
17. Corona de flores
Qué frustrante que no se me ocurra nada...
Zelda, ha tenido un mal día. Yo no veo lo que pasa porque estoy entrenando la mayoría del tiempo, pero según escuché a los jóvenes soldados, fue a una de las fuentes a orar, junto con la reina y la mejor amiga de esta.
La vi llegar desde lejos con el pelo empapado y el rostro desencajado, a pesar de que la madre y la otra mujer la consolaban... Sin embargo, no me gustó verla de esa manera, tan triste y derrotada.
Hace un año que vine con mi padre y hermanita a vivir a este lugar, y desde ese momento Zelda y yo nos hicimos los mejores amigos, y cuando la veo triste siempre se me ocurren cosas para alegrarla. Incluso nos hemos escapado algunas veces a comer dulces a los puestos de la ciudadela, jugar a los puestos que se abren en los festivales; claro está, con ella "disfrazada" de niña normal, la que junto a mí, tan común, quedaba a la perfección.
Pero ahora no hay festivales activos y no quiero darle los dulces de siempre... deseo hacer por ella algo diferente, algo que le haga sonreír mucho más.
Mis dedos no dejan de apretar el pasto del jardín central del castillo, como si entre las hojitas pudiera encontrar una respuesta.
- Pequeño Link...
Me doy la vuelta y descubro la silueta de una de las mujeres que acompañaba a Zelda, la que viste esa típica túnica color cielo que conozco tan bien...
- Mi reina...
¿La reina? Ya ha aparecido antes en mis sueños y alucinaciones, y aunque como siempre no le veo el rostro, sé que es ella por ese tono angelical con el que me ha llamado, por esa aura tan parecida a la de mi amiga Zelda.
- Te noto preocupado, pequeño. – preguntó curiosa. – ¿Ocurre algo?
- Lo que pasa es que... – dudé mucho en contarle lo que me preocupaba, temiendo lo que piense de mí o se enoje. – Lo que pasa es que he visto triste a Ze... digo, a la princesa Zelda... y no me gusta eso.
La dama se apena y ni necesito mirarla para saberlo. Poco después, se pone a mi altura para hablarme, colocando una mano en mi rostro.
Siento tanta paz al sentir esa caricia, como muchas que he dejado de recibir desde hace tiempo.
Cuánto te extraño, mamá...
- Quieres hacer algo para Zelda, ¿cierto?
- ¿Pero cómo...? – comencé a balbucear, apenado. La reina era muy intuitiva. – ¿Cómo lo supo, alteza?
- Porque el pequeño Link es el mejor amigo de mi preciosa Zelda. – respondió sonriendo. – Y ella lo quiere mucho.
Mis mejillas arden ante el comentario de la reina. Zelda y yo somos amigos... ¿Eso es quererse?
- Creo saber qué podrías hacer para animarla...
Mis oídos se ponen atentos ante lo que la reina va a decirme, pero ella solo toma mi mano y me lleva para algún lugar.
- ¿A dónde vamos, mi reina?
- A enseñarte algo que a Zelda le gusta mucho. – respondió sonriente. – Y más feliz le hará el saber que tú se lo darás.
Sentí una mezcla de emoción y nervios ante la indicación de la reina...
...
Llegamos a una parte del castillo que para nada conocía. La reina me trajo a un sitio extraño con bastantes plantas y flores amontonadas, protegidas por un enorme cristal.
- ¿Nunca habías visto un invernadero?
- ¿Inverna...? – me costó pronunciar esa palabra, por lo que me sonrojé.
- Invernadero... – respondió con una cálida sonrisa. – Este es mi lugar secreto, pues aquí me dedico a cultivar las flores y plantas que más me gustan, incluso las que son difíciles de encontrar.
La reina me guio a la parte más profunda del invernadero, donde se encontraban las flores más hermosas que había visto en mi vida. Las tenía cultivadas bajo la oscuridad, pero el brillo con el que resplandecían iluminaban el sitio como si hubiera alguna luz encendida.
- Son lindas, ¿verdad?
- Sí, muy bonitas. – respondí encantado.
- Esta flor, o más bien, lirio, se llama "Princesa de la calma". – dijo ella. – Y es la favorita de Zelda.
Me parece raro que a Zelda le guste una flor con el título con el que no quiere que la llame. Sin embargo, el lirio es tan hermoso que hasta puedo ver reflejado su sonrisa en él.
Sin duda ella es esta hermosa flor...
Quedo embelesado, observando a la princesa de la calma, hasta que me impacto al ver que la reina comienza a arrancarlas, una a una, sin motivo aparente.
- Reina... – expresé sorprendido, espantado. – ¿Por qué...?
- Pequeño Link, debes saber que estos lirios, lamentablemente, no vivirán mucho. – explicó apenada. – La princesa de la calma solo puede crecer en estado salvaje, y el que yo haya podido plantarla de manera artificial ya es un gran logro. Sin embargo, sigo investigando el por qué no viven tanto.
- Es una pena... – expresé con tristeza.
- Pero sé que en tus manos estarán mejor...
Me sorprendo al ver que la reina coloca en mis manos las flores, las que a pesar de estar arrancadas siguen brillando con fuerza y belleza.
- Estoy segura de que a Zelda le encantará lo que hagas con ellas.
- ¿Hacer con ellas?
- Eres muy inteligente y creativo, así que algo hermoso se te ocurrirá.
La reina me toma de la mano y juntos salimos del invernadero. ¿Yo, creativo? Será para tomar la espada y para evadir las burlas de mis compañeros mayores, pero para hacer algo con estas flores... no se me ocurre nada.
...
Una vez más me encuentro solo en este jardín, partiéndome la cabeza con estas flores en mi mano. Pensaba dárselas a Zelda, así como están, pero creo que sería demasiado común. ¿Cuántas no le habrá dado su madre?
- ¡No sé qué hacer!
Lleno de impotencia, tomo una piedra que se encuentra frente a mí y la lanzo lejos... y en ese momento el corazón se me sale del susto.
- ¡Yahahaiii! ¡Oh, me descubriste!
Me quedo quieto, como una estatua, al ver al ser que se encuentra frente a mí. No siento miedo, pero tampoco tengo tranquilidad al verlo. Es pequeño, saltarín, y no sé si es una planta, un animal o un niño, pues la hoja verde que cubre su rostro me confunde demasiado, y mucho más los hongos rojos que adornan su cabeza.
- Reacciona, pequeño Link.
Y encima sabe mi nombre... Seguro estoy soñando, esto no es real.
- ¿Quién eres? – pregunté nervioso.
- Yo me llamo Gingo... soy un Kolog.
- ¿Kolog? – pregunté confundido.
- Qué vergüenza que un niño de tu edad no sepa nada de mi especie. – dijo, fingiendo indignación, para luego reírse como lo hizo al inicio. – Somos tan especiales que solo nos aparecemos ante los niños buenos y educados... pero por lo visto tú no eres así.
- ¿¡Qué!? – pregunté molesto. – Claro que soy bueno y educado, siempre hago caso a mis mayores y asisto sin falta a mis entrenamientos.
- ¿Será así? En fin, algo hizo que nos encontremos, y yo no creo en las coincidencias. – dijo el Kolog, riéndose.
Gingo mira las flores que tengo en las manos, causando que sus ojos se iluminen y me las arrebate.
- ¡Oye! ¡Dámelas! – reclamé enojado.
- ¿Tan hermosas princesas de la calma y las tienes así de revueltas? – preguntó burlón. – Pero qué aburrido eres.
- Me interrumpiste en un momento importante, pues estoy pensando qué hacer con ellas para hacer reír a mi mejor amiga.
- Oh... el pequeño tiene novia.
¿Qué? ¿Novia? Me arden las mejillas, el corazón me palpita sin parar... mis orejas queman.
- ¡Zelda no es mi novia! ¡Es mi mejor amiga! – reclamé avergonzado.
- Sí, claro... – aceptó con sarcasmo. – Pero te veo tan preocupado por no saber qué hacer con ellas... y mientras cumplo con mi más grande sueño, seré tu hada padrino.
- ¿Hada padrino? – había escuchado de las "hadas madrinas" ... ¿pero padrinos?
- Nada más bello que ver a tu amiga hermosa rodeada de flores, en ese cabello rubio tan brillante como el sol...
- ¿Cómo sabes que ella es rubia?
- ¿Cuestionando a tu hada padrino? – preguntó molesto. – ¿Quieres ayuda o no?
Guardo silencio, pues necesito la ayuda de mi "hada padrino", el que quizás pueda auxiliarme en esta falta de creatividad que me tortura.
- ¿Para qué necesita una princesa el oro si puede tener bellas flores?
Gingo saca "de la nada" una rama, la que brilla apenas tiene contacto con las princesas de la calma. No sé en qué momento las flores se unen y forman una corona, brillante y más perfumada que cuando la reina me las enseñó.
- ¡Wooow!
- Lo sé, soy genial. – dijo con arrogancia. – Ahora, puedes ir donde tu dama a entregárselas, seguro ella se pondrá contenta.
- Muchas gracias por tu ayuda. – dije fascinado. – A Zelda le encantará...
- Sí, pero eso no te saldrá gratis...
- ¿¡Qué!? – pregunté asustado. – ¡Yo no tengo dinero!
- ¿¡Y quién te dijo que quiero dinero!?
- ¿Entonces qué quieres?
El Kolog me mira fascinado, para luego darme la espalda.
- Cuando volvamos a vernos te lo diré... mientras, prepararé todo para ti.
- ¿Y cuándo volveremos a vernos? – pregunté curioso. – ¿Volverás a aparecer así, de la nada?
- No... tú mismo me encontrarás cuando tomes lo que te pertenece.
Y con esas palabras, Gingo desaparece, dejando interrogantes en mi cabeza y brillantina natural en el ambiente. Por un momento dudo si la corona que tengo en las manos es real, pero su brillo y aroma me saca de mis cavilaciones. Ese misterioso ser se apareció frente a mí y me cumplió un deseo... pero no a cambio de nada.
Ya no tengo tiempo de seguir pensando... tengo a una princesa a la que alegrar.
...
Mi suerte es tan grande que la biblioteca real está vacía, siendo Zelda la única que se encuentra ahí. Está tan concentrada leyendo uno de sus libros sobre reliquias ancestrales que no ha notado mi presencia, hasta que decido sorprenderla de una manera sublime.
Coloco la corona de flores en su cabeza sin decirle una palabra...
Sorprendida, mi amiga voltea a verme, para después tomar la corona y contemplarla. La tristeza de su mirada se desvanece al perderse en la belleza de los lirios, los que vuelvo a tomar en mis manos para volver a colocarlos en ella.
- Link...
- No puedo ver a mi amiga triste. – dije, con las mejillas ardiendo y sin entender por qué. – Por eso te traje una verdadera corona.
Zelda mira la corona, dejándose llevar por su aroma, mientras una sonrisa se le dibuja en el rostro.
Zelda... tu sonrisa es como el sol.
- Link... ¿cómo supiste...?
- Es un secreto...
Que su madre me haya ayudado puede ser que lo crea... pero sobre el raro ser que se me apareció de la nada, lo dudo. Va a pensar que estoy chiflado.
De todas maneras, veo que nada de eso le importa cuando se abalanza a mí a abrazarme, para luego depositar un beso en mi mejilla. Qué nervioso me siento ante esta cercanía... pero me gusta. No me lavaré la cara nunca, aunque mi padre me arrastre a la bañera.
- ¡Es hermosa, Link! – exclamó emocionada. - ¡Me encanta!
Zelda se acerca a uno de los espejos que se encuentra en la biblioteca, mientras contempla el regalo que formé para ella gracias a mis ilusiones... a mis deseos más profundos.
- Gracias... La guardaré para siempre... – dijo ella, mirándome a los ojos. – El regalo más hermoso de mi mejor amigo, Link.
Siempre seremos los mejores amigos, Zelda... y nunca voy a abandonarte para que esa sonrisa no se borre de tus labios.
Lo prometo... lo juro.
*.*.*.*.*
Este recuerdo ha llegado a mi mente más claro que los demás, a pesar de que no pude verle el rostro a la reina y a su mejor amiga.
- ¿Link?
Reacciono al llamado de Zelda, al ver sus ojos, los que me devuelven a la realidad. Desde niña ha sido tan hermosa, y con el paso de los años ha conservado la inocencia de su mirada... pero al mismo tiempo su pesar, el que daría lo que fuera por arrebatar.
Vuelvo a ver a la flor que tengo en las manos, la que Zelda no deja de contemplar a la par que mi rostro, el que de seguro está desencajado.
- Zelda...
Ni siquiera lo pienso, dejándome llevar por mis impulsos. Estiro mi mano y le otorgo la flor a Zelda, lo que causa en ella una sorpresa indescriptible al tomarla, la que me encanta ver a pesar de lo apenado que me siento, con estas mejillas que me queman.
- Esta flor me ha hecho recordar cosas, Zelda. – por fin pude hablar, determinado a confesar lo que me ocurre en estos momentos. – Es tu favorita, la Princesa de la calma.
Los ojos de Zelda se desorbitan más ante mis palabras, lo que produce en mí deseos de continuar.
- He tenido varios sueños e imágenes vagas de recuerdos de mi pasado, pero nunca algo tan claro como este, sobre todo si viene de mi infancia. – dije, con mis manos temblando. – Yo... yo te regalé una corona hecha con estas flores, ¿cierto?
Los ojos de Zelda comienzan a derramar lágrimas, causando que después se abalance a mí, a abrazarme. Como siempre, sentir a Zelda tan cerca me pone tenso, pero al mismo tiempo me resguarda en una seguridad que me hace falta desde el día que desperté.
Zelda, no eres la única que necesita sentirse protegida... yo también tengo que tenerte cerca por mi paz, para no volverme loco con los recuerdos y pesadillas que me persiguen.
- Link... – habló ella, esforzándose por no sollozar. – Dime todo lo que recordaste, necesito escucharlo.
- ¿Zelda, tú y yo somos amigos desde niños? Porque eso es lo que recuerdo. – respondí nervioso. – La imagen que vino a mi cabeza fue un día que llegaste triste y cansada de tus rituales, y para consolarte te regalé una corona hecha con estos lirios... con princesas de la calma.
- Sí, Link, yo lo recuerdo perfectamente, y sí fuimos los mejores amigos. – respondió la princesa, conmovida. – Fui muy feliz ese día, y conservé la corona por mucho tiempo, a pesar de que se marchitó... y hasta que el Cataclismo...
No dejo que termine su frase. La separo de mí y la miro a los ojos, con mis manos sosteniendo sus hombros. Tengo demasiadas dudas al haber recordado cosas tan hermosas, pues también esconde situaciones tristes y dolorosas que sé que se dieron...
- Sin embargo... – me detuve unos instantes en continuar con mis dudas, pensando cómo plantearlas sin despertar ansiedad en mi protegida. – Hay cosas que no comprendo, que quiero saber.
- ¡Pregúntame lo que quieras! – respondió Zelda, emocionada y ansiosa. – Yo puedo ayudarte a recordar, confía en mí.
Le cuento a Zelda cada detalle de mi recuerdo, y el enterarse que su madre fue la encargada de darme los lirios, la sorprendió, pero mucho más cuando le confesé quién me ayudó a realizar la corona. Se puso más pálida de lo normal, y no sé si es por mencionar a la reina, al ser del bosque que se me apareció... o a esa misteriosa mujer.
- ¿Quién era la mujer que, además de tu madre, te acompañaba en tus oraciones?
La princesa, nerviosa y apenada, baja su mirada, para luego responder con el mismo pesar.
- Ella era la mejor amiga de mi madre... y una de los campeones. – dijo entristecida. – La piloto de una de las bestias divinas.
Decido no preguntar más sobre eso, pues Zelda comienza a temblar... y quizás lo haga más con la otra duda que tengo.
- Zelda... ¿Por qué si éramos tan amigos... no te caía bien?
- ¿Qué?
- El día que te vi por primera vez, en esta era, sabes el recuerdo que tuve... y no estabas contenta conmigo, incluso hasta podría decir que me odiabas. – me costó mucho mencionar estos sentimientos tan incómodos, pero sin entender por qué, me siento culpable por eso.
- Link, yo...
- Zelda, mi cabeza me lanza frases sobre una promesa que te hice. – mencioné, recordando esa extraña conversación con mi padre. – ¿Qué significa eso? Lo que sea que haya sido... ¿lo cumplí?
Zelda se separa de mí, mirándome con seriedad y al mismo tiempo pena. Espero no estar arruinando las cosas. No me perdonaría que se aleje de mí por eso.
- No lo recuerdo... – me responde seria, pero al mismo tiempo nerviosa y con duda. – Sin embargo, así lo recordara, ya no vale la pena. Nos hemos reencontrado, somos amigos y estamos juntos en este destino que no estaba determinado, pues tú deberías estar solo y yo encerrada con Ganon. Pero las cosas no son así...
- Zelda... – siento que no me dice la verdad, pero prefiero no seguir insistiendo.
Coloco la mano en mi pecho, pues mis característicos ahogos de ansiedad amenazan con regresar, como siempre ocurre cuando un recuerdo me invade. Ante mí sentir, Zelda se acerca a mí, tomándome del rostro...
Ella no tiene idea cómo reacciona mi cuerpo ante ese tipo de tocamientos, causando en mí deseos de atraerla más cerca... para lo impensable.
- Link, un día a la vez, y solo espero que recuerdes cosas agradables. – dijo sonriéndome, mientras que yo controlaba las sensaciones de mi cuerpo y mente al tenerla conmigo. – Así como por ti mismo has descubierto esas cosas, lo demás llegará. Y por si no te has dado cuenta, cada vez tomas esas lagunas mentales con más fortaleza.
En eso Zelda tiene razón. La somatización ya no es tan fuerte, pues antes me desmayaba y perdía el control de mí mismo, ahora todo lo tomo con más calma. Ojalá sea porque me estoy fortaleciendo y no porque aún no me enfrento a lo peor de mi pasado.
- Vamos a buscar al misterioso ente que me dará la reliquia mencionada por Azael. – dijo Zelda. – Tengo una corazonada de que esta vez encontraremos algo valioso. Luego de eso, regresaremos a la casa de Impa.
Zelda toma la delantera, y yo como siempre me dedico a escoltarla, vigilando que nada raro ocurra. Este sitio es demasiado tranquilo y agradable, y a veces esas cosas no son más que espejismos, por eso siempre estoy alerta.
Llegamos al final del camino, traspasando un puente de madera que nos llevó a un capullo gigantesco plantado en el suelo, mientras miles de criaturas luminosas la rodeaban.
- Hadas...
Cuando Zelda menciona a las hadas, estas vuelan a recibirla, rodeando su cuerpo de pies a cabeza. Puedo notar como ella se deleita con la paz que le transmiten, hasta que me sorprendo con la imagen de su cuerpo iluminándose con luz dorada.
- ¡Zelda!
Poco después, un ligero temblor se hace presente a la par que el capullo comienza a abrirse, hasta que una luz, sumada a la que rodea a Zelda, se apodera de todo el lugar.
- ¡Ay, qué perezaaaaa!
Una vez que la luz se despeja, me impacto tanto con la increíble imagen que tengo frente a mí, aunque Zelda no parece tan sorprendida. Una mujer gigante, voluptuosa, cabello rubio claro y maquillaje extravagante, nos mira, sonriente. Además de eso, tiene una vestimenta llamativa, la que solo cubre lo necesario, aunque solo se la pueda ver de la cintura para arriba.
- Gran Hada Seddha, un gusto conocerla. – dijo Zelda, dando una reverencia.
- El gusto es mío, Princesa Zelda... alma de Hylia. – dijo la magnífica sílfide.
Luego de eso, la mujer posa su mirada en mí, causando en ella una sonrisa... ¿coqueta? Lo que hace que me sienta intimidado e incómodo.
- Veo que la acompaña el apuesto héroe, Link.
- Un gusto, señora. – saludé cortés, sin saber lo que iba a causar.
- ¿¡Cómo qué señora!? – reclamó indignada. ¡Soy la gran hada Seddha! Y si vuelves a llamarme "señora", te convertiré en insecto.
Doy una reverencia, disculpándome. Estos son los momentos en los que sí debo tener la boca cerrada.
- Bien, olvidando este bochornoso momento... – dijo el hada. – Me siento honrada y feliz de tener a la portadora del alma de Hylia frente a mí, pues eso no solo ha significado el fin de mi eterno letargo, sino el entregarle algo que le pertenece.
- ¿Qué es lo que me pertenece?
El hada cierra los ojos, apareciendo en sus manos una esfera luminosa, la que cae de lleno en el pecho de la princesa, sorprendiéndola. Una vez que se redujo su brillo, se revela el gran misterio por el que vinimos.
- Esto es... – expresó Zelda, impactada. – No puedo creerlo...
- En sus manos posee su valeroso instrumento, la lira de la Diosa. – respondió Seddha. – Ella será una de las llaves más importantes para que pueda recuperar su poder.
- ¿Una de las llaves? – preguntó Zelda, alarmada, ocultando desesperación.
- Eso debería saberlo usted mejor que nadie, princesa. – dijo el hada, seria. – Las oraciones nunca fueron suficiente en el pasado, ¿por qué lo serían ahora? Eso es solo un complemento, como lo es la lira, pero no por eso dejan de ser importantes.
- Pero...
- Recréese en lo más íntimo y valioso de su vida, y solo así podrá tener lo que tanto anhela. – continuó el hada, para luego hacer un movimiento con sus manos. – Ahora me despido... bendiciones en su camino.
Y sin dar oportunidad a nada, el hada se desvanece, dejando a Zelda preocupada con sus palabras, observando el instrumento dorado con curiosidad y temor. Siento una nostalgia extraña al verla con la lira, pero no porque se relacione con mi vida pasada, sino con algo inexplicable, primitivo y lejano.
De todas maneras, mis sentimientos son lo de menos ahora. Lo único que me importa es animar a Zelda, por lo que me acerco a ella a tratar de sorprenderla una vez más.
- Link...
Tomo la princesa de la calma de sus manos y coloco un mechón de su pelo detrás de la oreja, para así ubicar la flor.
- Eres tan hermosa, Zelda... no soporto verte sufrir. Sonríe para mí.
- Link...
- No llores, princesa. – dije, agradeciendo que no pudiera leer mis pensamientos. – Mientras yo te esté mirando, estarás bien... siempre.
Nuestra conversación finaliza con un abrazo, como en la mayoría de veces es iniciado por ella.
Tú me das paz, Zelda... tú eres mi princesa de la calma.
...
Regresamos a la aldea Kakariko y nos llevamos la sorpresa que todos se encontraban fuera de casa. Nos enteramos de que Impa, como matriarca del pueblo, tuvo la obligación de presentar a los nuevos integrantes a cada miembro del pueblo... a Azael y al engreído de su hijo, Athan.
Lo que por cierto... me recuerda que debo entregarle a Zelda el diario de su antiguo maestro.
*.*.*.*.*
Por suerte ya tenía la túnica puesta, pero con la prisa que me puse el pantalón, caí al suelo sin piedad. Qué manía de los Sheikahs de llegar a mí sin que pueda notarlo... y en este caso, Impa entrando al cuarto de Apaya sin tocar.
- Lady Impa, con todo respeto, hubiera tocado la puerta antes de entrar. – dije nervioso, levantándome del suelo y cerrando el botón del pantalón.
- Mocoso, no tienes nada que pueda sorprenderme... – expresó burlándose.
No sé si me sentí ofendido con ese comentario, pero hice como si nada hubiera escuchado por mi integridad.
- Fuera de broma, Link, lamento entrar así, sin tocar. Ya es costumbre por este ser el cuarto de mi nieta.
- Entiendo...
- Link, milagrosamente, Prunia ha hecho el desayuno, y eso es porque el mundo se va a acabar o se viene el segundo tomo del cataclismo. – dijo riéndose. – Pero sea como sea, vamos a aprovechar ese inusual detalle.
- Bueno, cuando nos quedamos en su casa...
- Sí, sé que con ustedes fue la mejor anfitriona, pero ese es otro tema... – respondió, fingiendo resentimiento. – Bajemos, que ya nos están esperando.
- Espere, Lady Impa. – interrumpí sus pasos, pues debía confesarle algo. – Hay algo que quiero contarle...
El rostro de la antigua Consejera se tornó serio, mientras yo le mostraba el libro que Athan me entregó la noche anterior.
- ¿Y eso? – preguntó Impa.
- Esto es un diario que ayer me entregó Athan, el hijo de Azael... Se trata del diario del antiguo poeta real.
- ¿En serio? ¿De Athan del pasado? – preguntó Impa. ¿Y qué dice?
- Eso es lo más extraño, no dice nada porque sus páginas están en...
- ¿Así que estás leyendo lo que no es tuyo? – preguntó Impa, mirándome con esos ojos juzgadores.
- ¡NO! – grité avergonzado, para luego bajar el tono de mi voz. – Lo que quiero decir es que... que... la seguridad de la princesa es mi responsabilidad. ¿Y si las páginas de este libro están envenenadas? ¡No puedo arriesgarla a nada de eso! ¡Jamás!
- Sí, lo que digas...
Impa tomó el libro, confirmando la razón por la que me imaginaba que no podía leerlo.
- Tiene un encantamiento, al igual que el diario del rey.
- Entiendo, en ese caso no es conveniente que se lo entregue. – dije, sintiéndome extrañamente aliviado.
- ¡Todo lo contrario! – expresó Impa, emocionada. – Debes dárselo cuánto antes.
- ¿¡Quée!? ¡Un momento! – expresé impactado. – Lady Impa, ¿y qué pasó con la estabilidad emocional de la princesa y su relación con el pasado?
- Esto es diferente... – respondió seria. – Lamentablemente, su antigua majestad fue muy estricto con la princesa, pensando que lo hacía por su bien... pero Athan era tan bueno con ella, su mejor amigo... seguro esto le levantará el ánimo.
- Pero...
- Link, se lo entregas hoy mismo... – expresó, lanzándome esa mirada temible. – Estoy segura de que le sacará una gran sonrisa.
Luego de su orden, Impa se dio la vuelta, mientras que yo, rabioso, lancé el diario a la cama, para luego tomarlo de nuevo.
¿Qué actitud tan infantil es esta? ¿Por qué me comporto de esta manera?
- ¿Y qué podría tener de especial este diario? – me pregunté a mí mismo, tranquilizándome. – Seguro son un montón de palabrerías cursis, además el tipo ya está muerto... ni que el Athan actual fuera poeta, imposible. Ese a duras penas debe saber escribir.
Decido tranquilizarme para bajar a desayunar con todos, pensando que sería una mañana común y corriente...
*.*.*.*.*
Zelda y yo, a medida que nos acercamos a Impa y compañía, vemos como presenta a su pueblo a los nuevos miembros, indicando que se establecerán ahí muy pronto. No dio muchos detalles al respecto, solo pidió que los reciban con cortesía. Ante esa bienvenida, el padre y el hijo sonreían y agradecían, causando impacto en los habitantes... en especial en las mujeres.
- ¡Qué hombres más apuestos! – exclamaron un grupo de jóvenes Sheikahs, arreglándose el peinado y vestimenta, mientras veían a los hombres.
- Por la Diosa... Ahora no sé si ser nuera o madrastra...
- ¿No querrá tener más hijos tremenda adquisición Sheikah? Y si no, yo puedo terminar de criar al suyo.
- Ponte hermosa, hija. El jovencito va a ser tuyo.
No puedo creer que las mujeres enloquezcan por estos tipos. ¿Qué les pasa? Quizás por Azael es entendible, pues los viudos maduros son más llamativos para las damas, pero Athan... sin comentarios.
- Veo que la llegada del padre y su hijo ha alborotado a las damas de esta aldea. – dijo Zelda, lanzando una risa.
- Sí... así veo. – respondí serio, casi por inercia.
Una vez que el alboroto se termina, el grupo se despide de la aldea y entra de nuevo a la casa, y ante eso, Impa nos hace una señal para que los sigamos.
...
- Lo sabía... es la lira de la Diosa Hylia. – dijo Impa.
Impa y Azael analizan con detenimiento el instrumento, mientras que Prunia hace algunas anotaciones. Athan y Apaya, al igual que nosotros, observan curiosos la escena.
- Princesa... – habló Azael. – Ahora sus oraciones ya no serán simples palabras, pues las complementará con la melodía de este instrumento.
- ¿Qué melodía? – preguntó Zelda, preocupada. – Yo nunca he tocado ningún instrumento... y eso Impa y Prunia lo saben mejor que nadie.
- Ese no será ningún problema. – dijo Impa, sonriendo. – Confíe en usted misma y cuando vaya a orar a la fuente del Poder, entenderá todo.
Sé que Zelda no confía, pero por alguna razón yo sí lo hago en las palabras de Impa y Azael. Y sea como sea, estaré al lado de la princesa en todo momento...
- Hay que irnos, entonces... – expresé serio, acercándome a Zelda. – Pero antes, quiero pedirle un importante favor.
- ¿Cuál? – preguntó Zelda.
- Sé que el tiempo apremia en estos momentos... – dudé un poco en mi petición, pero lo lancé con valor. – Pero quería pedir su permiso, aprovechando que estamos en esta región, que hagamos un desvío a la aldea Hatelia... usted sabe por qué.
La casa... necesito comprarla antes de que el tiempo se me termine.
- Estoy de acuerdo, Link. – respondió Zelda, sonriendo, entendiendo muy bien mi situación. – Vamos a resolver ese asunto.
- ¿Qué asunto puede ser más importante que la recuperación del poder de la princesa? – preguntó Athan, alejándose del lado de Apaya y caminando hacia nosotros.
- Athan... – Apaya muestra un rostro desencajado al ver que él fija su mirada en Zelda, cosa que comparto con ella.
¿¡Por qué se mete en lo que no le importa!?
- Dime, Link... ¿Con qué quieres distraer a la princesa en sus asuntos importantes?
Sonrío mordaz para camuflar mi insatisfacción, a pesar de que sabía que mentirle a este tipo era un caso perdido.
- Es un asunto personal del que no estoy obligado a hablar...
- Ya veo... – expresó sonriendo, para luego acercarse a Zelda... demasiado.
- Princesa, ¿está segura que no le molesta hacer ese desvío? – preguntó Athan. – Porque si el asunto de Link es tan urgente, yo puedo llevarla a la fuente del Poder.
Lo mato... este tipo ya está muerto.
- Eres muy amable, Athan. – respondió Zelda, sonriendo. – Pero ese asunto es mío también, además Link es mi protector elegido, el único que me puede acompañar.
- Lo sé, pero no perdía nada con hacer el intento.
- De todas maneras, te lo agradezco mucho... eres tan considerado y amable, como mi antiguo amigo, Athan.
- Es lo menos que puedo hacer para honrar su memoria... y hablando de eso...
Athan se acerca a mí, mostrando ese semblante calmado que sabe me fastidia, pero yo, como siempre, me comporto al margen.
- ¿Ya cumpliste con el favor que te pedí, centenario héroe?
- Hoy lo haré sin falta, ya te lo dije...
- ¿A qué se refiere Athan, Link?
- Princesa, si me lo permite... se lo diré cuando lleguemos a la aldea Hatelia.
Luego de mi respuesta, Athan se acerca a Zelda y le hace una petición inaudita... poco después Apaya se coloca detrás de mí, arrimándose en mi hombro. Al parecer también está sorprendida por lo que está ocurriendo.
El osado de Athan ha pedido permiso a Zelda para tomar su mano... y ella se lo otorga.
- Princesa Zelda, espero que cuando tenga en sus manos lo que Link vaya a entregarle, reviva hermosos recuerdos. – dijo sonriendo, mirándola a los ojos. – Y también descubra varios asuntos pendientes que él dejó.
¿Qué es esta molestia que me invade el pecho? Este comportamiento en mí no es normal, es inverosímil...
¿Qué más cosas me estás haciendo sentir, Zelda?
- Si viene de mi querido maestro y amigo, estoy segura de que sí. – respondió Zelda.
- Bueno... – me acerco a Zelda, impaciente y separándola del Sheikah, pues ya debemos seguir con nuestros asuntos. – Lamento interrumpir, pero debemos partir cuánto antes, pues tardaremos en llegar.
- ¡Clic, clic! ¡Esperen! – intervino Prunia. – Esta vez no es necesario que viajen tanto, pues se me pasó decirles que he agregado un importante complemento de teletransportación a la tableta Sheikah.
- ¿Hablas en serio, Prunia? – preguntó Zelda, confundida.
- Me olvidé de comentárselo, princesa, pues eso lo hice cuando usted y Link dormían. – dijo la investigadora. – Por favor, le pido me dé la tableta un momento.
Zelda le entrega el artefacto a Prunia. En ese momento, nos enseña una opción que en ningún momento habíamos notado, pero que sería demasiado útil en nuestro periplo.
- Con la tableta Sheikah podrán teletransportarse a donde deseen de inmediato, siempre y cuando estén activadas las torres. – explicó Prunia. – También aplica para el Santuario de la Vida.
¿Regresar al Santuario de la Vida? La idea de imaginarlo me da escalofríos, sin entender por qué... no me gustaría regresar por ahí jamás.
- ¡Esto es maravilloso, Prunia! – exclamó Zelda, encantada con la tecnología. – Esto nos ahorrará días de viaje.
- Sí, princesa... – intervino Impa. – Pero debe tener presente que eso solo aplica para las torres y sitios activos... y la región de Akkala y Eldin no cumplen con esas condiciones aún.
- Lo sé, por eso activaremos las torres poco a poco.
Es un alivio para mí saber que podremos teletransportarnos a donde queramos sin agotarnos... sobre todo sin tener que pasar de nuevo por la muralla de Hatelia... no me gusta pasar por ahí.
- Bueno, es momento de que partan. – dijo Azael. – Mientras ustedes se van, Impa, Apaya, Athan y yo iremos a conocer una casa disponible que amablemente han encontrado para nosotros.
- ¿Amablemente? – preguntó Impa, irónica. – Agradece que el dueño quiera alquilarla, porque siempre ha sido negativo con eso.
- Antes no tenías razones para insistir. – respondió el Sheikah, sonriendo. - ¿Nos vamos?
Azael toma el brazo de Impa y lo coloca en el suyo para que le haga compañía, y a pesar de que la mujer se resiste, termina cediendo. Tengo el presentimiento que a la Lady no le desagrada tanto la cercanía del hombre, por más que demuestre lo contrario.
Poco después, Athan se acerca a Apaya y le brinda su brazo, cosa que ella, sonrojada, acepta.
- Tú también acepta ser mi acompañante, mi querida Apaya. – dijo Athan. – Además, necesito que leas uno de los poemas que escribí para alguien muy especial.
Apaya, sonríe con una mezcla de pena, mientras que Athan se gira para sonreírle a Zelda. ¿Qué es lo que el tipo este planea? ¿Coquetear con toda la que se le cruce?
- ¡Diviértanse! ¡Clic, clic!
Los Sheikahs se retiran primero. Zelda y yo nos despedimos de Prunia y salimos de la casa para ir a buscar a Epona y transportarnos con ella a la Torre de Necluda... lo que me hace preguntar cómo bajará de ahí.
La princesa decidió que sea yo el que maneje esta nueva función, siendo que soy el único que puede activar las torres.
- ¿Estás lista, Zelda? – pregunté a ella, ya los dos montados en Epona.
- Sí, Link.
Y presionando el misterioso botón, la energía azul nos rodeó por completo, alejándonos de la aldea Kakariko.
...
Para mi sorpresa, el poder de la tableta no nos transportó exactamente a la torre, sino a los pies de esta. Eso me tranquilizó, pues me preocupaba el cómo Epona iba a bajar de ahí.
Sin perder un solo minuto, cabalgo a toda prisa a la aldea para poder comprar la casa, la que ansioso deseaba tener en mi dominio, la que necesitaba ver por dentro.
Una vez que llegamos, me encuentro con una desagradable sorpresa, la que me hace lanzarme de Epona sin que ella se detenga del todo.
- ¿¡PERO QUÉ ESTÁN HACIENDO, INFAMES!?
Me encuentro con la terrible imagen de que están comenzando a demoler mi casa con picos y palas, lo que me enfurece a niveles inmisericordes.
- Vaya, pensamos que no ibas a regresar, niño. – dijo Karud, sorprendido de verme.
- Yo la verdad pensé que eras puro cuento, mocoso. – dijo Karad, burlándose de mi ansiedad.
- ¡Cállate! – ordené furioso. – ¡Deja de destruir mi casa!
- ¿Tu casa?
- ¡Sí! ¡Ahora es mi casa!
En ese momento lanzo a Karud la bolsa con las 3.000 rupias, para luego hacer lo mismo con los treinta montones de leña, pero esta vez hacia Karad.
- Lo conseguiste, muchacho... – dijo Karud. – Y aun así no me sorprende, siempre presentí que ibas a hacerlo.
- Yo sí tuve dudas...
- ¿Dudas? – pregunté enojado, empujándolo a Karad del lado de la pared a la que le había hecho un hueco de tamaño mediano. – Aléjate de mi casa, que por lo que veo ya has...
Enmudezco al ver el hueco que ha hecho Karad, pero no por su tamaño, sino por lo que encuentro dentro de ella, pues su brillo llama mi atención.
- Link... – Zelda se acerca a mí, luego de dejar a Epona en un rincón.
Sin escuchar el llamado de Zelda, saco el misterioso objeto encontrado, el que me hace sentir curioso, mientras mi corazón late con prisa.
Zelda palidece, mientras su respiración se vuelve entrecortada...
- Link... eso es...
¿Qué hacía esta ocarina escondida en las paredes de mi casa?
...
Comentarios finales:
Agradezco su paciencia por la ausencia de la semana pasada, y por eso he traído un capítulo un poco más largo, para compensar la espera.
Hemos tocado varios temas. El recuerdo de la infancia guarda más que la elaboración de una corona de flores como regalo, sino la aparición de un Kolog, que no es cualquiera. ¿Saben cuál es y qué función tenía en el juego? Quisiera leerlos.
También hemos evidenciado la aparición de conocidos instrumentos musicales. El de Zelda quizás ya se lo imaginan, ¿pero qué función tendrá el otro? Me gustaría leer teorías.
Y sobre Athan... ¿qué piensan de su actitud? Link lo ve como un mujeriego. ¿Creen que sea así? ¿Le gustará Zelda? Quiero saber qué opinan.
Aquí cada personaje especial tiene su historia, no solo los protagonistas...
No tengo nada más que decir al respecto, sino solo desear que todo lo leído haya sido de su agrado, sobre todo porque el zelink se va cada vez consolidando más... y no tarda lo mejor de este.
Gracias y nos vemos la próxima semana. Un abrazo ^^
...
PD1: Ya terminé al 100% Zelda Skyward Sword HD, por lo que muy pronto traeré para ustedes un oneshot dedicado a este juego, sobre todo a la pareja. A pesar de que lo jugué hace años, no dejé de disfrutarlo como si fuera la primera vez, y ese juego tiene muchas, demasiadas referencias que ahora vemos en BOTW, y ni se diga en la secuela que se viene. Y es por eso que este capítulo muestra varias de ellas.
PD2: ¿Ya vieron el tráiler del último DLC de HWAOC? Pues parece que se viene otro modo historia bastante interesante, el que ruego no despedace toda la imaginación empeñada en este fanfic jaja. Y si es así, espero que solo sean necesarios ajustes pequeños.
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