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49. Amor propio

Tal y como el rey ha solicitado, mis compañeros y yo hemos eliminado la mayor cantidad de monstruos que han invadido Hyrule. Sin embargo, sé que nuestros esfuerzos serán en vano, pues siempre aparecen de nuevo y cada vez más, como si Ganon tomara sus cadáveres y les devolviera la vida. Como dijo Impa, es muy seguro que eso tenga que ver con la luna carmesí que comenzó a aparecer desde hace meses. Sin duda, eso es obra de ese maldito rufián.

Mi persecución a los monstruos provoca que me aleje de mis compañeros, por lo que termino llegando al Gran Bosque de Hyrule.

- Mi padre va a volver a molestarse conmigo. – me quejé afligido. – Siempre me dice que aprenda a trabajar en equipo, pero simplemente me cuesta llevarles el ritmo. Prefiero hacer todo solo.

Mi padre está en contra del individualismo, y aunque no sienta desagrado de estar en grupo, en situaciones extremas, prefiero hacerlo solo. Claro está... con una excepción.

Solo con los Campeones pudo sentirme cómodo, a pesar de los comentarios desatinados de Revali, pues los demás se han convertido en invaluables amigos. Y sobre Zelda... aún sigue mostrando desagrado hacia mí, y es ahora cuando más deseo estar cerca de ella, pues la frustración de no despertar su poder la consume cada día, sumado a eso desconocer el paradero del elegido por la espada destructora del mal.

¿Quién será esa persona? Quisiera encontrarlo de una buena vez, pues estoy seguro de que es alguien muy seguro de sí mismo, totalmente empoderado de su misión y sin temer cumplir con las altas expectativas de los demás... No como yo.

- ¿Qué fue eso?

Mis pensamientos se ven interrumpidos por un sonido detrás de los arbustos, por lo que de inmediato tomo mi espada y escudo para ponerme en guardia. Un enemigo seguro logró seguirme, por lo que no dudaré en acabar con él de inmediato.

Con cuidado, me acerco hasta el matorral, el que alzo rápidamente para atacar.

- ¡Muere, maldi...!

Sin embargo, detengo mi espada al ver que lo que se encuentra frente a mí no es un monstruo, sino todo lo contrario.

- ¿Un caballo? ¿Pero có...?

Sin preverlo, el caballo pega su hocico a mi cara, lo que me deja sorprendido y al mismo tiempo asustado, pues ninguno de los caballos con los que he tratado se ha comportado así conmigo, a pesar de ser dóciles.

- No puede ser, pero si eres un caballo salvaje demasiado cariñoso. – expreso sorprendido, acariciando el hocico del animal.

Mientras el caballo sigue en los mimos, comienzo a examinar algunas características de él, sobre todo en el tamaño de sus orejas o la forma de su hocico, lo que me hace descubrir algo más.

- Eres una hermosa yegua. – dije, siguiendo con el cariño. – Nunca había visto un animal como tú, y eso que me he recorrido todo este reino. No vuelvas a asustar así a las personas, pues pensé que eras un enemigo.

Procedo a retirarme para regresar con mis compañeros, pero la yegua me sigue y me quita el casco de mi armadura.

- ¡Hey! ¿¡Qué haces!? – reclamé impactado. – Eso es mío.

Al parecer, la yegua quiere darme un mensaje con su traviesa acción.

- ¿Quieres quedarte conmigo y ser mi montura? – pregunté, tomando mi casco.

El animal resopla en mi cara, lo que me demuestra su afirmativa respuesta. Me abrazo a ella para recibirla.

- Nunca me imaginé que tendría mi primer caballo de esta forma, pues los demás solo son parte de la guardia real. – mencioné emocionado. – ¿Cómo debería llamarte?

Comienzo a pensar en un nombre, hasta que recordé uno de los personajes de los cuentos de Abril, uno que me había llamado mucho la atención.

- Epona... Así te vas a llamar.

La yegua relincha de dicha y se agacha a mi altura para que la monte, algo que me da gracia debido a que no tiene silla. Sin embargo, lo que más me sorprende es que su hocico se mueve a dirección contraria a donde tengo que ir.

- ¿Quieres llevarme por allá? ¿Qué hay ahí?

La yegua resopla con más fuerza, por lo que decido dejarme llevar por su pedido y me subo a ella.

Y, a decir verdad, desde que llegué al Gran Bosque de Hyrule, siento una extraña corazonada.

...

No entiendo cómo la yegua pudo hacerme venir a un lugar como este, pero la culpa es mía por haberle hecho caso. Había leído cosas sobre esto en algunos libros, pero nunca lo había visto con mis propios ojos.

Me encuentro en la entrada del Bosque Perdido, un sitio del que dicen que, una vez que entras, desapareces, pues vagas infinitamente en un laberinto sin salida. Siento temor con solo imaginarlo, por lo que decido irme de aquí cuanto antes.

- Epona, no podemos estar aquí. Vámonos. – indiqué serio.

Tomo a la yegua del cuello para incitarle que me acompañe, pero esta no obedece; más bien comienza a señalar con su hocico la entrada del macabro bosque, y más me preocupo al entender lo que me insinúa.

- ¿Pretendes que entre ahí? – pregunté espantado. – ¡Ni hablar!

A pesar de negarme, un sentimiento inquietante se apodera de mí. Acepto que siempre he sido curioso, pero tengo mis límites, pues un guerrero no puede arriesgar la vida de manera imprudente.

Cierro los ojos esperando que ese sentimiento se calme, hasta que escucho una voz que me llama.

- Link... te estoy esperando.

Me sobresalto al oír esa voz es mi mente, una que nunca había escuchado, pero por alguna razón me trae nostalgia. No suena como un ser humano, sino como alguien inmaterial y ajeno a este mundo.

Yo... espero no arrepentirme de lo que estoy a punto de haces.

- Te haré caso, Epona. Entraré al bosque. – afirmé inseguro, pero decidido. – Si demoro mucho, no me esperes y vete de aquí.

La yegua me mira con agrado, como si estuviera dándome ánimos a medida que ve mi partida.

...

He llegado al interior del Bosque Perdido, y tal y como lo leí en los libros, es un sitio tenebroso, pues los árboles me han recibido con una sonrisa macabra, lo que me hace pensar que cometí un error al haberle hecho caso a mi curiosidad.

- Soy un necio... No debí...

- ¡Yahahaiiii!

No puedo describir el grito de espanto que saqué de mi garganta, al mismo tiempo que caía al suelo. Seguro que si los demás caballeros me vieran, se burlarían de mí.

- ¡Pequeño Link, como has crecido!

Frente a mí se encuentra un ser que mi hermana ya me había mostrado en sus libros, pero que de la misma manera se me hace conocido... En algún lado lo he visto.

- Eres un Kolog... – afirmé, recuperando la calma. – ¿Cómo es que sabes mi nombre?

- ¿Han pasado tan pocos años y ya no me recuerdas, Link? – preguntó el ser, indignado. – Soy tu hada padrino, el que te hizo la corona de flores para tu princesa.

- ¿Corona de...?

En ese momento mi mente se ilumina y recuerdo al ser, el que sigue idéntico a pesar de los años. Siempre pensé que se trataba de un sueño resultado de mis fantasías de infancia.

- Eres mi hada padrino... Gingo.

- Así es. ¿Y recuerdas que te dije que iba a llevarte a algo que te pertenecía? – preguntó el Kolog, caminando alrededor de mí. – Pues hoy es el día.

- ¿A qué te refieres? – pregunté confundido.

- Sé que con tus amigos estás buscando al héroe elegido por la espada destructora del mal. – dijo Gingo. – Yo puedo llevarte hasta él.

- ¿De verdad? – pregunté interesado.

- Sí, está en lo profundo de este bosque, al pie de la espada... pero no te será fácil llegar.

- ¿Ah?

- Tendrás que traspasar el laberinto de este sitio usando únicamente tu intuición de guerrero, para poder llegar al corazón del bosque. – indicó el ser. – Sin embargo, debes tener cuidado, porque si te pierdes no podrás salir jamás de aquí.

- Yo... haré lo necesario para encontrar a ese joven.

A pesar de la preocupación que me causa este reto, si encuentro al portador de la espada, Zelda estará más tranquila, pues él es clave para poder derrotar a Ganon. Incluso... quizás así, ella vuelva a tener simpatía por mí.

- Te esperaré en el Bosque Kolog, pequeño Link. Mucha suerte.

Gingo desaparece, mientras que yo analizo el correcto camino que debo tomar.

- Link... Amo Link... Te espero...

Y la voz es suficiente para abrirme el panorama. Desconozco a quién pertenece y de qué dimensión es, pero ella es la encargada de despejar el camino de este tortuoso laberinto, e incluso los árboles que se me cruzan parecen mirarme con miedo. ¿Qué es esta esencia que me llama? ¿Es la voz del portador o algo encerrado en mi mente?

Sigo sin parar por mi camino, hasta que llego al escondido bosque custodiado por un enorme árbol de cerezo. Gingo me espera a los pies de este.

- Mira, Link, esta es la Espada Maestra. – dijo el Kolog, señalando el arma. – La única capaz de destruir al mal.

Mi piel se eriza apenas mis ojos se posan en la espada, llenándome de una calidez espantosamente familiar y una nostalgia que me provoca ganas de llorar. Quiero acercarme, pero no me atrevo, pues mis manos comunes no son dignas de tocarla.

- ¿Dónde está el portador? – pregunté, deseando cambiar de tema para olvidar mis sensaciones.

- En este momento te lo presento. – dijo Gingo.

El Kolog toma mi hombro y me hace caminar unos pasos, hasta que llegamos a un charco de agua sumamente claro, pero que no me parece nada especial.

- ¿Y esto? – pregunté serio. – ¿Qué tiene de especial este charco?

- No es el charco lo que importa, sino el que se refleja en él. – dijo Gingo, colocándose frente al agua.

- No entiendo...

- Quien está reflejado en el agua es el legítimo portador de la Espada Maestra. Tu búsqueda ha terminado.

Esto debe ser una broma...

Impactado, doy unos pasos atrás, mientras que el Kolog me toma de la cara para ayudarme a reaccionar.

- No digas tonterías, Gingo. – reclamé enojado.

- Así es, Link. El joven que por tanto tiempo han anhelado encontrar siempre estuvo cerca, luchando contra la adversidad con coraje y determinación. – dijo el Kolog. – ¿Por qué crees que llegaste hasta aquí guiado por la voz de la espada? Nadie más que su dueño puede escucharla, pues ambos comparten una promesa desde el inicio de los tiempos.

No soporto más este tipo de confesiones, por lo que caigo de rodillas al suelo, mientras mi cuerpo tiembla. ¿Cómo es posible que un simple guerrero como yo sea el elegido por la Espada Maestra? No sé qué decir ni qué sentir.

- Yo... Imposible.

- Ponte de pie, guerrero legendario.

Una potente voz acapara todo el ambiente, lo que causa que Gingo vuele alto y de los demás árboles salgan más seres iguales a ellos, a excepción de uno que es mucho más grande que los demás y baila al son de sus maracas. Todos parecen felices, como si algo se estuviera celebrando.

- Yo soy Deku, el Árbol protector de este bosque y de la sagrada Espada Maestra.

Me pongo de pie para escuchar con atención al árbol, dejando de lado la sui generis situación que me encuentro viviendo.

- Hemos esperado por miles de años tu llegada para que tomes el arma que te pertenece, la que te ha estado llamando con suma urgencia.

- Señor...

- Además de eso... tengo algo que entregarte.

A los pies del árbol nace un brillo azulado, el que provoca que me acerque a visualizarlo mejor. Ha aparecido un instrumento musical que he visto muchas veces, pues mi hermana está aprendiendo a tocarlo.

Una ocarina azul.

- La Ocarina del Tiempo, un legado del héroe elegido por la Diosa de hace miles de años. Ahora te pertenece. – dijo el espíritu del bosque.

- ¿Qué tengo que hacer con esto?

En caso de que el presente decaiga, en el futuro podrá servirte. – respondió. – Por lo pronto, guárdalo en un lugar seguro, para que no caiga en las manos equivocadas.

Lo último que el Árbol Deku pudo decirme fue algo como eso, pues en plena guerra no soy capaz de cuidar algo así de delicado, claro está, a excepción de la princesa. Lo mejor será entregárselo a mi padre, él sabrá guardarlo mejor que yo.

- Ya no hagas aguardar más a la Espada Maestra ni te sigas cuestionando tu realidad, pues la maldad que acecha al mundo no espera. – dijo el Árbol. – Acércate a ella y reclámala, héroe elegido.

Todos los Kologs comienzan a gritar mi nombre, mientras que Gingo me empuja para que me acerque hasta la Espada Maestra. No puedo creer lo que siento al tenerla frente a mí, mis manos la reclaman y mi espíritu la anhela.

Ya no tengo dudas... Ella y yo nos pertenecemos desde siempre.

- Por fin nos reencontramos, amo Link.

Sin perder ni un segundo más, tomo la empuñadura de la Espada Maestra y la saco de su pedestal, mientras las lágrimas salen sin control por mis mejillas.

Mi corazón se llena de recuerdos e imágenes que nunca he visto, pero las siento tan mías.

*.*.*.*.*

Este recuerdo que ha llegado a mi mente lo tuve muy encerrado en el fondo de mi alma, pero ahora lo tengo cercano, al igual que el arma que tengo en la mano. La Espada Maestra y yo nos encontramos dos años antes del Cataclismo, y ahora, más de cien años después, nos hemos reunido de nuevo, solo que con una gran diferencia... Siento su espíritu, pero no logro escuchar su voz. No escuché ni una sola palabra de ella cuando la saqué del pedestal.

También recordé el cómo encontré la Ocarina del Tiempo. Tal y como mi hermana me lo dijo, fue en el Bosque Kolog y yo mismo se la entregué a mi padre para que la guarde. Los cabos sueltos ya están atados.

- ¿¡Qué le pasa, princesa!? – cuestionó Gingo, alarmado, lo que provoca que de inmediato despierte de mi sueño.

Dejando de lado toda obnubilación, corro hasta Zelda y me espanto al ver que ha caído de rodillas al suelo, mientras su boca se encuentra manchada de sangre negra. Mi alma se despedaza y mi cuerpo tiembla al verla en ese estado, pues de ninguna manera voy a concebir la sentencia que el maldito de Astor le ha hecho.

- ¡Zelda! ¿¡Te duele algo!? ¡Dime! – reclamé desesperado.

¿Por qué tuvo que pasar justo ahora? Con el pasar del tiempo, creí que ese malestar había cesado, pero mi evasión al tema hizo que lo deje de lado, sobre todo porque me siento inútil de no tener una solución. Ya el dragón Naydra lo había advertido en su momento.

- Tranquilo, Link... – mencionó Zelda, intentando sonreír. – Solo fue una tos, nada serio.

- Tienes mucho tiempo sin manifestar esos síntomas. ¿Por qué ahora? – pregunté preocupado, limpiando la sangre de sus labios.

- Eso es por la influencia de la Espada Maestra. – informó una voz conocida.

Debido a mi preocupación por la princesa, dejé de lado el imponente ser que se encuentra frente a nosotros. Después de un siglo nos encontramos con el Árbol Deku, quien a pesar del paso de los años se mantiene intacto en su anatomía, cosa que me alegra. Al parecer, el Cataclismo no atentó contra este lugar sagrado.

- Sean bienvenidos, héroe elegido y sacerdotisa de Hyrule.

- Árbol Deku, me alegra mucho volver a verte después de tanto tiempo. – mencionó la princesa, ya recuperada. – Me parece mentira estar frente a ti.

- Árbol Deku... es bueno verte de nuevo. – dije cordial. – Gracias por haber protegido a la Espada Maestra por todos estos años.

- Con solo saber que su llegada se acercaba, era más que suficiente para proteger el arma. – dijo el ente. – Ahora ya la tienes en tus manos como su real portador, y podrás salvarnos de las garras de Ganon.

Todos los Kologs presentes comienzan a gritar de alegría, sobre todo Gingo y aquel ser que se veía más grande que ellos, quien se acercó a nosotros.

- Mi nombre es Obad, mucho gusto conocerlos. – saludó el Kolog a los jóvenes.

- Es un gusto. – dijeron ambos al unísono.

- Link, durante todos estos años hemos cuidado a la Espada Maestra, y he preparado algo especial para que puedas llevarla con más comodidad.

Obad me entrega una funda para guardar la espada, y no una cualquiera, sino la auténtica que usé cien años atrás.

- ¿Esa es la funda de la Espada Maestra? Está intacta después de tanto tiempo. – expresó Zelda, emocionada.

- Princesa, el día que usted llegó aquí para colocar la espada en su pedestal, se le cayó sin que se diera cuenta, así en todos estos años me he dedicado a arreglarla y perfeccionarla.

- Yo... Muchas gracias, Obad. – dijo Link, conmovido.

- Espero que sea de tu agrado este detalle con el que hemos esperado tu regreso.

Acepto el regalo con mucha emoción. Sin embargo, decido dejar de lado ese momento, pues la salud de Zelda me sigue atormentando.

- Árbol Deku, te lo suplico, dime por qué la princesa ha manifestado estos síntomas. – hablé preocupado. – Hace tiempo no los tenía y no entiendo nada.

- Eso es porque la energía maligna de Ganon, con la que convivió por cien años, se manifiesta ante la luz de justicia y esperanza del arma. Es decir, que esa fuerza rechaza la influencia de la espada, y es por eso que es repelida por el cuerpo de Zelda.

- ¿Eso quiere decir que la Espada Maestra es la cura? – pregunté entusiasmado.

- Lamento decirte que no, quizás la cura esté en el poder dentro de ella misma.

Mi corazón se destroza ante la decepción de saber que el arma no había sido capaz de curar a Zelda, sino solo sacar un poco el mal que la aquejaba. No sé cómo lo voy a hacer, pero la ayudaré a despertar su espíritu, pues sin ella no pienso quedarme nunca... No lo soportaría.

Veo la angustia en el rostro de Zelda, la que me apuñala el corazón, pues revivo el pasado de su desesperación, de la inutilidad que sentía.

¿Amor mío, dime qué necesitas que haga por ti?

- No pierdan la calma, jóvenes, ahora ya tienen de su lado a un importante aliado, el que llegó en el momento justo; ni antes ni después. – dijo el Árbol.

- ¿A qué te refieres? – pregunté con curiosidad.

- Si hubieras venido a tomar la Espada Maestra en tu temprano despertar, habrías muerto en el acto, pues ella solo acepta a un portador con un corazón fortalecido, que es lo que has logrado en todo este periplo.

Las palabras del árbol me hacen recordar el sueño que tuve cuando llegué al Templo del Tiempo a reunirme con el rey, donde soñé una serie de situaciones confusas... pero que ya tengo claras. Ahora recuerdo a la reina, la madre de Zelda, entregándome un pergamino con el nombre del Bosque Kolog, el que en ese momento no comprendí. Sin embargo, la peor etapa de ese sueño fue cuando me encontré con la Espada Maestra, con su misma voz hablándome; y cuando quise sacarla de su pedestal caí al suelo ensangrentado de pies a cabeza, como si ella me hubiera fulminado por completo.

La Espada Maestra no puede aceptar a un portador débil de mente, cuerpo y corazón.

- Veo que ahora entiendes por qué, joven héroe. – dijo el ente, sonriendo.

- Así es, y me siento en paz de entender otras de las confusiones de mi vida. Aunque hay algo que me preocupa.

- ¿Qué cosa?

- No puedo escuchar la voz del arma, pero siento su fuerza y espíritu.

- Te hablará cuando sea necesario. Ten paciencia, pues ella se presentará ante ti para recordarte tu verdadera identidad.

No comprendo lo que quiere decir el Árbol Deku, pero decido guardar sus palabras en mi mente para asociarlas más adelante. Y ahora que esta importante misión está hecha, es momento de continuar el camino.

- Princesa, hay que ir al castillo. – dije serio. – Estoy seguro de que ahí se encuentra la clave de tu poder perdido, en tu amigo Terrak.

- Sí, tienes razón, ya no debemos perder más tiempo. – dijo ella, para después acercarse a hablar con el Árbol Deku. – Quiero darte las gracias por todo lo que has hecho por nosotros. Espero volver a verte.

- Lo mismo digo, Sacerdotisa... Aunque me ha quedado una pequeña duda sobre ti.

- ¿Una duda?

- ¿Confesaste el mensaje que me encomendaste en ese entonces? – preguntó el ente, causando que los ojos de Zelda se sobresalgan. – ¿Le dijiste a esa persona el sentimiento de tu corazón?

Zelda sonríe ante la pregunta del Árbol, mientras sus manos abrazan su pecho.

- Sí... Lo hice.

- Siempre sonríe así, Sacerdotisa, pues tu sonrisa es como el sol.

Mi corazón se sobresalta al escuchar la frase que el Árbol Deku le dice a Zelda, pues es real; ella es el sol de mi vida y su sonrisa el aire que respiro. Sin embargo, no comprendo a qué se refiere con el sentimiento del corazón.

- Vamos, Link. – dijo Zelda, despidámonos de todos.

- Zelda, ¿qué quiso decir el Árbol Deku con eso del "mensaje"?

Ella solo ríe ante mi pregunta, lo que me confunde aún más.

- Te lo contaré en el camino...

Nos despedimos del Árbol Deku y de todas las criaturas que lo acompañan, en especial de Gingo, a quien agradecí, no solo por guiarme a la Espada Maestra en el pasado y en el presente, sino por haberme dado el empujón para descubrir la identidad de mi hermana, y eso es algo que nunca lo olvidaré.

- ¡Nos veremos pronto, pequeño Link! – se despidió Gingo, emocionado. – ¡Sé bueno siempre!

- ¡Hasta pronto Gi...! ¡Hada Padrino! – me despedí llamándolo con el inocente apodo de la infancia.

Zelda y yo nos alejamos del Bosque Kolog, conociendo perfectamente el camino que debíamos seguir para superar el laberinto hacia la salida. Espero con ansiedad que me aclare a qué se refirió el Árbol Deku con el sentimiento de su corazón.

...

¿Cuánto tiempo vi de lejos este lugar al que vine por primera vez cuando desperté? No tengo la cuenta exacta, pero nunca voy a olvidar que fue aquí donde viví el primer engaño de mi nueva vida, donde una gigantesca ilusión me rodeó por horas, hasta que se desvaneció para mostrarme no solo a mi enemigo, sino a la luz de mi vida.

Después de mucho tiempo, Zelda y yo nos encontramos en el castillo, el que fue nuestro hogar hace cien años, donde conocimos la amistad, el amor, pero también el dolor y la pérdida. Sé que mi padre murió aquí por la confesión del infeliz de Astor y lo relatado por mi hermana, por lo que estar de nuevo aquí me causa un conflicto, a pesar de que no recuerdo nada de eso.

No sé cómo ni cuándo me tocará encontrar a ese infeliz y a Ganon, pero estoy esperando pacientemente el momento justo para acabarlos y hacer justicia por todas las víctimas de hace cien años.

- Link...

Siempre que me pierdo en mis perturbaciones, la voz de Zelda me salva. No sé cuánto tiempo hemos estado frente al portón oxidado del castillo.

- Lo siento, solo que la última vez que vine aquí me sentí perdido en otra dimensión, pues Ganon supo engañarme bien con sus ilusiones.

- Lo sé, lo recuerdo bien, pues a pesar de que estaba sellada a su lado, vi impotente cómo se burlaba de ti. – dijo ella, apenada. – Sin embargo, cuando estuvo a punto de atacarte, pude sacar el último resquicio del poder que me quedaba para salvarte.

Tomo las manos de mi amada y las beso con devoción, agradeciendo infinitamente ese día, pues a partir de ese momento comencé a viajar con ella y a educar mi corazón en volver a recordarla y amarla.

- Entremos, princesa. – dije decidido. – Tú dime a dónde debemos ir y yo te escoltaré.

- Tenemos que ir las ruinas de mis aposentos, pues son el camino a mi laboratorio, donde está Terrak. – indicó ella. – Con la furia de Revali podremos subir más rápido y ahorrarnos todo el camino.

- Yo, en cambio, me tuve que recorrer todo el castillo. – mencioné pensativo. – Me parecía increíble verlo en todo su esplendor.

- Imagino pasaste por el jardín.

- ¿El qué tenía unas escaleras en forma de caracol?

- Así es... pues ese atajo siempre tomábamos para ir a mis aposentos sin que nadie nos viera.

Zelda se sonroja al mencionar ese hecho, el que recuerdo de inmediato, pues ese fue el camino que tomaba todas las noches para estar con ella y hacerla mía múltiples veces. Ese pasadizo se había convertido en el sendero de mi locura, y ahora entiendo por qué la piel se me erizó por completo cuando pasé por ahí.

- Lo recuerdo perfectamente, princesa. – respondí sonrojado y más allá de eso.

Le pido a Zelda que se sostenga de mi espalda y con la furia de Revali nos elevamos hasta la parte más alta de las lomas, llegando directamente al bastión central, al que entramos. Zelda no me lo dice, pero por el temblor de sus manos sé que regresar a este lugar le causa escalofríos, pues seguramente está reviviendo todo el dolor, pero prefiero incitarla a seguir y no permitir que se centre en eso.

- Ya estamos cerca... – dijo Zelda, llevándome a uno de los múltiples pasadizos del bastión.

De repente, mi corazón se sobresalta ante un terrible presentimiento.

- ¡Cuidado!

Rápidamente, tomo a Zelda en brazos y salto lo más lejos que puedo, y para mi terror, veo como la pared cerca de donde nos encontramos se hace trizas. Se supone que aquí no hay monstruos, pues nos habrían atacado desde el momento en que pisamos este lugar.

Siento unos pasos pesados detrás de mí.

- Link... – mencionó Zelda con voz de pánico.

Me doy la vuelta y mi mente se nubla por pocos segundos ante lo que tengo en frente... algo que nunca imaginé volver a ver.

Un Guardián... el monstruo de mis pesadillas.

El sonido del espanto ancestral me retuerce el alma, me deja sordo y sin poder reaccionar, mientras mi mente es invadida por imágenes espantosas donde miles de ellos me persiguen y me dejan sin escape, donde sus largos brazos buscan aplastarme y hacerme polvo. Nunca, jamás imaginé volver a ver uno con vida, mucho menos con ese aspecto tan horrible, pues la mayor parte de su osamenta se encuentra cubierta con malicia de Ganon.

El sonido que emite es insoportable... quiero salir corriendo y desaparecer de esta faz.

- ¡Link, cuidado! ¡Nos está apuntando!

Me encuentro pasmado, pero el tener a Zelda en mis brazos hace que recupere la cordura y salte para evadir al monstruo, quien frenéticamente voltea a buscarme con la mirada. ¿Qué me está pasando? Mi cuerpo tiembla de terror, no puedo hablar. No me ha pasado eso con ninguno de mis enemigos, ni siquiera con Astor, al que podría matar sin contemplaciones o darle una agonía tortuosa sin el mayor problema.

- Link, tranquilo. – dijo Zelda, bajándose de mis brazos. – Yo te voy a ayudar a detenerlo con la tableta Sheikah.

- ¡Ni te atrevas, Zelda! – grité exasperado, tomándola de nuevo en brazos.

La bestia camina con rapidez hasta donde estamos nosotros, por lo que la evado con Zelda lanzándome lo más lejos de ella... pero no podré hacer esto para siempre.

No puedo dejar que el pánico me inmovilice.

- Zelda... No intervengas, te lo prohíbo. – indiqué, dejándola detrás de uno de los pilares del bastión.

- Link, este guardián tiene toda la esencia de la energía de Astor. – mencionó preocupada.

- Con más razón quédate detrás de este pilar. Si ese maldito cree que me va a doblegar, está equivocado.

Dejo Zelda en el lugar seguro, mientras camino hasta donde se encuentra el guardián, quien apenas me ve se abalanza a atacarme, pero esta vez logro esquivarlo, lo que me hace sentir inútil.

¿Hasta cuándo seguiré esquivando mis peores temores?

- No vas a poder conmigo, Astor... Ningún guardián volverá a someterme jamás.

Corro hasta donde está el guardián y dirijo mi espada a su osamenta, por lo que se cubre con las patas delanteras para protegerse, sin embargo, no espera que con el arma se las destruya, lo que causa que retroceda.

Dispongo a acercarme de nuevo al guardián, pero este me comienza a apuntar con ese rayo carmesí que me espanta, y ni qué decir el tortuoso pitido que produce.

Decido sacar uno de mis escudos de guardia, el más grande y resistente que recuerdo haber usado alguna vez, por lo que el rayo choca de frente con este, pero lamentablemente lo destruye en el acto.

- Maldición...

Este es el escudo más fuerte que tengo en mi alforja y era la única esperanza de vencer al guardián con mayor facilidad.

Espero no estar perdido...

El engendro ancestral vuelve a abalanzarse encima de mí, por lo que vuelvo a esquivarlo para evitar su ataque... una vez más.

Sin otro escudo, me toca pensar en otra manera de vencerlo.

- ¡Link!

Me doy la vuelta para escuchar la voz de Zelda, pensando que algo le había pasado. Sin embargo, es todo lo contrario... En sus manos tiene un escudo que nunca antes había visto.

- ¡Link, toma! – exclamó, lanzando el objeto hacia mí.

Agarro el escudo de inmediato, preguntándome de dónde lo habrá sacado... pero ya habrá tiempo de salir de dudas.

Justo en ese instante, el guardián lanza su rayo hacia mí, el que bloqueo con el escudo y provoca que el rayo le regrese hacia su osamenta, tumbándolo en el acto. Y es ahí que decido acabar con esto de una vez por todas.

Apuntando la espada hacia su ojo, lo perforo. El arma ante la malicia tan cerca comienza a resplandecer, mientras una sombra oscura abandona el cuerpo del guardián, arrebatándole la vida.

He cumplido con mi misión... sin aire en el cuerpo.

- ¡Link! – gritó mi amada, abalanzándose a mí con un abrazo. – Lo lograste... por fin.

- Lo hice... no puedo creerlo.

Ahora que estoy tan cerca de la princesa, siento que mi corazón quiere salirse del pecho... me siento tan patético de sentir este miedo. Ni el saber que voy a enfrentar a Ganon o a Astor me causa ese pavor.

- Lo hiciste excelente, Link. – dijo ella, tocando mi rostro. – Eres valeroso e implacable con el enemigo, y eso es admirable.

- ¿Admirable? Me moría de miedo... pues me trajo sensaciones que no quisiera volver a vivir.

- El valiente siempre enfrenta sus miedos, y por eso tu acción tiene más valor. – indicó Zelda, animándome.

No cabe duda que ella tiene el don de levantarme la moral.

Al estar más tranquilo, decido analizar el escudo que me dio, el que me tiene sorprendido por su resistencia. Tiene una forma distinta a los que he usado, es azul, con un ave roja dibujada en su cuerpo y la Trifueza en la parte inferior. Nunca antes había visto algo como esto.

- ¿De dónde sacaste este escudo, Zelda? – pregunté sorprendido. – Es increíble y sumamente resistente.

- Esta es una reliquia que ha pasado en la familia de mi padre por generaciones, y recordé que siempre lo mantuvo guardado debajo del trono, lejos de los curiosos. – respondió la princesa. – Él alguna vez me dijo que solo un hombre valeroso podría usarlo, y ahora no tengo dudas de que ese eres tú.

- Esto es algo de tu familia, yo no...

- Link, prácticamente estamos casados, somos marido y mujer... eres mi familia y por eso te pertenece.

Me conmuevo desde lo más profundo de mi alma ante las palabras de Zelda, con las que respondo besando sus labios. Sin duda, ella me da fortaleza y valentía en todo este periplo.

- Gracias, princesa. – dije emocionado.

- Ahora que el guardián está vencido, sigamos con lo nuestro. – dijo Zelda. – No permitamos que Astor siga con sus obstáculos.

La princesa y yo abandonamos el bastión central a seguirnos enfrentando con recuerdos y miedos pasados.

...

Me siento un poco más tranquilo, pero ahora que hemos llegado hasta aquí, mi corazón se ha vuelto a llenar de nostalgia.

Llegamos a la glorieta, la que recuerdo porque, el día que la vi, se me vino a la mente una expresión muy extraña.

- Clic... Clic. – pronuncié sin pensar.

- ¿Lo recuerdas, Link?

Mi mente regresa a la realidad al escuchar la pregunta de Zelda, por lo que decido contarle lo que siento.

- Cuando llegué hasta aquí, antes de encontrarnos, se me vino a la mente esa frase. – dije confundido. – Suena graciosa, pero quisiera entender su significado.

- ¿No te recuerda a alguien ese "clic clic"?

Quedo en silencio un momento, hasta que la persona correcta llega a mi mente.

- Prunia... ella siempre la dice.

Zelda sonríe ante mi confesión, y comienza a revisar la tableta Sheikah. Al poco tiempo me muestra una fotografía que vuelca por completo mi corazón.

- Somos nosotros con los Campeones... Hace cien años. – dije conmovido.

- Ese día mi padre, el rey, celebró una ceremonia de reconocimiento para ustedes como los Campeones del reino, donde cada uno portó la vestimenta sagrada que elaboré para ustedes, con el tono azul correspondiente al linaje de mi familia.

- Lo recuerdo... me alegra tanto. – mencioné, rozando con mis dedos la prenda.

- Ese día, Prunia nos tomó esta fotografía por sugerencia de Mipha, y...

Los ojos de Zelda se cristalizan al decir eso, por lo que de inmediato tomo su mano y se la beso, queriendo así que no derrame ninguna lágrima.

- Fue un momento especial para mí, porque a partir de ahí nuestra relación con los Campeones se volvió más cercana, incluso hasta con Revali. – recordé riéndome. – Guarda esa foto, encontraremos el lugar correcto para colocarla.

Ella solo sonríe ante mi idea, para después incitarme a continuar el camino.

Fuimos a la torre que nos lleva a sus aposentos, y aunque imaginé que lo encontraría en mal estado, no pensé que sería algo tan grave. Ya no queda nada de la habitación donde compartí con Zelda tantos amaneceres, donde la hice mía incansablemente. El lecho de nuestro gozo está cubierto por paredes destruidas y el paso implacable del tiempo.

Sé que Zelda está apenada, pero aun así ella continúa su recorrido en lo poco que queda de su habitación, mientras que yo busco la manera de poder llegar al laboratorio. La escalera de caracol que lleva a ella se encuentra destruida, pero la forma de sus restos sí nos permitirá escalar sin problemas.

Me doy la vuelta y comienzo a ver el escritorio de Zelda, el cual, para mi sorpresa, tiene un libro abierto, el cual no dudo en leer.

- ¿Qué será esto? – me pregunto curioso.

Una vez que comienzo a leerlo, me doy cuenta de que es el diario de la princesa. Por un momento deseo dejarlo en su sitio, pero la curiosidad me gana, así que aprovechando que ella no está mirando, lo sigo leyendo.

Mi corazón se apena al enterarme de lo sola que se sintió cuando me fui a preparar para caballero, y más cuando regresé para ser su escolta. Sin embargo, todo se fue endulzando cuando comenzaba a relatar sobre nuestra relación, sobre todo en nuestro primer beso o encuentro íntimo... Llego a la última página, la que indica ser el último día antes del cataclismo.

- ¿Qué haces?

Lanzo el libro del susto al haberme visto descubierto por Zelda, mientras mi rostro comienza a quemar incandescente. Siempre tengo que ser metiche, la curiosidad siempre me gana.

- Zelda, yo...

- Oh... ¿Encontraste mi diario? – preguntó sonriendo, cosa que me sorprendió. – ¿Lo terminaste de leer?

- Algo, me salté algunas páginas... – respondí nervioso, intrigado por la reacción de Zelda. – ¿No te molesta que lo haya hecho?

- No. Quizás en esa época te habría encarcelado, pero ahora es diferente porque nos amamos, y yo no tengo secretos para ti.

- Zelda, sé que nunca te lo dije, pero... – suspiré con pena, esperando las palabras correctas. – Nunca fue mi intención, pero te pido que me perdones por haberte abandonado al poco tiempo de la partida de tu madre.

- Link, no fue tu culpa, y yo era muy inmadura para entenderlo. – respondió apenada, tomando el diario. – Yo te pido perdón por haber sido caprichosa e insoportable contigo.

- Me doy por satisfecho con saber que tengo tu amor, princesa. No necesito nada más.

Mi princesa sonríe y guarda el diario en su alforja. Y es en ese momento que veo que tiene en sus manos otras cosas.

- Me falta completar una página de este diario. – indicó ella. – Lo haré cuando Ganon sea vencido. Ahora, hay algo que quiero enseñarte algo.

Zelda me muestra un álbum de fotos de terciopelo color azul e hilos de oro decorándolo, el que me sorprende que siga intacto a pesar de la destrucción que nos rodea.

- Yo recuerdo ese álbum. Lo compré en una joyería como regalo de tu cumpleaños diecisiete.

Zelda lo abre, causando que mi alma se estremezca con las imágenes y los recuerdos de cada lugar.

- Todas estas fotos son evidencias de nuestros viajes juntos... Y la última es mi favorita.

Comienzo a mirar cada foto del álbum que nos tomamos con la tableta Sheikah en nuestros viajes, e incluso en una de ellas sale la rana que Zelda quería que me coma por un experimento, cosa que, aunque me dio risa, no me atreví a consumir. Incluso veo una foto tomada desde la cámara frontal del día en el que mi esposa y yo hicimos los votos de amor en el Templo del Tiempo, el que estaba en buenas condiciones. Sin embargo, la última foto me estremece, pues esa es la que nunca podré olvidar.

Zelda, Abril y yo nos encontramos en un festival, es la misma foto que vi el día que revisé las cosas de su casa.

Quiero llorar, pero me hice una promesa y no voy a hacerlo. Para mi princesa debo mostrar fortaleza.

- Este regalo para mí fue sumamente especial, pues me diste este álbum con todas las fotos de los momentos más especiales que vivimos, y considero un milagro que siga intacto. Imagino que es por la energía ancestral de la tableta Sheikah en las imágenes. – dijo emocionada, abrazando el libro. – Me siento feliz de haber recuperado esto.

- Zelda...

Bajo la mirada, apenado, hasta que veo en las manos de Zelda un pedazo de tela viejo, pero el que tiene agarrado con fuerza.

- ¿Qué es eso?

- Esto... – respondió apenada, mirando el trozo de tela. – Es todo lo que quedó de la paravela que me regaló mi mamá, y que nunca pudo enseñarme a usar.

Tomo el pedazo de tela y lo guardo en mi alforja, causando que la princesa se sorprenda ante mi acción.

- No sé cómo, pero haré una nueva paravela para ti cuando todo esto termine.

- Link... Gracias.

La princesa me abraza, mientras que yo solo ruego porque todo esto termine pronto. No sé dónde encontrar a Ganon, ni mucho menos Astor, pero yo estoy listo para enfrentarlos porque sé que también ellos están planeando atacar cuando menos lo esperemos.

- Zelda, por las ruinas de la escalera podemos subir al laboratorio. – indiqué el sitio. – Me colocaré detrás de ti para evitar que te caigas.

- Gracias, Link.

Juntos ascendimos hacia el laboratorio, sin saber tampoco en qué condiciones lo encontraríamos.

...

A diferencia de la habitación de Zelda, su laboratorio no estaba en tan mal estado, lo único que lo rodeaba era el desorden.

- Link... – llamó Zelda, señalando hacia arriba y con la pieza ancestral del guardián en su mano. – En esa caja se encuentra Terrak.

- ¿Cómo lo sabes?

- Porque el fragmento resuena cuando lo apunto hacia allá.

- Yo la bajaré para ti.

No me costó mucho bajar la caja, así que una vez la tuve en mis manos se la entregué a Zelda, quien la colocó encima de su escritorio. No puedo describir ni explicar su expresión cuando tomó la tapa y lo vio... aquel pequeño guardián de blanca osamenta y patas cortas, y a diferencia del que me enfrenté, más bonito y amigable. La princesa no puede ni siquiera sacarlo de su caja, pues las lágrimas comienzan a salir de sus mejillas.

La imagen de Terrak ha despertado en mí algunas memorias con vivencias relacionadas a él.

- Terrak... No puedo creerlo. – mencionó emocionada y tapando su boca para controlarse. – Nunca me voy a perdonar el haberme olvidado de ti.

- Estoy seguro de que él no tiene nada que perdonarte, princesa. – dije, abrazándola por la espalda. – No estés triste, pues quiero que lo recibas con una sonrisa, como seguramente él quisiera.

- ¿Lo recuerdas?

- Sí... ¿Cómo olvidar que siempre tuvo celos de mí?

- ¡Ay, Link! – exclamó Zelda, soltando una carcajada en medio de sus lágrimas. – Éramos niños, ¿cómo iba a sentir celos?

- Es en serio. Siempre se alteraba cuando quería acercarme a ti, solo se calmaba si lo llevábamos a jugar con nosotros.

- Todos esos recuerdos fueron borrados desde la muerte de mi mamá... – dijo Zelda, no comprendiendo cuántos traumas le causó aquel doloroso suceso. – Pero esta vez será diferente. Ya no nos vamos a separar.

Sin perder más tiempo, Zelda comienza a revisar a Terrak, utilizando algunas herramientas que, milagrosamente, siguen útiles, a pesar de que algunas se le quebraron en el proceso. Por un momento quiero ayudarla, pero la veo tan concentrada y eficiente en su labor que seguramente solo la estorbaría, además sé muy bien que ella siempre ha amado hacer este tipo de cosas. Quiero respetar su espacio.

- Ya está... la pieza ancestral vital ha sido colocada en Terrak.

Los dos nos quedamos estáticos observando al guardián, quien estaba inerte, sin hacer nada; percibo la decepción de Zelda ante un posible fracaso en su experimento, pero aquella sensación dura poco tiempo.

- Zelda... mira...

El ojo del guardián se enciende, mientras las pequeñas patas toman la forma correcta para reincorporar el cuerpo, hasta que de frente se encuentra con nosotros.

- ¿Terrak...? – preguntó la princesa con la voz quebrada.

Una vez que el guardián estuvo reincorporado, apuntó su rayo a Zelda, motivo por el que me dispuse a ponerme frente a ella para protegerla, pero ella me detuvo.

- Espera, Link... No hagas nada.

Hago caso a lo que ella me dice, y en ese momento Terrak sigue observando a Zelda, lo que me demuestra que su rayo de luz es solo para analizarla... y poco después reconocerla.

- Mi querido Terrak... Soy yo... Zelda.

En ese instante, del guardián comienza a salir un pitido agradable, muy diferente al de los guardianes comunes. En ese momento se abalanza a los brazos de Zelda, quien no puede contener más la emoción de tenerlo con ella después de tantos años.

Una vez más las emociones me quieren invadir...

- ¡Terrak! ¿Me recuerdas? – preguntó ella, emocionada. – Gracias a las diosas te he recuperado. Perdóname por haberte olvidado.

Las palabras no sirven para el guardián, pues al perecer, para él el tiempo no había pasado, pues se comportaba como si nunca se hubiera separado de Zelda.

- Terrak, ¿recuerdas a Link? – consultó ella. – Él es el hombre que amo, quien me ha estado protegiendo todo este tiempo.

Ahora el rayo de Terrak me apunta, lo que me hace creer que su desagrado del pasado no se ha ido, sin embargo, me sorprende ver que ahora se lanza a mis brazos, casi tan afectuoso a como lo es con Zelda.

- No puedo creerlo... Ya no me odia. – expresé incrédulo.

- Al parecer, esta nueva vida de Terrak ha sacado su lado más afectuoso. – dijo ella, emocionada. – Me siento... tan feliz.

Terrak se baja de mis brazos y se coloca encima del escritorio, y en ese momento comienza a tararear una canción... una nana.

Yo conozco perfectamente esa canción, y solo a una persona se la he escuchado cantar.

- Terrak, esa canción es de mi mamá... Tú me la cantabas todas las noches antes de dormir, sobre todo cuando ella se fue.

De repente, el cuerpo entero de Terrak se ilumina, lo que permite que encima de él se refleje una imagen algo distorsionada, casi fuera de este plano.

- ¿Qué está pasando, Zelda? – pregunté nervioso.

- Nunca lo pude comprobar, pero mi mamá todas las noches examinaba a Terrak porque estaba segura de que él poseía cualidades relacionadas con el tiempo. - respondió ella, confundida.

- ¿Una máquina del tiempo? – pregunté impactado.

- No exactamente... pero sí algo relacionado.

La imagen encima de Terrak comenzó a ponerse más nítida... hasta que delante de nosotros apareció algo que nunca creí volver a ver, sobre todo Zelda.

La esencia de la reina ha aparecido entre nosotros... No lo puedo creer.

- ¿Mamá...? – pronunció Zelda, mientras las lágrimas comenzaron a salir por sus ojos.

Es como si frente a nosotros estuviera pasando un recuerdo residual de la reina de Hyrule.

- ¿Estás listo, Terrak? – preguntó la reina, sonriendo.

Zelda y yo sentimos nuestra alma irse al piso al escuchar la voz de la reina después de tantos años, al grado que tuve que sostener los hombros de mi amada para que no se caiga al suelo. Daría mi vida por ver a mis padres de esa manera, es una bendición de las diosas que no puedo describir.

La reina Selene se ven hermosa y esplendorosa, sin embargo, percibo en ella un dolor infinito que lo acompaña con un rostro decaído y enfermo. No entiendo cómo pudo camuflar su sentir por tantos años, quizás para evitar causar dolor a sus seres amados.

- Mi pequeño guardián, es importante que grabes en tu interior este mensaje para mi hija... así que no omitas ningún detalle. – dijo la reina, acomodando mejor al guardián.

La princesa y yo seguimos en silencio, deseando que la reina continúe con su intención.

- Zelda, mi amada princesa... – comenzó a hablar la reina, sonriendo. – Cuando veas este mensaje, yo ya no estaré a tu lado, pues lamentablemente me di cuenta muy tarde que el mal me ha invadido, sobre todo que este vino de un ser que nunca creí me haría daño, a quien quise con incondicional cariño desde hace muchos años.

Zelda comienza a llorar sin consuelo, mientras yo hago un esfuerzo para que la furia no me consuma. Maldito Astor... Mil veces maldito. ¿Cómo la reina habrá descubierto la escoria de tu alma? ¿Por qué tuvo que callarse?

- Estas palabras, nacidas de lo profundo de mi alma, no son para llenar tu corazón de rencor, sino para decirte de antemano que estoy muy orgullosa de ti, pues sé que en mi ausencia serás valiente, aguerrida y una mujer digna de este reino, capaz de cuidarlo con todas sus fuerzas. – la reina hace una pausa, en la que se ve que quiere llorar, pero se mantiene fuerte para no hacerlo. – Me voy de este mundo sin dejar nada pendiente, pues con tu padre viví el amor más hermoso de mi vida y con tu llegada completé mi completa existencia.

- Mamá...

Zelda se acerca hacia la visión, estirando su mano para tocar a su madre, sin importar que nunca más volverá a encontrarse con la suavidad de su piel.

- Te amo, mi querida Zelda, mi bendecida princesa. Si alguna vez sientes que tu fuerza no es suficiente, recuerda que ahora vivo en tu corazón, y será desde ese plano en el que te guiaré para despertar tu ancestral poder... Recuerda lo que siempre hablamos cada noche antes de dormir.

- La base del poder de las Diosas es...

- El amor... siente amor desde lo profundo de tu corazón, perdónate por las veces que no te sentiste capaz, y sobre todo aprende a amarte intensamente para que puedas cuidar a otros.

En ese momento, la mano de la reina se posa en la visión, como si de alguna manera quisiera tocar la de Zelda... Y en ese instante ocurre lo impensable.

La mano derecha de Zelda se ilumina, mientras el símbolo de la Trifuerza se hace presente en ella. Una calidez inmensa invade toda la habitación, mientras acaba con todo el miedo y heridas de mi cuerpo.

Esa sensación tan conocida... la que me permitió no morir hace cien años, la que me salvó cuando me adentré a este castillo hace meses... es el poder de Zelda.

El poder sagrado de la diosa Hylia ha regresado a su heredera. Y por ese instante el vestido blanco que portó a los pies del Monte Lanayru la envuelve, como si fuera una deidad completa, la salvadora de este mundo.

Una vez que la luz se calma, la princesa vuelve a su ropa original, mientras su mirada llena de lágrimas y determinación se cruzan con las de su madre.

- Me duele no poder estar presente para enseñarte a usar tu poder, así que espero que este mensaje de amor llegue a tu corazón para recordarte lo valiosa que eres, mi rayo de luz. – mencionó la reina, causando estremecimiento en Zelda y en mí con sus palabras. – Recuerda que para amar a otros, debes amarte a ti primero, y ese es el legado más valioso que puedo dejarte para vivir por siempre dentro de ti.

Ahora son las lágrimas de la reina Selene las que se hacen presentes, llenando el ambiente de calidez y bondad. Nunca perdonaré a Astor el haber apagado semejante y maravillosa estrella.

- Hasta pronto, mi rayo de luz. Te estaré esperando a ti y a tu padre en el paraíso. – dijo la dama, mientras la imagen comienza a desvanecerse. – Y ama mucho a Link, a quien siempre le confié tu cuidado, y a quien por medio de mi don de videncia descubrí el destino que lo ata a ti.

Ante aquellas últimas palabras, me sorprendo, a pesar de que recuerdo con mucha felicidad el cariño que me brindó la reina, quien poseía la misma calidez y encanto de mi madre.

- Hasta pronto... Mamá.

El mensaje de la reina desaparece, mientras que me acerco a Zelda para abrazarla, quien no deja de llorar debido a lo acontecido, algo tan irreal. Terrak se ha colocado a los pies de su dueña, buscando consolarla.

- Zelda, has recuperado tu poder... – expresé sorprendido. – No puedo describir como me siento con todo esto.

- Siento que mi alma se ha sanado por completo por el mensaje de mi madre, aunque siempre la extrañaré. – dijo ella, aferrándose a mí. – Ella me recordó que el amor es la base para hacer vivir este poder, pero había olvidado que debía sentirlo por mí misma en primer lugar. Gracias a Terrak, pude recordar su valiosa enseñanza.

Zelda se separa de mí y carga a Terrak, a quien abraza agradecida por haber trascendido el mensaje de amor de la reina por más de un siglo, y el que nunca moriría con el paso del tiempo.

Yo también me siento conmovido por esta lluvia de emociones y nostalgia... pero aun así, mi rencor sigue presente. Nunca perdonaré a Astor por haber acabado con las cosas más hermosas de nuestra vida, y es por eso que lo haré pagar, así yo muera en el intento. Haré justicia por esas almas inocentes apagadas por su asqueroso y malsano sentir. Y Ganon tendrá el mismo implacable destino.

- Gracias por este regalo, mi querido Terrak. – dijo Zelda, emocionada. – Nunca más volveremos a separarnos.

El guardián responde con sus característicos pitidos, los que me sacan una pequeña risa en medio de mis vengativos deseos.

- Ahora que he recuperado a Terrak, me gustaría que Rotver lo revise. – dijo Zelda. – Además, recuerda que en la región de Akkala tenemos una boda a la que asistir.

- También me gustaría que él te revise, pues ahora que has recuperado tu poder, quiero saber si eso ha sanado el mal causado por Ganon.

- Ojalá sea así... – mencionó ella, en un tono que no me gustó para nada. – Salgamos de aquí con la tableta Sheikah, haré que nos lleve a Akkala.

- Como tú digas...

- Link... Gracias por estar conmigo en estos momentos.

- Mi amada princesa... yo estaré contigo en esta vida y en las otras.

Terrak lanza el último pitido, mientras la energía ancestral de la tableta Sheikah nos rodea completamente, sacándonos del destruido castillo de Hyrule.

...

Comentarios finales:

Hola, espero que se encuentren bien.

Me he tardado más tiempo del pensado en publicar este capítulo, pues lamentablemente sufrí una contractura espantosa a la altura de la nuca y espalda que no me permitía estar sentada ni parada, por lo que tuve que dejar este capítulo a la mitad. Las dolorosas inyecciones han hecho gran efecto en mí.

Espero que hayan entendido ahora el motivo por el que Link no pudo ir por la Espada Maestra desde el principio, y en el juego es así. Se requiere de 13 corazones para poder sacarla del pedestal, si tienes menos, la imagen de Game Over se hace presente. En este caso fue algo parecido, pues el héroe necesitaba ser más fuerte y madurar para ser digno del arma.

Bien, nos hemos encontrado con un capítulo bastante emotivo, donde conocimos el origen de Epona, como Link encontró la Espada Maestra cien años atrás, y una pequeña aparición de los Kologs. Incluso, el pergamino con el que Link llegó al bosque se lo menciona en el sueño/alucinación que tuvo en el capítulo 2 (nada se me escapa).

Sin embargo, creo que lo más emocional fue la aparición de Terrak y el mensaje que tenía guardado de la reina, quien lo grabó el mismo día del último recuerdo de Astor, como se pudieron dar cuenta. Para los que jugaron AOC, recordarán que Terrak tiene la capacidad de viajar en el tiempo, pero en este caso preferí que ese viaje sea más un testamento, donde la reina deje para su hija un legado de amor, y sobre todo el más importante. A estas alturas no hay duda de que en el juego original, Zelda pudo despertar su poder por el amor hacia Link, pero en este caso, que este sentimiento está vigente, quise que ahora sea por medio de la reina que ella vuelva a sentir ese amor, y lo más importante, que ella le recuerde la importancia del amor propio, que es lo que le faltó a la princesa debido a todo lo que le tocó vivir. También con esta escena me basé un poco en lo ocurrido en la película de Maléfica, quien es la que despierta a Aurora con un beso en la frente, pues a diferencia del príncipe, él no sentía amor por ella porque recién la conocía, pero ella sí la amaba como a una hija, por lo que fue su verdadero amor el que rompió el hechizo. El amor de una madre es único y sanador.

Faltan dos recuerdos más de Astor, donde se relatará cómo murió la reina y la evidencia de su traición al rey.

Sobre la personalidad de Terrak, me di la libertad que en esta nueva vida quiera a Link, pues en AOC le tenía celos por su cercanía con la princesa y siempre lo mantenía vigilado. Espero les haya gustado ese cambio.

El siguiente capítulo que viene será el antepenúltimo. Será el inicio del drama y pelea final, preparen muchos pañuelos, los necesitarán, pues no se imaginan como terminará.

Muchas gracias por leer. Un abrazo.

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