21. El Abrazo
Andrés la vio caminar con desesperación bajo la lluvia. La observó dejar su caballo y luego como corría con desesperación hacia las vías del tren. La siguió, pues se temió lo peor, y no se equivocaba. La menuda mujer se arrojó a las vías del tren llorando desconsolada.
Se acercó despacio. Intentando no asustarla, si no lo estaba aún ya. Miró como llevaba sus manos a la cara y lloraba muy compungida.
- Hasta las 17.00 no habrá otro tren, se lo digo porque es tontería que espere aquí cuando aún faltan horas para que pase.
Julieta se quitó las manos de la cara muy sorprendida y volteó para mirar al dueño de esa voz que le había producido un ligero escalofrío. Era alto. Muy alto. Más que Francisco. Dios. Sólo su nombre le daban ganas de llorar y de arrancarse de nuevo la vida. Su traición era lo peor que le había pasado nunca.
- Gracias por la información, amable caballero, pero me quedaré aquí hasta que venga el tren -le informó ella apartando la vista de su atractivo rostro.
- ¿Y después?
- ¿No es evidente? Dejaré que pase por encima de mi cuerpo y así acabaré con mi desdichada existencia.
- Mujer, no diga usted eso, nadie ni nada merece la pena como para morir.
- Llevo casada apenas unos meses, acabo de descubrir que mi esposo me es infiel con mi propia madre... ¡Yo lo único que quiero es morirme!
Andrés se rascó el cuello y miro a la pequeña mujer que le alzaba la voz a través de la lluvia. Era bonita. Muy bonita. Su marido debía ser ciego si había preferido a su suegra antes que a ella. Y encima a su madre. Era un desalmado, de eso no había duda. Un hombre sin ningún tipo de escrúpulos.
- Tal y como yo lo veo, los que merecen que les pase un tren por lo alto son ellos, no usted. Si lo hace, se habrá quitado de en medio y les habrá dejado salirse con la suya -opinó él para sorpresa de Julieta, quien acabó quitándose las manos de la cara para prestar atención a lo que el desconocido le decía.
- ¿Y qué otra cosa puedo hacer?
- Por lo pronto, levántese. Cada vez está lloviendo más y el río puede desbordarse. Vivo aquí cerca. Le ofrezco mi casa hasta que pase el temporal y así va pensando en lo que hacer.
Julieta lo miro muy sorprendida por su ofrecimiento. Nunca nadie la había tratado con tanta amabilidad y dulzura con la que él lo hacía. El amable caballero le tendió la mano y ella se agarró sin dudarlo. Ahora mismo, era tal el lío en su cabeza que cualquier buen ofrecimiento sería para ella como agarrarse a un clavo ardiendo.
Se agarró a esa mano dejando que Andrés tirara de ella para ponerla en pie. Chocó con él al erguirse, pero no le importó.
Olía tan bien.
Julieta aún le daba vueltas a la taza de café que desde hacía un rato calentaba sus manos. Los gruñidos de su esposo mientras embestía a su madre resonaban en su cabeza una y otra vez cual animal en celo.
Lo que más le dolía era el engaño que ambos estaban perpetrando, no su corazón. Ella no amaba a Francisco. Se había casado con él porque todos le decían que era un buen hombre y su misma madre se lo metió por los ojos hasta que consiguió lo que quería, que ambos se casaran. Aunque ahora dudaba de las intenciones de su madre y de su odiado marido.
- ¿Estás mejor? -La voz de Andrés la saco de sus ensueños. Alzó la vista para mirarlo y le dio una amarga sonrisa.
- No, no lo estoy. No paro de pensar el porqué me hacen eso y desde cuando son amantes. Son tantas preguntas que me producen mucha amargura.
Andrés que se sentó a su lado junto a la chimenea. Esta mujer había desnudado su alma en sólo unas horas, contándole todo lo que sentía. Y él, cada vez más convencido de que su esposo era un patán, por buscar consuelo en otros brazos cuando lo que tenía en casa, era algo que cualquier hombre desearía.
- Hoy no estás lista para tomar decisiones. Mejor espera a mañana -le aconsejó él intentando calmarla.
- Se supone que voy de camino a Almería. Hasta dentro de una semana no tengo que volver. Me da tiempo a pensar -Julieta le dio un sorbo a su café y emitió un largo y quejoso suspiro.
- Puedes quedarte aquí si quieres, Julieta. Nadie tiene porqué enterarse.
Los ojos de la mujer, se abrieron algo sorprendidos. Jamás se le hubiera pasado por la cabeza estar a solas con un hombre que no fuera su esposo, pero, visto lo visto, eso era lo de menos.
- Te diría que no. Andrés, pero, lo necesito -admitió ella asintiendo a su ofrecimiento.
- Estupendo. Y ahora, voy a preparar la comida e iré a ver a los animales -Andrés se levantó y su camino fue impedido por la mano de Julieta que tiro de él.
- Yo haré la comida, Andrés. Es lo mínimo que puedo hacer -Julieta se levantó y le regaló una sonrisa que él recibió con satisfacción.
- Eres mi invitada, Julieta.
- Más bien una visita inoportuna.
- No digas eso -Andrés levantó su mano y se permitió acariciar su mejilla con suavidad, gesto que la conmovió- ojalá tuviera todos los días este tipo de visitas.
El resto del día lo pasaron cómodamente. Julieta se había cambiado de ropa. Aún llovía y no se había atrevido a salir fuera. Aunque, había ayudado a Andrés con los animales. Unas cuantas gallinas, unas ovejas y un par de caballos. Era el guardes de la finca que había más arriba y su trabajo comenzaba al rallar el alba.
Julieta sintió una agradable calma al lado de Andrés y una sensación de bienestar que no había sentido en su vida. Y también, tenía que admitir que Andrés era muy atractivo, más que su marido. Y cuando sus miradas se cruzaban, ella se ponía muy nerviosa.
Después de la cena tuvieron una agradable charla delante de una garrafa de licor de hierbas. Julieta sentía como el alcohol se le había subido a la cabeza y como sentía que quería hacer y decir cosas que jamás imaginó que diría.
- ¿Tú crees que soy guapa, Andrés? -El guardes pegó un respingo y miro a la chica la cual le devolvía la mirada con expectación.
- Si que lo eres, Julieta.
- ¿Pero guapa como para querer acostarte conmigo?
El pobre hombre no sabía donde meterse ni entendía a qué venían sus preguntas. Pero entonces ella, se echo a llorar desconsolada sin esperar su respuesta. Andrés no tuvo más remedio que acercarse a ella e intentar consolarla.
No podía verla llorar. Y más si lo hacía por un hombre que había cometido la peor de las traiciones contra su propia esposa: engañarla.
La envolvió en sus brazos y dejó que ella se escondiera en su cuello. La notaba tan frágil y tan vulnerable que a cada momento que pasaba, más odiaba a su marido.
- No llores, Julieta. Ellos no merecen tus lágrimas.
- Si es que soy idiota, Andrés -ella se apartó de su cuello. De ese lugar que tenía admitir que era su lugar seguro- si por un lado me alegro que se desfogue con mi madre.
- ¿Porqué dices eso, mujer? -le preguntó él bastante sorprendido. Que ella hablara con tanta ligereza lo tenía desconcertado.
- Porque las relaciones matrimoniales con mi esposo son una mierda. Él se limita a tumbarme, metérmela, gruñir un par de veces y se duerme. Cuando yo me toco disfruto más.
Andrés tragó saliva. Imágenes de ella desnuda, regalándose placer invadieron su cabeza haciendo que una dolorosa erección se acrecentara en sus pantalones.
- Debería irme a la cama, creo que por esta noche ya he hablado suficiente.
Julieta se levantó decidida hacia la cama. Andrés había insistido en que ocupara su lecho, y que él dormiría en el suelo, pues, ya estaba acostumbrado. Se quitó la ropa, quedándose simplemente con una camisola y se metió en la cama avergonzada por su comportamiento. Escuchó a Andrés moverse en la cocina y como emitía pequeños chasquidos.
- ¿Julieta? -le dijo él colocando su camastro en el suelo- que si a todo.
- ¿A qué todo?
- A que eres guapa y a que me acostaba contigo.
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