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24. Sin poder huir

AL DÍA SIGUIENTE

Esta era la última noche que Andrés y Julieta pasarían juntos. Mañana debería estar en su casa, donde todos la esperaban pensando que volvía de su viaje por tierras almerienses. 

Todo el día llevaba ella con el corazón encogido, pensando en la despedida, una tan amarga como dolorosa. 

La pareja yacía desnudos en la cama después de haber hecho el amor como si fuera la última vez que fueran a estar juntos. Los dedos de Andrés acariciaban despacio la espalda desnuda de Julieta pensando en todos los posibles escenarios de mañana. Le había entregado su corazón a la castaña que reposaba en su pecho. Toda su alma le pertenecía y no concebía su vida sin ella. Era valiente. Por tomar esa decisión que cambiaría el rumbo de sus vidas, pero sabía que les iría bien. Se amaban. Un amor que nació del más profundo y verdadero sentimiento que ninguno de los dos hubiera experimentado en su vida. Y aún tenían tanto que vivir juntos.

Ninguno de ellos podía pensar que el amor naciera tan rápido y con tanta fuerza en sus corazones. Pero, cuando dos personas están destinadas  a amarse, tiempo es el  que les falta. 

- Piensas en mañana -le dijo Julieta alzando su cabeza para encontrarse cara a cara con su mirada almendrada.

- Es inevitable. Me gustaría acompañarte y que no fueras sola.

- Créeme, es mejor así. Que no sepan porque lo hago realmente. Que crean que es porque me siento engañada. Así será más fácil. Llego, se lo suelto, cojo mis cosas y me voy -le contestó ella muy determinada a realizar lo que le decía de esa manera. 

- Espero que sea tan fácil como lo estás contando.

- Lo será -le dijo ella para volver a poner su cabeza encima del corazón de su amado.

Durante minutos, ambos permanecieron en un plácido silencio. Cada uno de ellos haciendo elucubraciones de lo que pasaría de ahora en adelante. Aunque lo que tenían claro, es que su futuro pasaba por estar juntos.

- ¿Cuánto tiempo estaremos en Francia? -le preguntó Julieta mordiendo su labio superior. Ese simple gesto hizo que el miembro de Andrés despertar deseoso de estar de nuevo entre sus piernas.

- Tres meses, más o menos, todo depende de si luego el patrón quiere que sigamos -Julieta se removió encima de él sintiendo ese cosquilleo en su estómago que presagiaba lo inevitable, que acabarían haciendo el amor otra vez.

- Ya tengo ganas de irme -le dijo ella sintiendo las manos de Andrés en sus caderas y como tiraba de ella para que abriera las piernas.

- En un par de días. Y entonces no habrá nada ni nadie que te separe de mi lado.

Andrés la volteó hasta situarla de espaldas al camastro. La besó sin ningún tipo de cuidado, con fiereza, recibiendo de ella el mismo trato. Aquella noche se amaron como nunca.

 Como si fuera esa última noche. 

Esa última vez. 

Lo fue. Aunque ninguno lo supo en ese momento, pues de haberlo sabido, Julieta jamás hubiera salido de esa casa. 

AL DÍA SIGUIENTE

- Si tienes que tardar más, no pasa nada, Julieta -le dijo Andrés  ayudándola a acomodar las cosas en su caballo. Ella se volteó y acarició su mejilla con mucha calma.

- Estaré aquí para la cena, mi amor -le aseguró ella con una gran sonrisa. 

- Y si no vienes, no pasa nada. Te esperaré hasta mañana y si no, iré a buscarte. Vas a romper con todo Julieta, y no es fácil.

Julieta acercó sus labios a los suyos y los besó con premura. Probó la dulzura de su boca una última vez. Sintió en su corazón un latido más fuerte que los demás y se abrazó a Andrés como si la vida se le fuera en ello.

- Quiero estofado de verduras para cenar -le dijo ella subiéndose al caballo. Compartió una última mirada con Andrés sonriéndole- estaré aquí en un rato.

- Y yo te estaré esperando.

- Te quiero, Andrés .

- Y yo a ti.

Ella bajó su cuello y se besaron esta vez de forma salvaje y necesitada. Al separarse, se miraron sintiendo que sus corazones les iban a estallar en el pecho. Andrés palmeó al caballo y vio como Julieta cabalgaba desapareciendo por el camino. Soltó todo el aire que contenía en su garganta y se sentó en las escaleras de la casa intentando aplacar a su corazón. 

Tenía un horrible presentimiento. 

Temía que esta fuera la última vez que viera a Julieta, y sabía que si era así, su vida volvería a ser lo que era antes de conocerla, vacía y triste.

Julieta cabalgó como si el diablo la persiguiera. Andrés era su razón para luchar y dejar esta vida de mentira que llevaba desde que se casó con Francisco. Su amor por el de ojos almendrados la hizo llegar antes de lo que pensaba a la casa que compartía con el que esperaba que dejara de ser su esposo. Todo estaba en silencio y rezó por pillar a Francisco y a su madre en la cama y tener la excusa perfecta para abandonarlo.

Se bajó del caballo y lo dejó atado al árbol que había cerca de casa. Se alisó el jersey sonriendo. Era de Andrés y había decidido ponérselo para no olvidarse de todos sus propósitos. Caminó hacia la casa y sacó su llave abriéndola con cuidado.

Le extrañó que todo estuviera en silencio, y que parecía que no hubiera nadie en la casa. Un ruido en la parte de atrás la hizo pegar un respingo, y más cuando su hermana Inés apareció delante de ella.

- Inés -le dijo Julieta muy sorprendida de ver allí a su hermana pequeña- ¿Qué haces aquí?

- Oh, Julieta -su hermana se arrojó a sus brazos medio llorando- gracias a dios que has venido.

- ¿Qué pasa? ¿porqué lloras hermana?

- Tenemos que irnos a Málaga. A mamá le dio un infarto ayer y me mandaron aquí para esperarte. Se la llevaron en el carro de los Martínez y no respiraba cuando salió de aquí.

Julieta se separó de su hermana algo tambaleante. A pesar de lo que su madre había hecho, no le deseaba ningún mal, y menos que muriera. Una lágrima bajó por sus mejillas y se mordió los labios nerviosa.

- Tenemos que irnos a Málaga, Julieta. Todos están allí -le dijo su hermana agarrándola de la mano.

- ¿A Málaga? -le preguntó ella con evidente pánico en su voz. No podía irse. Andrés. Le prometió que iría esta noche y si se iba no lo vería. Tenía que avisarle como fuera.

- Si, Julieta. Nos esperan en el cortijo de los almendros para llevarnos en el coche, vamos.

Su hermana tiró de ella y agarró una pequeño hatillo con sus cosas. Julieta se resistía aún en shock por lo que pasaba, y por lo que no podría pasar. 

- ¡Vamos, hermana! -le apremió la menor pues la vida de su madre estaba en peligro. 

- Espera -le dijo Julieta deshaciéndose de su brazo- tengo que hacer una cosa antes.

- ¿El qué? tenemos que irnos, nos esperan. No querría llegar a Málaga y ver a mamá con un sudario puesto.

- Eso no va a pasar, Inés, pero...tengo que hacer una cosa. No tardaré, estaré aquí en una hora.

- Pues voy contigo -le dijo su hermana con determinación.

- ¡No! -le respondió ella horrorizada- tú espera aquí hasta que yo venga.

Julieta salió de la cabaña con  el corazón en un vilo. Tenía que avisar a Andrés como fuera y después, ir a Málaga al lado de su madre. Estaba por coger su caballo cuando un coche enfiló el camino de grava que llevaba hasta su casa. Se puso la mano en la frente y sintió que se le secaba la boca y casi no podía ni hablar. El dueño del cortijo de Los Almendros se bajaba del coche y venía directamente hacia ella. 

-  ¡Julieta! ¡Gracias a dios que llegaste! -le dijo él agarrándola de la mano- tenemos que irnos. Paco nos telefoneó hace una hora. Van a operar a tu madre y no saben si saldrá viva de la operación. Vamos, nosotros te llevamos.

Julieta se debatió entre ir o no. La vida de su madre corría peligro, y también su corazón. No tenía forma de avisar a Andrés. En dos días partiría hacia Francia y no lo vería en unos meses. Sintió que su corazón se rompía en trozos cada vez más pequeños. La impotencia de no poder hacer nada, y que el destino no le fuera favorable, terminó por hacer que llorara sin consuelo.

Los que la vieron, la achacaron al dolor por la posible pérdida de su madre. Cuando en realidad, ella lloraba porque...no podría huir. De nuevo estaba atada a  su destino, a una vida que no quería y que nunca eligió. 

Nada le era favorable. Por una vez que iba a ser feliz,  y alguien ahí arriba, no quería que lo fuera. 

Dejó que la subieran en el coche y durante todo el camino no abrió la boca. La estaban alejando del amor de su vida y temía que nunca volviera a verlo de nuevo.

Y cuanta razón tenía Julieta. 

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