Capítulo V: Vellania
Haces de luz aterrizaban en caída diagonal sobre sus mechones azules, que desde hace un buen tiempo le cubrían todo el campo visual. Él le había dicho que bajara la cabeza para que no viese lo que estaba preparando para ella, y como aprendiz obediente, la muchacha no se atrevía a cuestionar sus órdenes. Permaneció sin ver nada hasta que un aplauso de su compañero le dio permiso de subir la cabeza.
El salón de entrenamiento era imponente, tanto por sus paredes altas como por el circuito de obstáculos extendido por todo lo ancho de la habitación. Comprendía desde zonas para escalar, pasando por puentes flotantes, hasta caminos aparentemente vacíos que solo destacaban por tener una alfombra de seguridad; esa alfombra de seguridad reglamentaria sin la que la mayoría de esos ejercicios no podrían llevarse a cabo. Ella lo sabía, eso y que el hombre, que ahora estaba detrás de ella, había arreglado todo el circuito especialmente para que se le hiciera más difícil llegar al final.
«El final» pensó, alzándose de puntillas para ver sobre la última plataforma flotante. Una luz azul resplandecía desde ahí. «Debo tocar esa esfera para terminar».
Asintió con la cabeza, suspiró y volvió asentir.
—¿Estás lista? —oyó decir al hombre detrás.
—Lista, señor.
El desconocido chasqueó los dedos, lo único que la chica necesitó para echarse a correr hacia el fondo del salón. Todos sus sentidos vibraban en señal de alerta por encontrarse en un nuevo circuito, todo de ella daba las bases para convertirla en una experta cazadora experta de peligros.
Apenas vio que las paredes a sus lados vibraban, supo que debía saltar hacia el frente. Y justo así lo hizo. Se libró de un ataque sónico por poco.
Tras caer de rodillas sobre la alfombra, una bajada de temperatura antinatural le hizo saber que había más cosas de las que preocuparse.
Dos cubos de hielo flotantes salieron disparados hacia ella desde los costados, así que la joven no tuvo de otra más que avanzar de un brinco e ignorar la leve molestia en las rodillas. Corrió hasta que una red fue disparada hacia su tobillo.
A pesar de sus esfuerzos por mantenerse estable, la prisa devino en un tropiezo, el tropiezo en una caída y la caída en una posición indefensa sobre la alfombra. Antes de que pudiera levantarse, se vio obligada a rodar —todavía con los pies atados— para esquivar el par de llamaradas flamígeras que brotaron del suelo.
Se libró a duras penas.
—¡Primera pregunta! —La voz del hombre resonó en toda la sala—. ¿Cuál es el deber de un soldado?
La niña liberó su pie antes de contestar.
—¡Honrar, proteger y defender a su reino!
—¡¿Cuál es tu reino?!
Ella abrió la boca para responder, pero su falta de atención a los alrededores la hizo presa fácil para el golpe de otro par de cubos de hielo. Quedó atrapada en una jaula fría a mitad de su recorrido, y con ello también quedó congelada la respuesta que iba a decir. Su prioridad pasó a ser romper esas paredes de hielo antes de que su tiempo perfecto se arruinara.
—¡Sigo esperando tu respuesta, Astral!
«Astral».
—¡Mi reino es Argenea!
«Argenea».
—¡¿Cómo protegen a su reino los soldados?!
La niña se liberó y se arrojó al suelo antes de que los cubos de hielo la volvieran a golpear. Una vez se sintió fuera de amenaza, se levantó. Casi de inmediato, sus sentidos volvieron a dispararse: había peligro.
—¡Los soldados dan su alma y corazón en nombre de la defensa del reino, señor!
Tras responder, saltó lo más alto que pudo para evitar ser atrapada por más redes. Su aterrizaje fue limpio e indoloro, una manifestación más que perfecta de todo lo que había conseguido entrenando. Era una con el campo de entrenamiento y sus acciones fluían con presteza envidiable.
—Cuando te vuelvas soldado, ¿darás tu alma y corazón por el bien de Argenea?
—¡Mi alma y corazón, señor! —dijo, esquivando otra trampa—. ¡Mi alma y corazón serán entregados por Argenea, para protegerla!
—¿Y cuáles son los peligros que acechan a Argenea?
—¡Amenazas del reino contrario, señor!
—¡¿Qué más?!
Los ojos de la niña brillaron al verse cerca del objetivo: ¡la luz estaba ahí, a tan solo unos escalones de distancia! Podía llegar a ella de un brinco si se lo proponía. Subió las escaleras y se extendió todo lo que pudo. Cuando estaba por alcanzar su objetivo, no obstante, la plataforma se elevó más y los escalones bajo sus pies empezaron a subir y bajar sin control.
—Astral...
La niña frunció el ceño.
—¡Amenazas los monstruos, señor! —Al decir eso, logró agarrarse de uno de los escalones, que inmediatamente se disparó hacia arriba—. ¡Hay de muchas clases!
—De entre esas clases, ¡¿cuáles son los que podemos encontrar dentro de la barrera?!
La niña se precipitó hacia la pared para tocar la luz con todas sus fuerzas. Ni sus sentidos afilados al máximo previeron que la plataforma en la que estaba volvería a moverse, esta vez hacia un lado.
Obvio no iba a ser tan fácil.
Cambió de rumbo y de inmediato una escalera se construyó frente a sus ojos, siguiendo el camino que la plataforma había tomado. No dudó en correr hacia allá.
—¡Lo mayoría de monstruos está en el bosque! —Detrás de ella los escalones desaparecían, así que tuvo que acelerar—. ¡Velos! ¡Piratas! ¡Alcadeos! ¡E-en...! —Evitó una caía agarrándose del barandal—. ¡Enredamiedos! ¡Pero los soldados los aniquilan todos!
—¡De ser soldado! ¡¿Los aniquilarías?!
—¡Afirmativo, señor!
El botón estaba cerca, tan cerca...
—¡Si un sentiforme nos atacara en este momento! ¡¿Los soldados lo aniquilarían?!
—¡Negativo, señor! —Dio un brinco sobre un tramo de escalones desaparecidos. Lo hizo con la mano extendida hacia el frente para tocar la luz sobre la plataforma escurridiza—. ¡Los sentiformes se encuentran fuera del campo de fuerza mágico, un ataque suyo sería imposible!
—¡¿Cómo conocemos a los sentiformes, entonces?!
—¡Porque a veces se amontonan en los bordes del campo de fuerza, señor, y así se les estudia!
—¡¿Y qué conoces de ellos?!
—¡Son grandes, ciegos y su mandíbula es muy fuerte! ¡Tienen excelente oído y estallan si son expuestos a situaciones extremas, señor!
A medida que respondía, la niña esquivaba todos los obstáculos en su camino. Cuando por fin se sintió lo suficientemente cerca del botón, fue indiferente al entorno y dio un salto enorme para alcanzarlo. El objetivo, por desgracia, aceleró de tal forma que a la mano de la niña se le hizo imposible tocarlo, y sin dejarle tiempo de reacción, la escalera debajo desapareció y ella terminó cayendo directo hacia el piso.
Soltó un grito ahogado al estamparse contra la alfombra. Estaba adolorida, tanto que no se pudo levantar hasta que el hombre apareció frente a ella. Ahí, el miedo superó el cansancio y la obligó a ponerse en pie con poca agilidad.
—¡Heeeeeey!
Bajó la cabeza, esperando el veredicto.
—No vuelvas a descuidar tu alrededor, Astral —aconsejó el hombre, que sorpresivamente le alzó la cabeza con cuidado—. Lo hiciste mucho mejor que ayer, felicidades por eso.
—¿Me oyes?
Los ojos del mayor eran azules y severos, enmarcados en un rostro cuyas facciones apuntaban a una edad el triple, por no decir el cuádruple, de la de ella. El cabello color plata peinado hacia atrás y sus atavíos azules enaltecían su ya muy solemne apariencia.
Una sonrisa idólatra se formó en los labios de la niña.
—¡¿Estás ahí?!
Acababa de felicitarla...
—Que no se te olvide nunca, Astral. —El hombre se dio la vuelta—. Naciste para aplastar.
—¡Despierta de una vez!
Ese grito, acompañado de una sacudida vehemente, la hizo abrir los ojos. Volvió a la realidad. No estaba en ninguna sala de entrenamiento con un hombre de ojos azules, sino a mitad de lo que presumía ser una casa abandonada, frente a una figura borrosa a contra luz que la sacudía mientras le gritaba cosas incomprensibles.
Solo después de que la chica pestañease pudo distinguir de quién se trataba: el muchacho pelirrojo. Estaba sobre ella, y la veía con hartazgo a través de su melena desordenada.
—¡Hey! ¡Quédate aquí conmigo! —fue lo primero que oyó la joven, todavía adaptándose a la realidad. Vio que el pelirrojo chasqueaba los dedos frente a ella—. ¡Casi...! ¡Casi nos matan! ¡Y tú lo único que hiciste fue hacerte la muerta frente a esa cosa!
—¿C-cosa?
—Sí, sí, la cosa que... —El chico tomó aire, y parte del frenesí desapareció. Por cómo infló los pulmones, la joven supuso que en serio había estado necesitando esa pausa, y que era solo en ese momento, luego de haberla visto desesperar, que se lo permitía.
La frente brillante delató que estaba sudando. Ella, en su intimidad, se preguntó si era por el cansancio o por los nervios.
—La cosa... La cosa que apareció —continuó el chico, más lento, mientras se le quitaba de encima. Luego señaló una de las ventanas—. Eso, sea lo que sea, sigue allá afuera. —Apuntó con más energía—. Estaba a punto de comerte, te desmayaste y tuve que cargarte hasta aquí. Con el tiempo dejó de atacar la puerta... pero sigue custodiando la entrada, esperando que salgamos.
En ese momento, todos los recuerdos de antes de desmayarse atravesaron la cabeza de la joven. El chico tenía razón: una mandíbula enorme había brotado de la naturaleza. De ahí para adelante, no recordaba nada, de seguro porque se había desmayado a causa de la impresión.
—Decías cosas dormida —completó el chico, apartando la vista hacia la ventana.
La joven asintió con la cabeza, nada más que eso pudo hacer. Estaba muy sobrepasada por la situación y lo que había soñado como para formular una respuesta audible.
Luego de un rato, se levantó de un brinco.
—Creo que estuve recordando cosas.
Ahora sentado en un sillón viejo al lado de la ventana, el pelirrojo volteó a verla. Su semblante gritaba desesperanza y desdén por todos lados:
—¿Ah, sí?
—Sí. Creo que sé el nombre de la bestia que nos ataca.
—Fabuloso, sabremos el nombre de nuestro asesino.
—No estás ayudando. —La chica se arrebujó junto a él para levantar la cortina y echar un vistazo al exterior. Él soltó un gruñido bajo para hacerle saber que no estaba a gusto con su cercanía, pero al verla tan concentrada supuso que sería inútil llamar su atención—. Tiene una mandíbula enorme, ¿no?
—Supongo, por poco y te despedaza. —Apoyó la barbilla en su mano, pose caprichosa—. Al menos un «gracias» podrías decirme por salvarte de esa.
—Pensé que me querías lejos.
Él calló.
—Ya veo. —La joven esbozó una sonrisita, analizando la parte de afuera con curiosidad infantil—. ¿Me salvaste para quedarte callado?
—No te salvé, me salvé a mí, que es diferente.
Su compañera le lanzó una mirada interrogativa.
—Seas quien seas, tienes que ver con mi pasado, así que no me separaré de ti hasta que recuerde quién soy. —Hizo una pausa en la que apartó la vista, enfocándola en el techo desgastado—. Además, quiero pensar que aún queda pendiente la propuesta de unirnos...
La chica sonrió más. No sabía por qué, pero algo en la actitud esquiva del desconocido le daba ternura. Miraba a los lados en un intento de verse frío e indiferente, y no funcionaba, porque ella, por alguna razón, podía ver más allá de sus gestos, y sabía que bajo aquel rostro desganado se ocultaba alguien temeroso de la situación.
—Sí, la propuesta sigue vigente... —complació ella.
—Entonces la acepto —repuso él. Al considerar que había sido demasiado efusivo, carraspeó, se alejó un poco de ella y dijo, con tono más pausado—: Y ya que recordaste un poco, ¿algo de eso tenía que ver conmigo?
—Nop. —Su respuesta fue tajante, casi burlona. El pelirrojo hubiese bufado de no ser porque ella se le adelantó—: Peeero creo que sé por qué, así que tendrás que ayudarme si quieres que te diga.
—¿Estás chantajeándome a cambio de información?
—Es eso, o que te coma el sentiforme, tú decides.
—¿Sentiforme?
—Creo que así se llama el tipo de criatura que está afuera.
Antes de que el muchacho pudiera replicar, la joven se agachó en el suelo. El interés con el que se puso a rebuscar entre los escombros despojó al chico de cualquier intención interrogativa. Ahora, más que información sobre la criatura, quería saber la razón detrás de ese repentino comportamiento en su compañera.
Los segundos pasaron, y ella no desistió. Cuando un área del suelo dejaba de parecerle interesante, nada más se ponía de pie, se iba a otro sitio y ahí continuaba la aparente búsqueda. ¿De qué? El pelirrojo no lo sabía. Solo la veía agarrar objetos, tirarlos y agarrar otros, en un proceso cíclico que él no osaba interrumpir ni con su respiración.
Los segundos se convirtieron en minutos. El joven se cruzó de brazos, cambió el peso de una pierna a otra y soltó un quejido. Ahora sí no estaba dispuesto a esperar callado, menos si había una criatura afuera que en cualquier momento podría entrar. Aquella estructura estaba lejos de sus días de gloria como para ser un refugio decente: las tablas de madera del techo estaban flojas, las paredes tenían grietas, los muebles, aunque mantenidos, estaban salpicados de polvo, y la iluminación dejaba mucho que desear: si veían era solo por la luz que se metía por las ventanas, a falta de sistemas internos.
Sobre el techo desvencijado había un círculo colgante. ¿Sería esa una forma de...?
—A-ay.
La voz de la chica lo sacó de sus cavilaciones. Estaba de espaldas a él, acuclillada, con una mano en la cabeza y la otra sobre el suelo, como si sus pies ya no bastaran para mantenerla estable.
—¿E-estás bien?
—Sí, solo que... —Se encogió, volteando a verlo sobre su hombro—. Me dolió la cabeza de pronto, pero ya estoy bien. Ya encontré lo que estaba buscando.
El chico no tuvo que molestarse en preguntar, pues ella misma, luego de levantarse, le mostró lo que había obtenido.
En sus manos sostenía una estatua gris de silueta femenina. Lo que quedaba era más que todo el torso y las vestiduras, estas últimas emulando un vestido en plena lucha contra el viento. De resto, no había mucho que mirar. La cabeza y parte de los brazos habían sido arrancados.
El joven dio un respingo: sentía una punzada en la cabeza.
—¿Estás bien?
—Sí, sí. —Y miró, ya no la estatua, sino a la chica—. ¿Para qué buscaste eso?
—Para comprobar algo.
Al joven le habría gustado que se extendiera más en su explicación. De esa forma, no se habría sorprendido tanto cuando la vio arrojar la estatua por la ventana.
El estruendo de los vidrios al romperse a causa del impacto, junto con el aterrizaje del objeto en el piso, fue lo suficientemente sonoro como para llamar la atención del monstruo que aguardaba afuera. Los temblores propios de su acercamiento cimbraron el suelo; más temprano que tarde, dejó de ser un simple sonido y se volvió una realidad. Realidad visible. Su cuerpo gelatinoso apareció frente a le ventana, inspeccionó la estatua y no mucho después la destrozó con su mandíbula. Los dientes le nacían desde el centro de la cabeza en forma de círculo, suspendida sobre dos patas flexionadas hacia el frente. Había brazos, pero no se desplazaba con ellos. En vez de elementos con una función real, parecían un adorno para que toda la anatomía larguirucha tuviera forma humanoide.
Ese análisis minucioso de su aspecto lo hizo ella.
Él, en cambio, tuvo otra reacción: se echó para atrás de un brinco. Hubiese caído al suelo de no ser porque la joven lo sostuvo, justo antes de ponerle un dedo en los labios mientras le siseaba. Él no supo por qué, pero verla tan abstraída en su táctica le drenó todas las preocupaciones, como si algo muy en el fondo de su cabeza supiese que esa chica estaba más que preparada para formular planes asombrosos. Exudaba un aire de seguridad abrumador.
—¿Q-qué vamos a hacer? —susurró él.
Ella, aún distraída por los movimientos de la bestia, respondió en automático:
—Vamos a distraerlo con ruido y correr.
—¿Estás loca?
—¿Tienes un mejor plan?
—No, pero...
—Entonces usaremos el mío. —La joven se asomó de nuevo por la ventana. La bestia estaba mordisqueando el adorno—. Los sentiformes son rápidos y tienen buen oído, pero no ven. Lanzaremos cosas al sentido opuesto al que vayamos a huir y así...
—¿Y así...?
—Haremos que se aleje.
—¿Y si no funciona?
—Nos come. —La naturalidad con la que dijo eso asustó al muchacho—. Pero tranquilo, eso no debería pasar.
—Ajá —bufó—. Pero déjame decirte que acercarme a esa cosa no entra en mis planes.
—No nos vamos a acercar... —dijo, mirando el techo. Sus ojos parecían ver cosas lejos del alcance del muchacho—. Tengo un plan para que podamos hacer ruido desde un punto seguro.
—¿Y cuál es?
La chica sonrió con dulzura, al mismo tiempo en que le pasaba por un lado para darle una palmadita en el hombro. Él se sintió extraño, mucho más de lo que se había sentido desde su despertar.
«¿Qué fue esta chica en mi vida?».
Una pregunta sin respuesta, al igual que todas las preguntas que se había hecho hasta entonces. Se dijo que, si quería resolverlas algún día, debía sobrevivir. Y para eso solo le quedaba colaborar en la idea de su compañera.
Ella rasgó la ya muy raída falda de su vestido e hizo una suerte de saco, en el que los dos metieron todas las cosas que consideraron tan pesadas como para hacer un ruido distractor. Cuando estuvo lleno, la joven se dirigió al fondo de la sala, y usando los pedazos caídos de algunos muebles, se levantó hasta que le fue posible mover los tablones de madera en el techo y hacer una abertura. Su intención no era hacerla muy grande, pero la propia debilidad de la estructura, junto con la fuerza que ella aplicó, agrandó el hoyo lo suficiente para que el pelirrojo entendiera sus intenciones.
—Entonces quieres que lancemos las cosas desde el techo...
—Diez puntos al chico listo —felicitó ella, a mitad del agujero—. ¿Vienes?
—Voy.
El cuerpo delgado de la chica terminó de atravesar la abertura en un movimiento limpio y grácil. Cuando estuvo sobre el techo, le extendió la mano al pelirrojo para ayudarlo.
Él la recibió.
Sus movimientos fueron igual de ágiles que los de ella, así que no se le hizo difícil encaramarse sobre las tablas. La verdadera dificultad llegó cuando, en su intento por acercarse a la chica, pisó una zona demasiado débil: las tablas debajo cayeron y el sentiforme se alborotó.
Él pudo sostenerse de otro pedazo de madera que estaba cerca, pero la joven, que había retrocedido por los nervios, pisó la parte más débil de la superficie e hizo que su pie pie se hundiera en un hoyo.
Con ella se fue el saco también, y el bullicio que causó al estrellarse con la madera bastó para que el sentiforme se alborotara de nuevo.
Embistió la casa. O al menos, eso le pareció al pelirrojo cuando las paredes temblaron y su propio cuerpo salió disparado hacia el frente. Si no se cayó fue por la fuerza de sus manos, que se aferraron al borde del techo apenas pudo.
Crujidos parecidos a advertencias resonaban desde la madera cada vez que hacía el intento de levantarse, advirtiéndole que, de moverse mucho, los dos acabarían atravesando el techo en un destrozo auditivo demasiado evidente. Y dudaba que una vez dentro estuvieran seguros: si el sentiforme los había oído, no escatimaría, ahora sí, en derribar las paredes. Si antes no lo había hecho era solo por el silencio.
«Y ya no hay silencio...».
Entre los dos, la más vulnerable era la chica, ya que por mucho que intentaba sacar la pierna del agujero, lo único que conseguía era astillarse y debilitar la madera.
—Deja de moverte —pidió el chico, que sin quererlo extendió un brazo hacia ella. ¿Se le había movido solo?—. Quédate quieta y espérame ahí. Si me acerco, tal vez pueda...
—Pero me... —Mientras hablaba, la madera bajo su cuerpo se hundió—. Me voy a caer...
—No.
Ella lo miró en señal interrogativa: ¿qué iba a hacer? ¿tendría un plan? Todas sus dudas aumentaron apenas vio que el joven levantaba el puño como quien está a punto de dar un golpe. ¡No! Extendió la mano para detenerlo, pero lo hizo demasiado tarde: el pelirrojo ya había golpeado la madera a su alrededor con todas sus fuerzas.
Cayó al piso en compañía de un montón de tablones ruidosos.
Al rato, ella también cayó, justo frente a él.
Y gritó.
No por sí misma, no por el dolor de la caída, no por el asombro de lo que acababa de vivir. Gritó, simple y llanamente, por ver que el sentiforme derribaba la pared, atrapaba la pierna del muchacho y lo arrastraba consigo.
«No».
«No».
«¡No!»
—¡N-no puede ser! —La chica empezó a perseguirlos, desesperada—. ¡N-no...! ¡No!
«No... No... No...».
El sentiforme lanzó al chico contra el suelo.
«¡No!»
La joven corrió más fuerte.
«NoNoNo».
Aceleró.
«NoNoNoNoNoNor...».
La bestia separó la mandíbula y...
—¡Noriaaaaaaaaan!
«¿Norian?».
«¿Dije Norian?».
«Norian».
A lo lejos, la mención de esa palabra alumbró el espacio oscuro en la cabeza del pelirrojo. Dejó de ver al sentiforme, y en su lugar apareció una serie de cuadros distorsionados, de colores distintos, que se movían al compás de sus latidos. ¿Eran personas? ¿personas dentro de recuerdos? Era demasiado borroso para saber. La única certeza era que de ellos se desprendían sonidos, voces, en su mayoría, entonando una misma palabra:
«Norian».
Los colores giraron y le dieron forma a una imagen nueva, a un lugar nuevo. Era oscuro y asfixiante. Al moverse, el muchacho sintió el roce de una tela. Supuso rápido que estaba debajo de unas cobijas.
—¿Norian? ¿estás aquí? —oyó que lo llamaban.
—¿Qué quieres?
Su voz fue débil, amortiguada por los cobertores con los que se cubría. Había pasado tanta vergüenza frente a él que no quería sumar más humillaciones a la lista.
«¿Humillaciones?».
«Pues, ¿qué estoy recordando?».
—Norian...
—V-vete.
Una mano cálida se posó en su pierna, empezando una caricia consoladora que él despreció con un manotazo brusco.
—Déjame.
El recién llegado suspiró. El joven, aunque no lo vio, supuso que luego de eso se había sentado junto a su cama, ya que sintió el peso de una espalda contra el colchón.
—Sé que te sientes...
—No, no lo sabes —gruñó—. Y-ya, ya no puedo hacer esto. No sé por qué te esfuerzas tanto, Terrance.
«¿Terrance?».
—No sé por qué no te has rendido conmigo como los demás entrenadores. Es decir... —Tomó aire—. No sirvo para nada, es inútil. Desde lo que pasó, todos me miran como si estuviera loco y-y... y yo simplemente, simplemente no puedo. La forma en que te hago perder el tiempo me hace sentir peor.
—No te considero una pérdida de tiempo, Norian.
—¿Un guerrero que no sirve en el campo de batalla qué es, entonces?
—Oye, las palabras de la líder de Ferston fueron...
—¿Realistas?
—Un poco duras. —El hombre soltó una risita—. Pero si así es como lo quieres ver...
—Como yo lo veo, es realista. —El chico se acurrucó más en su refugio de telas—. No sirvo para esto.
—¿Por qué lo dices?
—¿De verdad te lo tengo que explicar? —bufó—. Solo me aceptan en competencias por influencia tuya, nada más. De seguro soy un patético para los soldados.
—Hablando de competencias...
—Ahí va de nuevo.
—Conoces el torneo anual, ¿no? El que se hace cada año contra Argenea. —El hombre hizo una pausa en la que el pelirrojo sacó la cabeza de su refugio, medio interesado pero igual con el ceño fruncido—. Bueno, logré que te aceptaran como el representante de Vellania este año. ¿No te parece una buena oportunidad para practicar? Y esta vez: nada de armas.
El joven forzó un mohín.
—¿Qué me asegura que no va a haber armas?
—Nunca hay armas en el torneo anual.
—No me interesa.
—¿A Norian Archer no le interesa patear el trasero de los argeneanos?
«Norian Archer... ¿así me llamo?».
—Bien, déjame re-formular la pregunta —retomó el hombre, ahora con tono más serio—. ¿No quieres superarla?
Al chico se le revolvió el estómago, y calló.
—No tienes que participar si no quieres —añadió el hombre, suavizando la voz—, pero sí me gustaría que dieras vuelta a la página. Visitar el reino sería algo bueno.
—La extraño mucho, Terrance.
«¿Extrañar? ¿a quién?».
—Lo sé.
—Quiero estar con ella...
«¿Ella?».
—Eso también lo sé, Norian, pero sabes que ya no se puede. —El tono se volvió algo severo—. Ir a Argenea sería un buen comienzo para superar lo que pasó, si me dejas aconsejarte.
Dicho eso, la cobija fue levantada. El muchacho apenas pudo reaccionar cuando ya estaba descubierto.
Pudo ver al hombre.
Era mayor, por mucho más que él, pero el impacto se suavizaba por el corte largo y los cabellos castaños desordenados, que le daban un aspecto más juvenil. La sonrisa afable y el brillo en sus ojos café reforzaban eso último.
«¿Quién es este tipo, y por qué me trataba tan bien?».
Le dolió la cabeza.
«¿En serio me trataba bien?».
—No tienes que responder ahora, puedes tomarte el tiempo que necesites —dijo, poniéndole una mano en el hombro—. Solo recuerda que, como vellano puro, naciste para algo importante, y el fuego corre en tus venas.
«Fuego en las venas...».
«Fuego».
—¡N-Noriaaaaaaaaaan!
El pelirrojo sintió un estallido dentro, como el despertar de una flama en un cuarto oscuro. Antes de que pudiera analizarlo mejor, tenía todo el cuerpo prendido en llamas. La fuerza calorífica brotaba con vehemencia de cada parte, cada centímetro, cada poro. Todo él era ahora nido de llamaradas ardientes que sin dudarlo devoraban la poca vegetación cercana y la mandíbula del sentiforme, que al sentir tal subida de temperatura empezó a chillar y a sacudirse en un fútil intento por apagar las flamas que lo consumían.
Nada podía detenerlas. Más y más lenguas anaranjadas salían del pelirrojo conforme la criatura agonizaba de dolor frente a él, creando una imagen nefasta en la que uno a uno tajos de carne se le desprendían del cuerpo convertidos en una masa sanguinolenta y pastosa. Era horrible, pero al mismo tiempo, tan impactante e inusual, que el pobre muchacho no pudo dejar de ver en primera fila hasta que la criatura se internó en el bosque en forma de escape.
No duró mucho: a mitad de camino se hizo pedazos en una explosión de líquido púrpura y chispas fogosas.
El fuego desapareció segundos después, así que el humo que ascendía haciendo figuras abstractas en el aire acabó por ser la única prueba del incendio.
Norian, tirado en el piso, ya no le prestaba atención a nada, ni a los pasos que se acercaban corriendo ni al dolor palpitante en su pierna a causa de los mordiscos del sentiforme. No. Estaba congelado, absorto en el camino de destrucción que había hecho la criatura antes de perecer. Sus ojos estaban tan abiertos que daban la ilusión de querer salirse de las cuencas, y su expresión entre inmutable y perturbada no se borró ni al sentir unos brazos rodearle el cuello.
—¿E-estás bien? Oye. —La chica de cabello azul apareció en su campo visual, revisándole el rostro—. Lo... lo que dije fue tu nombre, ¿no? Y-y recordaste, recordaste que manipulas el fuego. Estamos avanzando.
Ella siguió hablando y sacudiéndolo para conseguir alguna reacción, pero no obtuvo resultados. Algo más allá del entendimiento de la chica había secuestrado la atención del pobre pelirrojo.
—Oye, ¿qué tienes? ¿Estás...?
Norian alzó la mano para señalar lo que había delante de él. Lo hizo sin fuerza, como motivado por algo que movía su cuerpo de forma automática, mas no su corazón.
La chica se dio la vuelta para ver, y se encontró con el camino que había hecho el sentiforme. Ahora en el fondo, detrás de todos los árboles, era visible un detalle que antes había pasado por alto: una extensión de tierra rojiza con un castillo al final.
—Eso parece...
—Mi reino —balbuceó el pelirrojo—, Vellania.
¡Holaaaa! ¡Por fin nuevo capítulo! Cuéntenme, ¿qué les pareció? ¿se imaginaban que así iban a ser los primeros recuerdos? ¿qué opinan de lo que pasó con el sentiforme? ¿les gustó esta "primera" interacción entre los protagonista? Estoy muy emocionada por cómo va avanzando, aaaah.
Así como en este cap, poquito a poquito los personajes irán recordando quiénes son; ya al menos tienen un nombre...
¿O dos?
jjjjaajjj, sembrando la duda para los que estén leyendo este libro primero.
En fin, recuerden prestarle atención a los detallitos. ¡Nos vemos en el siguiente capítulo! (sí, actualización doble, gente 😎). Creo que en vez de publicar dos veces a la semana, publicaré un solo día, pero siempre dos capítulos, ¿qué tal?
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