CUATRO
Mónica hubiese esperado que tras el incidente de la pelea, Raúl comprendiese que no podía solucionar las cosas que a ella le correspondían, pero aquella forma de actuar de éste, no cambio en el tiempo y Mónica supo adaptarse y aceptarlo. Fue con esa misma determinación, con la que Raúl prosiguió adelante en compañía de Mónica. Costó mucho para que ella al final aprendiese a ver que la intervención de Raúl en su vida, sus problemas y todo lo que le incumbía, se transformaría sí o si en algo definitivo.
La sobreprotección por parte de Raúl volvió a notarse en casi cada ámbito de su vida, desde cualquier pequeño incidente en la escuela hasta incluso en la tormentosa relación que ella tenía con su madre.
Durante todo aquel año las cosas no habían sido tan difíciles de sobrellevar, la escuela ayudaba bastante pero una vez iniciadas las vacaciones de verano todo pareció estallar inevitablemente. Tanto Mónica como su hermano irradiaban estrés. Alejandro jamás había estado tan inestable y de tan mal humor en todos sus catorce años. Al comienzo, Raúl consideró que el chico podría estar enamorado pero luego de que Mónica le informara los porvenires con su madre, Raúl terminó por comprenderlo todo, o algo así.
Mónica comenzó a pasar casi todo su tiempo fuera de casa, primero deambulando por quién sabe dónde, luego una vez descubierta, en la biblioteca y, finalmente en la casa de Raúl.
—No es que me queje de que estés aquí todo el tiempo, pero no es exactamente como imaginé que pasaría mis vacaciones.
—Te colaste en mi habitación cada maldito fin de semana de los últimos meses. Es tu oportunidad de devolverme la mano.
Entonces, Raúl se vio de pronto convertido en más que un amigo sobreprotector. Su verano de ensueño se había convertido de la nada en un ir y venir entre la biblioteca y otros lugares a los que él no catalogaba como muy divertidos.
—Además, tu madre lo agradece; estaba algo preocupada de que te salieras de control en lo que ella llama "tu insufrible pubertad"
—Pues bien, supongo que mientras mi madre tiende a adorarte, la tuya va a terminar por odiarme.
—Yo no me preocuparía por eso.
Pero Raúl no podía dejar de hacerlo, no podía dejar de pensar que en realidad a Mónica si le afectaba la relación con su madre y una fuerte idea de qué él debía intervenir más allá de prestarle simple refugio, no salía de su mente. No necesitaba que Mónica abiertamente le dijera que sentía tristeza, rabia o cualquier otra cosa. Él simplemente lo sabía. La había escuchado sollozar mientras ambos se creían dormidos, la había visto fingir que en realidad nada la afectaba, le había hecho pensar que él creía todas y cada una de sus excusas para salir de casa. Lo notaba todo.
Y lo notaba con creces. Por eso decidió que tal vez sería una muy buena idea un cambio de aires.
—Mamá insiste en que debo ir a visitar a mi abuelo. Es un viejo aburrido y algo gruñón, pero creo que podríamos pasárnosla en grande. Dos semanas, tu y yo ¿Qué dices?
—Mi madre jamás me lo permitiría.
—De hecho, aunque no lo creas, está completamente de acuerdo.
—¿Y cómo es que eso llego a suceder, Raúl?
—Ya sabes, nuestras madres decidieron que era hora de conocerse y surgió el tema.
—Ya. Eres pésimo mintiendo —respondió ella con desinterés —No puedo dejar a Alejandro, se ha pasado las últimas semanas pegado a nosotros, no voy a dejarlo sólo con mi madre dos semanas completas.
—Excusas.
—Mira, sé que piensas que necesitas preocuparte por mí. Pero estoy bien, mi madre siempre ha sido la misma y no va a cambiar. Con Alejandro, ambos sabemos cómo cuidarnos, no tienes que planear un verano para mi lejos de este lugar. —Raúl sonrió con autosuficiencia.
—Claro, como tú digas. Sólo que te equivocas en tres cosas. —Mónica lo miró con os ojos abiertos, alentándolo a que se explicara. —Primero, no vas a dejar a Alejandro porque él se larga a ese campamento de exploradores dentro de tres días, ¿lo habías olvidado? Y segundo, no he planeado ningún verano para ti. Esto es más bien un gran favor que me harás porque de lo contrario moriré de aburrimiento con mi abuelo.
— ¿Cuál es la tercera?
— ¿Cómo dices?
—Dijiste que me equivocaba en tres cosas
—Ah, eso. Pues que sí necesito preocuparme por ti.
Y así, el resto del verano transcurrió con calma, entre caminatas por extensos prados, trabajos propios de una granja y juegos de mesa durante las noches. De lo único que tal vez Raúl pudo quejarse fue que su abuelo no viera con muy buenos ojos el hecho de que él y Mónica se comportasen como más que dos buenos amigos, por lo que las caricias y demostraciones afectivas, a las que él estaba acostumbrado, tuvieron que cesar.
Y no es que Mónica se quejara de que por primera vez desde que se conocían, alguien ejerciera cierto control parental, de pronto era como si ella estuviese completamente de acuerdo con el anciano y en cierta parte Raúl podía comprenderlo. Sobre todo porque después de una tarde mientras regresaban a la casa su abuelo, él la tomara por sorpresa y la besara. Había tomado de su mano para hacerla detenerse y la había atraído hacía él.
—No es correcto, Raúl. —había dicho ella sin abrir aun los ojos luego de que se separaran. Raúl no había soltado sus manos y notó cómo su compañera se mordía el labio inferior después de susurrar aquellas palabras. Tal vez Mónica hubiese esperado en ese instante que las cosas siguiesen como siempre, Raúl sin poder decir algo decidido y ella aceptándolo, pero por alguna razón él no estaba conforme.
—Lo que no es correcto es que sigamos creyendo que no ocurre nada.
—Somos amigos, muy buenos amigos. Eso es lo que ocurre. Y no vamos a tener esta discusión nuevamente.
— ¡Pero si nunca la hemos tenido!
—Y para qué quieres hablarlo, si no sabes lo que sientes.
Sí, era verdad que él no sabía con certeza absoluta qué sentía, al respecto y en su cabeza todo seguía tan cual había estado todo aquel año, pero de lo único que estaba seguro era que no estaba de acuerdo con Mónica en aquel instante. Y estaba también bastante seguro de que ella tampoco tenía sus sentimientos claros, pero era obvio que en aquel lugar sólo él estaba predispuesto a intentar descubrirlo. Aunque Raúl no podía evitar considerar que después de todo era muy probable que, luego de todo aquel año en el que él ya la había atormentado con el hecho de querer descubrir si realmente estaba enamorado, ella quisiera mantener cierta distancia física.
—Sí, no tengo ni la más mínima idea de que es lo que me pasa contigo, pero te quiero. Te quiero como amiga y sé que eso no es suficiente —Mónica había intentado detenerlo pero él no lo permitió. Con tan sólo una mirada reprochadora le dio a entender que no se iba a callar —Siempre dices que soy yo quien no tiene nada claro, como si dependiera todo de lo que yo sienta, pero tú tampoco sabes nada y te escudas en cómo si yo fuese el problema. ¿Quieres que te diga una verdad?, estás tan confundida como yo, y si es necesario que nos dé una salida a ambos lo haré. Así que pienso arriesgarme ¿entiendes?, quiero hacerlo, aunque me equivoque, aunque ambos nos equivoquemos. Así que ahora tú decides.
Pero Mónica no decidió nada en concreto y entonces, los abrazos y besos que habían estado presentes de tanto en tanto no habían regresado como tal vez Raúl hubiese querido y se conformó con el hecho de que en rara ocasión podía tomarse alguna licencia y compartir con ella un abrazo o caricia sin ninguna clase de connotación oculta. Raúl descubrió, que cuando el afecto provenía de forma espontánea por parte de ella, era aún incluso más satisfactorio que cualquier otra demostración a la que él hubiese dado inicio en el pasado. Y acepto que tal vez el tiempo por sí sólo aclararía las cosas.
—Creo que extrañaré este lugar. Podría vivir una vida aquí.
—No es cierto, Mónica. No sobrevivirías sabiendo que la librería más cercana está a cuatro horas de distancia.
—Eso tiene solución, ¡podría fundar mi propia biblioteca!
—Y de dónde sacarías el dinero para tan pretensioso negocio ¿eh?
—Que aguafiestas. Permítete soñar un momento. Idealízalo en tu mente, ¿no te gustaría despertar cada mañana en un sitio como este sin la constante presión social y la contaminación acústica de la ciudad?
—Tenemos quince años, claro que no. Y lo cierto es que no pienso mucho sobre mi futuro como un adulto. Me gusta la televisión por cable y la comida chatarra. ¿Qué se supone que haría aquí?
—Yo podría escribiría mis propios libros.
— ¿Eso es lo que quieres hacer, quieres ser escritora? ¿Y sobre qué vas a escribir?
—No lo sé. De todo, supongo. Tal vez escriba sobre lo idiota que son los hombres durante la pubertad. Serías mí principal sujeto de investigación.
—Chica lista.
De ahí en más, Raúl comprendió una verdad fundamental. Cierto era que siempre se había preocupado por Mónica y que indudablemente sus vidas estaban constantemente unidas por su amistad, pero fue a partir de ese verano en que Raúl sintió por primera vez que en realidad no la conocía del todo. Nunca antes se había preguntado qué pensaba ella sobre la vida o sobre el futuro, tal vez porque él en verdad no lo hacía, entonces sólo pudo obligarse a prestar más atención en los detalles.
Era cierto, a penas y se conocían hacía un año, pero de pronto era como si Mónica hubiera crecido considerablemente más rápido que él. Ya no era la misma chiquilla escuincla que había conocido su primer día de clases, y no se refería exactamente a las apariencias físicas. Su cabello había crecido unos centímetros y su rostro había cambiado, tal vez fuese su mirada más centrada, más profunda. No podía decirlo con exactitud.
Entonces, a partir de allí y en los meses venideros Raúl ya no se disputaba internamente sobre averiguar qué papel jugaba Mónica en su vida, de alguna u otra forma comprendió que no necesitaba descubrirlo, no por el momento, lo único que en verdad necesitaba era no perderse nada de ella. Quería crecer a su lado. Y esa fue una fórmula que les resultó bastante bien a ambos.
Una tarde de a mediados de Julio, Mónica apareció en casa de Raúl abatida y si éste se lo permitía decir, algo molesta y frustrada.
—Me basta verte el rostro para deducir que no ha ido muy bien —comentó Raúl a modo de saludo. Mónica cayó boca abajo a un lado de él sobre su cama.
—Ha sido... exasperante —murmuró con la boca sobre una almohada —. Nos ha presentado a sus tres hijos. Dos pequeños diablillos, que estoy segura, han conspirado en mi contra y un insufrible snob que me lleva por qué, ¿cinco meses?
—No creo que haya sido tan malo... qué tanto problema pueden suponer dos niños pequeños de ocho o nueve años.
—Tienen seis. Mellizos. Me aventaron las arvejas y me derramaron dos veces la bebida encima y te prometo que lo han hecho a propósito. Podía sentir sus miradas asesinas sobre mí. Uno me ha sacado hasta la lengua... —Para ese punto del relato, Mónica ya se había volteado sobre su espalda y miraba el techo sin prestarle interés a la risa en aumento que propinaba Raúl —Y el descarado de mi progenitor sólo ha atinado a molestarse conmigo y pedirme madurez cuando les he dicho a los mocosos que son unos mal educados.
—Sí que eres mala. De seguro los traumaste. ¿Y qué ha pasado luego?
—Pues que el snob se la ha tomado contra nosotros, nos dirigió algunos insultos y Alejandro le dio un puñetazo.
—¡Estas de joda! —rio entusiasmado Raúl.
—No es gracioso. Le rompió la nariz. Mamá lo ha castigado un mes completo cuando mi padre le ha llamado desde la clínica para que nos recogiera. Debes dejar de darle esas prácticas de lucha.
—Es autodefensa. ¿Y se la rompió de un solo golpe?, sí que ha estado practicando —agregó él como si de pronto eso fuera lo más importante.
—No es el punto.
—Vale, entiendo. —concedió Raúl, haciéndose un espacio a su lado atrayéndola hacía sí de forma que Mónica descansó su cabeza sobre sus piernas en una posición paternal —Estás cabreada porque tu padre ha aparecido después de meses y sientes que te están obligando a que él ahora forme parte de tu vida. Sabías hace dos semanas que esta reunión con tus hermanastros iba a ocurrir y aunque haya sido un desastre, deberías dejar de atormentarte. Quizás ellos se sienten igual de cabreados que tú, ¿no crees?
Mónica se reincorporó y se le quedó mirando estupefacta y casi con la boca abierta. Raúl tuvo que levantar una ceja para alentarla a que le dijera algo, cualquier cosa.
— ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi amigo?, ¿Cuándo te has vuelto tan maduro? —le dijo con una sonrisa sincera. Raúl solo le revolvió el cabello y supo que la crisis había sido controlada.
Lo que ninguno de los dos pudo prever, luego de que Mónica aceptase que la intervención de su padre y hermanastros en la vida de ella y de Alejandro era más bien inevitable, fue el simple hecho de que los tormentos sobre la muerte del padre de Raúl volviesen a flote.
Al principio Mónica fue notando pequeños indicios de que el asunto en realidad no estaba del todo resuelto por su amigo. Si se lo preguntaban, ella tampoco es que hubiese hurgado demasiado en los sentimientos de él, después de todo Raúl nunca demostraba sentirse realmente afectado, no al menos desde hacía un año atrás. Pero luego las cosas cambiaron, sobretodo porque después de meses, los temas financieros que su padre había dejado inconclusos comenzaron a escapar del control de la madre de Raúl.
—No queda nada, las cuentas bancarias, los ordenadores, toda la empresa. Pasaran meses antes de que cierren la investigación y recuperemos algo y no nos quedemos en la calle. ¡Es todo su maldita culpa!, aun después de muerto nos jode la vida.
—No digas eso, Raúl. Tu padre no tuvo la culpa de ser estafado por su contador.
—Pues debió preverlo. Tú escuchaste a los policías, no es un asunto de meses, hace años que le estaban siguiendo la pista por lavado de dinero y él lo sabía. Debió advertirnos que las cosas no estaban bien.
—Y también dijeron que no tenían ningún cargo en contra de tu padre. Estaba cooperando para que lo apresaran.
—Como si eso realmente importara, Mónica.
—Pues importa —dijo ella con tono autoritario —, porque estás aprovechándote de cualquier excusa para no aceptar el hecho de que aún no te perdonas por haberle dicho que lo odiabas —sentenció. Raúl le desvió la mirada no dispuesto a enfrentarla ni mucho menos a tener aquella conversación.
—No sabes lo que dices.
—Si lo sé. Quieres odiarlo, realmente quieres hacerlo ¡y en el fondo no puedes!, por eso estás tan molesto, porque le odias y al mismo tiempo no puedes odiarlo.
Pero Raúl no fue capaz de contradecirla. Tampoco es que se lo hubiese concedido. Se había molestado incluso más negándose rotundamente a hablar más sobre el asunto. Las semanas siguientes no fueron mejores y Raúl volvió a buscar refugio en su actitud despreocupada y rebelde.
Mónica tuvo que volver a dejar su ventana abierta por las noches para encontrárselo dormido junto a ella por las mañanas. Él ya no la despertaba con abrazos y caricias ni tampoco le confesaba algún sentimiento no resuelto, sólo entraba borracho y se dormía sobre la cama a su lado, incluso en ocasiones ni siquiera era capaz de conseguir despertarlo para que acudiera a la escuela. Cuando la situación se volvió insostenible, decidió que era hora de actuar.
—Despierta, ya es tarde. —había ordenado ella quitándole la sabana que lo cubría. Apestaba a licor.
—Por favor, Mónica. Solo déjame dormir. Márchate sin mí. No soy capaz de ir a la escuela con esta resaca.
—No iré a la escuela. Ni tú tampoco. —Aclaró.
—Perfecto, entonces no necesitas que me despierte.
—He dicho que te levantes. Te ducharás y luego nos iremos. —Con pereza y muy a regañadientes se incorporó de la cama. Le dolía la cabeza y como si Mónica le leyera la mente ya le estaba dando un vaso de agua y unas aspirinas. —No tardes. He pedido un taxi en 30 minutos.
— ¿Y a donde se supone que iremos exactamente?
—Ya lo verás.
Y así, luego de 45 minutos, Raúl comprendió lo que ella estaba planeando. Al principio pensó que se trataba de una broma de mal gusto y hasta incluso se atrevió a preguntarle que qué pensaba conseguir llevándolo al cementerio, entonces se lamentó haberlo preguntado porque en verdad era una pregunta muy obvia y porque evidentemente Mónica no perdió oportunidad en explicarle lo que ella consideraba que necesitaba. Hacer las paces con su padre.
—No me jodas, Mónica. ¿Para esto me has hecho levantar?, me largo.
—Puedes enfadarte conmigo si quieres, pero lo necesitas. Necesitas descargar toda esa rabia acumulada que tienes.
—Yo no tengo rabia, ¿porque no puedes aceptarlo?
—Vamos, díselo, allí está su tumba. ¡Dile de una vez todo lo que quieres decirle
—¡Que no tengo nada que decir!
—¡Di lo que tanto te aterra decirle! —presionó
Y en ese entonces, en aquel leve instante sólo se escuchó un grito desgarrador seguido de un llanto contenido. Mónica se le quedó observando con sus manos cubriendo sus labios debido a la impresión que le ocasionó ver a Raúl caer de rodillas frente a la tumba de su padre. Tardó unos segundos antes de inclinarse a su lado para reconfortarlo con un abrazo.
—Lo odio por morirse. ¿Por qué se tenía que morir, Mónica? —preguntó aun entre llantos. Ella suspiró con pesar, sintiéndose impotente por no poder contestar a aquella pregunta.
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