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Doce


El tiempo pareció volverse a cámara lenta. Mónica apretaba tan fuerte sus labios que sólo volvió a la realidad al notar el sabor amargo que inundó su boca. Tenía el pecho apretado y los ojos húmedos. Raúl tras derramar su taza de café y harto de aquel encuentro, se había marchado dejándola allí sola sin ninguna palabra. Ella no había sido capaz de detenerlo.

Un torbellino de sentimientos lúgubres la invadió por los siguientes cuarenta minutos. Entendía en cierto modo a Raúl y por ello le era inevitable no sentir la culpa latente en su interior, pero por otra parte estaba furiosa, decepcionada, molesta, perdida.

Ella podía reconocer que el no haberle dicho sus planes desde un comienzo podría haber sido un grave error porque siempre se habían confiado todo; es decir, Mónica era muy consciente que todos aquellos planes obedecían a su futuro y que lo que él pensara no debía ser relevante, pero lo era. Raúl siempre había sido importante.

Y ella lo amaba profundamente; era su mejor amigo en el mundo y no podía explicarse ni así misma el dolor que le provocaba haberlo decepcionado, había un temor intrínseco sobre todo lo que Raúl significaba y ahora las razones de sus actos comenzaban a sentirse difusas, erróneas y aun así, una pequeña parte, aquella de la cual se había estado aferrando hasta aquel momento le gritaba con todas sus fuerzas que debía seguir adelante.

Sabía que debía continuar y aceptar el enfado de Raúl aguardando por sobre todo a que él recapacitara, que él le confirmase que estaba haciendo lo correcto.

—Al parecer la camarera ha considerado oportuno informarme de la situación, ¿ha estado muy mal? —Jaime se sentó frente a ella. No necesitaba ser un genio para notar que Mónica estaba notablemente afectada.

—Ha estado fatal. Sabía que se molestaría, pero ha sido mucho más. Hasta tiró el café y luego una silla antes de salir —explicó ella señalando la puerta de entrada.

—Dale tiempo para que lo asimile. En un par de días se reconciliaran como siempre. Te lo aseguro.

La camarera hizo acto de presencia para servir café. Mónica desvió el rostro hacia la ventana, en el exterior la negrura de la noche comenzaba a emerger.

— ¿Necesitan algo más que café muchachos?

—Creo que estamos bien por ahora, Laura. Gracias —. Jaime sonrió cordialmente y ella le devolvió el gesto con la cafetera en la mano, pero cuando ya se había dado la vuelta en dirección a la barra giró en 180 grados sobre sus zapatos.

— ¿Seguro que estás bien querida? —Insistió Laura con su melódica voz —porque bueno, tu amigo Raúl se ha marchado echando humo y nunca desde el tiempo que llevo viéndolos venir aquí lo había visto tan molesto. Intente detenerle hace un rato cuando se fue, porque el dueño se ha cabreado un poco, pero ya vez.

Mónica se volvió a mirarla desconcertada. Dos pensamientos claves pasaron en un relámpago por su mente, primero creyó que ella estaba siendo bastante inoportuna porque si bien creía en sus buenas intenciones, le parecía demasiado cotilla su repentino interés en el asunto y luego, ligado a lo anterior, le parecía una real burla que justo en aquel momento ella (y tras meses de miradas furtivas y coqueteos indirectos), mostrara abiertamente interés en su amigo, justo cuando él se había marchado furioso con ella.

—Estoy bien, gracias —respondió pese a sus pensamientos fugaces. Laura propinó un suspiro o eso es lo que Mónica creyó escuchar.

—Hubieras visto su rostro. Jamás lo había visto así; ni siquiera se detuvo a verme cuando le llame y bueno, sabemos que siempre se detenía a despedirse de mí.

—No me malinterpretes, pero no es de tu incumbencia —interrumpió ya sin disimular su desagrado. Mónica podía ser muy paciente y educada, pero ese no iba a ser el momento en que ella decidiese mantener sus buenas costumbres. En su impresión un tornado estaba arrasando ahora mismo con toda su estabilidad y no sabía cómo escapar de él, no iba a preocuparse de la existencia de la camarera coqueta en ese momento.

Antes de que Laura pudiera contestar con expresión fingidamente ofendida Jaime intervino.

—Sólo ha sido una discusión de amigos. Ella valora tu preocupación y de seguro Raúl también lo hará eventualmente.

Ella levantó los hombros y se marchó. Jaime volvió a concentrarse en Mónica, él sabía que no era necesario dejar en claro su opinión sobre todo el asunto, pero el que no visualizaran las cosas desde el mismo punto de vista no implicaba que no intentara reconfortarla; él quería serle útil sin tener que mentirle o tratarla como a una niña que se estaba ideando un melodrama sin sentido.

—Sé que no querrás escuchar esto, pero no es tu culpa, ¿lo comprendes, cierto?

Mónica hubiese querido responder que sí y Jaime no necesito escuchar una respuesta de su parte para saber que al menos de momento, el sentido de la culpabilidad la inundaba por completo.

Los días siguientes, Mónica necesito usar toda su fuerza de voluntad para no sucumbir a la necesidad de ir en busca de Raúl. Quería más que nunca ser orgullosa, más que él a lo menos, aunque eso le generara interminables noches de exhaustivo desconsuelo y sollozos ocultos bajo su almohada. Durante el día, aparentaba estar bien, indiferente y firme, pero lo cierto es que nadie muy cercano a ella se creía en absoluto su farsa; estaba destrozada y Alejandro en su rol de hermano protector decidió que era hora de intervenir. Jaime también lo creyó necesario.

—Deberías buscarle. Ya han pasado dos semanas desde que se pelearon.

—Hemos estado enojados antes por más tiempo que esto. Además, si al menos le importara un poco ya me habría llamado él mismo.

—El orgullo jamás te ha quedado —agregó Alejandro. Había tomado el teléfono desde la mesita hasta la encimera, justo al frente de su hermana. —No estoy de su parte, creo que siempre ha sido demasiado ingrato contigo. Y también lo aprecio, tú lo sabes. Al menos llámalo y dile que puede irse a la mierda. Si eso hace que te sientas mejor deberías hacerlo.

Mónica marcó el número, pero Raúl no contestó. Tampoco atendió el resto de la tarde; era domingo. Decidió intentar en casa de su madre. Los resultados fueron peores; Cecilia Vera hacía poco más de una semana que no tenía contacto con su hijo, lo que en la práctica no era demasiado extraño.

Al día siguiente intentaría buscarle directo en su trabajo.

La idea de que Raúl estuviese intentando evitarla no tomó forma hasta ese pequeño instante en que la secretaria le informó que Raúl se encontraba cubriendo un reemplazo fuera de la ciudad.

— ¿Un reemplazo?, ¿y cuándo regresará? —preguntó intrigada.

— Es un reemplazo por cuatro meses, así que a finales de abril. Aunque si me lo preguntas, hay rumores de que recibirá un ascenso y puede que le ofrezcan quedarse. Es el consentido del jefe, así que no me sorprende, ¡no digas que te lo dije!, se supone que no puedo darte esta información.

En aquel momento, Mónica sintió literalmente un balde de agua fría caerle encima. Un día más. Eso fue lo que se permitió llorar por él y luego decidió que ya había sido suficiente.

No es que superara en absoluto el dolor. Raúl seguía siendo esa persona en su vida, su persona. Pero ya había sido suficiente. Se lo repitió mentalmente día tras día hasta que ese pensamiento fue tomando aceptación primero en su mente y luego en su corazón.

El qué pasó por la mente de Raúl durante todo el verano fue un completo misterio. También lo fue el que él decidiese volver y contactar a Mónica el día antes de su viaje.

No iba a decir que estaba arrepentido o que en verdad quería pedirle disculpas, pero tampoco es que se sintiera orgulloso de su actuar. Es cierto, tras la discusión en el café y todas las emociones negativas retornó a sus actividades cotidianas y cuando su jefe le habló sobre el puesto de trabajo fuera de la ciudad no se detuvo a pensarlo.

—Lo quiero. Envíeme a mí, no voy a defraudarlo.

— ¿Estás seguro, Raúl?, es un reemplazo de tres o cuatro meses. Y tendrías que partir en dos días.

—Igual y necesito un respiro de esta ciudad.

Y así lo hizo. Ni siquiera tuvo la decencia de avisarle a alguien. Tomó su maleta con lo indispensable y se marchó.

Se obligó así mismo sin mucha dificultad a no pensar en nada que no tuviera relación alguna con el trabajo haciendo una pequeña excepción los fines de semana cuando Laura, la camarera del café le visitaba en su apartamento alquilado cortesía de la empresa.

Con Laura, Raúl tampoco pensaba en Mónica.

O al menos, hasta que ella desenterró lo que parecía estar convirtiéndose en un vago recuerdo en la vida de Raúl.

— Esta semana he visto a tu amiga en el café. Me pareció curioso porque hacía tiempo que no la veía, no al menos con la frecuencia en que ustedes solían ir.

—No es que fuéramos por el café precisamente, es horrible. En cambio tu... Ya sabes a lo que me refiero —respondió él intentado desviar el curso de la conversación.

—Parecían estar celebrando algo, no eran un grupo extremadamente grande. Menos de diez personas, quizás. Entonces, decidí preguntarle al novio y a que no adivinas de lo que me enteré.

—Si vas a cuestionarme porque no les he dicho que estamos viéndonos puedes ahorrártelo. Ni siquiera son mis amigos, son los de Mónica.

—Me pareció evidente que no sabían de nuestros encuentros y no es algo que me importe la verdad —respondió Laura de forma desinteresada, Raúl pareció relajarse pero entonces ella continuó hablando —. El novio me dijo que tu amiga se iría a estudiar al extranjero y entonces por un instante pensé que en cualquier momento llegarías a lo que comprendí era su fiesta de despedida, pero resultó ser que no, y claro, me lo habrías dicho. Entonces pensé que de pronto tú ¿no lo sabías...?

Raúl tardó unos segundos antes de responder.

—Se va a principios de marzo —dijo él al fin.

—Oh... Ya falta poco, ¿por eso es que discutieron en navidad?

—No quiero hablar de esto, Laura. Acabe con Mónica hace tiempo.

—Como quieras —dijo encogiéndose de hombros —. En verdad no creí que fuera tan importante, pero ya veo que te afecta — agregó ella, como queriendo dejar en claro su punto —. Tal vez no has acabado del todo con ella como crees.

—Sabes, una vez tuve una novia que decidió involucrar más de la cuenta a Mónica en nuestra relación. No terminó bien, evidentemente. Te sugiero no hagas lo mismo.

—Soy una mujer adulta, Raúl. No estoy realmente interesada en lo que hubo o no entre ustedes. Tan solo pensé que podrías arrepentirte de no hablar con ella antes de que se fuera.

Raúl espero los siguientes segundos a que ella continuase con un discurso que él pretendía saberse de memoria, pero lo cierto, es que las palabras de Laura no demostraban ninguna clase de reproche. Por el contrario, ella en verdad creyó que el tema no estaba por nada superado. Le pareció de cierta forma lindo, intentar ayudar a Raúl a que hiciera las paces con Mónica aun cuando ni siquiera conocía el motivo de la disputa. Pero tampoco es que fuera a insistir. Terminaron de vestirse y entonces el tema se esfumó, como si jamás hubiese sido tocado.

O eso es lo que ambos pretendieron muy convenientemente no sólo el resto de las horas en que estuvieron juntos aquel día, sino también en todas sus charlas y encuentros posteriores por las siguientes tres semanas.

Hasta que progresivamente la incertidumbre terminó colapsando los nervios de Raúl. ¿Realmente ella se iría?, ¿realmente él permitiría que se fuera sin despedirse? La respuesta se hacía evidente desde el momento en que rentó un coche y viajo sin descanso durante cinco horas hasta la casa de Mónica. Eran las 5:17 de la madrugada cuando aparcó.

Ni siquiera sabía a ciencia cierta en cuantos días más ella tomaría un maldito vuelo para irse a miles de kilómetros; la sola idea de que fuera demasiado tarde lo inundó en más de una ocasión mientras conducía por la carretera y en definitiva, su mente no era más que preguntas, millones de malditas preguntas y ni una sola respuesta.

Despabiló con un tosco golpeteo en el cristal de la ventanilla. Alejandro le observaba con cara de pocos amigos.

—Eres el idiota más grande del puto universo —dijo Alejandro a modo de saludo una vez que Raúl se había bajado del vehículo.

—No conduje 600 kilómetros para escuchar un sermón tuyo.

— ¿Y a qué has venido? —le recriminó —, ella te esperó tres meses. No vengas ahora como si no hubiese pasado nada o haciéndote la víctima. Ya es tarde.

—Qué quieres decir exactamente con eso.

— ¿Qué crees tú?

—No me jodas, Alejandro —. Raúl sintió su pulso acelerarse dramáticamente. La cara de seriedad de su interlocutor no cedía. Los escasos segundos de silencio parecieron horas interminables.

—No sé realmente cómo lo consigues... Estás a tiempo aún, se va mañana.

—Basta de charla, voy a entrar.

—No está aquí, genio.

— Cómo que no está, ¿dónde entonces?

— ¿Crees que iba a pasar su última noche esperando a que mágicamente aparecieras?, está con Jaime obviamente. Llegarán en un par de horas. Ven, te prepararé un café.

Si de Raúl hubiese dependido, habría dejado a Alejandro con su parloteo y se habría ido directo a por Mónica. Podrían tacharlo de imprudente, arrebatado o incluso decirle que en verdad él no tenía ningún derecho a exigir la presencia de Mónica a las 7 de la mañana, pero no le importaba. A regañadientes aceptó el café matutino seguido de una breve pero detallada narración de los últimos tres meses.

Cuando Mónica lo encontró dormitando en el sillón de la sala, algo se remeció en su interior. Bajo su primera impresión no supo determinar con exactitud si el sentimiento era bueno o malo. Sin duda alguna había sido una sorpresa, su hermano tan sólo había tenido la deferencia de comunicarle que tenía una visita sin mayor detalle. Con cautela de no despertarlo, tomó asiento frente a él sin quitarle la mirada de encima y sin saber cómo proceder o qué esperar. Entonces, Raúl despertó.

Sus miradas se encontraron y mantuvieron durante un minuto completo.

— ¿Qué hora es? —preguntó él sin pensarlo. Se maldijo internamente por la forma tan estúpida de romper el hielo.

—Casi las diez de la mañana.

—Cortaste tu cabello.

—Que observador. Sí, una oda al cambio.

—Muy oportuno. Yo supongo que vine a...

—A despedirte —interrumpió ella. Su voz había sonado ronca.

—No creo poder hacer eso, Mónica. Aunque lo intente diez mil veces, no podría decirte adiós.

— ¿Entonces por qué estás aquí?

—Por lo mismo de siempre, de toda nuestra maldita vida; porque soy un idiota, porque necesitaba verte, porque te quiero y porque una vez más necesito que me perdones por mucho que no lo merezca ¿no lo entiendes?

Había hablado rápido y con agonía pero sin elevar demasiado el tono. Mónica no supo qué responder y tan sólo podía luchar con fuerzas para no dejar salir las lágrimas que amenazaban con dominarla. No dejaba de morderse el labio y ambos pudieron sentir la agonía del otro. Raúl se desplazó hasta ella y apoyó su rostro en el regazo de ella intentando ocultar su vergüenza, su idiotez; todo su desconsuelo.

Lloraron en silencio varios minutos en aquella posición, él sin ser capaz de levantar su rostro ni de mirarla por muy genuinos que fueran sus sentimientos y sus palabras.

—No quiero que te vayas... —dijo una vez reincorporado, levantando por primera vez la vista hasta la de ella.

—No puedes decirme esto, Raúl.

—No, escúchame por favor —interrumpió él —. Sé que mañana te vas y si de mí dependiera tu simplemente no te irías, pero lo que yo quiero, lo que yo deseo no es lo que importa porque te irás de todas formas y lo acepto.

—Sé que mientes.

—Aunque tú sepas que es una mentira, si eso es lo que tú quieres entonces yo, yo estoy bien con eso.

Mónica para ese punto de la conversación ya no había logrado contener las lágrimas y el resto de la mañana el retrato vivo de ambos jóvenes de entremezclo con el resto de la habitación entre anécdotas y recuerdos del pasado, risas y más lágrimas, todo con la inevitable sentencia de terminarse con el pasar de las próximas horas. A eso de las 2 de la tarde, Raúl emprendió el final de aquella travesía marchándose con lo que tal vez él consideró un minúsculo avance en su catarsis personal y con la promesa de que jamás se permitirían que algo tan mundano como la distancia afectara su relación.

Mónica creyó en aquella promesa más que cualquier otra cosa en toda su vida hasta aquel momento.   

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