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3. La última oportunidad

AL DÍA SIGUIENTE

Rocío casi no había podido dormir esa noche. Sólo pensaba en su abuela y en la cara que se le quedó cuando aquella señora mencionó el lugar donde estaba aquel tal Andrés. Su abuela apenas tocó el resto de la comida y ni hablaron en el camino de vuelta, es más, se bajó del coche despidiéndose apenas de Rocio, murmurando vete tú a saber qué. 

A pesar de que era temprano, se levantó y después de vestirse, salió de casa en dirección a la de su abuela. Tenía un presentimiento con respecto a ella y hasta que no la viera, esta desazón que tenía en el cuerpo no se le iba a quitar. Por suerte, su abuela Julieta vivía apenas dos calles más atrás de la suya, en una casa de planta baja pintada de  un color blanco inmaculado.

Sonrío recordando la de veces que había jugado aquí con la abuela y con sus primos, llenando la casa de risas con su presencia. Llamó al timbre y pasó más de un minuto cuando la abuela abrió, mostrándole una expresión determinada en su rostro. Apenas la saludó, simplemente le hizo un gesto para que entrara en la casa, perdiéndose ella por el largo pasillo. 

- Abuela, ¿estás bien? ayer no viniste a cenar a casa -le decía Rocío mientras seguía sus pasos como podía, pues Julieta pareciera tener mucha prisa por lo que fuera. 

- Estaba muy ocupada, Rocío -se justificó la anciana pero sin querer darle más explicaciones a su nieta. 

- ¿Haciendo qué?

La pregunta murió en sus labios en cuanto entró en el cuarto de la abuela. Una maleta yacía encima de la cama, abierta y con toda la ropa esparcida por encima. 

- ¿Abuela? -le preguntó ella con gran curiosidad- ¿y esto que es?

- Pues una maleta, Rocío -le contestó ella perdiéndose por las puertas del enorme armario de roble de su habitación.

- Eso ya lo veo, pero, ¿es que te vas?

- Si, hija, si. Me voy -Rocío sumó dos y dos y entonces lo comprendió todo.

- ¡Te vas a Foios! -le gritó con los ojos desorbitados- ¡no puede ser!

- Pues si, me voy -le dijo ella con determinación metiendo otra prenda de ropa en la maleta.

- Abuela, eso es una locura.

- Locura es vivir como he vivido toda la vida, Rocío -le contestó ella negando con su cabeza- eso si que ha sido una locura, pero, ya va siendo hora de decir basta. Esta es mi última oportunidad de arreglar lo que una vez perdí, y no la pienso desaprovechar. 

- ¿Pero de qué estás hablando? -la abuela Julieta se dio la vuelta para mirar a su nieta cuyo estado de confusión crecía por momentos. Acabó sentándose en la cama, chasqueando su lengua un par de veces. 

- Ven aquí, Rocío -le pidió palmeando su lado del colchón. Su nieta tardó muy poco en sentarse al lado de la persona que más quería en el mundo.

- Abuela, si por lo menos me contaras quien es Andrés, te entendería mejor. 

Julieta cerró sus ojos unos segundos. Segundos en los que su mente viajó a aquel invierno en "La Dobla", a como durante tan breve espacio de tiempo fue feliz, muy feliz. Los volvió a abrir y los tiernos ojos de su nieta la golpearon con la cruda realidad. Sólo el nacimiento de sus hijos y nietos, le hicieron ser feliz de nuevo. Después, el vacío.

- Si lo encuentro, te prometo que te contaré quien es, Rocío. Eso te lo juro yo como me llamo Julieta, pero, por ahora, prefiero que no lo sepas.

La abuela le cogió las manos a Rocío y se las llevó a la boca dejándole un tierno beso en sus dedos. Se puso de nuevo en pie y siguió con la tarea de acabar con su equipaje. La morena de ojos azules la miró y movió su cabeza de un lado a otro.

- ¿Cuándo te vas? -le preguntó.

- Esta noche, de madrugada, si puede ser. Hay un autobús que sale a las una para Valencia y una vez allí ya me las ingeniaré. Tú por eso no te preocupes. 

- Te vas de noche para no tener que darles explicaciones ni a mi padre ni a los tíos. 

- Exacto, cariño -le contestó ella sonriéndole con mucha dulzura- aunque pocas explicaciones voy a darles. Tengo 69 años recién cumplidos. Creo que puedo hacer con mi vida lo que me salga del coño.

Rocío soltó una carcajada y agitó de nuevo su cabeza. Era la primera vez que veía a su abuela con tantas ganas de hacer algo. Y la motivación tenía que ser realmente buena cuando lo hacía. Se puso en pie y fue hasta su abuela para abrazarla. Julieta dejó que los tiernos brazos de su nieta la acunaran y disfrutó de la calidez de su cuerpo.

- No te creas que no sé que entre tú y el Andrés ese ha habido algo, abuela -le dijo Rocío frunciendo sus labios.

Se separó de su abuela sin dejar que ella le contestara. La miró y le sonrió a la persona más buena que había conocido en su vida. A la que prácticamente la había criado y siempre había estado ahí cuando se peleaba con su madre, que era, un día si, y otro también.

- Vendré a buscarte a las 6 de la mañana -le dijo Rocío a su abuela ante el asombro de ésta- a esas horas ya se habrán ido todos a trabajar. Para cuando se den cuenta de que nos hemos ido, ya estaremos casi en Valencia.

- Rocío...

- Abuela, ya me tienes intrigada. Ya que me has metido en esto, déjame que lo acabe, por favor.

Julieta apretó sus labios dejando escapar un suspiro. No quería que ni Rocío ni nadie supiera de su historia por si ésta no tenía final feliz, pero, necesitaba a su nieta. Porque como dicen, cuatro ojos, ven más que dos.

- A las 6 entonces Rocío, pero haz maleta para varios días, no sabemos lo que vamos a tardar -le sugirió la anciana algo más tranquila de que por lo menos estuviera acompañada en su loco viaje. 

- Hasta mediados de septiembre no tengo que incorporarme a clase, lo que necesites, abuela.

Aquella noche cuando Julieta durmió, el mundo de los sueños la llevó a aquel mes de Diciembre, el último antes de terminar un nuevo año. Se vio a si misma tumbada encima de la hierba fresca, al lado de aquel almendro junto al pozo. Era una noche estrellada. Más cálida de lo que parecía a pesar de ser la época que era. 

Y ella creía que estaba en el paraíso.

- No puedo creerme que tu padre plantara el almendro, Andrés -le decía ella con mucha dulzura al hombre que estaba tumbado a su lado. 

- Pues, créelo. Es como un recuerdo de que los años pasan.

Las manos de él se posaron en su estómago acariciando tiernamente la piel desnuda de su ombligo. Ella giró su cabeza hasta quedar a la misma altura que la suya.

- Bésame, Andrés -le pidió ella mojando sus labios para tentarlo aún más. 

- Si lo hago, ya no podré parar, Julieta -le advirtió él con una leve sonrisa en su rostro.

- Pues no lo hagas, no pares. No pares nunca de hacerlo.

- Siempre hay un nunca, Julieta.

- Pues esta noche, esa palabra no existe. Jamás la inventaron. Sólo es el ahora, y tú eres ese ahora.

Las manos de él subieron lentamente por su costado hasta posarla en su mejilla. Acarició su mentón fijando su determinada mirada en ella y se acercó despacio hasta rozar sus labios. Ella puso sus manos en su cuello tirando de él para que sus labios la besaran mejor. Fue un lento beso que pasó a mayores cuando las bocas de ambos hicieron fricción. Y él tenía razón, no podía parar de besarla. Ahora que había probado el fruto prohibido, quería más de esos ilícitos labios.

Se besaron sin descanso bajo el manto de estrellas. Explorando sus bocas con sus lenguas. Pero, no tuvieron bastante. Ambos lo sabían, y fue cuestión de tiempo que él acabara entre sus piernas dando rienda a esa pasión que llevaban sólo un día conteniendo. Se amaron en la noche, olvidándose de todo y de todos. Se susurraron promesas que sabían que jamás cumplirían y se juraron no olvidar jamás esta noche.

La noche en la que ambos entregaron su corazón el uno al otro y nunca jamás se lo devolvieron a su dueño.

Se durmió Julieta con una sonrisa en sus labios y una promesa que por lo menos, intentaría cumplir. 

- Ya voy, Andrés, sólo espera un poco más.

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