuerzas en ese último trayecto, sin saber que acercarse a la puerta del cuarto lo haría retroceder. De pronto le dolía la cabeza, muchísimo; un pequeño punto en su cerebro vibraba y le esparcía olas eléctricas por el cuerpo. Quedó a merced del sufrimiento y el parpadeo de las luces.

¿Luces? ¿Desde cuándo había luces?

«¿Estoy recordando?».

La oscuridad, como si de una bestia se tratase, devoró todo el pasillo a mordiscos frenéticos. Poco tiempo pasó antes de que Norian se diese cuenta de que era de noche. La luz de las ventanas proyectaba rectángulos borrosos en el piso que daban la impresión de ser parte de un puente hecho de cristal, ahí, flotando encima de la alfombra en compañía del brillo de los ilucentros rojos sobre las puertas, que ahora yacían cerradas.

No muy al tanto de cómo manejar la experiencia, Norian avanzó. Le costaba mucho, como si estuviera atrapado en una película a baja velocidad. ¿Era posible? No lo sabía, realmente no sabía nada. Se limitó a ser un títere de una fuerza que aún no reconocía como suya para sentarse en el suelo, con la espalda en la pared.

Ante sus ojos, la luz de la luna formó un cuerpo femenino.

—¿Qué quieres? —dijo él, molesto.

«¿Por qué estoy molesto?».

—¿Por qué tienes que ponerte así? —respondió ella. Lo familiar en su voz hizo temblar la piel de Norian.

—¿Así cómo?

—¡Así! ¡Vienes y me reprochas cuando yo solo...!

«Un momemto. Un momento. ¿Es Lessa la que me habla?»

Dio su máximo esfuerzo para reconocerla, en vano: la voz mutó a algo deforme y de bajo volumen.

Norian extendió los brazos hacia el frente para alcanzarla, sentir que era ella, disipar la incógnita que se protegía detrás de ese estúpido manto neblinoso. Mas no tuvo éxito. Fue devorado por un espiral malévolo y oscuro que pronto lo escupió en un sitio diferente.

Estaba de nuevo contra una pared, de pie. A su lado, una mancha rojiza lo miraba con ojos inquisitivos.

—Norian...

«¿Quién me llama?».

—¿Estás bien? —La figura le puso una mano en el hombro.

—¡Norian!

Boom. Boom. Boom.

El pelirrojo se miró las manos, se veían borrosas, como un pedazo de pintura con los colores corridos. Se estaba deshaciendo. «¿Qué está pasando?»

—¡Norian!

¡Boom! ¡Boom! ¡Boom!

«No puedo respirar. No puedo respirar...»

—¡Norian! ¡Necesito que me escuches!

Era una voz femenina. ¡Era una voz femenina! ¿De quién era? ¿De dónde venía?

—Norian...

—Y-yo, yo...

El agarre de la figura se hizo más fuerte. Más protector.

—¿Te molestaste con Tara otra vez?

«¿Tara?».

—¡Norian!

Ese último grito fue todo lo que necesitó para regresar. Dio grandes zancadas en retroceso por el impacto tanto visual como auditivo de todo lo que acababa de vivir, y aunque primero creyó que no era la gran cosa, tuvo que tomarse un rato para normalizar su respiración. El resuello competía con el ruido en su cabeza para cuando tuvo que apretarse contra la pared y caer al suelo en un aterrizaje más que aparatoso. Jadeó, desesperado por aire, mientras la escena frente a él recobraba el sentido. Ya no había noche, ni luz de las ventanas, ni borrones enigmáticos con movimientos. Solo estaba él en un pasillo, con el corazón trémulo, el cerebro perturbado y el cuerpo lleno de sudor.

Recuperadas la estabilidad y la buena vista, se levantó para irse. En el proceso, sus ojos aterrizaron en la habitación que tenía enfrente.

Analizó el contenido, quedó congelado y empezó a llorar. No poco después, sus rodillas se entregaron al piso.

La caída resonó, creó eco, levantó polvo, pero no estuvo ni cerca de hacer sombra al gemido lastimero del muchacho; el primer sonido de la secuencia de balbuceos que se formó en su garganta, garganta invadida por un nudo de dolor, dolor causado por la imagen frente a él, imagen que...

—C-caballero vitamima C.

Había una niña en el cuarto, una hecha de haces de luz que se difuminaban en el aire. Norian sintió que se le perforaba el pecho con una espada de solo verla. Le dolía tanto que la simple acción de pronunciar su nombre reclamó un esfuerzo monstruoso.

—Tara...

Ella asintió, llorando cascadas de lágrimas. Fue entonces que Norian se volvió más consciente de la situación, y sin pensarlo dos veces gateó hasta la niña. Cada recuerdo juntos era un empujón más hacia el frente, una vibración más en el pecho, una lágrima más en la mejilla. Cuando estuvo cerca, todos esos sentimientos encontrados se manifestaron en forma de abrazo.

La joven hecha de luz dio un paso atrás, como intimidada por el roce.

—¿Tara?

—Tienes que ayudarnos, Norian. —Abrió mucho los ojos—. Ya me vio, nos tiene presos. Por favor, ¡tienes que...!

La niña se diluyó en el aire, y nada más pudo decir.

Norian, que estaba asustado, confundido y triste, tuvo una sola idea clara luego de eso: debía ir con Lessa. Había recordado que tenía una hermana, y no iba a esperar otro segundo para descubrir qué significaba esa aparición.

Finalmente, sucedió...

Como dije en el cap anterior, estamos cada vez más cerca del clímax de la historia. Justamente, con la actualización de la semana que viene (de tres capítulos) mostraré uno de los puntos clave. Por ahora, me gustaría leer su opinión sobre este y la última escena.

¿Se esperaban que Norian recordaría a su hermana de esta forma? ¿qué piensan de la aparición? ¿a quién creen que se refería Tara cuando dijo "nos tiene presos"? Y más importante... ¿debería Norian confiar en esa aparición de Tara?

ududhdjf, qué intenso está esto. 

Eso es todo por ahora. ¡Muchas gracias por leer! Se les tqm

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