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Capítulo XIII: Enemigo

¡Zaz!

El silbido de una flecha y su posterior caída contra el suelo borró la sonrisa de Lessa.

Habían pasado dos días desde la exploración de Norian, dos días enteros sin que la argeneana supiese aunque fuera un mínimo detalle de su situación. 

El primer día, recorrió El Nangi para ver si recibía una señal de humo o luces en el cielo, pero la noche le cayó encima sin que nada parecido sucediera. Terminó haciendo el papel de tonta.

O tal vez de exagerada.

La ausencia de Norian no tenía que hacerla sentir mal, no cuando era muy probable que el muchacho estuviese tomándose ese tiempo para explorar escondrijos en Vellania. Se viera por donde se viese, Lessa debía relajarse. Y podría hacerlo, claro, si no temiera que Norian recordase algo que constatara su enemistad.

En el caso de ser rivales, ese odio debía haber nacido por algo, y si ese algo superaba los momentos que hasta entonces habían compartido...

«Pelearemos, nos odiaremos».

El insomnio se embutió en las sábanas con ella esa noche, y la mañana siguiente fue mucho peor cuando por segunda vez tuvo que comer frente a un asiento vacío.

Esa día entendió que también se sentía mal porque lo extrañaba.

«¿Dónde estás, chico fuego?».

Era horrible estar sola en un sitio tan grande con decibeles muertos. No había ruido además de la tremolina aciaga del viento y los retumbares esporádicos en las alturas. Atormentada por eso, al segundo día decidió salir a tantear los alrededores y practicar con un arco y unas flechas que encontró en un almacén.

Como estaba harta de recorrer salones, y el cansancio psicológico tampoco le dejaba leer más registros estudiantiles sin extenuarse, no tenía de otra para entretenerse.

Además, como había visto en el recuerdo de la cabina de vigilancia, en el pasado aparentaba ser muy diestra con ese armamento. Esa era otra motivación para utilizarlo. Quería recrearse y al mismo tiempo unir los pedazos de su identidad.

Desde la mañana, de todas las flechas que había lanzado a un blanco escueto sobre una pared, solo unas cuantas se habían acercado. Las demás yacían desperdigadas por el suelo. Era triste, pero también entretenido: con cada aterrizaje, las flechas desprendían un estallido azul que a veces congelaba los alrededores.

En definitiva, esa era la cosa más interesante que había visto después de sus poderes de hielo.

Sus poderes...

Aunque desde aquella vez en el pasillo no hubieran vuelto a brotar con tanta vehemencia, Lessa al menos podía jactarse de que los controlaba un poco. Había estado practicando, y entre sus mayores logros figuraba crear paredes de hielo y filos diminutos. No era la gran cosa, lo sabía, pero eso no era rival contra su orgullo. A ese ritmo pronto podría controlar sus habilidades por completo.

¿Norian ya habría dominado las suyas?

El estruendo de una nueva flecha al caer la sacó de sus pensamientos. Tal vez sí, tal vez no. No quería pensar en él. Si era su enemigo y en algún punto tenía que enfrentarlo, lo mejor era hacer a un lado el cariño. Pensar con el corazón en circunstancias como esas era pernicioso.

Echó el brazo hacia atrás para tomar una nueva flecha y despejar la mente, pero su mano acabó cerrándose en torno a una porción de aire. El carcaj estaba vacío.

Era hora de cambiar de locación.

Siempre que terminaba de disparar flechas, las recogía antes de marcar el rumbo a otra parte. Era fastidioso quedarse demasiado tiempo en un lugar en donde la vibración propia de la vida era imperceptible. Primero le había parecido inverosímil; ahora estaba casi segura de que no había nada vivo en el reino además de ella.

En un arrebato de nervios palpó sus propios latidos al creer que estaba muerta y atrapada en el mundo terrenal, pero no. El retumbe en su pecho aún existía. Se rio de su estupidez mientras, con emoción casi infantil, avanzaba por las construcciones derruidas en busca de su nueva zona de tiro.

Cada casa en ruinas y árbol caído hablaba de tragedia, de algún desastre de proporciones lo suficientemente grandes para llevarse consigo a toda una civilización. De nuevo el terror de haber pasado a mejor vida se hizo presente. ¿Qué tal si sí estaba muerta? Como un espíritu en pena. ¿Eso significaba que Norian también estaba muerto? «Deja de pensar en eso» se forzó a repetir en su mente, pasando de caminar a correr; el sendero empedrado era inclemente con sus sandalias. «Estoy viva. Los dos estamos vivos. Concéntrate en recordar quién eres».

El sonido de su caminar acechado por el monstruo de la conspiración era lo único que creaba discordia con el silencio. Transcurrido un tiempo, el impacto de las sandalias cesó, pues ella quiso hacer una pausa: el color blanco de una construcción a lo lejos le había llamado la atención. Era tan grande que se alzaba por encima del horizonte; detrás de ella, el sol encandilaba, así que Lessa se puso la mano sobre los ojos para seguirla viendo.

Sin darse cuenta había empezado a correr hacia el sitio, invadida por un sentimiento difícil de explicar. El corazón le cabalgaba raudo a mitad del pecho como si compitiera contra sus pies por ver quién era más veloz.

La anatomía ligera de Lessa casi volaba; la melena y el vestido le eran empujados hacia atrás por la resistencia del viento, las flechas del carcaj chocaban entre sí. Y entre toda aquella estimulación de sentidos, la mente de la joven solo tenía espacio para una cosa: la estructura gigantesca. De nuevo una luz intrusa penetraba en su cerebro a iluminar zonas ennegrecidas, de nuevo el libro de su vida cobraba color y le grababa a fuego la necesidad de terminarlo, de seguir pasando páginas y saber, saber que...

Lessa cayó al piso.

Se revolvió en la tierra, a su pesar. Con una mueca definida de hartazgo, se levantó, escupió los granitos de tierra que se le habían colado en la lengua y se pasó las manos por la cara. De seguro su vestimenta no había corrido mejor suerte, pero no fue algo que le importara. Ahora la necesidad de obtener algún recuerdo bullía con fuego arrebatado en su interior, una necesidad que no sabía de paciencia. Fue ese sentimiento el que la hizo levantar la cabeza y fijar su vista en el edificio enorme que tenía enfrente.

«Estadio central» decía el cartel sobre la puerta.

Ondas eléctricas se precipitaron contra su frente y le dieron espasmos. Transformado su cuerpo en una masa convulsa, no pudo hacer mucho cuando los bordes de la realidad se desdibujaron ante sus ojos. El silencio fue reemplazado por el bullicio de una multitud y la temperatura se tornó baja de repente.

Lessa se abrazó a sí misma para mantener el calor, y descubrió así que, en vez de un vestido, llevaba una camisa sin mangas y un par de pantalones azules. «¿Qué está pasando?».

Mientras parpadeaba para recuperar la nitidez en su campo visual, fue interrumpida por los envites bruscos de la muchedumbre. Sí, ahora podía percibirlo mejor. Había mucha gente rodeándola, y ella no tenía idea de en qué momento se le habían acercado. ¿O quizá ella se había movido? Los límites de lo real y lo irreal se desvanecían burlones frente a sus ojos desesperados por información.

Intentó gritar, pero su boca desobedeció la orden y en vez de un grito soltó una frase lene e imperceptible, al menos para ella. Después, entre aquella sinfonía de ecos perdidos, la voz de un hombre se manifestó por medio de una frase cortada:

—...ejecución.

¿Cómo que ejecución?

Aunque supiese que no era más que una espectadora de algo que ya había vivido, pugnó por modular el enfoque de su vista para conocer un poco más los alrededores.

Desde el frente, a metros de distancia, la miraba un hombre cuyos ojos azules y cabello color plata echado hacia atrás fueron fáciles de reconocer para Lessa: era su entrenador, Hent Lagger, ahora que sabía su nombre.

Lessa pestañeó, y cuando abrió los ojos, se vio a menos de dos metros de Hent. La melodía de varios asientos siendo ocupados la hizo consciente de que la multitud estaba sentándose, de seguro a la espera de alguna función. Pero ¿cuál?

Entonces la palabra «ejecución» hizo alboroto en su cabeza.

«¿Ejecución a quién? ¿a mí?».

Todos la estaban mirando. Hent la estaba mirando. Pestañeó y tenía arco y flecha en mano. Pestañeó otra vez y ya no estaban. ¿Por qué? La cabeza de Astral empezó a dar vueltas por todo el escenario, y solo se detuvo cuando se dio cuenta cuenta de que junto a Hent había un chico inmovilizado.

«Norian».

—Hagamos algo, Astral —dijo Hent—. Si el vellano te amenazó... ¿qué tal si eres tú misma la que lo ejecuta?

Lessa abrió los ojos al máximo, dio un brinco hacia atrás y tropezó con una piedra que la hizo caer.

Una piedra que la regresó a su presente. 

Del cielo ya no caían copos de nieve, ni los asientos estaban llenos por la muchedumbre. Lessa estaba sola, tirada en el piso duro, inmovilizada por el asombro.

Su mente repetía en bucle el recuerdo que acababa de tener: ella en ese lugar con su entrenador, una ejecución próxima, Norian siendo el ejecutado, ella recibiendo la orden para matarlo...

Se cubrió el rostro. Tanto tiempo analizando la teoría de que Norian era su enemigo no la había preparado para afrontar la realidad, no se había preparado psicológicamente para cuando confirmase sus sospechas.

«Norian sí es mi enemigo».

Uuuuh, ¿qué tal esto? ¿se lo esperaban?

Tal vez esté muy corto el capítulo, pero siento que es suficiente para todo lo que iba a contar. Además, me permite hacer actualización doble, wuuuu.

Como curiosidad, les cuento que originalmente este cap y el que sigue eran uno solo, pero como sentí que se perdía un poco el impacto, los separé en dos escenas. Esta primera es la perspectiva de Lessa; la que viene, la de Norian.

Lo las cosas se van a poner muy fuertes a partir de ese siguiente cap. Nos acercamos al punto de no retorno.

Sin más que decir, ¡nos vemos! Gracias por leer :3

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