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DIEZ


El sujeto del tiempo no había errado en lo absoluto con su pronóstico. Si no hubiese sido por su intachable sentido de la responsabilidad, Mónica habría escogido sin lugar a dudas la opción de quedarse en la frescura de su patio con piscina. Y es que atreverse a salir a medio día con casi cuarenta grados de temperatura parecía ser una misión suicida.

Cuando se miró al espejo aquella mañana antes de salir, la imagen que le devolvió el reflejo había distado mucho de la que ella tal vez hubiese esperado. Estaba algo ojerosa y tenía los labios hinchados producto de su incapacidad para no morderlos cuando estaba nerviosa, después de todo se había pasado la noche desvelada a causa de la ansiedad, por no decir que no estaba del todo convencida del atuendo que había escogido para salir. Su madre le había comprado aquel vestido palo rosa meses atrás en un intento desesperado por hacerla cambiar las preferencias de su armario; evidentemente no había funcionado.

No obstante, se lo había puesto; a pesar de que se le pronunciaban notoriamente los huesos de su clavícula y la piel blanquecina de la parte superior de su pecho hasta los hombros. Todo su aspecto gritaba escualidez. Se veía, en su opinión, ridícula y a pesar de ello no había cambiado de atuendo. Tal vez porque en primer lugar hacía demasiado calor y luego, porque después de todo, aquel día era uno muy importante.

Le habían concedido una plaza en la universidad local y acababa de firmar los papeles de ingreso.

Con carpeta en mano y omitiendo el hecho de que el ambiente en general a cada segundo se ponía más desértico, esperó a Raúl en una banqueta bajo la sombra. Estaba retrasado. Habían quedado en reunirse para celebrar las buenas nuevas incluyendo el hecho de que aquel día Raúl recibiría los resultados de sus exámenes extraordinarios. Mónica estaba segura de que habría aprobado.

—Tenías que escoger el día más caluroso del año para salir de casa.

— ¿Por qué no me sorprende que estés quejándote?, déjame verlo —reclamó ella con una enorme sonrisa en el rostro estirando su mano. Raúl, a regañadientes sacó del bolsillo de su pantalón una hoja doblada en miles de cuadritos que fue desarmando antes de entregársela a su amiga —. ¡Has aprobado! —Exclamó con júbilo —Por supuesto que ibas a hacerlo, estaba completamente segura.

— ¿Te he dicho que eres demasiado optimista?

—Creo que podemos permitírnoslo. Somos jóvenes, tenemos el verano por delante y tú ya puedes caminar sin quejarte de tus costillas rotas —bromeó ella. Habían comenzado a caminar, pese al buen humor, bastantes desganados a consecuencia del calor.

—Sí, y tú traes un vestido. Eso sí que es todo un acontecimiento.

—No empieces. Quería dar una buena impresión en la facultad y me pareció que era una buena idea dejar los vaqueros en casa.

Raúl se encogió de hombros aceptando su explicación sin más. No iba a negar que desde que la había visto a lo lejos le había parecido muy cómico su aspecto y su mente había maquinado diez mil formas para molestarla. No porque se viera mal, al contrario, él consideraba que se veía radiante. Pero Mónica era una marca registrada y los vestidos y el rosado sin lugar a dudas no eran parte de su naturaleza. Raúl lo sabía.

—Y ya que has mencionado el verano... ¿Ya tienes planes con Jaime?

—De hecho, pensé que sería buena idea conseguir un trabajo de medio tiempo. Jaime se irá a un curso de verano, cinco semanas. También estaba pensando en inscribirme a los cursos de nivelación, nunca se sabe que tan exigente puede ser la universidad.

— ¿Acabamos de terminar el cole y ya quieres ponerte a estudiar?, estás loca.

—Se trata del futuro, Raúl. De estar preparados. ¿Qué vas a hacer tú?

—Pues todo, y nada. No lo sé. Necesito tiempo para decidir que quiero hacer con mi vida. En cómo quiero vivirla.

—Te tengo una noticia, tu vida es ahora. Ya deberías estar viviéndola —puntualizó.

—Lo mismo te digo. ¿Qué es todo ese rollo de un trabajo y cursos preuniversitarios? Vas a tener la maldita universidad para ti sola durante cuatro años y luego trabajaras por el resto de tu vida. Relájate un poco.

— ¿Y qué sugieres?, ¿pasar otro verano deambulando por el barrio y viendo televisión por cable?, Y ni me digas de pasarnos dos meses de fiesta en fiesta. No te ofendas, pero no me apetece demasiado.

—Vente conmigo de viaje por carretera. Todo el puto verano. Solos tú y yo. Como una especie de despedida a lo que fue nuestra insufrible e insignificante adolescencia. Nos iremos mañana mismo si quieres o en un par de días, qué más da.

Mónica se paró en seco para mirarle a los ojos, sin saber si sus oídos habían escuchado bien aquella propuesta. ¿Se trataba de una broma?, por supuesto que no. Raúl no iba a bromear con algo tan deliberado y espontaneo como aquello.

— ¿Qué has dicho? —preguntó al fin. Raúl volcó los ojos dispuesto a repetirle la oferta sabiendo que no iba a sonar tan impactante y seductora como en un principio —. Te he escuchado, me refiero a cómo piensas que algo así pudiese ser factible. Tenemos a penas 18 años...

— ¿Y qué hay con eso? —contraatacó.

—...No es que tengamos dinero ni mucho menos un coche.

—Pablo nos prestará la camioneta. Aún cree que conseguirá caerme bien. No se negará.

—... ¿Y a dónde se supone que vamos a ir?

—A dónde el camino nos lleve, qué importa.

—No es un panorama que puedas realizar sin una metódica planificación.

—Se te acaban las excusas —finalizó —. Escúchame, no puedes evitar que en dos meses todo de alguna u otra forma cambiará. Ya no vamos a hacer el mismo recorrido de ida y vuelta a la escuela cada día y sé que inevitablemente vas a estar demasiado ocupada con tus estudios para perder el tiempo conmigo. Sólo te estoy proponiendo la experiencia del sueño americano la que por cierto no podrás olvidar jamás. Podría ser hasta incluso educativo.

— ¡Un viaje por carretera no es estrictamente el sueño americano, sin mencionar que estamos en Sudamérica! —respondió riendo a carcajadas.

Lo cierto es que Raúl ya la había convencido y no porque ella creyera que todo iba a cambiar como él vaticinaba dramáticamente. Era cierto, probablemente sus caminos iban a verse distanciados de cierta manera en cuanto a la rutina, pero Mónica estaba completamente segura de que jamás permitiría que Raúl saliera de su vida así como así; después de todo él configuraba aquella parte espontanea de su existencia, rebelde, que se arriesgaba a lo desconocido sin temor a equivocarse. No podía imaginarse el futuro sin él; mientras su amigo seguía esbozando una verborrea sobre los siguientes dos meses, a Mónica tan sólo le bastaba mirarle a la cara de reojo para simplemente confirmar una y otra vez sin ninguna clase de cansancio, el indiscutible pensamiento de que Raúl era parte de su destino, como si estuviese tatuado a las líneas de la palma de su mano. Mónica siempre, desde hacía años que lo sabía y, ¿qué significaba?, también hacía demasiado tiempo que había dejado de intentar descubrirlo.  


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