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47. Libro abierto

Por muchos años fui preparado como una máquina de pelea con humanidad; corazón para proteger lo importante, pero crudeza para vencer a mi enemigo, sin tener compasión alguna. Este siempre fue el sermón que me dictaron mi padre y mi maestra, pues en el campo de batalla la frialdad en mis emociones debía estar presente, inquebrantable como una montaña que no cede a la ventisca.

Sin embargo... ante el amor no pude ser de piedra, pues es lo que más me fortalece, pero al mismo tiempo me debilita como hielo ante el fuego.

Zelda, princesa mía, hemos tenido nuestra relación solo para nosotros por varios meses, y siempre tuve presente que debía respetarte y protegerte hasta de mí mismo... pero tus encantos me cautivaron, tus besos me enloquecieron hasta el punto de provocar en mí emociones y delirios que por mí mismo no pude controlar. Me convertí en el mismo enemigo imposible de vencer, y de la misma manera tú también, pues nuestros deseos ya no pudieron negarse a ser cumplidos.

Nunca me imaginé, ni en mis más prohibidos sueños, que una noche cualquiera en los que regresábamos de tus tormentosas oraciones, me ibas a pedir que te acompañé a tus aposentos; y aunque no era la primera vez que entraba, esa ocasión se sentía tan diferente, pues la angustia por un futuro desalentador se entremezcló con los terribles deseos que ya tenían tiempo consumiéndonos.

Los besos se transformaron en caricias más profundas, la ropa nos comenzó a estorbar, y aunque me dije a mí mismo que estaba cometiendo un pecado mortal, no quise detenerme, aunque eso significara mi condena. Iba a ser castigado no solo por meterme con la hija de la máxima autoridad del reino, sino con una dama a la que le faltaban unos cuantos meses para cumplir la mayoría de edad.

Sin duda pagaré por esa falta... pero ya no pude aguantar más.

No sé qué me ocurrió, pues simplemente enloquecí al tener tu cuerpo desnudo debajo del mío, tocarlo como si mi vida lo requiera con urgencia y pasar mis húmedos labios por cada rincón, como si estuviera embriagándome con el agua de una fuente divina que iba a darme la vida eterna. Ya no quise parar, y a pesar de nuestra inexperiencia, ninguno de los dos dejó de complacerse y perderse en la mirada del otro.

No voy a olvidar nunca cuando me adentré al secreto de tus placeres, no solo porque fue incómodo para ambos, sino porque ahí te pude considerar completamente mía, de la misma manera que yo de ti.

Peón, caballero, escolta, héroe, amante, marido... A partir de ese momento, estuve a tus pies, princesa, fui, soy y seré lo que tú quieras. Guardaré este encuentro en lo más profundo de mi corazón y lucharé con todas mis fuerzas para ser más digno de ti, para estar contigo para siempre.

Con esto que ha ocurrido, y con todo el respeto que merece tu padre... Ni él mismo podrá separarnos jamás.

...

El tiempo pasó sin medida, por lo que me desperté alterado y me di cuenta de que no faltaba mucho para el amanecer. Muy a mi pesar, me tuve que despedir de ti, dejándote solo cubierta por mis besos y la fina seda de tu cama.

Salí con cuidado de tus aposentos, no solo para no despertarte, sino para no llamar la atención de las paredes, pues sus oídos eran tan chismosos como la gentuza que se alimentaba de sus cuentos.

Me sentí victorioso en mi huida al llegar al final del pasillo, creyéndome indestructible por el secreto que ahora marcaba mi piel.

No pude haber sido más imbécil e iluso...

El terror me invadió al encontrarme con la mirada de mi padre, cuyos ojos solo reflejaban dudas y furia. Siempre le tuve respeto, pero esta era la primera vez que me provocaba un pánico tan destructivo que me dejó paralizado.

Sin decirme una palabra, me tomó del cuello y me escondió con él en uno de los rincones que decoraban las armaduras de bronce. Me sentí una indefensa presa acorralada por su depredador.

- ¿¡Qué hacías en los aposentos de la princesa!? – preguntó furioso, tomándome de los hombros.

Quedé enmudecido, sin siquiera poder pensar en alguna mentira o excusa.

- Piensa muy bien lo que vas a responderme, pues sé que no llegaste a dormir a la cámara de la guardia. – dijo enfurecido, pero sin alzar la voz. – Sabes que a mí no me puedes engañar...

- Padre...

Quedé paralizado, creo que ni siquiera la idea de enfrentarme a Ganon me aterrorizaba tanto que enfrentar la furia de mi padre. No me sentía capaz de mentirle, pero tampoco de confesar la verdad.

- ¿Te acostaste con ella?

- Yo...

- Te lo estoy preguntando como hombre...

Seguí en silencio, mientras los latidos de mi espantado corazón parecían escucharse por todo el castillo. La poca paciencia de mi padre se fue al demonio.

- ¡Responde, maldita sea!

Estático, afirmé a su pregunta mirando hacia el suelo, avergonzado, lo que causó que mi progenitor me dé una fuerte bofetada, mientras su cuerpo temblaba de indignación. Fuera de entrenamiento, nunca me había alzado la mano, por lo que me sentí impactado y dolido, pues nunca creí que su característica estrictez a la moral iba a llegar tan lejos.

- ¿Có...? – mi padre, impotente, se agarró la cara e intentó hablar. – ¿Cómo te atreviste a hacer algo así?

- Ella y yo nos amamos. No sé cómo...

- ¡Eres un imbécil! ¿Cómo pudiste aprovecharte de tu princesa? ¡De la persona a la que sirves! ¡A la que cuidas por sobre tu propia vida!

- ¡No, yo nunca me aprovecharía de ella! – refuté nervioso, intentando defenderme. – No lo entiendes...

- ¿Y qué tengo que entender de un mocoso como tú? – preguntó enfurecido. – Siempre me imaginé la clase de relación que tenías con la princesa, pero me hice el ciego pensando que serías prudente y que harías las cosas bien, pero lo arruinaste por estúpido... ¡Por simple calentura!

- ¡No fue por calentura, padre! – grité exasperado. – ¡Yo amo a Zelda!

Mi padre me volvió a tomar del cuello, quizás con la intención de repetir el golpe. Sin embargo, una voz detuvo sus intenciones.

- Deténgase, general...

Mi padre, espantado, se dio la vuelta al reconocer la voz de mi salvación.

- Princesa...

- Por favor, vamos a mi laboratorio... – ordenó ella.

- Pero...

- Es una orden... – pidió la princesa, con una seriedad que nunca antes le había visto. – Nadie nos está viendo.

Me suelto del agarre de mi padre y sigo a la princesa, mientras los nervios acababan con mi espíritu.

...

Una vez que estuvimos en el laboratorio de la princesa, ella se mantuvo de espaldas a nosotros, sin decir nada, quizás pensando en cómo aclarar este asunto. Me sentí incómodo, pues como hombre a mí me correspondía hacerlo, pero aún no asimilaba que mi padre se hubiera atrevido a golpearme, por lo que el resentimiento era más fuerte que mi osadía.

La espera se hizo eterna, hasta que Zelda se dio la vuelta y se acercó a mí para tomarme de la mano, mientras se mostraba con serenidad y seguridad. Fue sorpresivo, pero aun así enlace con fuerza mis dedos con los suyos, demostrando a mi padre que no iba a flaquear ante su furia.

- Sir Demetrio, me siento muy avergonzada que se haya enterado de lo ocurrido entre Link y yo la noche anterior. – dijo la princesa, bajando la mirada por unos segundos, mientras sus mejillas se sonrojaban. – Sin embargo, debe saber que Link y yo nos queremos, y estamos juntos desde hace tiempo.

- Princesa, conozco perfectamente la relación entre mi hijo y usted, incluso desde que son niños. – dijo mi padre, aun con la mirada indignada, pero con el carácter más controlado. – Sin embargo, con todo el respeto que merece una dama de su altura, eso jamás debió pasar. En primer lugar, mi hijo y usted son muy diferentes...

- Si va a hablar de las "diferencias sociales", ni lo mencione. – dijo Zelda, frunciendo el ceño. – Le recuerdo que mi madre no era de la nobleza y eso no fue impedimento para que se case con mi padre. Más bien, la esencia de ella fue más valiosa que todo eso, pues su alma descendió de la misma diosa Hylia.

- Princesa...

- Y tenga la amabilidad de no desmerecer la valía de su hijo.

Mi padre quedó en silencio con la respuesta de Zelda, lo que me hizo admirarla aún más. No solo era hermosa y bondadosa, sino estratega e inteligente. Sin embargo, mi padre me hizo sentir disminuido, cosa que me sorprendió. ¿Acaso el ser el portador de la Espada Maestra no me hace digno de la princesa? ¿No es eso suficiente?

Nunca me había sentido tan inseguro...

- Tiene razón, le pido disculpas. – dijo el hombre, apenado. – Sin embargo, nada quita que Link, como el hombre que es, debió darle su lugar y nunca ponerle una mano encima, y es por eso que no lo puedo excusar.

- Lo ocurrido entre su hijo y yo fue un acto de amor que se dio por decisión mutua. – respondió Zelda, firme. – Ni él se aprovechó de mí ni yo tampoco abusé de mi posición para obligarlo.

- Además... – mi padre seguía inquieto y lo expresaba agarrándose la cabeza con desespero. – Usted sabe la cercana amistad que existe entre su padre y yo. ¿Con qué cara lo voy a mirar ahora?

- Sir Demetrio... – en ese momento, Zelda cambió su semblante serio a uno apenado y preocupado. – ¿Acaso usted le dirá a mi padre lo sucedido?

- ¡Jamás! – afirmó seguro. – Nunca divulgaría su intimidad a nadie; además, no quisiera que piense mal de mi hijo. No es algo que a mí me corresponde decir.

- Se lo agradezco mucho... – dijo Zelda, aliviada. – Una vez más, pido disculpas si este tema le ha causado incomodidad, pero nunca fue con mala intención.

- Lo mejor que puedo hacer es... seguir haciéndome el ciego. – dijo mi padre, soltando un suspiro, resignado, para después mirarme. – Link, dirígete a la cámara de la guardia, antes de que todos despierten.

- Como ordenes...

Di una reverencia a Zelda, sin tener acercamiento con ella. Mi padre y yo nos retiramos de la habitación, sin dirigirnos la palabra.

...

Cuando la noche llegó, mi padre me envió a llamar a su despacho, cosa que obedecí de inmediato, pues sea como sea, era mi superior, el General del Ejército Real.

Una vez llegué a su escritorio, me quedé de pie esperando alguna indicación.

- ¿Me mandó a llamar, General?

Para mi sorpresa, mi padre se levantó como un resorte de su silla y me abrazó con fuerza, mientras podía sentir su cuerpo temblar. A pesar de estar ofendido, le devolví el gesto, pues sentí calidez en sus acciones.

- Link, hijo... – expresó apenado, mirándome a los ojos. – Lamento haberte golpeado. Eso no debió pasar. Además, tú eres más que digno para estar con la mujer que desees. Mi poca capacidad de manejar la situación me hizo decir estupideces.

- Papá...

- Sé quién es mi hijo y lo valioso que es. – dijo conmovido. – Y reafirmo lo que dije sobre su relación. Mi boca estará sellada.

Bajé la mirada ante las palabras de mi padre, pues me sentí tranquilo de ver que se arrepentía de sus acciones. Podrá no ser perfecto, pero sé que tan grande es su amor por mí.

- No te preocupes, pues hiciste lo que creíste correcto... – dije serio, sin mostrar resentimiento. – Visto desde otra perspectiva, lo que hice podría verse como una falta muy grave.

- ¡Y lo es! ¡En eso no he cambiado de opinión! – expresó enojado. – Pero... Yo no me imaginé que ibas a llegar tan lejos con la princesa.

- ¿Qué es lo que temes, papá? – pregunté serio. – ¿Piensas que la he deshonrado? ¿Quieres que hable con el rey y pida su mano en matrimonio para "tapar" lo que pasó?

- ¿¡Qué!?

- Sé lo importante que es esa situación para una mujer, más si es la heredera del reino, así que, si tengo que dar ese paso, lo haré encantado. – afirmé. – No importa si el rey me envía a la horca.

- ¡No! ¡Tampoco tienes que llegar a esos extremos! – exclamó asustado, para después sonreír con alivio. – Pero tus intenciones me demuestran que eres serio y un caballero de verdad, por lo que, ahora sí, estoy seguro de que lo que sientes por ella es un amor real. Me alegra saber que no eres como tus compañeros.

- Si ellos son felices cambiando de mujer cada fin de semana, es su problema. – dije riéndome. – En mi caso, no es así, pues lo que siento por Zelda es algo que sobrepasa mi alma y el tiempo.

- Tu madre estaría orgullosa de ti... – expresó, casi con la voz quebrada. – Y estoy seguro de que ella habría manejado con más sabiduría esta situación. Sin ella, yo quedé totalmente perdido.

- Papá...

- He hecho lo posible para criar a dos hijos solo durante todos estos años... Tenme compasión.

Sentí tambalear mi corazón al pensar en mi madre, razón por la que entendí la impulsividad del actuar de mi padre.

- No puedo impedir que sigas lo que tu corazón y cuerpo te pidan. – dijo mi padre, causando que me sienta avergonzado. – Lo único que te ruego es que tengas precauciones. Tú me entiendes...

- Así va a ser.

A pesar de cómo se dieron las cosas, tengo que reconocer que me siento aliviado de poder confiar en mi padre temas como estos. Ahora sé que él siempre estará para mí, sin importar lo bueno o terrible de la situación.

***

Para mi sorpresa, me despierto tranquilo y sin ningún sobresalto. Me da gusto ver que mis memorias pasadas ya no me causan dolor de cabeza o miedo, a pesar de que esta, en particular, si me provocó demasiadas sensaciones entremezcladas, como la felicidad, miedo, vergüenza y alivio.

Yo estaba seguro de que Zelda y yo nunca habíamos tenido esta clase de encuentros, pero al parecer las memorias de nuestro cuerpo demostraron lo contrario, pues nuestra piel ya tenía grabada nuestros besos, nuestras caricias, las marcas de nuestra pertenencia mutua.

La que siempre fue mi mujer se encuentra plácidamente dormida en mi pecho, mientras yo me fascino con el encanto de su desnudez, con la exquisitez de la piel que devoré como un desquiciado la noche anterior, donde no dejé nada sin marcar como mío; mi lengua aún tiene su adictivo sabor.

Ahora entiendo por qué me sentí tan seguro cuando me uní a su alma por completo. Mi miedo de herirla se desvaneció al primer contacto.

Los quejidos de mi dama me sacan de los pensamientos, a medida que sus apasionados ojos se compenetran con los míos. Me mantengo en silencio mientras la miro, y no es incómodo, sino narcótico y atrapante.

- Link...

Respondo a su llamado besando sus labios, adentrando mi lengua a esa boca que me hace olvidar mi nombre y toda mi identidad. Por un breve instante desearía enviar al demonio el peso de mi destino y llevarla lejos de todo, pero eso significaría perjudicarla a ella, y eso es algo que nunca será una opción.

- ¿Por qué no me lo dijiste antes, Zelda? – pregunté, mostrando tono ofendido.

Las mejillas de la princesa se sonrojan, mientras esconde su rostro en mi pecho, lo que me causa ternura y risa. Sin embargo, no pienso dejarla en paz hasta que me responda, así que no dejo de mirarla.

- Link, aunque me dolía, siempre pude entender la razón por la que no recordaras tus sentimientos por mí, por lo que preferí dejar que las cosas fluyan con naturalidad, y es por eso que no te dije nada. – dijo Zelda, mirándome con ternura y acariciando mi rostro. – Y no me arrepiento de haber callado, pues este reencuentro fue magnífico.

- Zelda...

- Ahora ya sabes que he sido tuya por más de un siglo, y siempre será así.

Tomo el mentón de mi amada y la beso con dulzura, deseando mantener este momento lo más que se pueda.

- Te amo...

- Yo también te amo, Link.

Me aferro a su cuerpo para deleitarme con su piel, con ese aroma que provoca en mí ganas de volverla a tomar, y está vez sin contenerme a nada... pero sé que no podemos estar así eternamente, sobre todo porque ahora, más que nunca, debo cumplir con mi compromiso.

- Vamos a despedirnos de Riju, pues debemos partir a la Meseta de los Albores. – dije serio. – Es ahí donde tu padre me entregó sus memorias.

- Estoy nerviosa, pero decidida a enfrentarlo todo. – dijo la princesa, cerrando los ojos y soltando un suspiro. – Ahora que he vuelto unirme a ti, seré valiente.

Unos minutos más, nos quedamos abrazados para fundir nuestro aroma. Un poco más de tiempo no nos haría daño...

...

A pesar de que nos cuesta levantarnos de la cama, Zelda y yo logramos salir de nuestro deseado encierro y dirigirnos hacia la ciudadela Gerudo. Sin embargo, al salir del hospedaje, vemos que la misma Riju nos espera a la orilla del pequeño lago, cosa que al inicio nos sorprende, pero después entendemos por qué.

- ¡Riju! – exclamó Zelda, emocionada. – En este instante nos dirigíamos a tu palacio.

- Lo supuse, pero preferí venir para que Link no tenga impedimento de entrar. – dijo la matriarca, soltando una pequeña carcajada. – Como perdió el traje Gerudo femenino...

- Pero ese no iba a ser ningún problema... – dijo Zelda, riéndose, mientras yo no entendía por qué. – Íbamos a comprarle otro traje a Vivien.

- ¿¡QUÉ!? – expresé espantado. – Pero Zelda...

Estuve a un paso de esconderme para no soportar más humillaciones, pero las mujeres comienzan a reírse ante mi reacción, cosa que me hace sentirme algo avergonzado.

- Muy bromistas... – expresé enojado.

- Link, no te preocupes. – dijo Riju. – Vivien jamás repite diseños, mucho menos después de todos los desprecios que le has hecho. Nunca te perdonará.

- Menos mal... – respondí aliviado.

- En fin... – continuó Zelda, cambiando rápidamente de tema. – Queríamos verte para despedirnos y agradecerte por todo el apoyo que nos diste.

- Zelda, soy yo la que tiene que agradecer por su llegada a esta región, pues sin eso, yo hubiera seguido presa en un falso sueño. – dijo la matriarca, apenada. – Gracias a tu valentía, pude dejar de lado mis miedos e inseguridades, y por eso, algún día, sé que llegaré a ser una buena líder, tal y como lo fueron mi madre y Urbosa.

- Yo... – vi que Zelda tuvo ganas de llorar, pero se contuvo. – Ahora mi corazón está lleno de paz y sin la culpa atormentándome. Urbosa y tú me mostraron el camino para seguir con esta misión.

- Misión en la que no estarán solos, pues les aseguro que yo estaré ahí para apoyar a la causa. – expresó Riju, determinada. – Voy a prepararme muy duro para ese día.

Las mujeres se abrazan para sellar su promesa, mientras mi orgullo por Zelda sigue creciendo. Siempre la he considerado valiente y digna, y no me importaría cuidarla como si fuera una flor indefensa, sin embargo, verla evolucionar llena mi corazón y me hace sentir más complementado con ella.

Siempre protegeré a Zelda, así me cueste la vida.

Las damas se separan y aprovecho para también despedirme de Riju, agradeciéndole por haber cuidado de Zelda en mi ausencia, pero sobre todo por haberle dado valor.

Nos alejamos del Bazar de Sekken y poco a poco abandonamos el desierto, para enfrentar, quizás, uno los momentos más difíciles para Zelda. De todas maneras, yo estaré al lado de ella para darle mi apoyo, mucho más si esto se relaciona con el rey.

...

Una vez que salimos del desierto, llegamos al rancho del cañón Gerudo. Para nuestra sorpresa, no solo Epona se encuentra esperándome, sino el caballo de Zelda, Mond. La princesa me explicó que, antes de despedirse de Impa, ella prometió enviar su caballo para que la recibiera al término de la misión, cosa que, evidentemente, cumplió.

Antes de partir del cañón, entramos al rancho para comprar algunas provisiones y cambiar nuestra ropa Gerudo a la tradicional, cosa que me hace sentir aliviado, pues no estoy acostumbrado a usar vestimenta tan descubierta en público.

Una vez que estamos listos, me dispongo a guiar el viaje hacia la Meseta de los Albores, pero siento intriga cuando veo que Zelda se queda pensativa.

- ¿Ocurre algo? – pregunté curioso.

- Link... ¿Recuerdas la torre de la Meseta de los Albores?

- Claro que la recuerdo, pues tú me guiaste a ella. – comenté sonriendo.

- Gracias a la función que Prunia activó en la tableta Sheikah, podemos llegar a la meseta sin problemas. – comentó animada. – Nos ahorraríamos horas de viaje.

- ¡Tienes razón, es una buena idea! – expresé sorprendido, pues había olvidado por completo ese importante detalle. – Además, la entrada a la meseta está sellada desde hace años, así que sin eso, no hubiera sido fácil entrar.

- Vamos de una vez.

La princesa y yo avanzamos un poco para alejarnos de las miradas curiosas, y una vez tranquilos, la tableta hace su trabajo. Desaparecimos del cañón sin dejar ni una evidencia.

...

Nunca pensé que regresar a este lugar me provocaría sentimientos tan incómodos y melancólicos.

Hace meses reinicié mi vida aquí; sin orígenes, sin recuerdos, pero sobre todo sin identidad. Regresar me hace caer en cuenta de todo lo que he recorrido hasta ahora, y por suerte no lo he hecho solo.

A veces me preguntó qué habría ocurrido si seguía las correctas indicaciones del rey. ¿Habría recuperado mis recuerdos de una manera distinta? Nunca lo sabré, pues ya no se puede regresar al pasado, ni tampoco lo deseo, pues eso significaría que Zelda seguiría encerrada con Ganon, la tendría como una simple meta que cumplir, la típica princesa que el "héroe" debía rescatar, y no la mujer que irrefrenablemente amo.

El "hubiera" no existe...

- Link... – me llamó Zelda, sacándome de mis cavilaciones. – ¿Estás bien?

- ¿Ah? – regresé al presente ante su pregunta. – Sí, estoy bien. Solo que... me siento raro de estar en este lugar otra vez.

- Lo sé, pues aquí fue el inicio de todo...

Los ojos de la princesa, de manera inexplicable, comienzan a llorar con profundo dolor. No comprendo por qué de un momento a otro se puso así, por lo que me preocupo.

- ¿Qué te pasa, princesa?

Ella no responde, sino que su mirada se desvía hacia el Este, lo que provoca un escalofrío espantoso que me recorre por toda la espalda.

Ese lugar es imposible de olvidar...

- ¿¡Qué haces, Zelda!?

Los pies de Zelda comienzan a moverse en la mencionada dirección, lo que causa que mi pánico se incremente, por lo que la tomo del brazo para detenerla.

- ¿¡A dónde vas!? – pregunté alterado.

- Quiero ver, aunque sea por fuera, el Santuario de la Vida.

- ¡No! ¡No! ¡De ninguna manera! – exclamé aterrado, tomando de los hombros a Zelda para detenerla. – ¡No quiero estar ni cerca de ese lugar!

- Link...

No comprendo por qué me siento tan descontrolado, como si una bestia estuviera a punto de devorarme sin que pudiera evitarlo; incluso estoy transpirando, mientras la respiración se me entrecorta.

- Tranquilo, Link... – pidió Zelda, abrazándome.

Lo único que sé es que no quiero saber nada del Santuario de la Vida, pues aunque me devolvió la salud, me succionó mis recuerdos, mi época y la esencia de mi alma, por la que he tenido que luchar a muerte, hasta el día de hoy, para recuperar.

Sé que debería sentirme agradecido con ese recurso vital... pero no puedo. Incluso quiero llorar, pero lo evito con todas mis fuerzas. Ya lloré demasiado con la muerte de mi hermana, y me juré a mí mismo que jamás volvería a hacerlo, pues por eso soy un hombre, un héroe que se está enfrentando al calvario de erradicar a Ganon y al maldito de Astor, para que el Cataclismo no se repita.

No derramaré una sola lágrima nunca más...

- Zelda, lo siento... – dije apenado. – Pero ese sitio me provoca malestar. Solo de saber que estuve ahí como un cadáver viviente por cien años me da pavor. Mi hermana odió ese santuario por haber sido una barrera en nuestro reencuentro, por mis memorias olvidadas, por ti y por todo lo que perdí... No puedo soportarlo. Te lo pido, no vayamos allá.

- Perdóname, Link, no fue mi intención mortificarte. – dijo apenada, secándose las lágrimas. – No sé por qué sentí un impulso de ir hasta allá, pero tranquilo, no iremos.

- Gracias...

Respiro aliviado de saber que no volveré a pisar ese sitio. No quiero más malos recuerdos en mi perturbada mente.

- ¿Sabes, Link? – habló Zelda, separándose de mi lado y dándome la espalda. – Yo tuve el doloroso honor de estar presente cuando Rotver se encargó de preparar el lecho que te mantuvo con vida por un siglo.

- ¿Qué dices...? – pregunté conmocionado.

- Antes de ir al Bosque Perdido para dejar la Espada Maestra en su pedestal, vine a despedirme de ti, pues estaba determinada a sellar a Ganon y creí que entregaría mi vida en ese objetivo. – relató la princesa, apenada, mientras yo la escuchaba estático. – A pesar de que ahora te tengo a mi lado, recordar el portón ancestral cerrarse contigo adentro, es algo que nunca voy a olvidar.

- Zelda...

- Prunia también estuvo presente, y por más que le supliqué que me diera una fecha de tu despertar, no pudo hacerlo. – Zelda manifestó más dolor en sus palabras, soltando lágrimas en su relato. – El proceso de sanación del Santuario de la Vida es impredecible, y lo que más me duele es que todo ocurrió por no haber despertado a tiempo mi poder. No pude salvarte.

- Ya no pienses en eso. – supliqué tomando su rostro y secando sus penas. – Tú dejaste de sentir culpa desde que Urbosa te liberó de ese peso, y ahora yo te pido lo mismo. Nada de esos momentos van a regresar, pues ahora tenemos la ventaja de ser más sabios, pero igual de jóvenes que antes. Ya conocemos los movimientos de nuestro enemigo, así que me aseguraré que no nos sorprenda otra vez.

A decir verdad, al igual que Zelda, también tengo dudas en mi corazón sobre cómo voy a vencer a Ganon o a su sirviente, Astor. Sin embargo, no me daré por vencido, pues estoy dispuesto a vengar la muerte de nuestra familia, hace cien años, y sobre todo, a defender al gran amor de mi vida.

La soledad y el silencio no volverán a estar presentes en mi vida...

- Zelda, quiero enseñarte un lugar...

- ¿Qué? – preguntó ella, tranquilizando su malestar.

- El sitio indicado para cumplir con la voluntad de tu padre, el rey.

Zelda no dice nada, pues solo permite que tome su mano y la guie hacia el sitio que tengo pensado.

...

He traído a Zelda al único lugar de la meseta que me hace sentir tranquilo, pues aquí tuve cobijo y alimento cuando más perdido me sentía. A pesar de que el rey, bajo la imagen de un anciano errante, me puso trabas que resultaron ser bastante molestas, nunca voy a olvidar que compartió conmigo su comida cuando me moría de hambre y una cama cómoda para que pudiera descansar de tantos pensamientos y miedos que me agobiaban en ese entonces. Siendo un espíritu, cuidó de mí y me mostró el camino, tal y como lo haría un padre.

- Zelda, esta cabaña perteneció a tu padre. – dije, mientras la miraba a los ojos, sonriendo.

- ¿Cómo...? – preguntó sorprendida.

- ¿No sabías? – pregunté sorprendido. – Pensé que al traerte aquí la reconocerías, pero te veo bastante intrigada.

- No tenía idea de la existencia de este lugar... – dijo sorprendida, recorriendo el camino y tocando los pocos muebles de la vivienda. – Quizás este es el sitio al que venía mi padre cuando se desaparecía a meditar o a entrenar. Incluso puedo sentir su aroma... Tan único y familiar.

- Lo único que sé, es que en este lugar tu padre me permitió pasar mi primera noche fuera del Santuario de la Vida, además aquí me brindó la carne picante que te di el día que nos reencontramos, la que no pudiste comer. ¿Recuerdas?

- Sí... Claro que lo recuerdo. – dijo melancólica.

Me acerco a la mesa en donde vi sentado al rey esa extraña noche, donde, antes de quedarme dormido, pude ver como su imagen se transformaba a su verdadera identidad por unos instantes. Levanto una silla para indicarle a Zelda que se siente, acción que ella, llena de dudas, acepta. Yo también me siento a su lado.

Me siento ansioso, pero aun así seguiré adelante. Encima de la mesa, saco todos los objetos que el rey me dio, sobre todo su importante diario.

- Esto es...

- Princesa, el rey no solo me encargó que te entregara este diario, el que solo puede ser leído por ti, sino estas cosas que, hasta el día de hoy, no las he podido descifrar.

Aparte del diario, he entregado a Zelda la vieja caja de madera que encontré junto a la paravela, la que contiene algo que no he podido descubrir, como si estuviera en un doble fondo, pero sobre todo la que guardaba el colgante que por mucho tiempo llevé amarrado en mi cuello, pero que por el múltiple cambio de vestimentas que tuve en este viaje, preferí guardar en un sitio más seguro.

Zelda mira la caja con curiosidad, pero sin duda alguna, sus ojos se sobresaltan al palpar el colgante, el que analiza con obsesión. Para mi sorpresa, suelta un suspiro doloroso y ahogado, mientras coloca una mano en su pecho.

Hasta acá puedo escuchar el fuerte palpitar de su corazón...

- No puede ser... – expresó Zelda, con las lágrimas comenzando a desbordar. – Como pude olvidarme de él...

- Zelda... – le hablé confundido, sin entender nada.

- Mi mamá y yo lo encontramos, y fue el único consuelo para mi soledad. – continuó hablando, haciéndome sentir más perdido. – Pero mi padre... él...

Zelda deja la pieza del colgante a un lado y toma el diario, el que apenas tiene contacto con sus manos, emana un aura azulada, brillante y reluciente como el alma del rey.

Por fin, las escondidas letras serán mostradas...

.

Palabras para mi anhelada hija, la que recibí con amor cuando llegó a mis brazos...

Letras para mi preciosa hija, la que cada día crecía tan hermosa como mi amada esposa...

Textos para mi destrozada hija, la que no derramó una sola lágrima en el funeral de su madre...

Oraciones para mi perdida hija, a la que le arrebaté el último consuelo a su soledad...

Párrafos para mi angustiada hija, a la que anulé por arrogante y necio...

Capítulos para mi querida hija, a la que vi salir por el portón del castillo por última vez...

Diario para mi querida hija, de quien anhelo su perdón...

.

En ese momento, la cabaña entera se enciende con una luz tan cegadora que me causa mareo, la que me impide ver a Zelda frente a mí. Poco dura la iluminación, y cuando abrimos los ojos descubro que estamos en un sitio totalmente distinto, pero muy conocido.

- Link, estamos...

Hemos llegado al Templo del Tiempo. ¿Cómo es posible algo como eso?

- Escribir es hablar dos veces, pero mejores son las palabras de aliento, pues del corazón proceden.

Reconozco esa voz...

Impactado, me doy la vuelta para encontrarme no solo con la gigante estatua de Hylia, sino con alguien que no esperé volver a ver nunca.

- Papá...

Presencio el reencuentro del atormentado padre con su hija...

...

Comentarios finales:

Hola, espero se encuentren bien. Espero no haber tardado mucho.

Hemos llegado a otra parte que también ansiaba narrar, pues como saben, los que han jugado BOTW, el rey poseía un diario donde escribió cada una las etapas que le tocó vivir con la muerte de su esposa, el crecimiento de Zelda y su incapacidad para obtener el poder, y lo más desgarrador, la última página donde se sentía mal de haber sido tan duro y deseaba hablar con ella cuando regresara al castillo, cosa que no pudo darse porque llegó el Cataclismo y... el resto es historia.

El diario será narrado de una manera muy distinta a la tradicional, pero no por eso dejará de ser emocionante. Así lo deseé desde que imaginé este esperado reencuentro entre padre e hija con asuntos pendientes.

Sé que el rey fue un personaje muy odiado, y con toda la razón, pues fue muy injusto con Zelda al exigirle demasiado o quitarle "cosas" que para ella fueron sumamente importantes o recuerdos de su madre. Sin embargo, aunque equivocado, todo lo hizo pensando en el bien de ella, nunca para dañarla, pero aun así, su alma no descansa en paz, porque se fue con ese pendiente, así que este es mi momento para expresar lo que me hubiera gustado ver. Zelda también necesita eso para sanar su corazón y para recuperar algo de su pasado. Si son pilas, quizás ya saben de qué se trata.

En esa parte se incluyeron elementos muy importantes del capítulo 2, "Alma perdida". Como ya han pasado siglos desde que publiqué (2021), seguramente hay situaciones que no recuerdan, pero con gusto se las refrescaré. Link encontró en el cofre que le dio el rey no solo la paravela, sino una carta de indicaciones, una vieja caja de madera con "cosas" en su interior, entre esos el colgante que tiene ese "objeto" que despertó la mente de Zelda y le hizo recordar un hecho doloroso de su infancia, una pérdida que su inconsciente borró como mecanismo de defensa.

En fin, no quiero decir más, solo agradecer a todos por leerme y haber llegado hasta aquí. Estamos a CASI NADA del final, y aunque me emociona, sé que lloraré cuando llegue ese día, pero más de felicidad que de tristeza.

Un abrazo a todos, y no se olviden de regalarme un comentario. Sé que no es obligación, pero créanme que son cosas que como escritora me hacen feliz porque pongo mucho amor en cada letra que escribo, y me gustaría saber si es de su gusto esta historia.

Artemiss

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