OCHO
Para tener 18 años, Raúl había demostrado respecto de sus relaciones amorosas, que podía ser muchas cosas; podía ser un chico muy romántico e incluso un perfecto galán, pero la mayoría de las veces sus conductas no se catalogaban precisamente como las mejores virtudes de su persona según lo percibían algunas chicas; aunque ello no le impedía pensar, aun sabiendo que era un perfecto patán, que su actitud resultaba ser de lo más normal en un adolescente, llegando incluso en algunas ocasiones a comportarse como un desgraciado por el sólo hecho de que la actitud de matón y chico rudo se iba poniendo de moda.
—Simplemente no quiero compromisos —había dicho Raúl sin dejar de observar el camino a través del espejo del automóvil. Llevaba un par de semanas dándole clases de conducir a Mónica.
—Ya, pero no significa que debas ser tan...
— ¿Tan qué? —Interrumpió.
—Tan promiscuo —dijo Mónica. Un silencio de unos segundos se formó entre los dos mientras Raúl se debatía entre si reír a carcajadas o enfadarse por el insulto. Mónica encendió la intermitente y dobló a la derecha.
— ¿Acabas de decirme promiscuo? Es impresionante que hasta para insultar seas tan formal —dijo con gracia, ciertamente era incapaz de enfadarse por algo así, conocía demasiado bien a Mónica como para pensar que ella en realidad le estaba insultando, él sabía que más bien se trataba de preocupación o alguno de esos motivos por los cuales Mónica siempre armaba jaleo, pero no un insulto de verdad. —Como siempre estás exagerando.
—Pues yo ya perdí la cuenta de con cuantas chicas has estado en el último año.
—Tampoco es que fueran tantas, Mónica —alegó él en su defensa, Mónica lo miró de forma sugerente y él sólo le devolvió la mirada de forma intensa para hacerle entrever que no quitara la vista del camino.
La verdad es que él podía aceptar ser un mujeriego, pero ya lo había repetido en más de una ocasión, no quería compromisos y si resultaba ser que tenía suerte con las chicas estaba seguro de que no se trataba de una cosa que fuese tan mala, después de todo, pensaba él, ellas también cedían sabiendo que no conseguirían más allá de dos semanas de diversión; rio silenciosamente con ese pensamiento y despertó de su letargo cuando el vehículo dio un brusco tambaleo.
—He escuchado cosas, Raúl —dijo ella retomando el control del auto luego de que Raúl hubiese tomado el volante para estabilizarlo —. Las chicas han comenzado a creer que ya no eres tan genial como siempre dices. Escucha, eres un mujeriego y eso puedo aceptarlo porque te conozco hace mucho pero no puedo aceptar que sigas lastimándote como hasta ahora.
—Pero quien dice que voy a salir lastimado, por favor. Es sólo sexo Mónica. Escúchame tu a mí, en primer lugar nunca vuelvas a soltar el volante —regañó —. Y respecto a lo otro, si esas chicas dicen esas cosas que me imagino perfectamente, es problema de ellas. Yo no las he obligado a nada y siempre he dejado en claro que no anhelo una relación formal, no soy como tú, no me interesa enamorarme y convertirme en un idiota, no quiero amarrarme a nadie ¿comprendes?
— ¿Crees que soy una idiota por estar enamorada, por estar en una relación seria? —recriminó volviendo a apartar la vista del frente para increparlo.
—No, no he dicho eso —Raúl volcó los ojos —Detén el auto y estaciónate de una vez ¿quiere? —ordenó. Ya hacía algunos segundos había comprendido por completo que Mónica no iba a lograr terminar el recorrido sin intentar matarlos a ambos en el intento, en aquel momento hubiera agradecido estar en la escuela o en la maldita biblioteca porque algo le decía que Mónica no iba a dejar de darle la pelota con su reciente preocupación hacía su vida sexual, de la cual por cierto él estaba bastante conforme. — ¿Por qué siempre exageras todas las cosas? —preguntó sabiendo que era absurdo preguntarlo, Mónica saldría diciéndole las mil y una razones por las cuales él seguramente estaba equivocado.
—Es simple, hace algo de dos meses que sales con Nicole y antes de ella te habías tirado a una tal Cindy.
—Corrección, estaba saliendo con Nicole —. Agregó él rascándose la nuca. Ella enarcó una ceja y continuó como si de dar cátedra se tratase.
—Eso sin mencionar que el fin de semana te enrollaste con una chica llamada Sofía —continuó Mónica incriminándolo —Tienes que parar, ¿Siquiera puedes estar sólo un tiempo o tendré que esperar a que me confieses que tienes un herpes? Pensé que de verdad ibas en serio con Nicole, era una buena chica, ¿Cómo has podido ponerle los cuernos con una desconocida? —Raúl se quitó el cinturón de seguridad y salió del vehículo aburrido de seguir con la discusión. Mónica le siguió expectante de escuchar lo que él tenía para decir.
—Primero, no tengo ningún herpes ni nada por el estilo y yo no fui quién arruinó las cosas con Nicole, fue ella misma quien decidió terminar conmigo —aclaró encendiendo un cigarrillo —. Y no me he liado con ninguna Sofía, que recuerde sólo nos embriagamos y nos fuimos de juerga, resultó ser que era lesbiana, además ¿Cómo rayos sabes sobre ella? —Inquirió como si de pronto eso fuese lo más importante. En realidad para él lo era. Era una suerte que estuvieran completamente solos, si su madre escuchara todas esas cosas de seguro tendría otro sermón encima sobre el respeto a las mujeres y tal, ciertamente le sorprendía que Mónica aún no hubiese tocado ese punto, si hasta podía imaginarla y todo con palabras exactas y con su voz mandona "No es posible que siendo mi mejor amigo trates a las mujeres como objetos sexuales, es lo más bajo que puedes hacer", y el caso es que él las respetaba, simplemente le gustaba enrollarse con ellas sin tener que dar explicaciones luego o devolver la llamada al día siguiente.
—Me contaste que habías estado con ella mientras estabas borracho. Te colaste en mi habitación por la ventana esa madrugada.
—Desperté en la habitación de Alejandro, no en la tuya —dijo. La verdad, le parecía extraño que recién en ese momento, luego de casi una semana de su encuentro con la chica desconocida del bar que respondía al nombre de Sofía, Mónica confesase que en realidad se había colado en su habitación y no en la de Alejandro. El recordaba perfectamente cómo había llamado a la puerta, no recordaba subir la escalerilla en el patio y haber entrado por la ventana, hacía meses que no lo hacía sobre todo después de que Mónica comenzase a salir con Jaime.
—Eso da igual, nos hemos desviado del objetivo principal.
—¿Por qué demonios desperté en la habitación de Alejandro? —Inquirió —Qué ocultas.
—No oculto nada, sólo digo que dejes de ser tan guarro.
—Pues yo pienso que basta con el temita ¿Por qué no te consigues una mejor amiga para hablar de ello? Yo no lo sé, no me siento cómodo ¿vale? Además no es mi culpa que seas tan... —Raúl se calló ipso facto mientras le daba otra calada a su cigarrillo.
— ¿Tan qué?
—Olvídalo —dijo.
—Tan qué Raúl. Suéltalo de una vez. Y deja ya de fumar.
—Tan conservadora, tan mojigata —soltó mirando a través de ella, parecía ser que la miraba a los ojos, pero Raúl no lo hacía. Dio otra calada al tabaco retadoramente —. De hecho, ni siquiera ya lo eres, sólo aparentas serlo, pero vienes a mi buscando las respuestas que los libros o tus películas no te dan, hablas de sexo cómo si supieras de qué se trata pero la verdad es que ni siquiera estás segura de hacerlo con tu novio y entonces me críticas a mí por tener una vida sexual activa.
—No estamos hablando de mí.
—Claro que sí. Llevas todo el mes dando la lata con esto del sexo, si siguieras siendo la Mónica que conocí esperarías hasta ser mayor, quizás incluso hasta casarte y no tratarías de buscar excusas para convencerte de que no debes hacerlo, pero ya no eres como antes, solo quieres seguir siéndolo. Al menos yo no me miento y no puedes criticarme cuando no has sido capaz de dar el siguiente paso con Jaime —. Un largo silencio se formó en el ambiente, Raúl tiró la colilla del cigarrillo al suelo y después de aplastarla con el pie subió al auto, en el asiento del conductor. Ni de juego dejaría que ella manejara el resto del camino hasta casa. Por mucho que fueran apenas cinco minutos de viaje. Cuando Mónica subió de copiloto sin siquiera mirarle es que él dejo caer la pregunta —Porque no lo has hecho ¿no?
Ella no dijo nada, se abrochó el cinturón de seguridad y fijo su vista en el frente como si de pronto esa fuera la mejor forma de evitar aquella pregunta, Raúl siguió mirándola sin darle tregua, pero se rindió. El ambiente se volvió incómodo y a pesar de que ya había iniciado la marcha, la respuesta que Raúl esperaba escuchar no llegó. Los dos sabían que la respuesta no debería influir en ellos ¿Por qué debería de hacerlo si tan sólo eran dos amigos que hacía tiempo habían dejado atrás todo lo que posiblemente podría haberlos confundido?
Raúl había decidido dejarla ir aunque ella no supiera que hasta ese entonces él no había tomado esa decisión, aunque ella no supiera que él debía de haber tomado esa decisión en algún momento pasado. Lo que Raúl no supo hasta ese momento fue que, aunque hubiese tomado esa decisión, el saber que Mónica se había acostado con Jaime le dolería tanto. Entonces, sólo cuando detuvo el auto fuera de la casa de Mónica y esta se disponía a bajar, sólo en ese momento lo supo.
—Fue esa noche ¿cierto?, estabas con Jaime esa noche, por eso desperté en la habitación de Alejandro —dijo como si acabase de descubrir el misterio.
—Hacía meses que no entrabas en mi habitación por las noches. Íbamos a dormirnos sin más cuando te encontramos, estabas tan borracho y entonces te llevamos hasta el otro cuarto, estaba arropándote cuando entonces comenzaste a hablar sobre esa tal Sofía, sobre todas las demás chicas... Comprendí que ya no éramos los mismos chicos de antes y si tú lo hacías no podía estar equivocada por querer hacerlo con el hombre que amo, entonces volví con Jaime y decidí que sí estaba lista y no me equivoque. Lo único de lo que estoy segura es que no me equivoque, Raúl.
—Te acostaste con él por compromiso, por despecho ¿cómo puedes decir que no te equivocaste?
—He dicho que estaba lista.
—¿¡Y tenías que hacerlo cuando yo estaba en la otra habitación!?
—Estabas completamente borracho —dijo enfadada —Quería hacerlo antes de encontrarte allí, eres tu quien no madura de una vez por todas y sigues embriagándote porque crees que tu vida apesta y decides escabullirte en mi cuarto, ¿Qué esperabas que hiciera?, disculpa si por una vez en todos estos malditos años me antepongo a nuestra amistad.
— ¡Pues si te coarto tanto deberíamos dejar de ser amigos! —vociferó él.
— ¡Pues tal vez tienes razón! —respondió ella con resentimiento sin esperar a una respuesta de parte de él. Tomó sus cosas y bajó del coche dando un fuerte portazo.
Raúl la llamó por el nombre en lo que parecía ser un último intento desesperado antes de que ella cruzara el umbral de la puerta del jardín por completo. Mónica se detuvo, de espaldas a él aguardó, pero Raúl no fue capaz de pronunciar ninguna otra palabra. Entonces, entró en su casa.
Tal vez Mónica esperó, en el fondo de su corazón, que aquella noche Raúl apareciese por su ventana. Pero no fue así. Estaba molesta y no iba a negarlo, pero por sobre todo se sentía desdichada y arrepentida de no haber intentado hacerle entrar en razón. Arrepentida de permitirse seguirle el juego del orgullo y una parte de ella realmente no quería dar su brazo a torcer.
El día siguiente no fue mejor. Raúl la evitó toda la jornada y hasta había osado en cambiar de pupitre. Transcurrieron tres días antes de que se enfrentaran.
—Le he traído un nuevo videojuego a Alejandro —dijo Raúl a modo explicativo mientras se apoyaba en el marco de la puerta de la habitación de Mónica. Ella lo observó nerviosa y Raúl lo supo porque ella se mordió el labio.
— ¿Ha sido una excusa o simplemente quieres torturarme más?
—Sabes que es una excusa.
—No puedo dar fe de ello. Tú y yo, las cosas no han estado muy bien entre nosotros este año. ¿Qué crees que esté ocurriendo?
—Hemos crecido, supongo. Y te echaste un novio encima.
—No empieces, Raúl. Si viniste a discutir no estoy de ánimo. Creo que hemos pasado por esto en más de una ocasión este último tiempo.
— ¡Bien!, lo siento. Soy un idiota y acepto que la he cagado —concedió desplomándose sobre la cama. Mónica se giró desde su silla para contemplarlo —. Es sólo que, no pensé que iba a afectarme tanto el saber que tú, ya sabes.
—Tienes que detenerte. No puedes seguir celándome de esta forma. Lo habíamos resuelto, Raúl.
—No es eso. Tal vez no te lo dije pero no es que yo considere que no puedas o no debas tener sexo, o hasta incluso enamorarte de alguien más. Es sólo que siento que cada día estás más lejos de mí ¿entiendes?
—Por supuesto que no lo entiendo. Soy yo quien constantemente está luchando por impedir que te alejes.
—No eres tu quien se aleja. Son nuestras vidas. Cada vez habrá algo menos en lo que tú me necesites. Yo sólo no quiero perderte y algo me dice que es inevitable —confesó con una sinceridad que hasta ese entonces jamás había demostrado. Se sentía vulnerable y no fue capaz de enfrentar el rostro de Mónica. Temía que de hacerlo se quebraría por lo que fijó su mirada en el techo. Estaba tan concentrado en contener sus emociones que no se percató de que Mónica se recostaba a su lado y lo envolvía en un cálido abrazo.
— ¿Cuándo vas a aceptar que jamás voy a separarme de tu lado? Ni aunque me digas cien mil veces que ya no seamos amigos, no voy a dejarte. Te necesito más de lo que crees.
— ¿Crees que a Jaime le importaría si me quedo a dormir esta noche?, como en los viejo tiempos.
Mónica sonrió para sí misma. Era cierto, ella le necesitaba en su vida y comprobar que Raúl había dicho lo mismo de forma tan genuina la llenaba de alegría. Esa noche hablaron durante horas antes de dormir, abrazados bajo la penumbra de la noche, sin remordimientos, sin connotaciones, salvaguardando aquel mundo que ambos habían creado para sí mismos sin perder cada quien la propia personalidad. Porque después de todo, solo estando juntos es cuando se podían sentir plenamente en paz y en sintonía con el universo.
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