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NUEVE


Diciembre llegó sin previo aviso en lo que fue un año, que tanto para Mónica como Raúl, transcurrió de una manera fugaz. De pronto allí estaban con un sinfín de cosas en las que enfocarse y a la vez anhelando el hecho de que una etapa importante estaba pronta a terminar. Si se lo preguntaban, Raúl no estaba muy contento con todo este ciclo que significaba acabar la escuela y convertirse en algo como una especie de miembro activo de la sociedad. Tenía 18 años y eso no le emocionaba más allá del hecho de haberse sacado el carnet de conducir y poder comprar el alcohol de forma legal. Mientras Mónica comenzaba a desesperarse por el hecho de que los exámenes finales estaban a la vuelta de la esquina, Raúl consideraba tener otras cosas más importantes de las qué preocuparse.

Como el hecho de que estaba a punto de mudarse.

—No seas melodramático, ni siquiera te vas a cambiar de ciudad —recitó Mónica mientras inspeccionaba una caja llena de las pertenencias de su amigo—. ¿En serio, Raúl?, ¿no estás ya un poco grande para estos juguetes?, deberías donarlos —agregó tomando una figurilla de acción desteñida y que le faltaba un brazo.

—Son artículos de colección —replicó Raúl quitándole de las manos el objeto, molesto. Volvió a dejarlo en la caja y la selló para evitar más intromisiones de su amiga—. No soy melodramático, ¿sabes a cuánto tiempo de distancia nos iremos? —. Mónica no contestó, evidentemente ella consideraba que Raúl estaba exagerando las cosas—, ¡dos horas!

—Eso sólo si tomas el autobús. El coche tardarías a penas y 45 minutos.

—Creo que has olvidado que estamos en la banca rota. Si nuestro dinero no estuviera en algún paraíso fiscal a nombre del contador de mi padre tal vez podría comprar un coche.

—Sigues exagerando, no estás en la banca rota. Si hasta te vas a ir a una casa más grande. Y no es como si no tuvieses un auto. Pablo prácticamente ha dicho que puedes usarlo a libre disposición.

— ¡Bien!, de cualquier forma no entiendo por qué tenemos que irnos tan pronto. Estamos bien aquí. Ni siquiera tenemos necesidad de alquilar esta casa. Y si Pablo ha dicho eso es sólo para intentar comprarme. No sé por qué estas de su lado.

—Ahora estás siendo un idiota. Déjame decirte que tu madre tiene todo el derecho de rehacer su vida y Pablo parece ser una excelente persona.

—Está casado y eso para mí es más que suficiente para no aceptarlo.

—Está separado hace años, ¿te das cuenta de lo inmaduro que estás siendo?

—No me harás cambiar de opinión. Lo relevante y realmente verídico en todo esto es que estaré a dos putas horas de aquí.

Raúl no concebía estar tan lejos de todo lo que para él había representado su vida hasta ese instante. Era cierto que le desagradaba la idea de establecerse en un barrio en el que sería un completo desconocido, después de todo ya era bastante popular como para transformarse en un don nadie; también estaba el hecho de que no estar tan cerca de Mónica le suponía un verdadero suplicio, si hasta tal vez extrañaría al idiota de Jaime, ni siquiera era por la escuela porque después de todo, a penas y les quedaba menos de un mes de clases y un par de exámenes que rendir. Nada de lo que él pudiese argumentar parecía ser en definitiva la razón por la que de pronto la idea de irse a vivir con el novio de su madre le resultaba tan aberrante.

Dos semanas después de la mudanza los resultados de los exámenes finales llegaron. Mónica había instado a Raúl a que estudiara tanto como ella a pesar de su insistencia en que no iba a aplicar para la universidad, no al menos aquel año. A Raúl le bastaba con aprobar para terminar el curso y graduarse, no le interesaba conseguir una alta calificación y obtener de esa forma alguna recomendación. Aun así, soportó la tediosa compañía de Jaime quien en algún momento de aquel año durante tres veces a la semana había pasado a ser una especie de tutor privado para ellos y, por mucho que a él en un principio le parecía que la idea no iba a resultar, Jaime resultó ser un excelente profesor.

Y no obstante, Raúl había reprobado casi todos los exámenes. De pronto el hecho de graduarse tampoco pareció importarle. Allí, tumbado en su cama con la mirada perdida en el techo de su nueva habitación y la música al tope del volumen se permitió así mismo no pensar en absolutamente nada más que su propio conformismo.

En algún momento de la tarde, su tan preciada soledad fue interrumpida por su madre. Ésta, notoriamente disgustada apagó el estéreo y abrió las cortinas de la habitación.

—Mónica ha llamado. Me ha pedido que te diga que le respondas el móvil.

—No quiero hablar con ella, mamá —respondió comprobando las innumerables llamadas perdidas de los últimos cinco minutos en el aparato—. Si vuelve a llamar, puedes decirle que estoy durmiendo y que sigo enfermo —agregó con indiferencia, mientras dejaba a un lado el celular.

— ¿Por qué no me dices que te pasa? Porque no es que precisamente estés enfermo —. La voz de Cecilia había subido en el tono, el verle ahí tirado en la cama con la misma ropa del día anterior y sin ánimos de hacer nada la desesperaba más de la cuenta— ¿Se han peleado?, ¿por eso no le coges la llamada? —cuestionó mientras señalaba el móvil que comenzaba a vibrar sobre el catre. Mónica podía ser muy insistente.

Pero por más que Mónica insistiera, Raúl no le contaría que era lo que esta vez afectaba tanto su estado de ánimo, ni a ella ni a su madre; sentía vergüenza de su situación, de que se enterasen que no podría seguir una vida como la de su amiga o de cualquier chico normal; que a medida que pasaban los días su llegada al fracaso estuviese más y más cerca y sobretodo que no fuese capaz de enfrentarlo.

—Ella no tiene nada que ver, sólo no tengo ánimos de hablarle ¿está bien?, ni con ella ni con nadie.

—Quiere saber por qué no te has presentado al examen que les quedaba, y lo cierto es que a mí también me apetece saberlo. ¿Qué es lo que pretendes, repetir el año?

—Sólo déjame tranquilo, mamá.

— ¿Me saldrás con que vas a dejar de estudiar? —Inquirió la mujer con desesperación— ¡No sé por qué te empeñas en seguir siendo el niño malcriado y fracasado que has sido hasta ahora!

La mujer se cubrió la boca con las manos inmediatamente después de haber dicho aquellas palabras en un genuino arrepentimiento, pero Raúl clavó la mirada cargada de furia sobre su madre, sin sorpresa, sin tristeza. Sólo con furia.

—La verdad es que sí, así como están las cosas es una pérdida de tiempo continuar con todo esto —dijo pretendiendo marcharse.

—Detente ahí, Raúl. ¿Crees que no me importa tu futuro? Si tan sólo quisieras podrías ser brillante.

—No te interesa saber que me pasa mamá, hace tiempo no te interesa. Ahora déjame salir o terminaré diciéndote algo hiriente.

—Cómo puedes decir que no me importas —le reprochó su madre—, desde que tu padre se fue he hecho de todo para mantener a esta familia y sabes que no ha sido fácil ¿por qué sigues complicando las cosas?

En ese momento Raúl estalló.

— ¿Sabes cuál es mi problema? Llevas tan sólo cinco meses saliendo con él y ya lo has traído a vivir con nosotros. ¿Quieres que pretenda que no es un desconocido?, que no es él quien paga esta maldita casa. Pretender que él es el padre de Ignacio y olvidarte que está casado y que sólo le sirves para complacer lo que probablemente su esposa ya no le da, aguantar que nos conviertas en la doble vida de este sujeto, soportar que mi propia madre se convierta en la amante por dinero... ¡Ese es mi problema mamá!

Instintivamente ella dejo caer una bofetada hacía su hijo y nuevamente en el mismo instante de su atrevimiento se arrepintió. Las lágrimas por su rostro comenzaron a brotar automáticamente. Sí, era cierto que su relación de madre e hijo siempre había sido poco convencional pero ella jamás había siquiera previsto que llegaría un momento en que ambos se faltaran el respeto de aquella forma.

—No sabes lo equivocado que estás, hijo. No entiendes absolutamente nada, yo sólo quiero que tu e Ignacio estén...

—Entiendo que ya olvidaste a papá —bramó con un zapato aun en la mano intentando colocárselo al mismo tiempo en que abandonaba la habitación.

— ¡Raúl no digas eso!... regresa aquí.

Él acostumbraba a dejar a su madre discutiendo sola, sabía que la autoridad materna siempre existiría y que eternamente él perdería si de sentimientos se trataba. Podía faltarle el respeto a su madre, ser el chico rebelde que siempre había sido, pero aun así seguiría manteniendo el poder sobre él, aunque ella no lo notase del todo. Esa tarde, después de aquella discusión no sabía si quería volver a casa, tampoco tenía muchas alternativas hacía donde ir, Mónica ya no era una de ellas. Dos horas de distancia era lo que lo separaban de todas y cada una de las vías de escape a las que había recurrido durante toda su adolescencia.

Cuando Raúl despertó por la mañana, cuatro días después de la discusión con su madre, lo primero que vio fue el ceño fruncido de Mónica a su lado; ella vestía aquel horrible jersey purpura que ella le había regalado para su cumpleaños a inicios de año y que él discretamente le había prestado una tarde de otoño deshaciéndose de la prenda sin herir sus sentimientos de por medio. La noche anterior había regresado junto a su madre tras una corta estadía en el hospital luego de que fuera encontrado medio moribundo en la calle a consecuencia de una riña callejera. Para alivio de todos y tal vez para su propia desgracia, no iba más que a lamentar unos arduos días de dolores musculares a consecuencia de los golpes y un par de costillas rotas.

—No voy a preguntar dónde estuviste los últimos días. Tampoco voy a decirte lo preocupado que tenías a todo el mundo, sobre todo a tu madre —había comenzado ella tranquilamente. Estaba claro que esa era una nueva forma de sermonearlo. Y se lo merecía, tal vez.

—Buenos días para ti también, ¿qué haces aquí?

—Mucho menos voy a mencionar el hecho de que por alguna extraña razón has reprobado prácticamente todos tus exámenes finales.

—Enhorabuena, te has enterado. Supongo que en definitiva no vas a decirme a qué has venido —agregó con desgano de la misma forma en que se levantaba de la cama. Como si Mónica no estuviese allí mismo se quitó la camiseta y la arrojó a una esquina de la habitación. Ella no pudo evitar notar que su amigo tenía un enorme moretón en el costado derecho desde su abdomen hasta la espalda.

—Que perspicaz. Pero te equivocas —dijo impoluta desde su posición en la silla al lado de la cama. No sabía si su amigo le escuchaba con claridad porque se había metido al cuarto de baño, así que elevó el tono de su voz por si acaso —. De hecho una parte de mi tiene mucha curiosidad en comprender el cómo te las has arreglado para evitar graduarte.

— ¿Has venido de cotilla? —preguntó Raúl asomando su cabeza desde el marco de la puerta —. Eso es impropio de ti.

Hastiada del giro irónico que estaba tomando la conversación se puso de pie, masajeó su cuello con fuerza como si llevase varias horas sentada en la misma posición y caminó hacia la puerta de la habitación no sin antes decirle que se apresurara pues el desayuno estaba listo. Raúl se la quedó mirando serio, enojado sin saber por qué.

—Entonces, ¿a eso has venido?, ¿vienes a refregarme en la cara que no voy a graduarme? No te necesito aquí, si no te cojo las llamadas es por algo, eres bastante inteligente como para darte cuenta de ello sola.

Raúl no alcanzó a meditar sus palabras antes de que Mónica girara hasta él y le plantara una cachetada. Luego le abrazó y sollozó unos segundos sobre su hombro desnudo. Él no fue capaz de reaccionar en todo ese tiempo, incluso cuando Mónica se separó de él.

—He estado haciendo algunas averiguaciones —comenzó ella limpiándose los ojos —. En dos días, vas a presentar el examen de repechaje junto a otros cinco descerebrados más, y por supuesto que vas a aprobar porque aunque tú te esmeres en creer que eres un idiota, no lo eres. Me voy a asegurar de que lo único que hagas hasta entonces sea estudiar —terminó explicando tan rápido que se quedó sin aire.

—No tengo los créditos suficientes —refutó él.

—Sí los tienes. Aprobaste literatura.

—Eso es técnicamente imposible. No presenté el ensayo final.

—Claro que no lo hiciste. Lo hice yo en tu nombre —. Raúl abrió su boca para protestar, no porque su amiga hubiera hecho trampa sino más bien por el sólo pretexto de refutar algo. Mónica no le hizo caso —. He venido porque cuando tu madre me ha dicho que estabas en una sala de urgencias a causa de una golpiza, mi mundo desfalleció creyendo que algo grave te había sucedido —confesó al fin. Raúl entonces por primera vez esa mañana sintió culpa. También se dio cuenta de la tasa de café vacía en la mesa de noche. ¿Hacía cuantas horas Mónica estaba allí?

—También te has enterado de eso. Lo lamento.

Ambos se sostuvieron las miradas unos segundos. Raúl pensó que tal vez Mónica esperaba que él le dijese qué había ocurrido, cómo había terminado dos días atrás en la sala de urgencias de un hospital, pero aunque así fuera él no estaba seguro de querer relatarlo. No obstante, Mónica suspiró.

—No es conmigo con quien debes disculparte. ¿Qué no lo entiendes?, hasta cuando vas a seguir castigándote de esta forma. No puedes, te lo prohíbo.

Y a pesar de que Raúl más que nunca quería responderle, cualquier cosa, no sabía que carajos decir. En realidad podía percatarse de algo estaba mal, que en un abrir y cerrar de ojos había mandado su vida a la mierda y que por cierto, las últimas 72 horas habían sido un torbellino en las que no se había detenido siquiera un segundo a meditar las posibles consecuencias de sus actos. Había deambulado por las calles toda una noche, ebrio y drogado, sólo para terminar buscando pelea con unos sujetos desconocidos. En cierto modo era como si hubiese tocado fondo, aunque no estaba muy seguro de ello. De pronto comprendió que Mónica tal vez sabía todo lo que su mente intentaba elucubrar, porque ella no esperó a que él volviese a disculparse ni a que intentara justificarse de por medio.

De pronto, aquella súplica disfrazada de una orden en la que le prohibía continuar como hasta entonces, le supo un desgarrador y amargo ultimátum.     

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