Capítulo IV: Cementerio natural
«Estudiamos lo que vemos, y no siempre lo que vemos es lo que existe».
-Brida (Paulo Coelho)
En lo que trataba de normalizar su respiración, una sola pregunta hacía eco en la mente del chico: ¿por qué? Y, cómo no, se ramificaba en diferentes versiones: ¿por qué había salido corriendo? ¿Por qué le costaba respirar? ¿Por qué recordar la marca de aquella muchacha sin nombre lo asustaba? Cada que cerraba los ojos y rememoraba la imagen de aquel corazón azul, se le aceleraba el corazón y le daban ganas de vomitar. Luchó también contra puntadas en la cabeza, que aparecían como si alguien le estuviera clavando cuchillos desde dentro del cráneo.
Tenía ganas de llorar, no podía más. Ni siquiera distraerse mirando a los lados servía, ya que las inmediaciones eran pasillos destruidos con la pintura caída y los suelos desgastados, muy poco consoladores. Entre eso y la oscuridad de sus ojos cerrados, el pelirrojo prefería lo segundo, aun si así terminaba viendo imágenes borrosas de aquella marca de corazón.
Esa marca, o mejor dicho, esa chica, tenía relación con su pasado. De no ser así, su cuerpo no habría reaccionado de la forma en que lo hizo. Su subconsciente sabía algo que él no, y claro, era posible que fuera un recuerdo negativo, pero...
«Me hizo reaccionar, eso ya es un avance».
Por muy mala que hubiera sido la experiencia, al menos le había dado una pista a la que aferrarse. Sin lugar a dudas, esa joven y la marca tenían que ver con él, y si en serio no había nadie más por ahí, lo más probable era que ella fuese la única vía para recuperar la memoria. Debía enfrentársele.
Respiró profundo, empuñó las manos y pegó la vuelta para regresar a donde estaba la joven.
Tras varias decepciones al no poder encontrar al muchacho, la chica optó por ampliar la búsqueda hacia el exterior, no sin antes vendarse los pies con algunos tajos de su vestido roto. Qué tan caro podía ser ya era un detalle sin importancia. Sus únicas prioridades eran recuperar la memoria y encontrar una vestimenta que la cubriese mejor.
Lo poco favorable de ese vestido era que le facilitaba moverse y sentir la brisa, fresca, ni muy fría, ni muy caliente. Cuando salió de manera oficial —y descubrió, no sin sorpresa, que había estado dentro de un castillo—, la temperatura varió apenas un poco.
Un cielo azul despejado protagonizaba las alturas, sin siquiera una nube. En vez de eso, tenía un sol, no más que un punto rodeado de un gradiente rojo que amenazaba con desaparecer tras las montañas en el horizonte. Bien. Significaba que eran alrededor de las seis de la tarde, entonces... ¿había pasado casi todo el día durmiendo?
Tal vez, como llevaba un vestido de fiesta, había asistido a algún evento dentro del castillo la noche anterior, en el que probablemente terminó ebria por alguna bebida.
Eso podía explicar su falta de memoria...
Pero no la destrucción del castillo.
¿Habría sido un terremoto?
Pero ¿por qué solo estaban ella y ese chico extraño? De haber sido un terremoto, aun si ellos fueran los únicos sobrevivientes, habría cadáveres por todos lados. Quizá, y solo quizá, todos habían logrado huir menos ellos...
¿Algo los había retenido?
«Piensa, piensa» repitió en su mente, alejándose del castillo sin darse cuenta. Sus pies vagamente protegidos por un vendaje improvisado y un calzado destruido sentían a la perfección todas las texturas de la superficie: primero, camino empedrado; luego, alejado más de la entrada, un terreno seco con plantas muertas.
¿Plantas muertas?
Sí, plantas muertas. Mientras más se alejaba del castillo, más vegetación seca encontraba. Era un cementerio natural.
Curiosa, lanzó una mirada a la lejanía y se encontró con un terreno extenso, justo frente al castillo, en el que al final se alzaba un tumulto de pinos grises desfallecientes. Aparentaban ser el único rastro vivo de naturaleza a kilómetros de distancia.
Sin embargo, no fue eso lo que llamó la atención de la chica.
Había movimiento en los árboles, movimiento significaba vida, y vida significaba esperanza. Podía ser que hubiera más sobrevivientes esperando ser rescatados.
—¡¿Hola?! —gritó, caminando hasta allá—. ¡¿Hola?! ¡¿Hay alguien?!
El movimiento en el bosque se tornó más frenético, lo mismo con la brisa, que formó espirales en torno a la muchacha. Hojas de árboles y ramas giraban a su alrededor, en compañía de la tela desbaratada que le hacía de vestido y su cabello azul que luchaba por salirse de la trenza.
Cuando por fin llegó al bosque, se detuvo, testigo de cómo la naturaleza vibraba por su cercanía.
Pero no, no vibraba.
Moría...
Conforme pasaban los segundos, los árboles se reducían a simples ramas secas en el suelo.
Se oyó un chillido.
—¿H-hay...? ¿H-hay alguien ahí?
—¡Cuidado!
¿Cuidado?
Cuando la chica entendió el porqué de aquel grito, ya era demasiado tarde: una mandíbula había nacido del bosque directo hacia ella.
Uuuuh, ya empezó el peligro(?
Hasta ahora, ¿qué les parece? ¿Cuáles son sus teorías? ¡Me encantaría leerlos!
Para este lanzamiento decidí que solo publicaría cuatro capítulos, pero no se preocupen, porque el miércoles vuelvo a publicar y (quizá), si veo que tiene buen recibimiento, decida publicar dos veces a la semana. ¿Qué días les gustaría?
¡Nos vemos la semana que viene! ¡Muchas gracias por leer!
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